sábado, 21 de diciembre de 2013

¿ES EUROPA LA SALIDA DE LA CRISIS?


El problema teórico de la situación actual no es tanto de diagnóstico como de propuestas. No es agradable estar haciendo siempre de agorero y que no asome una ligera esperanza en el horizonte. Pero es profunda deshonestidad intelectual hablar de que la crisis se acaba. Decía J. Barnes que “Para obtener una reputación de lucidez hay que ser un pesimista que predice un final feliz”. No me atrevo yo a tanto. La globalización financiera de los mercados es tan abrumadora que los discursos progresistas, en su más amplio espectro, no transcienden la retórica.
No obstante, vamos a intentar cumplir con una mínima ética analítica y forzar alguna esperanza. ¿Es Europa la palabra clave? Actualmente, hay socialismo en los gobiernos de Alemania, Italia, Francia y no muy tarde posiblemente en Inglaterra. ¿España también? Ojalá. Estamos hablando de los principales países europeos y, sin embargo, no hay ninguna garantía de algún cambio positivo y significativo en el cambio de rumbo. ¿Se ha convertido Europa en una región irrelevante en la nueva globalidad? ¿Tiene Europa margen de maniobra para aplicar políticas distintas al neoliberalismo imperante? Ya sé que son muchos interrogantes, pero esta vez no son retóricos sino reales. La pregunta está bien hecha. La respuesta la ignoro.
Esta situación se parece mucho a la época alejandrina que surge en Grecia en los siglos IV y III a. C. Los griegos pasan de ser ciudadanos de la ciudad-estado ateniense a ser súbditos del imperio alejandrino. Los nuevos pensadores abandonan las grandes cuestiones para refugiarse en la individualidad ética. La política queda aparcada. La magnitud del imperio alejandrino hace imposible cualquier intento de influir en la nueva sociedad. El Jardín de Epicuro y la Stoa de Zenón son las nuevas escuelas. Actualmente, en España, estamos transitando de la condición de ciudadanos a la de súbditos, y además sospechosos (cf. Ley de Seguridad). La individualidad del sálvese quien pueda cada día es más palpable, a pesar de la escenografía benefactora que hemos montado, a la manera de cuidados paliativos que hacen menos sufriente la agonía. Hemos pasado del Estado de bienestar al Estado de beneficencia.
Hoy no toca hablar de la etiología de la crisis en España, por obvia y reiterada. Hoy propongo pensar en todo lo que tenemos pendiente: democratización de los partidos políticos, lucha contra la corrupción, defensa de lo público, igualdad de todos los españoles, regeneración de las instituciones y mejora de su gestión. En definitiva, cómo salir de las crisis varias que nos rodean. Todo ello se conseguirá más eficazmente con una mayor integración europea. Al menos, éste era nuestro horizonte político hasta ahora. Pero, ¿qué Europa nos espera? Los españoles, tras la dictadura, hemos conocido dos Europas: la primera es la incipiente y prometedora Europa de los años setenta y ochenta, que los españoles mirábamos con asombro y sana envidia y la percibíamos como la solución a todos nuestros males; la segunda es la que surge tras 1989 (caída del muro de Berlín y consiguiente monopolio capitalista) y que prosigue en la actualidad. Los objetivos que hoy se plantean pasan más por el control de los mercados financieros que por la puesta en marcha de un pacto europeo por un modelo social avanzado. Europa hoy es más económica que política. Para los españoles de hoy, Berlín o Bruselas son más decisorias que Madrid. Y las relaciones entre los Estados de la UE son más de tipo colonial que federal, con la consiguiente pérdida de su vertebración política, pues el poder radica fundamentalmente en el BCE.
¿Se decidirá Alemania, con su flamante y fuerte gobierno de gran coalición, a ejercer la hegemonía europea con decisión y generosidad? ¿O seguirá actuando más por omisión que por decisión? Sin duda, era más eficaz el eje franco-alemán de los ochenta que la soledad alemana actual. En definitiva, la ausencia de un liderazgo firme e integrador en Europa esta ralentizando y tergiversando el espíritu inicial de la UE, aquél que aspiraba a la configuración de los Estados Unidos de Europa.
Para finalizar, conecto con lo dicho en el segundo párrafo: la presencia actual del socialismo en los gobiernos de los principales países europeos debería suponer un salto cualitativo en la configuración política de la UE en pos de una dimensión social de la que ha carecido hasta ahora. Algo parecido a esa Europa que era Idea, Sueño y Proyecto en sus inicios. De lo contrario, la esperanza se habrá esfumado definitivamente y la ruptura de Europa y del euro se percibirá como la única posibilidad de supervivencia. Como en la época alejandrina.
Mariano Berges, profesor de filosofía


domingo, 8 de diciembre de 2013

LA CONSTITUCIÓN, EL PSOE Y CATALUÑA


La Constitución española (CE) de 1978 es la más democrática de todas las que ha tenido España. Por el fondo y por la forma. El Título I, de los derechos y deberes fundamentales, es una espléndida síntesis de los derechos humanos y sociales más avanzados. La forma consensuada de su elaboración, el clamoroso resultado de la votación en el Parlamento y el Referéndum del pueblo español dan fe de la forma solemnemente democrática con que se aprobó. El ejemplar proceso de su elaboración no es ajeno a la ruptura con los cuarenta años de dictadura franquista. Los españoles añoraban una constitución democrática y la tuvieron en plenitud. Pero la crisis que nos invade, y su malestar generalizado, propicia tambores de guerra en muchos campos. Y el texto constitucional se instrumentaliza por muchos para solventar unos problemas que son claramente políticos y no tanto constitucionales, especialmente en todo lo relacionado con el Título VIII, de la organización territorial del Estado.

Si observamos la pluralidad de opiniones, de juristas, políticos y todo tipo de expertos, vemos que los hay en ambas posiciones, por un lado los que abogan porque la CE tiene ya 35 años y que los cambios en la sociedad han sido tan numerosos e importantes que necesita una adaptación. Y efectivamente, hay motivos razonables para pensar que ciertos aspectos de la Constitución deben ser modificados, porque algunas instituciones políticas acusan desde hace años notorios defectos que exigen cambios profundos. Hay casos claros: ciertos aspectos de las autonomías territoriales, el sistema electoral o la injerencia política en el poder judicial. Por el contrario, hay otros expertos que argumentan que no es necesaria modificación alguna y que las disfunciones que haya se pueden paliar con modificaciones legales sin tocar el texto constitucional.

A todo ello hay que añadir los amagos separatistas de Cataluña como órdago de una inicial postura reivindicativa de mayores recursos económicos (el pacto fiscal). Ante el ruido mediático que rodea toda la parafernalia nacionalista catalana, los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, han tomado posiciones porque a los dos les está afectando electoralmente la deriva del estallido catalán. El PP se recentraliza en su silencio negador de cualquier diálogo que haga sospechar la mínima duda sobre su oposición al intento secesionista. El PSOE tiene un añadido que se superpone al relato central, ya que el PSC, su marca en Cataluña, navega por aguas ambiguas, con el “derecho a decidir” por bandera. En consecuencia, el propio PSOE se divide internamente sobre la relación orgánica con su marca catalana, dada la debacle actual del PSC en los sondeos electorales y su fuerte incidencia para que el PSOE pueda gobernar mañana en España.

Como solución, el PSOE adopta una postura intermedia: una reforma federal de la Constitución que solvente de una tacada el modelo territorial, el problema catalán y hasta ciertas carencias que la crisis ha aflorado, como el blindaje de la sanidad como derecho básico. De esta manera, el partido socialista piensa salir de su estancamiento electoral y tomar la delantera progresista. Indudablemente será la base de su próximo programa electoral. Y sería maravilloso que todos los partidos españoles, una vez solventadas todas las crisis que nos afectan, se pusieran manos a la obra en la tarea pendiente de modificar la CE, con serenidad y tiempo por delante. No es urgente. Siempre que no haya chantajistas que jueguen con las urgencias.

No cabe duda que la jugada es de alta calidad. Pero el problema viene por el lado de su viabilidad. ¿Es serio que un partido con vocación de gobierno proponga algo actualmente inviable en la vida política española como es una modificación en profundidad de la CE? En medio de tanta incertidumbre, aporto mi humilde opinión: abogo por dejar a la Constitución tranquila y centrar nuestras energías en mejorar la eficiencia de las administraciones, de los bancos, de las empresas y de los ciudadanos, que eso y no otra cosa es el meollo de nuestra crisis. En estos momentos, el problema más urgente e importante es propiciar un rigor económico e institucional a este país que se desangra por su propia ineficiencia. Además, el problema principal que tiene nuestra Constitución no es por déficit de contenido sino por incumplimiento en aspectos esenciales: trabajo, vivienda, igualdad… Nos quedaría el problema catalán. Recuerdo que el problema vasco era más sangrante, en su propia literalidad. Y se solucionó. Bueno, pues que los catalanes aguanten su vela, su cruz y su responsabilidad. Que hablen entre ellos (políticos y sociedad) y que piensen los dos partidos más negativamente afectados (CIU y PSC) si no están haciendo el caldo gordo a separatistas y centralistas.

Mariano Berges, profesor de filosofía