viernes, 23 de febrero de 2024

DE AGRICULTURA Y DE LOS AGRICULTORES

 


Por razones geográficas y culturales tengo un gran afecto por los agricultores y ganaderos. Provengo de Ejea, importante pueblo agrícola de la provincia de Zaragoza, aunque yo no he sido agricultor. Por todo ello, creo tener una mínima cultura agrícola. Mis comienzos políticos serios coinciden en el tiempo de la guerra del maíz aragonés de los años setenta. Las protestas de entonces eran por el bajo precio de las cosechas y las importaciones de otros países. Que, curiosamente, son algunas de las protestas actuales. Sin embargo, la diferencia entre la agricultura de subsistencia de los años setenta con la agricultura empresarial de hoy es muy grande. Las pequeñas empresas agrícolas familiares no pueden competir hoy con los grandes grupos económicos, más especulativos que agrícolas, y que están en la agricultura como podían estar en cualquier otro tipo de producción.

Si analizamos esquemáticamente las reivindicaciones de las protestas de estos días, podríamos reducirlas a tres: el exceso de burocracia que se exige a los agricultores para tener acceso a las ayudas europeas, la entrada de productos extracomunitarios sin los mismos controles fitosanitarios  que los europeos y las restricciones medioambientales que la UE impone por razones climáticas. La falta de relevo generacional no es algo nuevo, pues ya existía hace muchos años, aunque en la actualidad se ha acrecentado. Añádase a todo esto la sequía, ya casi estructural, de los últimos años.

Los interlocutores representantes de los agricultores y ganaderos son los sindicatos de izquierdas COAG (UAGA en Aragón) y UPA, el derechista ASAJA (adscrita a la CEOE) y la fantasmal plataforma F-6, próxima a VOX y que no es reconocida como interlocutor. En Cataluña existe la Unión de Pagesos, con tinte nacionalista catalán. El sindicato Solidaridad de Vox ha intentado hacerse un hueco en las protestas, pero no lo ha conseguido. Las Administraciones son la UE en primer lugar, el Gobierno español como interlocutor ante la UE y las CCAA como una Administración de menor entidad, aunque importante para las gestiones y ayudas más ordinarias.

En estos momentos, los distintos factores culturales o identitarios que se encuentran en las reivindicaciones de la izquierda española (igualitarias, sexuales ambientales, nacionalistas…) han dejado un tanto de lado los apoyos a una agricultura familiar, que antaño estaba en el centro de sus políticas reivindicativas. De ahí la acusación de urbanita que el asilvestrado VOX hace al resto de sindicatos y partidos, a los que acusa de dogmatismo ambiental desde su negacionismo climático. Y con las elecciones europeas ya próximas, el voto del campo, aunque reducido en el cómputo total, puede ser importante. A ello juegan la derecha y la ultraderecha, en España y Europa. Cuidado.

El Gobierno español contrataca prometiendo intervenir a favor de los agricultores en la cadena alimentaria y en la farragosa burocracia europea (el cuaderno digital) a fin de luchar contra la precariedad de recursos de los agricultores españoles. No dice nada sobre configurar otro posible tipo de reparto de los fondos de la PAC (Política Agraria Común), que son muy cuantiosos (el 30 % de la totalidad de fondos europeos), pero que van a parar en su mayor parte a los grandes latifundios y grandes grupos empresariales alimentarios. Y, sobre todo, poco se puede hacer en el control nacional e internacional de los precios alimentarios, sobre todo por la explotación que el primer mundo ejerce sobre los países menos desarrollados, y que nos favorece a los consumidores, a pesar de la inflación actual, pero que perjudica gravísimamente a los pequeños agricultores y ganaderos.

En definitiva, la situación es muy compleja y muy difícil de solucionar. Se trata de un proceso que viene de lejos y que va para largo. Y que se complica con la complejidad de la problemática medioambiental por el cambio climático, que atañe a todo el espectro fitosanitario, a los combustibles, y a un sinfín de normativas medioambientales. El Pacto Verde Europeo va a constituir el muro a derribar por la derecha y extrema derecha en los próximos años.

Está claro que vivimos en un mercado liberalizado y abierto a todo el mundo, y que la capacidad de negociación entre los distintos agentes es más necesaria que nunca. El minifundismo agrícola español se diluye en el marasmo mundial y tiene muy poca capacidad interlocutora en la imposición de precios y calidades. Solo avanzando en las economías de escala tendremos unos mínimos incrementos de productividad para poder subsistir en esta selva que cada día devora más a la agricultura familiar, mayoritaria en España y Europa.

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

viernes, 9 de febrero de 2024

POLÍTICA Y FILOSOFÍA



Ambas han sido las dos dimensiones  profesionales de mi vida. De cuarenta años que he estado en la vida pública, veinte han sido como político o cargo público y otros veinte como docente de filosofía. En ambas he disfrutado y de la práctica de ambas he aprendido. La impartición de clases me ha servido para la dialéctica política (para saber ganar y para saber perder). Siempre me he sentido socrático en la discusión, si gano enseño y si pierdo aprendo. Por eso, cuando perdemos en una discusión deberíamos dar las gracias, pues nos ha introducido en una nueva perspectiva que enriquece nuestro proyecto personal, hemos transitado del error a la verdad.

He conocido la política y a los políticos, aunque la política que yo viví era muy distinta a la de ahora. No voy a cometer la grosería de afirmar la superioridad de los políticos de antes a los de ahora. Son momentos distintos que necesitan políticos distintos. Defender los viejos principios frente al pragmatismo actual es caer en el esencialismo. Y la política siempre ha sido la dimensión práctica de la filosofía. Todo lo contrario al esencialismo, que se lleva mejor con situaciones más fijas y estables que piden conceptos más rígidos y un pensamiento fuerte. La situación actual, líquida la llaman muchos, proveniente del pensamiento débil y anclada en la posmodernidad, exige un aprendizaje permanente y un cambio continuo frente a situaciones siempre nuevas y con ciudadanos que tienen la incertidumbre como marco configurador de sus vidas. Por eso, la política debe estar también en un cambio permanente en el que los viejos conceptos rígidos quizás ya no sirven. La humildad es quizás una de las virtudes más científicas en un dirigente de cualquier actividad. La humildad y la curiosidad que comporta toda apertura mental son el origen de la sabiduría. Por eso no es bueno perdurar mucho tiempo en los cargos públicos, porque se pierde frescura, y, con las adulaciones que continuamente se reciben, acaba uno por creerse dueño natural de ese cargo, que le va que ni pintado.

Y junto a la política y la filosofía está el lenguaje, que es un instrumento, y como tal puede ser usado o abusado. Entiendo por usado cuando se hace un uso correcto de él, o sea, que sirva para comunicar el pensamiento del hablante. Entiendo por abuso del lenguaje cuando se pervierte su uso y se usa para mentir, o sea, para ocultar el pensamiento de quien habla o para transmitir algo falso o incoherente. Tanto callar cuando hay que hablar como hablar sin decir nada es uno de los grandes fraudes de la política. “La verdad se corrompe o con la mentira o con el silencio”, decía Cicerón. Las declaraciones públicas de los políticos con frecuencia son puramente retóricas. Se dice lo que no se piensa y se piensa lo que no se dice. El lenguaje político, en este caso, en vez de transformar la realidad sirve para enmascararla. “Yo hago lo que me dicta mi conciencia a través del pinganillo”, decía una irónica viñeta de El Roto.

La interrelación entre filosofía, política y lenguaje está más que contrastada. Sus fundamentos se necesitan e interactúan entre ellos. El conocimiento de ellos debería ser una práctica básica para los políticos. Y su correcto ejercicio daría a los ciudadanos pautas para la comprensión y distinción entre unos políticos y otros. Vemos, pues, que para eso sí que sirve la filosofía. No en un sentido profesional sino en otro más elemental: reflexionar sobre lo que pasa. Los primeros filósofos griegos (Tales y compañía) usaban un método muy sencillo pero profundo: observar la realidad y reflexionar sobre ella. Además de no hacer lo que se había hecho hasta entonces: encomendar al más allá la solución de nuestros problemas. Mirar bien para poder ver la realidad, y reflexionar bien para operar en consecuencia. Eso es la filosofía y eso debería ser la política. El lenguaje sería la traducción correcta de ambas.

Mariano Berges, profesor de filosofía