lunes, 23 de octubre de 2023

UNA SITUACIÓN COMPLEJA Y COMPLICADA

 



En fecha 4-09-2022 escribí mi último artículo en este periódico. Transcurrido este tiempo me arriesgo a seguir opinando en una época muy movida y en la que no es fácil situarse, salvo soltando unas cuantas obviedades.

La situación es compleja y complicada. Lo complejo concierne al pensamiento y lo complicado a la acción. Sirva este primer artículo del regreso para hacer un ejercicio de situación sobre la actualidad. Y me ceñiré a tres asuntos principales: las dos guerras, Ucrania y Palestina-Israel, y la investidura política pendiente en España.

1. Sigue la guerra de Ucrania sin pinta de finalizar en mucho tiempo. Es lo que se llama una guerra enquistada. Y los mercaderes de armamento siguen con el mercado abierto, en el que se consumen productos próximos a caducar y se experimentan otros nuevos para que los patente su uso. ¿Qué tiene que suceder para que finalice esta masacre de vidas, empobrecimiento económico y exilio de la población? ¿De verdad que ayudando a un bando para que venza al otro esta guerra se acabará? La experiencia parece enseñar que si una guerra no es rápida se enquista en el tiempo. ¿Solución? La habría si los grandes poderes quieren. Hay que valorar situaciones nuevas, por ejemplo, volver a la situación originaria del día de antes del comienzo de la guerra y empezar a negociar. Exactamente lo que no se hizo en su momento. Está claro que debe haber un punto de partida: ni Rusia puede anexionarse nada por la fuerza ni la OTAN puede expandirse hacia Rusia. Y a partir de ahí, a negociar. ¿O no es esto una prolongación de la guerra fría?

2. La guerra de Oriente Medio entiendo que es más complicada por su duración, y los intereses en juego, pues existe desde1948, momento de la creación del Estado de Israel, con nocturnidad y alevosía. Todo el mundo sabe que hasta que no haya dos Estados, Israel y Palestina, coexistiendo uno al lado de otro, esta guerra no finalizará. La responsabilidad de las grandes potencias es inmensa y terrible. El odio entre las dos partes cada día es más profundo, lo que hace más difícil la paz. En un par de ocasiones se estuvo cerca de la paz, pero siempre saltaba una chispa que lo abortaba. Mientras tanto, la gente sigue muriendo y los mercaderes engordando. Ya vale de soflamas patrióticas y empecemos a usar en serio la ONU. ¿Qué no sirve para nada? Configuremos otra instancia más operativa y ágil. Ya Kant afirmó en el s. XVIII que la paz del mundo era la cuestión más importante de la humanidad. Pues parece que no solo no nos hemos enterado sino que no nos interesa.

3. Pasemos a la esfera nacional española. Habrá que empezar por afirmar que solo hay una nación, y que el resto son nacionalidades o regiones. Y que una nacionalidad no es una nación. Aquí la confrontación es doméstica, pero, en el fondo, el asunto sustancialmente es el mismo: intereses de las partes y de los individuos. Al menos en España, si no nos exacerbamos demasiado, hay unas reglas de juego que cumplir. Y mientras estas reglas de juego democráticas (Constitución y elecciones) estén en manos del Estado nadie puede erigirse e imponerse sobre los demás, a no ser que los demás así lo acepten. El único sujeto político constitucionalmente es la nación española, o sea, el conjunto de todos los españoles.

En estos momentos, hay pendiente una investidura del próximo jefe de gobierno. Nos guste más o menos, hay que seguir las normas establecidas por el juego democrático y ejercidas por los agentes constitucionalmente también establecidos (partidos políticos, Parlamento y jueces) y hacer valer el sistema por encima de las individualidades. En definitiva, todo el mundo puede opinar, todo el mundo tiene que ajustarse a las leyes, todo debe discutirse y votarse en el Parlamento y todo debe supeditarse a los tribunales de justicia. Las normas están claras y el juego ha empezado. A unos les gusta más unos resultados que otros. Obvio. Pero hay que aceptar las reglas del juego sin manifestaciones apocalípticas ni exclusiones apriorísticas. Ya sabemos todos que nuestro sistema es proporcional y quien ocupe la presidencia del Gobierno dependerá de la decisión de una mayoría de diputados en el Parlamento. Por eso Feijóo no alcanzó la presidencia, porque no tenía una mayoría suficiente de diputados. Y ahora Sánchez la puede (o no) alcanzarla. Para conseguir este objetivo hay que estar a lo que digan las leyes y la Constitución. Y si no lo están, y aunque lo voten 176 diputados, el Tribunal Constitucional dictará sentencia en contrario.

¿Cuál es, pues, el miedo? Yo no tengo miedo. Porque confío en que todos cumplan con su obligación. Mientras tanto, todos, incluso yo, podemos opinar con mayor o menor fundamento. Y la palabra-concepto que concita todas las opiniones es amnistía: que si es legal o no; que si es constitucional o no; que si es moral o no; que si es políticamente viable; que tiene que estar dentro de la Constitución.  Yo, como no soy jurista y menos aún jurista constitucionalista, he leído muchas opiniones de gente experta y otros no tan expertos en derecho constitucional. He aprendido mucho y desde mi ignorancia, me atrevo a afirmar que Sánchez tiene todo el derecho a negociar e intentar pactar con todos los partidos políticos. Otra cuestión es la interpretación política que cada uno pueda hacer de los socios con los que negocie o pacte. Lo que no puede hacer es pactar cuestiones que sean inconstitucionales. Y, políticamente, la medida de gracia que se adopte deberá servir para avanzar en la convivencia Cataluña-España, y no solo en beneficiar a los delincuentes.

Hasta aquí todo parece correcto. Pues hágase. ¿Que algunos votos son imprescindibles pero exigen contrapartidas inconstitucionales? No puede hacerse aunque lo aprueben 176 diputados. El TC podrá y deberá desautorizarlo. ¿Repetir elecciones? Pues volveremos a votar.

Seguiremos informando. Gracias.

                                    Mariano Berges, profesor de filosofía