sábado, 19 de septiembre de 2020

UNA ATMÓSFERA CONFUSA Y ESTÉRIL



 La ventana indiscreta

  En estos momentos, es difícil seleccionar un solo asunto para escribir un artículo. Por descontado que la pandemia sigue y el número de los contagiados aumenta exponencialmente, diga lo que diga la versión oficial. Pero también están pasando otras cosas en paralelo: políticas, económicas, sociales, morales. Por ello, procede hablar de una atmósfera un tanto caótica, con pocos criterios y mucha retórica hueca. Parece que lo que se dice es más para negar al adversario que para afirmar las ideas. Y así, mal vamos, pues toda la energía política se gasta más en neutralizar al contrario que en construir proyectos.

 

Tomemos, por ejemplo, el asunto más importante que tenemos entre manos, tras el encauzamiento de la pandemia. Me refiero a los deberes que tiene que hacer España para recibir los 140.000 millones de euros provenientes de la UE durante los próximos cuatros años. No vaya a ser que por causas internas no los podamos recibir.

 

Para poder recibir ese dinero (la mitad a fondo perdido) España debe tener un plan y unos programas que lo desarrollen. Y todo ello debe partir de los Presupuestos del Estado, todavía en mantillas y sin criterios firmes, pues aún se está debatiendo quiénes y en qué condiciones van a apoyarlos. Una vez que Europa ha demostrado una solidaridad nunca vista, España está enfrentada internamente por pequeños asuntos domésticos que nada favorecen la reconstrucción nacional. Porque los fondos deberán tener un destino muy preciso. Se trata de recuperar la actividad dañada por la pandemia pero también de cambiar radicalmente el modelo productivo español hacia una economía sostenible y digital. Y solo los proyectos que vayan en esa línea prosperarán en Bruselas.

 

El punto de partida español es, por el contrario, analógico, contaminante y precario. La construcción y el turismo siguen siendo sectores principales de la economía y del empleo. Recordemos que, junto con la emigración, constituían la economía española de los años sesenta. Además, son dos sectores de mano de obra muy poco cualificada. No hay por qué abandonarlos pero sí hay que reencauzarlos con tecnología punta y sostenibilidad. Otro sector importante es el transporte, que debe pasar de ser tan exhaustivo por carretera a un mayor transporte ferroviario. Lo mismo cabría decir de la movilidad urbana, que debe impulsar los vehículos híbridos o eléctricos y abandonar los coches más antiguos. Y podríamos seguir.

 

Lo escrito hasta aquí es la realidad que nos apremia, si queremos salir de una vez de nuestro anquilosado modelo productivo, Europa nos ayuda de la mejor manera posible, obligándonos: solo nos financia el modelo económico digital. Dicho de otra manera, si los fondos europeos los queremos usar para seguir como hasta ahora, con el puro ladrillo y el chiringuito de la playa, nuestros programas no serán aprobados por la UE y, por lo tanto, no habrá financiación.

 

¿Qué hacen nuestros dirigentes y nuestros partidos políticos? Discutir a ver quien la tiene más larga, en vez de cooperar conjuntamente en lo importante. Que en estos momentos son fundamentalmente dos aspectos: superar la pandemia y afrontar la economía inmediata. Esto y solo esto es lo importante. Lo demás son minucias para entretener al personal. Y el tiempo apremia, porque en ambos aspectos andamos muy mal. La segunda ola de la pandemia nos ha colocado a la cabeza de los contagios, sin nadie que nos dé una explicación congruente del porqué. Y económicamente, España ha sufrido el impacto más brutal de nuestro entorno: déficit público abultadísimo, desempleo brutal (41%  de desempleo juvenil) y, como ya he dicho antes, un modelo productivo obsoleto.

 

Hace falta, pues, una hoja de ruta clara, consensuada y apoyada por la mayoría de la sociedad y de los partidos políticos. Hace no mucho se hablaba de unos nuevos Pactos de la Moncloa. El momento actual necesita de ellos y de algo más. La responsabilidad de los partidos y sus dirigentes es muy superior a la praxis que están demostrando. Lo lógico sería un pacto entre los dos grandes partidos, evitando la confrontación y llegando a un acuerdo que permita la regeneración del país. Eso no está reñido con las diferencias políticas, eso es patriotismo del sano. Sin embargo, uno, el PSOE, además de ejercer su obligatoria labor de gobierno, no trabaja los pactos con generosidad y juega a arrinconar al PP, mientras que éste juega a intentar que su adversario fracase en el combate contra la pandemia, para que, como consecuencia, pierda el favor de los votantes. Así no vamos a ninguna parte.

 

Se critica a las generaciones de la Transición, pero las actuales generaciones en el poder están haciendo naufragar a la juventud menor de cuarenta años y la están dejando sin posibilidad de un desarrollo mínimo, pues sin un  trabajo digno ni vivienda no hay emancipación posible, y sin emancipación no hay ciudadanía, y sin ciudadanía no existe sociedad. Si con 140.000 millones de euros a nuestra disposición seguimos fomentado la marginalidad económica y social de nuestros jóvenes, la historia nos hará reos de una época abortada.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

martes, 8 de septiembre de 2020

LA REGENERACIÓN INSTITUCIONAL (III)

 





La ventana indiscreta

 En los dos artículos anteriores he esbozado algunas reflexiones y principios sobre la regeneración institucional. En esta tercera entrega, intentaré exponer algunos elementos concretos de la gestión pública.

 

Tras la Segunda Guerra Mundial, la Administración se vuelve más compleja y se necesitan funcionarios con una mayor cualificación técnica en los distintos planos de la Administración. Esta fase se conoce con el nombre de Nueva Gestión Pública (NGP). En ella se producen una serie de reformas administrativas que involucran una gestión por objetivos, usa indicadores de gestión, tiene un claro enfoque hacia el usuario-cliente de los servicios, no desprecia la externalización de aquellos servicios no esenciales, sin perder nunca el control y la propiedad del proceso. Y sobre todo, utiliza la evaluación como instrumento para mejorar los procesos productivos de servicios.

 

El concepto fundamental en toda gestión pública es el de la Planificación Estratégica (PE). Concepto que primeramente se usó en la empresa privada y luego pasó a la empresa pública. Se trata, en definitiva, de aplicar una herramienta nueva de gestión para un tiempo en que existen nuevas demandas y nuevos desafíos, por lo que es útil y necesaria para un ajuste continuo a las nuevas situaciones. Y como las situaciones son cambiantes, esta herramienta de gestión debe ser dinámica, nunca estática. La PE permite clarificar a qué usuarios nos dirigimos y cuáles son sus demandas, que se traducirán en servicios. Desde el punto de vista de la gestión, la PE no admite súbditos sino colaboradores. Todos, desde el ordenanza hasta el director general deben tener creatividad en su ámbito de actividad. La dirección debe fomentar la participación crítica ante unos objetivos claros, alcanzables y medibles. Además, la PE debe ser escrita, pues las palabras se olvidan y la escritura ata el pensamiento. Además, si la Administración, cada Administración, escribe en una Carta de Servicios cuáles son sus objetivos y los indicadores de sus resultados, los ciudadanos pueden evaluar la gestión sin necesidad de retóricas ni mítines. De esta manera serán los ciudadanos los auténticos evaluadores de la gestión.

 

Ahora bien, para elaborar un PE hace falta, por parte de los directivos, desarrollar un pensamiento estratégico: actuar siempre en función de los objetivos a alcanzar, priorizando dichos objetivos y las acciones respectivas, y elaborando indicadores que  permitan contrastar la consecución de los objetivos propuestos. Por descontado que la PE no es una varita mágica, ni se puede usar como mera propaganda, porque también hay peligro de una excesiva burocratización si las decisiones no se descentralizan inteligentemente.

 

En teoría, el sistema debería funcionar perfectamente, ya que conceptualmente y competencialmente el asunto está claro. Sin embargo la percepción social es que funciona mal. En mi opinión, dos son los grandes problemas de la Administración: uno por comisión, la corrupción; y otro por omisión, la eficacia-eficiencia.

 

La corrupción es un abuso de poder que supedita el bien general al beneficio propio. Mediáticamente brilla más la corrupción de los políticos, pero históricamente es más constante la corrupción de los funcionarios. Aún más, los políticos no podrían corromperse sin la cooperación necesaria del funcionario, mientras que éste goza de mucha más autonomía para sus tropelías. El exceso de burocracia, que suelen mostrárnosla como una consecuencia de la complejidad, no es más que la telaraña que oculta la corrupción. Si hubiese una gestión ágil y transparente no habría tanta corrupción.

 

La falta de eficacia-eficiencia (hacerlo bien optimizando los recursos disponibles) es consecuencia de la ausencia de auténticos directivos y de una inexistente coordinación político-administrativa que nos arrastra a la estéril compartimentación de servicios, que sirve para justificarse los políticos y funcionarios pero que deja a la sociedad sin una respuesta rigurosa a sus demandas.

 

Como colofón final, debo decir que estas tres entregas sobre la Función Pública, no es teoría para elucubrar sino que es la propia Constitución quien nos lo demanda. Según el artículo 103 de la Constitución Española, la Administración Pública sirve con objetividad a los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho. Creo que esta declaración es un buen espejo donde mirarse todos para saber qué podemos esperar y qué debemos exigir a la Administración.

Mariano Berges, profesor de filosofía