domingo, 23 de diciembre de 2012

Socialismo, de la realidad a las ideas

Los partidos tienen que modificar no solo sus ideas, sino sus estructuras y su modelo de liderazgo Esta noticia pertenece a la edición en papel de El Periódico de Aragón. Para acceder a los contenidos de la hemeroteca debe ser usuario registrado de El Periódico de Aragón y tener una suscripción. Pulsa aquí para ver archivo (pdf) El significado de crisis nos habla de un momento decisivo en un proceso o una situación. Si a la crisis la adjetivamos sistémica, hablamos de algo más que de una coyuntura, y hay que entender que tras la crisis económico-política que nos envuelve, subyace la crisis de un modelo o paradigma social que finaliza, y, en consecuencia, la necesidad de ir configurando otro modelo cuyos elementos debemos saber extraer de lo que sucede en el entorno que nos rodea. En definitiva, saber leer e interpretar los signos de los tiempos. Históricamente, el socialismo que surge en el siglo XIX ha evolucionado por varias fases ideológicas y programáticas, desde el abandono de la socialización de los medios de producción hasta la aceptación del sistema capitalista y su integración en una economía de mercado. No hay que olvidar que para transformar la sociedad hay que llegar al gobierno, y que para llegar al gobierno hay que presentar al cuerpo electoral una oferta programática que tenga suficiente credibilidad como para solucionar los problemas existentes en un corto, medio y largo plazo. La política democrática es algo muy contemporáneo. Es curioso constatar cómo todos los creadores de finales del XIX hasta 1914 son "antidemócratas": Nietzsche, Lenin, Maurras, infinidad de artistas... "El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona", decía Hölderlin. SI ANALIZAMOS la historia, parece claro que las ofertas programáticas de los partidos socialistas han ido decantándose paulatinamente por una línea más liberal y menos izquierdista, especialmente en los últimos tiempos. Pero en una sociedad de competitividad electoral, donde los distintos partidos tienen que convencer a una mayoría de ciudadanos para poder llegar al gobierno, las ideas no pueden provenir solo de las mentes más o menos capacitadas de las organizaciones políticas. De ser así, caeríamos en un idealismo platónico, hegeliano o metafísico, sistemas en los que las ideas crean la realidad. El socialismo, en cambio, bebe de la filosofía materialista, con una interpretación dialéctica de la materia-realidad, donde las ideas son creaciones mentales provenientes de la realidad y que, en un segundo momento, vuelven a la realidad para transformarla. Por lo tanto, las ideas programáticas deben proceder fundamentalmente de la interpretación que hagamos de la realidad a transformar. No caben, pues, propuestas reiterativas y anquilosadas. Hay que pensar, y el pensar es siempre un acto de indisciplina. En los foros izquierdistas, es habitual observar en discusiones poco técnicas y excesivamente coloquiales una especie de competición por ver quién es más radical en su exposición ideológica o en su forma de pensar. Pero casi nunca se habla de cómo es la realidad y sus gentes, que son los que realmente demandan unas soluciones u otras. Y mucho menos, solemos preguntar a los ciudadanos o nos ponemos a dudar y reflexionar junto a ellos. Si la mayoría social no demanda las propuestas que un partido les oferta, por muy brillantes que sean, no votarán por ellas, y esos partidos estarían haciendo revoluciones de café o vanguardismos estériles que solo conducen a la melancolía. El momento actual de crisis sistémica, o sea, crisis total, en la que las estructuras y modelos de todas las organizaciones tienen que morir para dar a luz otro formato nuevo, puede suponer una buena oportunidad para reflexionar sobre la realidad en que vivimos y la manera de conectar con sus múltiples y diversas manifestaciones. Porque la realidad está constantemente transformándose, seamos conscientes o no de ello. Y, en consecuencia, los partidos tienen que modificar radicalmente no solo sus ideas, sino sus estructuras, su modelo de organización y de liderazgo, y su saber estar en la realidad. Posiblemente la nueva variable más importante sea nuestra pertenencia a la UE. Tal como funciona actualmente, con sus instituciones contramayoritarias no representativas (Comisión, BCE), con un indudable déficit democrático y con pérdida de soberanía del Estado-nación, la UE avala gobiernos conservadores. Hay que tener en cuenta que un Estado fuerte ha sido el principal instrumento del socialismo para el crecimiento y la redistribución de rentas y servicios, especialmente a los más vulnerables. Lo público primaba sobre lo privado. Pero esta circunstancia reductora del Estado puede cambiar con los programas y elecciones europeas próximas, que los partidos y la ciudadanía deben afrontarlas como las más importantes y transcendentes para la configuración del auténtico modelo europeo: más social, con una mejor redistribución de rentas, garante de una igualdad de mínimos entre las naciones y con una menor rigidez monetaria. Pofesor de Filosofía

sábado, 8 de diciembre de 2012

Necesidad de la política En realidad, los mercados tienen la presencia que la política les ha permitido

Cuando la situación es tan compleja como la actual, cundo tenemos muchas preguntas y pocas respuestas, cuando todo se desmorona a nuestro alrededor, cuando se toman decisiones irreversibles sobre cuestiones vitales, cuando el elemento fundamental de nuestra sociedad --la juventud-- se siente fracasada antes de haber empezado a vivir, en estas circunstancias hay que pararse a pensar. Pensar sobre asuntos fundamentales para todos, incluso para los que no los tienen como tales. Asuntos como lo público y lo privado, la economía y la política, los líderes sociales, la pobreza y la riqueza, la dignidad humana, etc. El Estado y sus manifestaciones radiales (autonomías, ayuntamientos) se deben a lo público, que es la única manera de proteger a sus ciudadanos más vulnerables; los fuertes ya se protegerán ellos solos. Respecto a lo privado, el Estado lo debe proteger, posibilitar, regular, pero no necesariamente fomentar. Y si hay ayudas, siempre con condicionamientos sociales. Como los actuales Memorandos de Bruselas pero al revés. Hay sectores estratégicamente públicos, educación, sanidad, servicios públicos en general, que deben ser blindados sobre un mínimo de dignidad dentro de nuestras posibilidades económicas. Caben externalizaciones en ellos sobre aspectos colaterales no esenciales, pero siempre sin perder el objetivo y el control público desde la perspectiva ciudadana. Para ello es necesaria una buena dirección estratégica, donde la ética actúe como tecnología punta entre otras no más importantes. De ahí la importancia de la formación para nuestros jóvenes, y no tanto de la erudición. La erudición se refiere al conocimiento repetitivo de datos y resultados, la formación fomenta la capacidad de aprendizaje y la asunción del cambio como categoría mental. LA POLÍTICA es más necesaria que nunca, pero una política capaz de seducir. "La información no funciona verdaderamente sino cuando seduce", solía decir mi amigo Mario Gaviria. Una política que, sin abandonar el día a día, tenga un relato y un proyecto seductores y creíbles, con objetivos claros, con medios viables y hasta con dudas razonables. Que pueda explicar sus aciertos y sus errores cuando los ciudadanos así lo exijan. Pero esa política demanda políticos éticamente inteligentes, con capacidad para una tarea fundamental e imprescindible. El político no hace falta que sea bien parecido, ni gracioso, ni siquiera entusiasta, sino capaz y honrado. "Hay ineptos entusiastas. Gente muy peligrosa", decía el pesimista Schopenhauer. Hoy se habla mucho de la desafección política, pero desde posiciones políticas, desde otro tipo de política embrionaria, todavía sin desarrollar y con elementos juveniles no configurados. Haríamos mal en desoír esta manifestación política-antipolítica. La clave consiste en saber traducir. "Entender es traducir", dice G. Steiner. Los partidos políticos actuales son excesivamente tradicionales y "los tiempos están cambiando" ya desde Bob Dylan. Su fuerte jerarquización y su interesada endogamia los hace vivir en una auténtica burbuja, sin información del entorno cambiante que está demandando otro tipo de pensar y hacer. Que los mercados existen es obvio. Siempre han existido, aunque no con tanta presencia. En realidad, los mercados tienen la presencia que la política les ha permitido. Y en la política hay correlaciones de fuerzas e influencias que marcan una dirección u otra. Las políticas conservadoras van detrás de los mercados, a los que sostienen, tras los que se esconden y con los que se justifican. Las políticas progresistas deberían ir delante de los mercados, a los que deberían dirigir y corregir. Y nunca debemos olvidar que detrás de la economía y la política están los ciudadanos, que quitamos y ponemos gobiernos que se supeditan o dirigen los mercados. Las patologías sociales, igual que las médicas, se detectan por los síntomas. Si la cohesión social falla, la política no es la correcta. Si en un país desarrollado como España, la exclusión social es noticia diaria, la armonía social que el gobierno está obligado a proteger falla. Y es aquí donde los ciudadanos se quejan de los políticos y les exigen que sigan pero que cambien, de fondo y de forma, que abandonen su "irresponsable grandiosidad retórica" (Tony Judt) y que armen un relato creíble, con unos medios visibles y viables y con una dimensión utópica y ucrónica que marque la buena dirección. No son importantes las metas sino la dirección. La crisis, paradójicamente, podría convertirse en una oportunidad política si la transformásemos en un punto de inflexión reflexiva. Profesor de filosofía

NECESIDAD DE LA POLÍTICA


Cuando la situación es tan compleja como la actual, cundo tenemos muchas  preguntas y pocas respuestas, cuando todo se desmorona a nuestro alrededor, cuando se toman decisiones irreversibles sobre cuestiones vitales, cuando el elemento fundamental de nuestra sociedad –la juventud- se siente fracasada antes de haber empezado a vivir, en estas circunstancias hay que pararse a pensar. Pensar sobre asuntos fundamentales para todos, incluso para los que no los tienen como tales. Asuntos como lo público y lo privado, la economía y la política, los líderes sociales, la pobreza y la riqueza, la dignidad humana, etc.
El Estado y sus manifestaciones radiales (autonomías, ayuntamientos) se deben a lo público, que es la única manera de proteger a sus ciudadanos más vulnerables; los fuertes ya se protegerán ellos solos. Respecto a lo privado, el Estado lo debe proteger, posibilitar, regular, pero no necesariamente fomentar. Y si hay ayudas, siempre con condicionamientos sociales. Como los actuales Memorandos de Bruselas pero al revés. Hay sectores estratégicamente públicos, educación, sanidad, servicios públicos en general, que deben ser blindados sobre un mínimo de dignidad dentro de nuestras posibilidades económicas. Caben externalizaciones en ellos sobre aspectos colaterales no esenciales, pero siempre sin perder el objetivo y el control público desde la perspectiva ciudadana. Para ello es necesaria una buena dirección estratégica, donde la ética actúe como tecnología punta entre otras no más importantes. De ahí la importancia de la formación para nuestros jóvenes, y no tanto de la erudición. La erudición se refiere al conocimiento repetitivo de datos y resultados, la formación fomenta la capacidad de aprendizaje y la asunción del cambio como categoría mental.
La política es más necesaria que nunca, pero una política capaz de seducir. “La información no funciona verdaderamente sino cuando seduce”, solía decir mi amigo Mario Gaviria. Una política que, sin abandonar el día a día, tenga un relato y un proyecto seductores y creíbles, con objetivos claros, con medios viables y hasta con dudas razonables. Que pueda explicar sus aciertos y sus errores cuando los ciudadanos así lo exijan. Pero esa política demanda políticos éticamente inteligentes, con capacidad para una tarea fundamental e imprescindible. El político no hace falta que sea bien parecido, ni gracioso, ni siquiera entusiasta, sino capaz y honrado. “Hay ineptos entusiastas. Gente muy peligrosa”, decía el pesimista Schopenhauer.

Hoy se habla mucho de la desafección política, pero desde posiciones políticas, desde otro tipo de política embrionaria, todavía sin desarrollar y con elementos juveniles no configurados. Haríamos mal en desoír esta manifestación política-antipolítica. La clave consiste en saber traducir. “Entender es traducir”, dice G. Steiner. Los partidos políticos actuales son excesivamente tradicionales y “los tiempos están cambiando” ya desde Bob Dylan. Su fuerte jerarquización y su interesada endogamia los hace vivir en una auténtica burbuja, sin información del entorno cambiante que está demandando otro tipo de pensar y hacer.
Que los mercados existen es obvio. Siempre han existido, aunque no con tanta presencia. En realidad, los mercados tienen la presencia que la política les ha permitido. Y en la política hay correlaciones de fuerzas e influencias que marcan una dirección u otra. Las políticas conservadoras van detrás de los mercados, a los que sostienen, tras los que se esconden y con los que se justifican. Las políticas progresistas deberían ir delante de los mercados, a los que deberían dirigir y corregir. Y nunca debemos olvidar que detrás de la economía y la política están los ciudadanos, que quitamos y ponemos gobiernos que se supeditan o dirigen los mercados.
Las patologías sociales, igual que las médicas, se detectan por los síntomas. Si la cohesión social falla, la política no es la correcta. Si en un país desarrollado como España, la exclusión social es noticia diaria, la armonía social que el gobierno está obligado a proteger falla. Y es aquí donde los ciudadanos se quejan de los políticos y les exigen que sigan pero que cambien, de fondo y de forma, que abandonen su “irresponsable grandiosidad retórica” (Tony Judt) y que armen un relato creíble, con unos medios visibles y viables y con una dimensión utópica y ucrónica que marque la buena dirección. No son importantes las metas sino la dirección. La crisis, paradójicamente, podría convertirse en una oportunidad política si la transformásemos en un punto de inflexión reflexiva.
Mariano Berges, profesor de filosofía







sábado, 24 de noviembre de 2012

Análisis marxista de la actualidad

El avance neoliberal está siendo tan rápido y tan radical que uno tiene que mirar hacia atrás para rearmarse ideológicamente. Y en esta retrospectiva te encuentras con el que nunca debimos olvidar, Karl Marx, al que hay que reivindicar en sus justos términos. Me refiero al Marx filósofo que analiza la realidad que pretende cambiar, cual es la sociedad de su tiempo, y no tanto al Marx al que canonizaron y malinterpretaron en la URSS. Distingamos marxismo y comunismo: el marxismo es un sistema filosófico y el comunismo es un sistema político. Con elementos teóricos comunes pero con objetivos y resultados muy distintos. Excusándome por la grosera simplificación, Marx elabora una teoría de la realidad social denominada “Materialismo Histórico”. Esta teoría dice que en la base hay una estructura económica donde coexisten dos clases sociales: la de los capitalistas o explotadores y la de los proletarios o explotados. Por encima de la estructura económica está la superestructura ideológica (política, derecho, moral, religión, filosofía y arte) que conforma la “conciencia social”. La estructura económica condiciona la superestructura ideológica y ésta justifica a aquella, a la vez que procura su supervivencia. Los sistemas político, jurídico y religioso forma el esqueleto fundamental de esa conciencia social o superestructura. Y tienen como función justificar y mantener la situación de explotadores y explotados. Que haya individualidades y excepciones entre los profesionales de cada uno de los sistemas no anula que el sistema en su conjunto sirva para lo que sirve. Extrapolando el análisis marxista a la actualidad, podemos observar multitud de ejemplos que ratifican la veracidad del mismo. Los desahucios se ejecutan por una ley (superestructura jurídica) que los autoriza, incluso, según dicen los jueces, les obliga a ejecutarlos. Los políticos dicen que no les queda más remedio que obedecerlos y que hay que tener cuidado no vaya a ser que el elemento sistémico bancario se venga a abajo y con él el país entero. La Iglesia no dice nada. Incluso para algunos de sus jerarcas es una situación positiva porque potencia la caridad en detrimento de la justicia. Podemos seguir con más ejemplos: el paro, los despidos laborales, los bajos salarios, el desmantelamiento de lo público… todos tienen su superestructura jurídica y política explicando la justicia legal de los mismos. Y ahora más que nunca gracias a la Ley de Reforma Laboral. En fin, por no ser reiterativo, vayan ustedes repasando cualquier situación de precariedad para unos y de enriquecimiento para otros, y aplíquenle el esquema explicativo de don Carlos. La situación es tan radicalmente negativa que solo con medicina fuerte puede el enfermo sanar. Como prescripciones médicas pueden servir las siguientes: 1. Que nadie se asuste de los conceptos ni de las teorías, sino de los hechos. 2. Que nadie condene el marxismo si no lo ha leído. Si lo ha leído, que argumente sus tesis y antítesis y las discuta con honestidad. 3. Que los políticos no se justifiquen por la existencia de leyes que autorizan la injusticia moral, que puede ser justicia legal. Los políticos están para cambiar las leyes que no solucionen los problemas sociales. Todas las leyes son humanas y, por lo tanto, modificables y perfeccionables. El sistema religioso habla de leyes divinas que no se pueden modificar porque proceden de dios. 4. La política se inventa para organizar la sociedad de la manera más beneficiosa para la mayoría social. De todas las éticas que ha habido en la historia la más útil ha sido la ética utilitarista (Bentham; Stuart Mill), precisamente por su dimensión política. Dice que las acciones son buenas o malas en la medida en que tiendan a aumentar o disminuir la felicidad general. 5. El cambio social se da cuando se modifica la estructura económica, que es la que genera la superestructura ideológica. Y no al revés, porque los dueños de la economía nunca modificarán las leyes ni la política, a no ser que se les obligue. Véase el paripé lampedusiano (cambiar algo para que nada cambie) que han hecho con los desahucios de viviendas. Conclusión: Hay que saber analizar y explicar lo que pasa. Luego podremos modificarlo o no, pero intentémoslo al menos. Todo tipo de protestas sociales son bienvenidas, ya que la parálisis social garantiza el fracaso más absoluto. Hasta hace poco tiempo éramos optimistas por sentido del presente, ahora toca ser pesimistas por sentido de futuro. Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 10 de noviembre de 2012

La política, la ética y la complejidad Sobran muchos políticos en la política actual y faltan muchos con otro perfil intelectual y moral




Este artículo es un análisis teórico de lo que debería ser la política, porque la política no solo es necesaria sino imprescindible. Por el contrario, la antipolítica es profundamente reaccionaria, por más que muchos de quienes la practiquen se digan progresistas. La política es siempre compleja, como lo es la sociedad, la economía y la gestión. La simplificación del pensamiento político, los mensajes simplistas repletos de obviedades, imposibilitan el intercambio de ideas y convierten la política en un producto típico de mercadotecnia.
La gestión de la complejidad requiere sabiduría y capacidad. Si por sabiduría entendemos la comprensión de la realidad y por capacidad, las estrategias y habilidades para solucionar problemas complejos de esa misma realidad, habremos formulado el perfil idóneo del político como el delegado por la sociedad para solucionar sus problemas. Como la sociedad es plural en sus perspectivas e intereses, existen varios proyectos políticos que intentan dar soluciones a los problemas. Y cada ciudadano vota en función de lo que piensa que son sus intereses.
Aquí entramos en la dimensión compleja de la política. En primer lugar, habrá que identificar bien los problemas a solucionar. Luego habrá que formular las soluciones a dichos problemas. Posteriormente habrá que elaborar un discurso que muestre que esa identificación y formulación son las que interesan a una mayoría social. O dicho de otra manera, que la mayoría de la sociedad se sienta identificada o próxima a ese planteamiento de la complejidad. Y, por último, habrá que ejercer la acción política que sea coherente con el discurso.
Está claro que la descripción anterior es una operación intelectual de una enorme dificultad, no alcanzable para mucha gente que, sin ningún demérito personal, no está capacitada para ello. Aristóteles decía que todos los ciudadanos son inexcusablemente políticos, porque todos tenían la obligación moral de colaborar en la mejor organización social. La relación entre ética y política era tan estrecha que no podía darse la una sin la otra. Pero los líderes sociales, lo que ahora llamaríamos políticos "profesionales", deberían estar profundamente educados para el noble ejercicio de la política. Platón, en su ensimismamiento filosófico, llega a decir que solo los filósofos podían ejercer la política, que es entendida como la más noble de las artes humanas. Dedicarse a la política es tal honor para los elegidos que su satisfacción, incluso su vanidad, debería ser suficiente salario. Dedicarse a solventar los problemas del conjunto de la comunidad supone el mayor honor y la mayor satisfacción que una persona puede tener. Si alguien entiende que por tal actividad hay que pagar enormes dádivas y salarios, de manera que constituyan una casta diferente del resto de la sociedad, está pervirtiendo la fascinante tarea de la política.
Normalmente, en el ejercicio de la política se diferencian dos dimensiones: la orgánica (prosaica e instrumental pero imprescindible) y la institucional (la que realmente transforma la sociedad). La política orgánica es aquella que se ejerce al interior del partido político y que debería dinamizar al conjunto de los militantes y simpatizantes para que la percepción común que todos ellos tienen de la realidad social se transmita al conjunto de la sociedad. La política institucional es aquella que, desde el gobierno de la institución, traduce y ejecuta lo que el partido político ha elaborado desde la sociedad. Un gran problema en los partidos españoles es que lo orgánico prima sobre lo institucional, cuando debería ser un mero instrumento. Y especialmente preocupante es el hecho de que los políticos españoles parecen vivir en una burbuja al margen de los ciudadanos, lo que les imposibilita elaborar el discurso y la acción política pertinentes.
El 15-M recobró algo del espíritu griego saliendo a la plaza pública a hablar de los problemas de la comunidad. Nos dimos cuenta de que la política nos concierne a todos y que, por tanto, todos somos políticos. Imposible no coincidir con la mayoría de sus reivindicaciones, aunque me resulte imposible aprobar el mensaje antipolítico que a menudo emana de ese movimiento. Negar las fronteras entre derecha e izquierda es, en la práctica, hacer política de derechas.
En definitiva, la política es gestión de la complejidad. Lo que exige una inteligencia estratégica y conocedora de los procesos. Como puede deducirse de todo lo dicho, sobran muchos políticos en la política actual y faltan muchos otros políticos con otro perfil intelectual y moral.
Profesor de filosofía


sábado, 27 de octubre de 2012

¿CRISIS ECONÓMICA O CRISIS IDEOLÓGICA?



Parece cada vez más claro que las políticas que se están haciendo en Europa son exclusivamente políticas de recortes drásticos, de manera que los únicos paganos de la crisis son las clases medias y populares. Del único objetivo que se habla es del déficit y de la deuda. Además, todo ello debe hacerse en un cortísimo espacio de tiempo. Y como receta dogmática se publicita y practica la bajada de salarios y los despidos. Así, dicen, haremos más competitiva la economía. Sin embargo, la bajada de salarios y los despidos están deprimiendo la demanda y el consumo interno, lo que provoca la recesión.

¿Si esto parece tan simple por qué no se hace? ¿Quién tiene interés en que esto funcione así? Tiene que haber una razón no explícita que explique la causa de tal comportamiento. Mi teoría es que la crisis económica es una estrategia para reorganizar los sistemas sociales europeos en una dirección distinta a la que ha sido hasta ahora seña de identidad europea. Me estoy refiriendo al desmantelamiento del denominado Estado de bienestar. Que las clases conservadoras lo intenten parece lógico, pues sus beneficios son mayores en un sistema injusto que tenga su fundamento en la explotación de una mano de obra barata y abundante. La famosa troika (Bruselas, BCE y FMI) es el instrumento disfrazado de técnica económica para llevar a cabo tal proceso. Pero la complicidad de los partidos progresistas no tiene sentido.

¿Cuál es la alternativa? Flexibilizar el déficit con un espacio mayor de tiempo y relanzar el crecimiento con créditos baratos y abundantes en el mercado, lo que crearía inmediatamente puestos de trabajo y relanzaría el consumo y las exportaciones.

¿Quién lo tiene que hacer? En nuestro contexto, deben ser los órganos democráticos europeos, sin el hiperliderazgo alemán, y con el firme consenso de todos los Estados europeos, autoobligándose cada país a cumplir las obligaciones de eficiencia gestora y demás reglas del juego. También debe aprovecharse esta crisis para configurar las estructuras europeas necesarias que nos conduzcan a la formación de los Estados Unidos de Europa.

El intento neoconservador de desmantelar el Estado de bienestar ya fue puesto en marcha por la pareja Reegan-Tatcher en los años ochenta. Y fue precisamente la Europa socialdemócrata la que consiguió frenar su avance. Ahora son más los coaligados conservadores y mayor su poder por la globalización económica y tecnológica actual. Por eso mismo, debe hacer acto de presencia de manera urgente la política, porque la desafección política también está provocada por los mercados. Pero la política la deben hacer los políticos capaces de hacer política, no los que ya han demostrado su incapacidad. Para ello hay que elaborar un discurso realista y audaz, con una vuelta a los principios éticos y políticos que han hecho potente a Europa y España, y que sea capaz de ilusionar a la sociedad. Todo esto urge porque la gente más valiosa, aunque solo sea por razones biológicas (me refiero a los jóvenes), no puede aguantar mucho más en esta situación. Necesitan un mínimo horizonte para respirar y algún atisbo de esperanza para no caer en situaciones irreversibles.

¿Por qué no se hace? Porque no hay suficiente resistencia civil frente a la manera de solventar la crisis. Los partidos políticos, que son los traductores políticos de las necesidades sociales, no están a la altura de las circunstancias. Más bien están siendo instrumentalizados por las auténticas fuerzas reales para, bajo la apariencia de “solo se puede hacer lo que se puede hacer”, proseguir el proceso regresivo de empobrecimiento popular. Y los sindicatos, la pequeña y última resistencia que nos queda, no están para muchos trotes. Hay que inventar otra forma de hacer política más participativa realmente, con políticos y sindicalistas que salgan de su burbuja y hagan política desde la sociedad que los ha elegido. También los ciudadanos deben ejercer su obligación política participando, resistiendo y proponiendo.

¿Que todo esto que acabo de exponer es retórica literaria? Lo que nadie puede discutir es que desde mayo de 2010 esto va cada día peor. Cada vez hay más parados y más pobres. Los derechos sociales y laborales están hechos añicos. Neutralizar la actual e ignominiosa Reforma Laboral va a costar no menos de veinte años. Crear los puestos de trabajo destruidos va a costar un esfuerzo ingente y una reformulación política y sindical que parece fuera del alcance de los actuales dirigentes. Y todos, organizaciones y ciudadanos, tenemos que modificar profundamente nuestros paradigmas y nuestras conductas.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 13 de octubre de 2012

¿Quo Vadis, Cataluña?



La situación actual de crisis no es el mejor momento para tratar del eterno problema territorial español

Para empezar, dos referencias: una de tipo filosófico y otra de tipo existencial: Kant (s. XVIII) fue el máximo ilustrado en el país menos ilustrado (Alemania) de la Europa de entonces. Kant soñaba con la desaparición futura de los Estados soberanos, las guerras y las fronteras, sustituido todo por una federación internacional de poderes que implantaría una "paz perpetua". La paz sería la victoria del "progreso de la razón" frente a las emociones irracionales y ancestrales. Ahora, con la crisis, la UE está ocupada por los egoísmos nacionales que segregan brotes etnológicos prefascistas e independentismos irracionales fuera de contexto y tiempo.
La segunda referencia es de tipo existencial. Los que tenemos una cierta edad recordamos cuando Barcelona era una ciudad cosmopolita y la punta de lanza de la modernidad en España. Era el final del franquismo y el principio de la transición. En Cataluña había más editoriales que en toda España y las primeras traducciones de cualquier título imposible de encontrar en el resto de España salían en alguna editorial catalana. Luego llegó el provincianismo identitario y Barcelona se transformó en una ciudad normal con menor proyección exterior y muchos problemas internos, incluso económicos. Fue entonces, el 11 de septiembre de 1977, cuando un millón de personas pedían en la calle "Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía". Además de la bandera catalana, había muchas banderas rojas (PSUC y PSC) y banderas sindicales (CCOO, UGT, CNT). ¡Cuánto han cambiado las banderas y los gritos! Ahora el nacionalismo identitario actúa como un magma fagocitador de ideologías y reivindicaciones políticas y sindicales, que han pasado a ser mera crónica histórica. Barcelona era una ventana al exterior en el franquismo español.
PARA SOLUCIONAR todo aquello los constituyentes españoles elaboran una Constitución con un Título Octavo que configura un Estado de las Autonomías, cuyo objetivo fundamental era dar una salida a las diferencias y especifidades catalana y vasca (también gallega), que siempre las ha habido, y con una posibilidad semejante a las demás autonomías, hasta 17, del resto de España. Nunca Cantabría (antes Santander), Rioja (antes Logroño), Murcia (sin Albacete), Asturias, Extremadura, Madrid (capital de España) y otras, habían soñado con ser unos cuasi Estados autónomos. Pienso que el famoso "café para todos" está en el origen del confusionismo y la inviabilidad del actual modelo autonómico español. Aunque es verdad que la generalización de las autonomías fue acordado por todas las fuerzas políticas, desde Fraga hasta Carrillo, pasando por todo tipo de nacionalismos representativos.
¿Y ahora, qué? ¿Qué hacemos con las legítimos sentimientos y emociones independentistas de muchos catalanes, exarcebadas por algunos partidos con el objetivo de la rentabilidad electoral? Tienen derecho a intentarlo dentro del marco establecido por la CE. Ya se ha dicho con claridad que constitucionalmente es imposible por ser el pueblo español el único sujeto político soberano en España. Pero eso no soluciona totalmente la cuestión, porque Cataluña (y el País Vasco), efectivamente, tiene diferencias específicas a las que hay que dar una salida política madura que vaya encauzando una solución federal para todo el Estado español.
Pero la situación actual de crisis no es el mejor momento para tratar del eterno problema territorial que España ha tenido desde que es Estado moderno. La famosa conllevancia de Ortega (al que Azaña acabó dando la razón) ya se ha estirado mucho y quizás haya llegado el momento de empezar a hacer otro traje. Además el cambio de traje que se hizo con las autonomías, especialmente con su desarrollo uniforme e insaciable, ha devenido en inviable. La situación actual es un buen punto de partida para la reflexión y la acción política federal (la única posible). Es también una buena ocasión para replantearse los conciertos vasco y navarro. En definitiva, ir caminando hacia aquel hermoso principio marxiano "de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades", que garantizaría la unidad económica y política española.
La situación actual tiene muchos causantes. Desde el propio nacionalismo, pasando por CIU y su deriva independentista, de la que muchos dudan, llegando al ambiguo PSC-PSOE, especialmente la fracción burguesa-catalanista (Maragall) y finalizando con el PP, tibio siempre por su necesidad de los nacionalismos para gobernar y por su aversión al federalismo.
Entre el nacionalismo separatista y el nacionalismo centralista, el federalismo español. ¿Están los partidos españoles maduros para ello?
Profesor de filosofía

sábado, 29 de septiembre de 2012

El debate autonómico y más cosas El mayor problema que tiene España es que no es un país serio. Y esa es la condición que nos pone Europa





El debate autonómico de Aragón lo seguí este año más intensamente dado que los dos líderes importantes aragoneses, Rudi y Lambán, se examinaban ante el Parlamento y ante los aragoneses, y suponía que iban a dar lo mejor de sí mismos. No defraudaron. Ambos superaron el listón anterior y confrontaron correctamente sus beligerantes posiciones ideológicas. Desde mi perspectiva personal, Lambán ganó en la fase de discurso y Rudi ganó en la fase de réplica, ya que los datos los tenía ella y finalizaba los turnos de palabra.
Las acusaciones de ambos fueron las esperadas: que Rudi estaba alejada de la realidad aragonesa y que Lambán manejaba la demagogia con excesiva alegría. Comprensibles ambos ataques y lógicas las mutuas defensas. ¿Y ahora, qué? Los aragoneses pensarán que han visto un debate político de entidad (no es lo de menos) pero seguimos sin indicios serios de futuro. Esta es la cuestión que hay que analizar y ante la que hay que posicionarse a partir de ahora. Un debate parlamentario es suficiente si aporta claridad y credibilidad. Y pienso que los dos líderes ofrecieron suficientes elementos de juicio como para que los oyentes sacasen conclusiones. Yo sí que las saqué.
1. El PP y Rudi son unos buenos seguidores de Rajoy y su gobierno en todo lo que actualmente está haciendo y el futuro que nos acecha.
2. El PSOE aragonés estrena un líder que no está de acuerdo con Rajoy (lógico) pero que tampoco comulga con lo hecho hasta ahora por el PSOE en su tratamiento de la crisis. Su texto "No defenderé aquí al gobierno de Zapatero, que cometió errores de bulto en el tratamiento de la crisis. Pero es que, a los problemas heredados, ustedes han añadido otros y más graves" supone un inteligente equilibrio político ante una situación difícil de encarar, entre una herencia familiar no fácil (Zapatero) y un presente hostil (Rajoy). Los partidos minoritarios (IU y CHA) lo tenían francamente fácil. Como nunca serán el eje de ningún gobierno, sus críticas y sus propuestas no están ni estarán sujetas a verificación alguna. Su pureza es tan fuerte que te puede embriagar, y embriagados somos poca cosa. Y el PAR, más que difícil lo tenía imposible. Pero como vive de lo imposible, con la derecha y con la izquierda, siempre sale adelante. Ya sabrán ustedes que el gobierno aragonés se suele componer del PAR y otro más.
3. Los objetivos de un debate de estas características siempre son varios. Los líderes se examinan ante el Parlamento, ante la sociedad, ante su partido y ante sí mismos. No es fácil contentar a todos. Precisamente en esto falló el debate, que fue más un examen de líderes que un conjunto de propuestas transformadoras reales y creíbles. Algo así como un guión previsible y unos protagonistas solventes. Repito, no es poco. Pero el momento exige más. No hubo ni indicios de pactos entre los mayoritarios. Hubo más táctica que estrategia. Y más obviedades que propuestas rigurosas.
4. Una cosa quedó clara: que las cuestiones importantes no se solucionan en Aragón. Algunas ni en España. Europa es el horizonte de la solución. Y los partidos aragoneses mayoritarios deben presionar y convencer a sus cúpulas estatales para que pacten los grandes asuntos de Estado: economía, empleo, arquitectura institucional y el núcleo básico del Estado de Bienestar. Y juntos, negociar en Europa qué papel queremos jugar, garantizando nuestro rigor y lealtad en los objetivos a cumplir.
5. Pero hay que ser optimistas y futuristas, si no por convicción sí por necesidad. Por ejemplo, en la cuestión rescate sí/no, es menos importante el qué que el cómo. Ni es causa única de nuestra situación nuestra fama lúdico-mediterránea ni tampoco la dureza alemana. La cosa es más compleja. Lo primero que hay que hacer es identificar el problema, que es el modelo de Estado inviable que España tiene, nepótico y corrupto, y su origen que radica en las estructura oligárquica de los partidos, la economía, las finanzas, el poder judicial y, prácticamente, toda estructura de cualquier organismo o sociedad que tenga poder y/o influencia. La reforma administrativa es urgente pero debe ser muy estudiada y debatida por académicos y políticos, con fuerte participación social, y consensuada por los grandes partidos, sin partidismos.
6. La situación es de emergencia. No es solo el empobrecimiento de las clases medias-bajas ni el adelgazamiento del Estado de Bienestar. Es sobre todo, la desaparición pública de dos generaciones de jóvenes y el envilecimiento moral de todo un país.
Conclusión: El mayor problema que tiene España es que no es un país serio. Y ésa es la mayor condición que nos pone Europa.
Profesor de filosofía

miércoles, 19 de septiembre de 2012

POLÍTICA Y PERIODISMO, PRODUCTOS CULTURALES




Mario Vargas Llosa acaba de publicar un libro, La civilización del espectáculo (Alfaguara), cuyo título y, en algún sentido, su contenido no está lejano de La sociedad del espectáculo, de Debord, libro de culto de los años sesenta. Aunque solo fuese por el debate que debería de crear  -ojalá- merece la pena su publicación. Aparte de otros muchos valores que siempre aporta Vargas Llosa: buena literatura, argumentaciones sólidas  y, siempre, honestidad intelectual. Recomiendo vivamente su lectura.

Vargas habla de que en materia cultural le asaltaba desde hacía algún tiempo la incómoda sensación de que le estaban tomando el pelo, de que no hay manera de saber qué es cultura, todo lo es y ya nada lo es; del triunfo de la frivolidad, del reinado universal del entretenimiento; de que el empuje de la civilización del espectáculo ha anestesiado a los intelectuales, desarmado al periodismo y, sobre todo, devaluado la política. En definitiva, defiende la llamada “alta cultura”, la de siempre, la conseguida a base de esfuerzo, muchas lecturas, audiciones y exposiciones, la que escasea tanto.

La política es un producto cultural en su más profundo sentido. Si la etimología de cultura es el cultivo del hombre, la política es el cultivo del hombre en su dimensión colectiva o social. Y ambas, cultura y política, no solo son un derecho sino una obligación de cualquier ser humano que quiera mejorar la sociedad en que vive y la que van a heredar sus hijos. Porque la sociedad ni es una entelequia ni una herencia intocable, sino un proyecto abierto y perfeccionable que estamos todos los días construyendo. Y dependerá del concepto que tengamos de cultura y de política para que nuestro proyecto de sociedad que intentamos implantar sea uno u otro. Conscientes de que debe ser siempre la mayoría social la que refrende el modelo social resultante, como final de la tensión dialéctica entre los distintos proyectos existentes.

Uno de los proyectos posibles, en mi opinión el más sólido, es el proyecto socialdemócrata, síntesis del viejo socialismo y del primigenio liberalismo político, defensor de una democracia plena en la que los derechos humanos sean el canon de su construcción. Y como todo producto cultural, está a expensas de la transformación social y los conceptos que la representan. Y ambos, la sociedad y sus conceptos representativos, están en una constante evolución teórico-práctica, de manera que hay que estar constantemente revisando la traducción social de los conceptos y el anquilosamiento de los conceptos que ya no representen a la sociedad.

Y aquí aparece el periodismo, otro producto cultural que actúa como una  gran pantalla global y que funciona como un espejo universal y poliédrico. Los periodistas ofician como profetas en nombre de Jehová, unos transmitiendo correctamente la voluntad de Jehová, o sea, la realidad social, y otros tergivesando o manipulando esa realidad por intereses espurios, sean propios o ajenos.
Ha habido mejores momentos que el actual para el periodismo español, por ejemplo el momento de la transición, al final del franquismo, cuando la competitividad de los medios era por ver quien colaboraba más y mejor en la consolidación democrática. Actualmente, entre la crisis económica y la crisis tecnológica, el periodismo anda triste y depresivo, lo que le ayuda poco en su función profética de contar la realidad correctamente y con la verdad como objetivo fundamental. Está, como todos los productos culturales, en una situación de descrédito profesional y de déficit funcional. La gente se pregunta ¿Qué es la cultura? ¿Para qué sirven los políticos? ¿Para qué sirven los medios de comunicación? ¿Son independientes los medios? Una visión cínica del periodismo sostiene que la verdad no existe. Que puede haber tantas verdades como interpretaciones de la realidad. Esto es falso y engañoso. La verdad en periodismo existe, es la verdad de los hechos. Sin embargo, potentes medios se dedican a falsear la realidad. Más que informar desinforman. Y no entremos en el mundo Internet, eso es una selva. Es el lector quien debe ser inteligente para interpretar lo que lee. Los periódicos hay que interpretarlos.
Sin embargo, y a pesar de todo, la cultura, la política y el periodismo son tres elementos inexcusables y necesarios en una sociedad moderna y democrática. Pero lo serán si sus miembros ejercientes garantizan la calidad de sus contenidos y cumplen con las normas deontológicas que todo profesional tiene como obligación moral y material.

Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 2 de septiembre de 2012

¿LEGALIZACION DE LAS DROGAS?


Con la cuestión de la crisis uno se cansa del monotema y de la trampa de que ya no hay más realidad que la crisis. Sin embargo, la vida sigue y los problemas siguen, y algunos, como la droga, siguen enquistados en la sociedad, en las leyes y en las mentes. Si algo frena el progreso social es el miedo al debate sobre cualquier cuestión tranversal en la vida humana y social. Por todo ello, en este artículo sobre la droga me propongo dudar y reflexionar en voz alta con todos ustedes. ¡Qué miedo los absolutismos y la mera posibilidad del absoluto!
De momento, ha vencido la teoría de que  la represión de la producción y el consumo es la mejor manera de combatir el uso de estupefacientes, lo que conlleva las trágicas consecuencias que tiene el narcotráfico en la vida de muchas naciones. Por eso hay que aplaudir la valentía de muchos dirigentes sudamericanos en, como mínimo, llevar al foro de la discusión la cuestión de la legalización de las drogas. Especialmente habría que citar aquí a José Múgica, presidente de Uruguay, por proponer al Parlamento una ley legalizando el cultivo y la venta de cannabis. De aprobarse (el Frente Amplio, el partido del presidente, tiene mayoría absoluta) supondría todo un pulso a las mafias del narcotráfico y una referencia para muchos países que están empezando a cuestionarse la postura tradicional meramente represiva. La prohibición de la droga sólo ha servido para convertir al narcotráfico en un poder económico y criminal impresionante, capaz de poner de rodillas a los Estados legítimos. Los sudamericanos hablan ya de narcoestados. El problema de la droga es tan importante que concierne a la misma supervivencia de la democracia.
En las actuales circunstancias, la primera prioridad no es poner fin a la producción y al consumo de drogas sino acabar con la criminalidad que depende de estas actividades. Y para ello no hay otro camino que la legalización. Desde luego que legalizar las drogas implica riesgos, que deben ser tomados en cuenta y combatidos. Por ello, la medida de la legalización debe ir acompañada de un esfuerzo paralelo para informar, rehabilitar y prevenir el consumo de estupefacientes perjudiciales para la salud. Se ha hecho en el caso del tabaco y con bastante éxito. El consumo de cigarrillos ha disminuido y los ciudadanos saben los riesgos a los que se exponen fumando. Si quieren correrlos es su derecho hacerlo.

En España hay un nombre propio, pionero en reivindicar la despenalización de las drogas. Se trata de Antonio Escohotado (profesor de filosofía en la UNED), desmitificador y analista del problema de las drogas en su impagable Historia general de las drogas. La obra contempla un recorrido multidisciplinar sobre las drogas, abordando aspectos históricos, culturales, mitológicos, antropológicos, sociológicos, políticos, químicos y médicos. Defiende las drogas como un camino hacia el autodescubrimiento, la maduración, el diálogo o la simple recreación. Denuncia también lo que considera una campaña demonizadora contra las sustancias psicoactivas que nace a mediados del siglo XX.

Otro nombre más actual es Araceli Manjón-Cabeza, autora del libro La solución, donde mantiene tres tesis fundamentales: 1) que el prohibicionismo ha fracasado; 2) que hay que cambiar el paradigma porque seguir con el prohibicionismo planetario es una locura; 3) que la prohibición ha generado muchos otros problemas no inherentes al consumo de droga, problemas que son hijos de la prohibición.  Y, por último, no me resisto citar a un último nombre, no sólo literato Nobel sino también un gran pensador, como es Mario Vargas Llosa, gran defensor de la legalización de las drogas, como mal menor.

Legalizar las drogas no eliminaría los problemas de drogodependencia, enfermedades asociadas, conflictos sociales y mortalidad. Tampoco que el alcohol o el tabaco sean legales evita tales efectos. Pero, al menos, pondría freno a las mafias que siembran el terror y amasan fortunas a costa del mercado ilegal. Incluso admitiendo como posible un aumento inicial del número de consumidores de las drogas ya legales, habría otros efectos beneficiosos: control de calidad, lo que evitaría los males asociados al consumo; venta en dosis correctas de consumo, lo que evitaría las sobredosis accidentales; disminución de precios, lo que reduciría drásticamente la cifra de delincuencia drogoinducida; cambiar los ambientes marginales y peligrosos por un mercado legal y controlado.

Asunto vidrioso. Al menos, dejémonos de hipocresías y embustes y entremos a fondo en el debate. Sin absolutismos ni tabúes. La historia solo avanza con cambio de paradigmas.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 18 de agosto de 2012

LA POLÍTICA: PRAXIS Y RELATO


La política tiene praxis y relato. La praxis es de toda la vida. El relato es propio de la era de los grandes medios de comunicación de masas. Hoy una política puede fracasar por la inexistencia de una praxis propia que demande su ideología y sus votantes o puede también fracasar por la inexistencia de un relato o discurso que le otorgue presencia mediática y reconocimiento por parte de la ciudadanía.
Por ejemplo, el momento que actualmente le toca lidiar al PP y a Rajoy es malo económicamente pero bueno políticamente. Como el momento álgido de la crisis coincide con el principio del mandato de Rajoy, cuando comience a remontar -que remontará- todo el mérito se le atribuirá al método reduccionista con que el PP ha desmontado el mínimo Estado de bienestar que había en España. Igual que ya pasó en el 2000 con Aznar y su “milagro económico”.
La economía va por ciclos y la política incide muy poco en la reversión de esos ciclos. Cuando Zapatero hizo su harakiri el 12 de mayo de 2010 con un 10 % de lo que Rajoy ha hecho posteriormente, la cuestión importante es que lo que hizo Zapatero iba contra la línea de flotación del ideario socialista, mientras que lo que hace Rajoy es la esencia del más crudo neoliberalismo conservador. Y es ahí donde aparece el relato de la política. Zapatero se queda sin relato y Rajoy se mueve como pez en el agua en el suyo. A Rajoy le ha tocado el momento oportuno para contar la narrativa más coherente con su ideario: adelgazamiento del Estado de bienestar, negación de lo público, destrucción de los derechos laborales (la Reforma Laboral del PP va a ser la cuestión más difícil de neutralizar en el futuro), desprestigio de los partidos políticos y de los sindicatos... Item más, existe el tópico político que dice que las políticas conservadoras gestionan mejor las crisis. Falso. No hay más que ver el modelo social europeo gestado por la socialdemocracia y su destrucción por parte del neoliberalismo conservador.
Pero cualquier lego en economía sabe que la capacidad de un Gobierno europeo para incidir en la economía de su país es muy limitada. Dice   Joseph Nye en su recomendable Las cualidades del líder, “los líderes son como surfistas en espera de grandes olas”. En política nada es del todo real ni nada puramente artificioso pero, al menos, hay que mantener un relato de tus presupuestos y su viabilidad. Recordando a Castilla del Pino, que  decía que la libertad no es hacer lo que uno quiere sino “hacer lo que uno quiere de entre lo que puede”, la comunicación pública consiste básicamente en saber captar el estado de ánimo de una población y ajustarte a los márgenes dentro de los cuales puedes contar tu historia de la manera que te permita hacer lo que quieres dentro de tus posibilidades.
La oposición del PSOE, se encuentra aún noqueada: independientemente de su alejamiento del poder, no ha elaborado aún su relato, lo que le resta credibilidad y liderazgo social. Precisamente ahora, en la oposición, tiene una oportunidad para cambiar de registro. Yo siempre he pensado que Zapatero evitó el rescate que Rajoy va aceptar con la sonrisa en los labios. Lástima que el líder socialista no se atreviese a ir más lejos. Aunque la partida la tenía políticamente perdida ya que su relato era contradictorio con sus señas de identidad e inverosímil. Posiblemente debería haber adelantado elecciones generales con un relato nuevo y posible que, al menos, ilustrase a la ciudadanía española de lo que se estaba jugando y qué opciones había en el tablero político español y europeo.
Si nadie corrige esta visión de las cosas, en un par de años nos van a entregar una economía débil, trabajadores con menos derechos, un Estado maltrecho y con menos libertades. No ejerzo de profeta sino de cronista: no hay más que observar las medidas tomadas o anunciadas en economía, reforma laboral, educación, sanidad, dependencia, sueldos, aborto… Y, además, todo nos lo muestran como necesario y con un gobierno valiente  y disciplinado “al que lo queda más remedio”. Si los progresistas no cambiamos el relato nos va a costar mucho quitarnos ese pesado arquetipo de destructores de la economía, mientras los conservadores se estarían dejando la piel en levantar el país. El socialismo debe salir de su aletargamiento y debe recuperar la credibilidad a través de una política clara y rotunda, sin matices confusos ni ambigüedades calculadas. Debe revisar su pasado reciente, identificar sus errores y elaborar un discurso claro y con líderes creíbles que lo expliciten. Al socialismo español le falta relato. Y praxis.
Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 4 de agosto de 2012

LA ADMINISTRACIÓN LOCAL (II)



Procedemos a la segunda entrega del artículo anterior sobre la Administración Local (más propio sería decir Gobierno Local) exponiendo un análisis somero del anteproyecto de Ley para la racionalización y sostenibilidad de la Administración Local.

En este documento se percibe una vez más la volatilidad y contingencia del Gobierno de Rajoy. Piensan que con una declaración de intenciones plasmada en el BOE, los mercados y Bruselas van a hacer un acto de fe en España. Esto no funciona así. Las reformas estructurales no deben ser fagocitadas por coyunturas económicas, por muy apremiantes que éstas sean. Ya Aristóteles decía que la virtud del gobernante debe ser la prudencia, cuya etimología latina es pro-videre, o sea, prever, ver más lejos que los demás. Justo lo contrario del coyunturalismo actual, que nos lleva a un cortoplacismo preñado de estéril inmediatez.
Esta reforma dice pretender una mayor racionalización de la Administración Local y una clarificación de las competencias municipales para ganar en eficiencia. Para ayudar a ello refuerza la figura del interventor local y lo saca de la libre designación presidencial para convertirlo en un auténtico fiscalizador extramunicipal. ¿Un regreso a los cuerpos estatales y a la despolitización de los ayuntamientos?
Para conseguir este objetivo se fortalece a las diputaciones provinciales, que asumirán algunas (o muchas) competencias de los ayuntamientos. Las diputaciones ya no se dedicarán solo a sus funciones tradicionales de asistencia y cooperación con los ayuntamientos. Si esto se plasma en la realidad institucional, transformaría toda la organización provincial en aspectos tan esenciales como recursos, estructura y gobierno. Y los ayuntamientos serán vigilados respecto a sus propias competencias, que les serán sustraídas y transferidas a las diputaciones si no demuestran su capacidad económica y técnica para llevarlas a cabo. Lo que les sucedería a casi todos los ayuntamientos de Aragón. Desaparece también cualquier otra figura de gobierno intermedio como las mancomunidades. ¿Y las comarcas? Parece lógico que también desapareciesen ya que, además de subsumir las funciones de las mancomunidades, constituyen un gobierno intermedio innecesario, caro y redundante. Asturias y Aragón (las únicas con comarcas funcionando) no parecen regiones importantes como para evitarlo. Otra cosa muy distinta es lo que propone el anteproyecto sobre la desaparición o agrupación de los municipios menores de 20.000 habitantes. Esto es materialmente imposible. La reducción de servicios (más que de competencias) o la encomienda de funciones, podría ser una solución más ajustada a la realidad.
Luego aparecen en el documento otras medidas de gobierno local. Limitación del personal eventual y una completa funcionarización de la dirección institucional. Fuera cargos de confianza y de libre designación. El anteproyecto confunde gobierno con administración. Lo mismo sucede con la reducción del 30 % del número de concejales y el límite de los sueldos de los alcaldes. Todo vale en la continua labor de desprestigio de la política y los políticos. Llegaremos a aquella expresión genial del Caudillo “Haga usted como yo, no se meta en política”.
Es curioso que las CCAA no aparecen casi a lo largo del documento. Es como si ya hubiesen sido recortadas sus competencias respecto a la Administración Local. Quizás el inconsciente sea más significativo que la letra. Pero lo que verdaderamente asusta es el despojo competencial de los ayuntamientos, rozando si no lesionando la CE. Que es necesaria una nueva Ley de Régimen Local está claro. De hecho hay un borrador anterior a la crisis durmiendo el sueño de los justos. Pero también hay que tener en cuenta que no es bueno legislar a golpe de ocurrencia y de coyuntura. La planta institucional de un país es algo muy serio como para improvisar. Su elaboración tiene que venir precedida por profundas reflexiones y debates por parte de expertos en la materia, que hay muchos y competentes. Si la Ley quiere permanecer en el tiempo, servir para cohesionar la sociedad y organizar la convivencia política, tiene que contar inevitablemente con una gran  mayoría política y social, al menos un gran pacto de Estado entre los dos partidos mayoritarios.
Concluyendo, el margen de mejora del anteproyecto es amplio y no difícil de consensuar si se trabaja desde el sentido de Estado que todo representante público debe tener. Una sociedad es lo fuerte que son sus instituciones. La crisis pasará y las instituciones permanecerán. Sobran corporativismos, partidismos y electoralismos de corto vuelo.
Mariano Berges, profesor de filosofía








domingo, 22 de julio de 2012

La Administración Local (I) Está claro que lo fundamental es el municipio: oír a los municipios, o sea, a los ciudadanos






Mi periódico (EL PERIÓDICO DE ARAGÓN) escribía el 7 de julio un editorial titulado "Un mal camino para apoyar a los ayuntamientos", donde decía que el Gobierno español pretendía eliminar las mancomunidades y reforzar funcionalmente las diputaciones provinciales. Lo decía así: "Los detalles que se conocen de los planes gubernamentales conducen a un reforzamiento muy importante de las estructuras provinciales, contrariamente a lo que hasta ahora se consideraba como la consecuencia lógica de la consolidación del Estado de las autonomías. Las diputaciones dejan de tener sentido, además de encarecer la gestión, en la medida en que los gobiernos autonómicos ganan en eficacia".
Posteriormente, el Consejo de Ministros del pasado 13 de julio conoció "en primer vuelta" del anteproyecto de ley para la Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local. El anteproyecto recoge en su enunciado los cacareados términos de racionalización y sostenibilidad. Implícitamente se está diciendo que hasta ahora había poca racionalidad en el panorama institucional. Ni niego ni afirmo, solo digo que la actual histeria reformista del gobierno del PP es poco racional y nada sostenible. No debemos confundir la calidad de nuestro sistema institucional con las conductas poco éticas de los titulares de esas instituciones. Ni pretender solucionar la devastadora crisis económico-financiera y fiscal por la que atraviesa el sector público con reformas que poco tienen que ver con lo que estamos hablando, entre otras razones porque cuando estas disposiciones se plasmen ya nadie se acordará de la crisis.
Siento disentir con el editorial de mi periódico. Y como este asunto tiene mucha enjundia, lo trataremos en varias sesiones. Sirva esta primera para clarificar conceptos e intenciones. En otras sesiones seguiremos con el análisis del anteproyecto.
En Aragón hay cuatro términos-realidades que debemos aclarar y diferenciar: ayuntamiento, mancomunidad (subsumida en las comarcas, de reciente creación), comarca y diputación. Aparte de las comunidades autónomas, también de reciente creación y que funcionan cual nuevo Estado, sin ningún tipo de federalismo que las coordine. Cada una tiene sus características, funciones y diferencias. Y todas ellas, de alguna manera, se interactúan y a veces se solapan.
Los ayuntamientos son, junto al Estado, la institución más antigua y la más próxima al ciudadano. En la Atenas clásica, ciudad y Estado coincidían. Todas las demás instituciones son posteriores y algunas de muy reciente y dudosa creación. Las mancomunidades se crearon en 1870 con un objetivo: que los municipios más pequeños se agruparan en función de su proximidad para compartir servicios (especialmente basuras y abastecimiento de agua) y pagar, entre todos, sus costes. En Aragón han funcionado perfectamente, tanto funcional como económicamente, hasta la aparición de las comarcas, que han absorbido sus funciones y han encarecido desproporcionadamente su coste. Las comarcas son casi especificidad de Aragón. Han sido propuestas por el PAR para consolidar su implantación territorial, y tanto el PSOE como el PP no han tenido más remedio que aceptar el chantaje, ya que ambos lo necesitan para conformar mayorías de gobierno.
Hoy, las diputaciones provinciales están funcionando bien, actuando como verdaderos consejos comarcales o, mejor dicho, como deberían actuar los consejos comarcales. Estos entes locales desarrollan sus competencias sobre una población y actúan en función de unas fórmulas de representación política y de una estructura administrativa que, paradójicamente, deberían constituir los parámetros idóneos de cualquier proceso descentralizador que aspire a administraciones locales dotadas de autonomía gerencial, sin presupuestos condicionados y con medios suficientes.
Casi 40 leyes han sido necesarias para regular y crear el entramado comarcal aragonés. Treinta y dos comarcas creadas de treinta y tres previstas y, sin embargo, más de 700.000 aragoneses (Zaragoza y municipios limítrofes) están sin comarca. Está claro que lo fundamental es el municipio: oír a los municipios, o sea, a los ciudadanos y crear unas estructuras claras y distintas en beneficio del municipio. Y habilitar un órgano decisional que articule las decisiones a tomar, que evite solapamientos de inversiones y decisiones, que optimice y equilibre las inversiones y que genere sinergias entre todos los ámbitos.
Profesor de Filosofía

sábado, 7 de julio de 2012

Reivindicando la política (socialista) No es la política la que debe adaptarse a la economía, sino esta a aquélla. Está en juego la democracia


Como declaración de intenciones sirva este primer párrafo. Los partidos políticos son imprescindibles en un sistema democrático. Lo mismo ocurre con los sindicatos. La inexistencia de los partidos políticos supone la existencia de una dictadura. Los partidos políticos actuales surgen en el siglo XIX, como consecuencia de la perversión del sistema liberal surgido en la Inglaterra del XVII y la aparición de dos clases sociales queMarx llamó opresores y oprimidos. Los oprimidos, terriblemente oprimidos, se vieron obligados a crear sindicatos y partidos políticos (todos de izquierdas y todos obreros) como la única manera de defenderse de aquel capitalismo voraz y explotador de la época.
El marxismo especialmente y el anarquismo en menor medida fueron la filosofía política que alimentó a los nuevos grupos. Desde entonces, existe la política moderna como la más noble y eficaz de las artes humanas para organizar la sociedad desde una perspectiva de dignidad humana.
La elección de Hollande y la victoria socialista en Francia deben animar a los socialistas españoles (y aragoneses) a elaborar un nuevo discurso socialdemócrata. El momento es paradójicamente bueno. La crisis que nos invade y la estadía en la oposición deben generar serenidad en el análisis y audacia en las propuestas. La dialéctica economía-política debe inclinarse hacia la política, pero una política que haga posible el equilibrio entre la racionalidad de la gestión pública y el crecimiento económico, de manera que vayamos regenerando el Estado de bienestar que se esta deteriorando de una forma que algunos intentan que sea definitiva.
HAY QUE reivindicar la política porque es la propia democracia la que está en peligro. La socialdemocracia nunca ha perdido el discurso de la igualdad y la cohesión social pero su praxis no ha sido muy coherente. Ha fallado en la gestión de la res pública. Nadie puede dudar de los grandes logros de los gobiernos socialistas en Europa y en España, pero el socialismo se ha dejado arrebatar el argumento económico. Eso de que en tiempos difíciles solo sabe gobernar la derecha. Como si la utopía sobrase una vez que llegas al gobierno.
La utopía, por definición, es imposible aquí y ahora, pero no en otro lugar o en otro momento, además de ser siempre un motor para la acción política. La utopía debe formar parte del discurso pero también del proceso político socialdemócrata.
Hay que dejar claro que la socialdemocracia es siempre una opción con vocación de gobierno, ya sea en solitario o en coalición. Y su futuro electoral pasa indefectiblemente por volver a convencer a sus potenciales electores de que su discurso y su praxis se han regenerado y han comprendido el momento actual de España y de Europa. Para ello deben integrar en su discurso y praxis la participación popular, auténtica asignatura pendiente de todos los partidos políticos.
Pero no una participación de corte populista, demagógica e ineficaz, donde los de siempre hablan de lo de siempre, sino una participación de estructura focal y sectorial, contando con expertos (no tecnócratas) y gente con opinión fundada sobre las cuestiones fundamentales de la sociedad. Esto es lo que en formulación estratégica se denomina transformar la crisis en oportunidad, y no en oportunismo.
Como ya he dicho varias veces, la referencia es Europa. Tenemos que trabajar por una Europa progresista desde una España progresista. Solo así recuperaremos la capacidad política necesaria que posibilitará la Europa modélica que fundó el Estado de bienestar y se convirtió en la referencia mundial de la igualdad y la cohesión social, frente a los famosos mercados que intentan caricaturizar ese modelo social aprovechando la coartada de la crisis. En la dialéctica mercado-sociedad debe prevalecer la sociedad, austera y racional, con prioridades claras, con uso y no abuso de los recursos públicos, y con un observatorio permanente de la pobreza, especialmente desde los dos parámetros fundamentales de la vivienda y el trabajo.
PARA ESTA TAREA casi ciclópea hay que luchar contra la desafección política de la ciudadanía, contra los enfoques nacionalistas o regionalistas, contra el euroescepticismo y contra el apoliticismo. Solo así recuperaremos el concepto de lo público como condición imprescindible para la solución de los problema sociales, pues éste y no otro es el objetivo de la acción política.
Profesor de filosofía

sábado, 23 de junio de 2012

La crisis, los partidos y todo lo demás La primera y más nítida consecuencia de la coyuntura actual es el adelgazamiento del Estado de bienestar


MARIANO Berges 23/06/2012
Las elecciones locales y autonómicas de mayo y las generales de noviembre, ambas en el año 2011, llevaron al PSOE del gobierno a la oposición en casi toda España. Y, a contrario, llevaron al PP de la oposición al gobierno de la mayoría de las instituciones y organismos españoles. Unas siglas más, las del PSOE, que fagocitaba la crisis. Aunque no solo por la crisis, también por su mala praxis institucional y política.
Pero la crisis sigue, y aumenta, y cada día sus gurús nos meten más miedo con esta "economía del miedo" que J. Estefanía puso de título a un libro suyo, magnífico en su análisis e interpretación de la situación actual. La primera y más nítida consecuencia de la coyuntura actual es el adelgazamiento del Estado de bienestar. Empobrecimiento económico general de las clases medias, que son la espina dorsal de una sociedad equilibrada y moderna, la asfixia existencial de los estratos económicamente bajos, la progresiva exclusión social de la juventud, y la regresión de una serie de conquistas sociales que van quedando pospuestas por la "urgencia" de la crisis (sindicales, educativas, sanitarias, femeninas, mediambientales, sexuales, culturales, etc.).
Hablar de la dimensión económica de la crisis ya empieza a ser reiterativo: la prima de riesgo, el IBEX, el rescate financiero, los bancos y cajas, Europa y España, la economía y la política, las contradicciones explicativas de no se sabe qué, los eufemismos y mentiras. Prácticamente, todas las cuestiones que interesaban y que eran contenido de informativos y medios hace solo dos años, han dado paso al monotema de la crisis y sus consecuencias. Y las cuestiones relegadas han desaparecido de todos los grandes titulares, y por extrapolación, de la realidad. De lo que no se habla no se sabe.
Hay muchos políticos que piensan que la detentación del poder es para siempre, o al menos para mucho tiempo. Y piensan también que con inaugurar cosas y salir en los medios ya está asegurada la reelección. Craso error. Eso es tratar a la gente como poco inteligente y ciega socialmente. La gente cuando vota, salvo los fieles --que cada vez son menos--, lo hace por un egoísmo inteligente: vota a aquel que piensa que va a atender mejor sus legítimos intereses. Y eso explica los cambios electorales, a veces muy fuertes, porque la ciudadanía castiga a los que entiende que lo hacen mal. Es incorrecto pensar que los grandes partidos tienen su rentabilidad electoral solo por sus medios económicos. Los partidos responden a grandes líneas de pensamiento e intereses generales de la sociedad. Los partidos, sobre todo, son instrumentos que la sociedad ha creado para que representen las distintas formas de organización social que los grandes grupos sociales defienden como la mejor. Y por eso hay pluralidad de partidos, porque hay pluralidad de opiniones y de maneras de entender la organización de la sociedad desde todos los puntos de vista: político, económico, cultural, social, educativo, etc.
Por todo ello, un partido debería hacer primero sociología y después política. Antes de nada, hay que entender por qué pasa lo que pasa, y después elaborar un relato explicativo con unas pautas de transformación creíbles y viables. A ello debe acompañar unos rostros también creíbles como los encargados de intentar hacer realidad ese relato. Un partido político es como un consejo de administración de un negocio que es nada más y nada menos que la propia sociedad. Y así como un buen consejo de administración elige las personas más preparadas para llevar a cabo la gestión de su negocio, un partido político riguroso debería hacer lo mismo.
Ya sé que los orgánicos de los partidos se me van a echar encima con los criterios de mayorías y minorías internas, la correlación de fuerzas y las alianzas. Lo entiendo y lo acepto, pero a la hora de la gestión pública que, al menos, se elija a los mejores de entre esas "sensibilidades". De lo contrario, habrá que pensar que eso que dice "la gente" sobre la meritocracia orgánica como único valor para estar en los lugares de decisiones, es verdad. En cualquier caso, en las situaciones humanas no existe el blanco y el negro, casi todo son tonos grises, desde el gris perla al gris marengo, y lo que todo partido político debe hacer es reflexionar sobre lo que le gente necesita y desea e intentar poner los medios y las personas que lo hagan posible. Para ello, se necesita gente capaz y honrada. Solo son dos palabras: capaz y honrada. ¿Tan difícil es? ¿O es que no se trata de eso y se trata de otra cosa? Profesor de Filosofía

sábado, 9 de junio de 2012

¿Qué está pasando en España?


El país se tiene que europeizar más, en sus modos democráticos y en una gestión eficiente

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Es evidente que actualmente existe una percepción social en España muy negativa acerca del desarrollo de la crisis, sobre el qué y sobre el cómo. Pongamos algunos ejemplos:
Existe una percepción negativa de los políticos y, por extensión, de la política. Cuarenta años de franquismo son parte causal de la desafección política, ciertos medios de comunicación y otros creadores de opinión trabajan diariamente su descrédito, pero la mala práctica política es la razón importante del fenómeno. Si a ello añadimos que la situación actual no parece depender mucho de los políticos ¿para qué queremos y pagamos a los políticos? Peligrosa conclusión. De hecho, en toda Europa están floreciendo organizaciones de extrema derecha, grupos fascistas y manifestaciones antisistema, con la excusa de la crisis actual y la consiguiente desafección política.
Además está la corrupción (no solo política). La corrupción siempre es negativa, pero lo peor de todo no son los corruptos sino la tolerancia social sobre la corrupción. Solo los principios éticos y las convicciones democráticas nos pueden liberar de este cáncer. La honestidad personal y la transparencia legal son dos elementos imprescindibles en la regeneración democrática.
Último acontecimiento (por ahora), Bankia. La ineptitud de los gestores, la corrupción de los sueldos y pensiones de sus directivos, la no vigilancia de los órganos oficiales, la chapuza gubernamental de su solución y la ausencia total de explicación sobre su génesis, proceso y coste, hacen de ello un paradigma de lo que no se debe hacer. Las consecuencias de esta catástrofe financiera van a afectar a todo el sistema financiero y a la credibilidad de España en su conjunto. Mientras se configura una unión bancaria europea, el BCE tiene la responsabilidad de ayudar a evitar el desplome de las deudas nacionales, con las contrapartidas necesarias.
Algunos dirán que la percepción puede no coincidir con la realidad, que sería otra no tan negativa. Pero no. Los sistemas sociales funcionan por las percepciones de la mayoría. Así funcionan las elecciones libres, los mercados, las acepciones, los éxitos y hasta los afectos. Incluso la realidad está construida, en gran parte, por las percepciones de las mayorías.
Ahora bien, ¿de dónde provienen nuestras percepciones? Hume decía que procedían de los sentidos. Los constructivistas inciden más en la influencia de nuestro estilo cognitivo, que selecciona nuestras percepciones. ¿Y qué realidad llega a nuestra mente? Fundamentalmente, la que captamos a través de los distintos medios de comunicación social y demás creadores de opinión. Y aquí topamos con un gran poder, aparentemente disperso y plural, pero que alimenta un sentido y una dirección que Marx definía como la superestructura cultural que justifica la estructura económica de la base.
Una pregunta se impone, ¿dónde están los intelectuales? Porque da la impresión que todo lo que está pasando está predeterminado y es inevitable. Y, además, como es de índole económica, ni siquiera podemos entenderlo. Desde la racionalidad griega e ilustrada, siempre hemos defendido la acción política como la única manera humana de corregir las situaciones adversas. Pero hace falta interpretar correctamente la política y su estrecha relación con la ética. En el fondo, la ética y la política es lo mismo, solo que la primera opera en la dimensión individual y la política no es más que la ética en su aplicación social y comunitaria. No puede ser que la discusión sobre la construcción europea se produzca exclusivamente en el campo de los técnicos, sin atender al debate político y moral que implica la economía. Porque los famosos recortes se hacen para solucionar los errores y delitos cometidos por los poderosos, pero afectan fundamentalmente a la gente más vulnerable del sistema.
La solución, como ya he dicho otras veces, es más y mejor Europa. A España siempre le ha ido bien con Europa y muy mal, aislada de Europa. Precisamente, el modelo europeo se ha caracterizado por defender un pacto social que equilibra los costes y beneficios socioeconómicos. Pero España se tiene que europeizar más, en sus modos democráticos y en una gestión eficiente. La austeridad no está reñida con el crecimiento, pero la austeridad exige siempre prioridades sociales. ¿Podría ser la gran coalición política un remedio, en lugar de la confrontación interpartidista? No vaya a ser verdad la frase de Krugman "La crisis que estamos atravesando es fundamentalmente gratuita: no hace falta que suframos tanto ni destruir la vida de tanta gente".
Profesor de filosofía