Tras
un tiempo de desconexión con vosotros, queridos y sufridos lectores, vuelvo a
contactar gustoso y hambriento. La causa ha sido una larga hospitalización, con
operación incluida. Todo ha ido muy bien, aunque necesitado todavía de una
lenta recuperación. Sirva esto como educada explicación, lejos de cualquier “striptease”
típico de las redes sociales.
Treinta
y tres días de hospitalización dan para mucho: pensamiento, lectura,
depresiones, emociones… y conocimiento de tus límites. La prioridad de la salud
puede con todo. Lo demás puede esperar. La relatividad es casi total. Quizás
sea ésta la palabra clave: relatividad de las cosas, de las situaciones, de las
personas, incluido mi yo. Recuerdo que relatividad no es desapego ni deprecio,
sino todo lo contrario, sentirte “en relación con” desde tu perspectiva y en
comunión con los demás. La relación entre cuerpo y espíritu se palpa material y
constantemente. Las emociones y la producción intelectual interactúan de una
manera intensa, no siempre positiva. En cualquier caso, se trata de toda una
experiencia de gran importancia vital. Paradójicamente recomendable para todo
aquél que quiera dar sentido a su vida. Volví a releer “La montaña mágica” de T. Mann. Todo un tratado de hospitalización
y de otras muchas cosas.
Pues
bien, volviendo a mis vivencias personales, debo decir que he descubierto el
conocimiento de mis límites. Con humildad y con toda la sabiduría de la que he
sido capaz. La salud, los afectos, las emociones, el sufrimiento, las pequeñas
victorias a lo largo del proceso… En definitiva, he descubierto la vida, incluyendo su caducidad, que forma
parte esencial de ella.
El
conocimiento de los límites es el paso previo e imprescindible de cualquier
transformación revolucionaria. Posiblemente nadie como Kant lo supo plasmar marcando los límites de la ciencia, la
metafísica y la religión como pasos previos e imprescindibles para la
constitución del auténtico conocimiento. Hegel
desarrolla los límites de la razón. Pero tenemos otros ejemplos como Copérnico (heliocentrismo contra el
ridículo geocentrismo), Galileo (la
unión de la matemática y la física, que posibilita el comienzo de la ciencia
moderna), Marx como primer analista
global de la sociedad industrial, Darwin
(rompiendo el falso orgullo divino del hombre), Freud (los límites de la consciencia humana). Sin entrar a
considerar, por su rabioso presente, a los padres de la cibernética y sus
consecuencias en las revolucionarias nuevas tecnologías.
Pero
una larga hospitalización no tiene porque aislarte de la vida de los demás, de
sus intereses y de la sociedad de la que formas parte. El contacto con los
medios de comunicación es una manera de seguir vivo y en contacto con la
realidad. Yo, personalmente, me he sentido siempre formando parte de una
realidad que debo primero comprender para luego poder transformarla. Por eso,
nada de lo que siempre ha sido mi vida (lecturas, filosofía, política,
información en general) ha estado ausente durante el proceso. Aunque, eso sí,
desde una gran relatividad y desde una mayor sabiduría. Precisamente por el
conocimiento de mis límites.
Otra
parte de este artículo casi es obligada: un breve comentario sobre nuestro
sistema de salud pública. El sistema es magnífico, aunque mejoraría con una
mayor eficiencia de los recursos materiales y una mejor coordinación. Pero hay
que reconocer que cualquier gran sistema conlleva siempre ciertas áreas de
mejora. El sistema es tan bueno que sus profesionales se sienten orgullosos como
servidores públicos, independientemente de su ideología política. Yo estoy
convencido de que si algún gobierno intentase desmantelar este enorme logro de
la sociedad española, ésta se levantaría, como ya ha demostrado Madrid en los
últimos tiempos. La salud y la educación públicas son los dos fundamentos
esenciales de una sociedad de progreso. Y los dos sistemas deben ser públicos,
aunque no haya que despreciar algunas externalizaciones en sus servicios
secundarios, carentes de valor añadido, pero siempre controlados públicamente
en su calidad y eficiencia.
El
sistema español de salud equilibra bien sus dimensiones de verticalidad y
horizontalidad. Cada sector funciona autónomamente y en relación con los demás.
Si algo me ha llamado la atención ha sido la enorme profesionalidad y
dedicación de las enfermeras (uso el femenino por su mayor presencia). Ellas y
los médicos de familia forman el auténtico pilar cotidiano de la salud
española. Aunque siempre finalizando en la enorme capacidad de nuestros
médicos.
Mi
valoración no está motivada por los buenos resultados finales en mi persona,
que también, sino por un análisis objetivo del mismo en mi largo “cautiverio”
hospitalario.
Mariano Berges, profesor de filosofía