La ventana indiscreta
Estamos en la “nueva normalidad”: miedo, brotes víricos, incertidumbre,
dudas, inseguridad… Quizás lo único que ha desaparecido de los viejos tiempos
es esa falsa seguridad de nuestro primer mundo, a salvo de todo lo que les pasa
a los pobres. Algo es algo, aunque todo volverá. Me viene a la mente una viñeta
de El Roto: un hombre en plan reflexivo piensa “durante el confinamiento
escuché extenuado la voz de Dios, pero cuando acabó, volvió la publicidad”.
Pues eso, veremos si cambiamos.
Desde un punto de vista creativo hemos pasado ya la fase más represiva
y la más fácil, el confinamiento. Solo había que obedecer, y, además, te
sancionaban si no lo hacías. Más que la disciplina social fue el miedo el que
actuó como impulsor. Ahora hemos recobrado una cierta libertad y tenemos que
poner en marcha la famosa “reconstrucción”. Empezó hablándose de los “nuevos
Pactos de la Moncloa” y acabó en una comisión parlamentaria por la
“reconstrucción”. La promesa de grandes cosas a menudo acaba en casi nada. Hay
que reconocer que el pacto está lejos, y la responsabilidad es de todos: de la
oposición, que debe estar a la altura del momento; y del gobierno, que debe ser
capaz de seducir y sumar a la oposición. La mayor responsabilidad es la de
quien lidera. El pacto de hoy no puede ser tacticismo por un futurible rédito
electoral, sino que hay que pactar por el interés de la mayoría. Y en esto, los
indepes ya han dicho que no están por la labor de reconstrucción
nacional, por lo que la mayoría de la investidura es imposible. Queda, pues, la
mayoría racional que la sociedad española exige y necesita. Si España deja
pasar este barco, la pérdida será catastrófica.
Desde mi ventana yo no soy un agente activo, solo puedo dar mi humilde
opinión. Hoy vamos a tocar una parte importantísima y urgentísima de la
reconstrucción: la reforma sanitaria. En otros artículos seguiremos analizando
las otras partes.
Si algo ha demostrado la pandemia es que no tenemos una Administración
preparada para los retos de nuestro tiempo: básicamente, tenemos la misma
estructura organizativa que en los tiempos de Romanones. Si necesitamos héroes,
mala señal, es que el sistema no funciona bien. Por ejemplo, la excesiva
burocratización ha dificultado la compra y producción de material sanitario. No
había gente suficientemente preparada para gestionar los datos de la pandemia.
Al Ministerio de Sanidad le ha venido grande el poder que ha acaparado, y menos
mal que lo ha acaparado, porque el taifato de las autonomías y sus famosas
competencias hubiera generado un caos. Por eso ha habido tantos discursos y
tanta normativa, para camuflar la ineficiencia. Pasa como en la obra de arte,
si hay que explicarla mucho, malo.
Estamos hablando de
dos viejos problemas españoles: déficits
presupuestarios perennes y estructuras organizativas caducas. Y esto siempre lo decimos a ojo, porque no
tenemos una Administración mensurable. Ignoramos qué funciona bien y qué
funciona mal. Frente a los excesivamente estatistas, necesitamos internalizar
talento y externalizar trámites. La Administración debe controlar férreamente
todo, pero no tiene por qué hacerlo todo.
Sin entrar a saco en el desmantelamiento de la sanidad
que intentó el PP tras la crisis de 2008, y que no lo consiguió del todo, no
solo habrá que volver a la situación pre-2008, sino que habrá que restructurar
todo el sistema. Porque ni teníamos el mejor sistema sanitario del mundo ni el
PP se lo cargó del todo. Urge recapitalizar el Sistema Nacional de Salud,
financieramente, humanamente y organizativamente. Como una dimensión esencial
de la política. Pero una cosa es acordar y otra muy distinta ponerlo en marcha.
De momento, nada parece haber empezado todavía. La sanidad, como el resto de la
Administración, está bajo mínimos. Además, debe existir una articulación sociosanitaria
con las Residencias de Mayores, independientemente de hacer una reflexión
profunda sobre el modelo residencial. Todo
ello requiere más recursos y menos burocracia, cambio de procesos en busca de
resultados, más participación social y de las Administraciones locales y mayor
cogestión por parte de los profesionales.
Y, por encima de todas las reformas, hay que crear una Agencia de Salud
Pública, única e independiente del Ministerio de Sanidad y de todo lo que huela
a política de partidos, que garantice la dirección y coordinación de todas las
grandes decisiones sanitarias. Sería un elemento en la mejor de las tradiciones
federales de un Estado. Porque ya es hora de dar el paso federal superador del
Estado de las autonomías. Cuanto más tardemos en darlo más tiempo estaremos
entre el taifato autonómico y el confederalismo vasco-catalán (ojo, no
confundir federalismo y confederalismo). Dicha Agencia garantizaría prevención,
buenas decisiones y eficacia. No olvidar poner al frente de la Agencia a un
gran Director, capaz, independiente y con recursos, que sería elegido por el
Parlamento.
Mariano
Berges, profesor de filosofía