Como el partido que más me importa es el
PSOE de él me ocupo. Pero más que el PSOE me importa la sociedad, de la que es
un instrumento de transformación. Ello justifica mi postura de crítica
constructiva.
Ni ha habido primarias con Sánchez en la nominación como candidato a la
Moncloa ni las hubo con Susana
Díaz en Andalucía ni las
hubo en Aragón con Lambán ni en Zaragoza con Pérez Anadón. En el
PSOE no hay primarias porque no se quiere. Otro fraude más, fruto del lenguaje
mentiroso de la política convencional. Otro uso lampedusiano en la política de
cambiar algo para que nada cambie.
El número de avales que exige el PSOE es
enorme. Los medios de que dispone el candidato oficialista son todos (nombre
conocido, censos, agrupaciones, aparato, publicidad...), frente a los otros
posibles rivales que, en la práctica, carecen de cualquier medio. Y si eso
fuera poco, como los avales tienen que ser con identificación total del
avalista, el miedo a que el jefe sepa quien está con él o contra él inhiben a
cualquiera avalista del rival del jefe. Conclusión: solo consigue los avales
suficientes el candidato oficial. Al potencial competidor no le merece la pena
molestarse en intentarlo. Otra cosa muy diferente sería si no hubiese necesidad
de avales o solo en un número simbólico, con dos vueltas y debates libres con
la militancia, sin interferencias ni miedos a represalias o a ninguneos
orgánicos. Claro que ningún partido está exento de las trampas legales del
aparato. Véase si no esas primarias de Podemos con una lista oficial de 65
nombres (luego serán 350) para el Congreso de Diputados. Lista plancha la llaman. O las primarias de IU--Madrid,
cuyos vencedores no fueron luego en las listas de IU. O la elección de Garzón en IU, sin rival. Aunque lo más claro
es el dedazo del PP, sin coartada de ningún tipo.
Si alguna vez ha habido primarias auténticas es porque compiten dos grupos orgánicos
fuertes del partido, cual fue el caso entre Madina y Sánchez, o el que hubo hace mucho
tiempo entre Almunia y Borrell.
Hablar de primarias tiene su razón de
ser en la renovación de los partidos y en el funcionamiento democrático de los
mismos. Desde el establecimiento de la democracia en 1978 se dio un gran poder
a las formaciones políticas a fin de que instaurasen el modelo de las
democracias occidentales de nuestro entorno. Los casi 40 años de vida
democrática han ocasionado un funcionamiento partidista oligárquico que deja
casi todas las decisiones en sus aparatos orgánicos. Hay que hacer previamente
carrera orgánica (o tener padrinos orgánicos) si aspiras a ser algo
institucionalmente. Y esto es un elemento fundamental en la corrupción sistémica
de nuestra sociedad.
Luego, en esa renovación de los
partidos, viene la batalla de las ideas, que tiene su primera formulación en el
discurso político, atraviesa el tránsito de la credibilidad del dicente y
aterriza en la praxis desde la ocupación del poder. Lógicamente, hay que estar
en condiciones de llegar al poder para que pueda verificarse la credibilidad
del discurso y su operatividad práctica en la transformación social. Pero todo
se puede atascar si no tienes la credibilidad previa para alcanzar electoralmente
el poder. ¿Por qué el PSOE no acaba de arrancar electoralmente, aunque es
cierto que ha frenado la caída libre en que estaba inmerso? Fundamentalmente
porque ha perdido credibilidad entre los votantes, dado su anquilosamiento
político y su ineficacia para dar solución a los problemas que suscita la
sociedad española actual. No ha sabido renovar ni su discurso ni su aparato ni
su modelo gestor. Para ello se necesita audacia, y las elecciones primarias
constituyen un signo claro de ello. Pero esas primarias tienen que ser reales y
auténticas, no con trampa legal como son las actuales. Así no sirven para nada.
La ciudadanía no está despolitizada sino
que necesita de la política más que nunca. Pero de una política nueva que
aporte soluciones nuevas a problemas nuevos. Y esto solo lo puede hacer gente
nueva, con una manera nueva de mirar y estar en condiciones de construir una
nueva realidad. La gente mayor podemos ayudar pero el protagonismo debe ser de
la gente nueva. De ahí el gran éxito de los partidos emergentes y de ahí
también su gran responsabilidad en no ser fuente de un desencanto social que
podría ser catastrófico. Pero ni todo lo nuevo es bueno por nuevo ni todo lo
viejo es malo por viejo. Hay un saber hacer perfectamente transmisible de lo
viejo a lo nuevo, de los viejos a los jóvenes, que debe ser sabiamente
gestionado.
Para terminar, un consejo de mayor: en
política todo debe poder explicarse, tanto lo que se hace como lo que no se
hace. Sin explicación transparente e inteligible no hay verdadera
participación.
Profesor de Filosofía