sábado, 17 de noviembre de 2018

La ventana indiscreta EJERCICIOS ESPIRITUALES PARA POLÍTICOS


 
El ritmo de los acontecimientos es trepidante: moción de censura, exhumación de Franco, siempre Cataluña, el omnipresente Villarejo, el asunto de las hipotecas, el estado de campaña electoral permanente, etc. Añadamos la reiteración de los informativos, que siembran la percepción de que aún pasan más cosas de las que realmente pasan.

Ciertamente el empacho del español que quiera estar informado es tal que para procesar tanta imagen repetida y tantas noticias huecas y estériles tiene auténticos problemas de digestión mental y hasta material. El cansancio y la reiteración esterilizan la mente, que necesita oxigenarse para estar en disposición de asimilar algo de lo que le cuentan.

¿Y si lo que cuentan son cuentos? Habrá que analizar la intención de los contadores de cuentos. ¿Para qué nos cuentan cuentos? ¿Para entretenernos, tal como se hace con los niños? ¿Para distraernos? ¿De qué? Porque no solo nos distraen de algo sino también para algo: para no dedicar nuestra atención a lo que realmente nos interesa: la vida real, la sociedad real, la gente real, los intereses reales.

Si últimamente se habla mucho de burbujas (económica, inmobiliaria…) habría que extender más el ámbito y hablar de la burbuja de los políticos. El político al uso vive realmente en una burbuja. Solo habla con políticos o con periodistas sobre política. Si habla con gente normal es tratado como político y su vanidad es halagada incluso cuando es insultado. Le insultan aquellos que le envidian, piensa el político al uso. Y su termostato son las elecciones, internas o externas. Y si no gana es porque a veces el pueblo se equivoca y hasta es desagradecido.

En el ámbito católico era habitual hacer de vez en cuando (una vez al año era lo típico) unos ejercicios espirituales, tiempo en el que uno analizaba si su vida era conforme a los principios ortodoxos o correctos de su religión. Pues bien, no les iría mal a los políticos unos ejercicios espirituales para analizar si ese principio rector de la política, que es la transformación de la sociedad en que vives, rige realmente su acción política. Quizá se encontrarían que el auténtico principio rector son las elecciones, para lo que es conveniente hacer o decir lo que la gente “distraída” quiere ver u oír. En definitiva, el populismo en su versión peyorativa, ése que consiste en analizar y resolver simplistamente asuntos o cuestiones difíciles y complejos. Un ejemplo que nos sirve es lo sucedido con el “hipotecazo”.

Resulta que durante veinte años los gastos derivados de las hipotecas o actos jurídicos documentados -AJD- los ha venido pagando el ciudadano hipotecado, además de pagar los intereses del negocio bancario. Resulta que en la normativa no estaba muy claro que esto tuviera que ser así. Y de hecho, el Tribunal Supremo decide que esto era un error y que tenía que ser el banco quien lo pagara. Lo cual suponía una devolución al conjunto de los ciudadanos hipotecados en los últimos cuatro años (tiempo hábil en la prescripción de los procesos tributarios) de 5.000 millones de euros, según la ministra de Hacienda Pero no los devolvían los bancos sino las Comunidades Autónomas (CCAA), que son las que habían ingresado tal impuesto autonómico, aunque luego los bancos tendrían que pagar al menos parte.  

Pero a los quince días de esa sentencia el propio Tribunal Supremo se desdice y señala a los ciudadanos hipotecados como los pagadores de esos 5.000 millones. Que ya los ha pagado. Con lo cual todo queda como si no hubiera pasado nada.

Pero al día siguiente sale el Presidente del Gobierno y dice que no, que son los bancos los que tienen que pagar y no los ciudadanos. Y esto ya será así definitivamente. Como si el mundo se acabara con sus palabras. Eso sí, sin la retroactividad de los cuatro años, o sea sin pagar nada los bancos ni devolver los 5.000 millones las CCAA. Con lo cual los ciudadanos hipotecados no recuperan lo indebidamente pagado. Y los bancos se resarcirán de lo que tengan que pagar de aquí en adelante repercutiéndolo en el cliente, diga lo que diga el Presidente.

¿Fin de la historia de las hipotecas? No creo. Desde mi ventana esto se ve como un teatrillo con tres personajes: bancos, Gobierno y jueces. Y un espectador anonadado: el ciudadano, que ha pagado y no lo va a recuperar. De momento: paz, nadie paga, nadie cobra. Y a partir de ahora, veremos. Porque el PP y Cs quieren quitar el impuesto, o sea empobrecer al Estado; el PSOE aparece como el justiciero, y UP monta unas manifestaciones contra no se sabe qué. Populismo a cuatro bandas. Me viene a la memoria aquella definición de demagogo: “aquel que predica doctrinas que sabe falsas a hombres que sabe idiotas”.

Como colofón una pregunta: ¿Son estos jueces y este Gobierno los que van a resolver al contencioso judicial más importante de la democracia española, el juicio a los independentistas catalanes? Difícil papeleta. Si con el “hipotecazo” nos hemos mareado, con el juicio al separatismo catalán nos podemos asfixiar. Preparémonos para degustar diariamente estos conceptos: rebelión, sedición, malversación, inhabilitación, desobediencia. ¿Y tras la sentencia, otro nuevo: indulto?

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 3 de noviembre de 2018

LEGALIZACIÓN DE LA EUTANASIA

Parece que esta vez va en serio. Tras la moción de censura con la votación favorable al candidato Sánchez, el derecho a morir de manera digna ha entrado con paso firme en la agenda política española. El Congreso va a tramitar una proposición de ley sobre la eutanasia o buena muerte (de eu –buena- y tánatos –muerte), con el voto favorable de todos los grupos parlamentarios salvo el PP. Ojalá que el debate se haga alejado de prejuicios y sectarismos religiosos y/o ideológicos.
En la legislación comparada se plantean dos posibilidades: la eutanasia directa, que consiste en provocar la muerte del paciente, normalmente mediante inyección de fármacos que le aseguran una muerte dulce, y la ayuda al suicidio, en la que se le facilitan los medios para que él mismo ponga fin a su vida. Lo ideal sería la aprobación de la eutanasia sin cortapisas artificiales. Y en el caso del suicidio asistido, no penalizar a la persona que ayuda al enfermo, si se demuestra la libertad y voluntariedad  del enfermo.
La muerte sigue siendo un tabú. Por eso no hablamos de ella. Pero cuando a alguien se le pregunta si la teme, suele contestar que a lo que en realidad teme es al sufrimiento. El griego Epicuro (s.IV) lo expresó  y argumentó magistralmente en su Carta a Meneceo. Merece la pena leer lo que queda de esta obra clásica. Y el temor es al dolor físico, por supuesto, pero también al dolor psicológico de tener que seguir viviendo en condiciones insoportables. Morir bien es seguramente el deseo más universal pero el concepto de buena muerte no es igual para todos. Con los avances actuales de la medicina se puede alargar la vida muchísimo pero, con frecuencia, a costa de un gran sufrimiento o la pérdida irreparable de la mínima calidad de vida, bien sea por pérdida de facultades físicas o mentales. La perspectiva de un largo y penoso deterioro hace que muchos ciudadanos quieran decidir por sí mismos cuándo y cómo morir. Hay que decir que ya se dio un gran avance con la Ley de Autonomía del Paciente de 2002 que  garantiza que el enfermo pueda rechazar los tratamientos y soportes vitales que le mantienen con vida, pero esto no es eutanasia, pues solo adelanta el final irreversible en horas o días.
Sobre la eutanasia querría recomendar un título: Cartas desde el infierno de Ramón Sampedro (Edit.Planeta). En 1968 Ramón Sampedro quedó postrado en la cama por culpa de un accidente fatal. Se definía a sí mismo como “una cabeza viva en un cuerpo muerto”. Y en 1998 consiguió aquello por lo que luchaba legal e infructuosamente desde hacía treinta años: su propia muerte. Se trató de un suicidio asistido aunque no se pudo identificar a la persona que lo ayudó. El libro es un estremecedor testimonio de un hombre que buscó la libertad a través de la muerte. Se trata de un auténtico tratado de filosofía empírica. Sus reflexiones nos ilustran sobre el hecho de que la muerte no es más que una parte del proceso natural de la vida. En palabras de Sampedro “existe el derecho a la vida, pero no la obligación de vivir a cualquier precio”. Este es el principio del que parten quienes proponen despenalizar la eutanasia. Tener acceso a una muerte médicamente asistida supondría una extensión de los derechos civiles.
El libro es poético y duro y lo componen una serie de reflexiones, cartas y poemas que ponen la carne de gallina. Ya en el prólogo, Sampedro se queja de que si él “hubiese sido un animal habría recibido un trato acorde con los sentimientos humanos más nobles” y que “el Estado y la religión, por su intolerancia, son los enemigos naturales de la vida y los responsables de la destrucción del hombre como individuo”. En su poema ¿Por qué morir? dice que “Morir es un acto humano de libertad suprema. / Es ganarle a Dios la última partida. / Es un corte de mangas que democráticamente le / hacemos al dolor por amor a la vida.”. Para los que propugnan el sufrimiento como expiación dice que “justificar el sufrimiento como un medio de purificación moral solo se le puede ocurrir a un ser moralmente degenerado por una conciencia culpable. Y quien se siente culpable, o bien es injusto o idiota.”. Cómo no reconocer en este texto a Nietzsche.
Hay quien sostiene que si se pudiera garantizar a todos los enfermos unos buenos cuidados paliativos, la eutanasia no sería necesaria. Pero los mejores cuidados no pueden garantizar que un paciente no sufra y desee morir. La medicina paliativa no cubre ni todos los casos ni todos los tipos de sufrimiento. Eutanasia y cuidados paliativos no son opciones excluyentes.
La idea de fondo en la discusión sobre la eutanasia es que unos piensan (creen) que el dueño de la vida de uno es Dios y, por tanto, el hombre no puede disponer de ella. Mientras que otros piensan (no creen) que la vida es propiedad de cada uno y, por tanto, pueden disponer de ella cómo y cuándo quieran. No es justo que un principio de índole religiosa obligue  a todo el mundo. Los que estén en contra de la eutanasia que piensen que a ellos no les obliga, pero que no obliguen a los demás a seguir la misma pauta.  
Mariano Berges, profesor de filosofía