En fecha 4-09-2022 escribí mi último artículo en este periódico. Transcurrido este tiempo me arriesgo a seguir opinando en una época muy movida y en la que no es fácil situarse, salvo soltando unas cuantas obviedades.
La situación es
compleja y complicada. Lo complejo concierne al pensamiento y lo complicado a
la acción. Sirva este primer artículo del regreso para hacer un ejercicio de
situación sobre la actualidad. Y me ceñiré a tres asuntos principales: las dos
guerras, Ucrania y Palestina-Israel, y la investidura política pendiente en
España.
1. Sigue la guerra de
Ucrania sin pinta de finalizar en mucho tiempo. Es lo que se llama una guerra
enquistada. Y los mercaderes de armamento siguen con el mercado abierto, en el
que se consumen productos próximos a caducar y se experimentan otros nuevos
para que los patente su uso. ¿Qué tiene que suceder para que finalice esta
masacre de vidas, empobrecimiento económico y exilio de la población? ¿De
verdad que ayudando a un bando para que venza al otro esta guerra se acabará?
La experiencia parece enseñar que si una guerra no es rápida se enquista en el
tiempo. ¿Solución? La habría si los grandes poderes quieren. Hay que valorar
situaciones nuevas, por ejemplo, volver a la situación originaria del día de
antes del comienzo de la guerra y empezar a negociar. Exactamente lo que no se
hizo en su momento. Está claro que debe haber un punto de partida: ni Rusia
puede anexionarse nada por la fuerza ni la OTAN puede expandirse hacia Rusia. Y
a partir de ahí, a negociar. ¿O no es esto una prolongación de la guerra fría?
2. La guerra de Oriente
Medio entiendo que es más complicada por su duración, y los intereses en juego,
pues existe desde1948, momento de la creación del Estado de Israel, con
nocturnidad y alevosía. Todo el mundo sabe que hasta que no haya dos Estados,
Israel y Palestina, coexistiendo uno al lado de otro, esta guerra no
finalizará. La responsabilidad de las grandes potencias es inmensa y terrible. El
odio entre las dos partes cada día es más profundo, lo que hace más difícil la
paz. En un par de ocasiones se estuvo cerca de la paz, pero siempre saltaba una
chispa que lo abortaba. Mientras tanto, la gente sigue muriendo y los
mercaderes engordando. Ya vale de soflamas patrióticas y empecemos a usar en
serio la ONU. ¿Qué no sirve para nada? Configuremos otra instancia más
operativa y ágil. Ya Kant afirmó en el s. XVIII que la paz del mundo era la
cuestión más importante de la humanidad. Pues parece que no solo no nos hemos
enterado sino que no nos interesa.
3. Pasemos a la esfera
nacional española. Habrá que empezar por afirmar que solo hay una nación, y que
el resto son nacionalidades o regiones. Y que una nacionalidad no es una
nación. Aquí la confrontación es doméstica, pero, en el fondo, el asunto
sustancialmente es el mismo: intereses de las partes y de los individuos. Al menos
en España, si no nos exacerbamos demasiado, hay unas reglas de juego que
cumplir. Y mientras estas reglas de juego democráticas (Constitución y
elecciones) estén en manos del Estado nadie puede erigirse e imponerse sobre
los demás, a no ser que los demás así lo acepten. El único sujeto político
constitucionalmente es la nación española, o sea, el conjunto de todos los
españoles.
En estos momentos, hay
pendiente una investidura del próximo jefe de gobierno. Nos guste más o menos,
hay que seguir las normas establecidas por el juego democrático y ejercidas por
los agentes constitucionalmente también establecidos (partidos políticos, Parlamento
y jueces) y hacer valer el sistema por encima de las individualidades. En
definitiva, todo el mundo puede opinar, todo el mundo tiene que ajustarse a las
leyes, todo debe discutirse y votarse en el Parlamento y todo debe supeditarse
a los tribunales de justicia. Las normas están claras y el juego ha empezado. A
unos les gusta más unos resultados que otros. Obvio. Pero hay que aceptar las
reglas del juego sin manifestaciones apocalípticas ni exclusiones
apriorísticas. Ya sabemos todos que nuestro sistema es proporcional y quien ocupe la
presidencia del Gobierno dependerá de la decisión de una mayoría de diputados
en el Parlamento. Por eso Feijóo no alcanzó la presidencia, porque no tenía una
mayoría suficiente de diputados. Y ahora Sánchez la puede (o no) alcanzarla.
Para conseguir este objetivo hay que estar a lo que digan las leyes y la
Constitución. Y si no lo están, y aunque lo voten 176 diputados, el Tribunal
Constitucional dictará sentencia en contrario.
¿Cuál es, pues, el miedo? Yo no tengo miedo. Porque
confío en que todos cumplan con su obligación. Mientras tanto, todos, incluso
yo, podemos opinar con mayor o menor fundamento. Y la palabra-concepto que
concita todas las opiniones es amnistía: que si es legal o no; que si es
constitucional o no; que si es moral o no; que si es políticamente viable; que
tiene que estar dentro de la Constitución. Yo, como no soy jurista y menos aún jurista
constitucionalista, he leído muchas opiniones de gente experta y otros no tan expertos
en derecho constitucional. He aprendido mucho y desde mi ignorancia, me atrevo
a afirmar que Sánchez tiene todo el derecho a negociar e intentar pactar con
todos los partidos políticos. Otra cuestión es la interpretación política que
cada uno pueda hacer de los socios con los que negocie o pacte. Lo que no puede
hacer es pactar cuestiones que sean inconstitucionales. Y, políticamente, la
medida de gracia que se adopte deberá servir para avanzar en la convivencia
Cataluña-España, y no solo en beneficiar a los delincuentes.
Hasta aquí todo parece correcto. Pues hágase. ¿Que
algunos votos son imprescindibles pero exigen contrapartidas inconstitucionales?
No puede hacerse aunque lo aprueben 176 diputados. El TC podrá y deberá
desautorizarlo. ¿Repetir elecciones? Pues volveremos a votar.
Seguiremos informando. Gracias.
Mariano
Berges, profesor de filosofía