sábado, 23 de septiembre de 2017

HARTAZGO DE CATALUÑA

Realmente, el asunto de Cataluña resulta fatigoso y cansino, si no fuera porque es una cuestión realmente importante, tanto para Cataluña como para España. Se repiten los hechos, los ritos, los símbolos, las declaraciones, los insultos, las obviedades… “ad nauseam”. Aunque “la cuestión catalana” se remonta a tiempos lejanos, da la impresión de que en la actualidad la bola de nieve se ha hecho muy grande y parece difícil de parar. También es cierto que los medios de comunicación son reiterativos al máximo y aumentan la percepción de fatiga mental. De cualquier manera, el secesionismo catalán viene de largo y va para largo.
No voy a pasar lista sobre los hechos y declaraciones de los independentistas, de los no-independentistas y de los ambiguos, pues ya se suponen conocidos por todos los interesados. Me dedicaré, como suelo hacer, a pensar en voz alta. Si acaso, solo una afirmación de Juan José Sorozábal, insigne y ponderado constitucionalista, que aclara rotundamente la cuestión “La convocatoria del referéndum es ilegal e ilícita. El Ejecutivo catalán está sujeto a las normas, a la Constitución y a la ley. Y si hay dudas, quien resuelve es una instancia jurisdicional, en este caso el Tribunal Constitucional, que ha dicho que el referéndum no pasa el filtro de nuestro ordenamiento, y no respeta la Carta Magna porque implica un ejercicio de soberanía que le corresponde al pueblo español”.
A partir de aquí podemos hablar de varias dimensiones de unos y otros: políticas, económicas, culturales, jurídicas, territoriales, emocionales y hasta delictivas. Lo que sí parece claro es que, independientemente de qué y cómo transcurra el 1 de octubre de 2017, el bloqueo catalán seguirá, ya que entre las dos posiciones enfrentadas no hay un terreno intermedio sobre el que pactar. Jurídicamente está todo muy claro: España se ha configurado constitucionalmente como un Estado indivisible. Y nos ha ido bien. A unos mejor que a otros, por ejemplo a los catalanes y vascos. Existen en nuestra Constitución muchos aspectos mejorables y, sobre todo, hay una falta de traducción social, por ausencia de normativa que los desarrolle, de los derechos sociales que la CE proclama para todos los españoles. Y entre los derechos básicos, que sí son exigibles, destaca sobre todos el de la igualdad de todos los españoles, independientemente del lugar donde habiten. Por lo tanto, si tras la reforma de corte federalista (si la hubiese) se reconocen especificidades territoriales, lingüísticas, culturales, históricas… en ningún caso puede derivarse de ellas privilegios políticos, jurídicos o económicos. Y lo mismo vale para todo tipo de nominalismo territorial: regiones o nacionalidades, no así naciones que, aparte de confundir y excitar, es un término técnicamente impropio para las CCAA de un Estado único. Porque en el caso de Cataluña, la exigencia es de un Estado independiente, lo que constituye un desafío a todas luces improcedente y rechazable. Porque lo del “derecho a decidir” es un eufemismo de algo que no existe, el derecho de autodeterminación. Si alguien quiere que exista, habrá que cambiar la Constitución y eso, que es respetable, lleva su tiempo y requiere de diálogo (real, no virtual) y consensos.
Si tras el fracaso independentista, aparecen los ilusos de un mayor autogobierno catalán, habrá que esgrimir el derecho básico de la igualdad de todos los españoles. O sea, que no nos engañemos: o hay independencia de Cataluña o hay un Estado único que se llama España. Es curioso que las dos regiones españolas (vascos y catalanes) que mejor les ha ido en la época democrática (y antes) son las más independentistas. ¿Así quieren compensar el proceso histórico desfavorable para los pueblos que, a su propia costa, han permitido el desarrollo económico preferente de sus regiones? ¿Y cómo se entiende que una gran parte de la izquierda, históricamente internacionalista y solidaria, apoya el independentismo insolidario? Realmente imperdonable.
En el fondo de la cuestión catalana hay varios supuestos, de los que destaco dos. El primero, el narcisismo nacionalista de sentirse diferentes y superiores a los demás. Lo que, aparte de injusto, es falso. En segundo lugar, y aprovechándose del primero, la corrupta burguesía catalana (los del 3%) intenta apoderarse del poder para autoindultarse y seguir robando del patrimonio común. Porque no otra cosa es lo que han hecho el legislativo y el ejecutivo catalanes: dar un golpe de estado para apoderarse del poder. Quien no se sienta partícipe de ninguno de los dos supuestos está haciendo un papel de triste comparsa en detrimento propio.
Coda final. Si los tribunales declaran culpables de algún delito, como parece evidente, a los causantes de este desafuero, los delincuentes deberán cumplir rigurosamente las penas que se les imponga. Porque cumplir las penas, aparte de justo, es una buena pedagogía para no insistir en el delito.

Mariano Berges, profesor de filosofía

lunes, 18 de septiembre de 2017

LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA DEL FUTURO (y 3)

Tras dos entregas analíticas sobre la Administración Pública (AP) española, voy a finalizar con esta tercera entrega, intentando sintetizar algunas conclusiones.
Según el artículo 103 de la Constitución Española, la Administración Pública sirve con objetividad a los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho. Creo que esta declaración es un buen espejo donde mirarse todos para saber qué podemos esperar y qué debemos exigir a la Administración.
Para hablar de la actual AP podemos usar dos referencias históricas: Max Weber y la NGP. Weber consolida el modelo legal racional weberiano de una Administración que está separada del y subordinada al poder político. Con Weber, sólo el político es responsable porque usa valores e ideologías. No así el funcionario, que ejecuta las propuestas del político.
Actualmente, la Administración se vuelve más compleja y se necesitan funcionarios con una mayor cualificación técnica en las distintas dimensiones de la Administración. Esta fase se conoce con el nombre de Nueva Gestión Pública (NGP). En ella se producen una serie de reformas administrativas que involucran una gestión por objetivos, usa indicadores de gestión, tiene un claro enfoque hacia el usuario de los servicios, no desprecia la externalización de aquellos servicios no esenciales, sin perder nunca el control y la propiedad del proceso. Y sobre todo, utiliza la evaluación como instrumento para mejorar los procesos productivos de servicios.
Para ser más concisos afirmo en forma de decálogo mis convicciones sobre la materia: 
1. El buen gobierno y la buena administración son conceptos cada día más consolidados en lo que se refiere al ejercicio del poder político dentro de una sociedad democrática y a la calidad de sus instituciones y de los servicios que ellas gestionan o producen.
2. Los partidos políticos han hecho todo lo posible por eliminar los controles administrativos y dejar el máximo espacio al arbitrio de las decisiones políticas. Construir una administración profesional, austera y eficiente es una tarea difícil, pero no imposible. Merece la pena intentar un gran acuerdo político para despolitizar la administración y hacerla de verdad profesional y eficiente.
3. Desde esta perspectiva, la Administración Pública  es esencial, pues sin Administración no hay gobierno posible, por muy buenas que sean las intenciones de la clase política.
4. Gobierno y Administración van de la mano y, por lo tanto, no administrar es desgobernar. Y en España hay instalado un sistema organizado de desgobierno, que está por encima de la política. Los partidos luchan mucho por llegar al poder y cuando llegan no saben qué hacer con él.
5. En el fondo, el desgobierno de la Administración es la constatación de un Estado débil. Y con un Estado débil el ciudadano es más vulnerable.
6. Para la instauración de una Administración decente y eficaz al servicio del ciudadano, se necesitan dos características básicas en los gestores públicos, tanto políticos como funcionarios: decencia y capacidad, especialmente en los cargos de máxima responsabilidad. La decencia es algo tan básico que ni se debería citar. La capacidad hay que demostrarla.
7. La decencia y la capacidad de los servidores públicos constituyen, en definitiva, la seguridad de una Administración Pública legal, eficaz y eficiente, o lo que es lo mismo, cumplidora de la ley, que responde a las necesidades ciudadanas y que lo hace con el coste más barato posible.
8. Una de las razones más claras de la desafección ciudadana hacia la política es la opacidad institucional, la patrimonialización de lo público, el desprecio al Parlamento, la persecución del discrepante, la manipulación de los medios de comunicación, la corrupción y el abuso de poder desde las instituciones. Los ciudadanos perciben  a sus representantes alejados de sus intereses, y a los partidos políticos impermeables a sus demandas.
9. La sociedad española ha evolucionado y demanda cambios. Los ciudadanos no están en contra de la democracia pero sí quieren reformarla para mejorarla.
10. La democracia es un sistema que no cree en la bondad universal y desconfía de la codicia humana. De ahí que exija contrapesos y controles rigurosos para impedir abusos de poder y sancionarlos cuando se produzcan.
Siguiendo a F.Longo, la reforma de la Administración debe ser más cualitativa que cuantitativa: más diseño institucional, más innovación normativa, más desarrollo de capacidades, y no tanto limitarse a los recortes y a la penalización del déficit. No se trata de hacer una Administración menor sino mejor.

Mariano Berges, profesor de filosofía