sábado, 11 de julio de 2020

TRAS LA ALARMA, LA RECONSTRUCCIÓN



La ventana indiscreta



Estamos en la “nueva normalidad”: miedo, brotes víricos, incertidumbre, dudas, inseguridad… Quizás lo único que ha desaparecido de los viejos tiempos es esa falsa seguridad de nuestro primer mundo, a salvo de todo lo que les pasa a los pobres. Algo es algo, aunque todo volverá. Me viene a la mente una viñeta de El Roto: un hombre en plan reflexivo piensa “durante el confinamiento escuché extenuado la voz de Dios, pero cuando acabó, volvió la publicidad”. Pues eso, veremos si cambiamos.

Desde un punto de vista creativo hemos pasado ya la fase más represiva y la más fácil, el confinamiento. Solo había que obedecer, y, además, te sancionaban si no lo hacías. Más que la disciplina social fue el miedo el que actuó como impulsor. Ahora hemos recobrado una cierta libertad y tenemos que poner en marcha la famosa “reconstrucción”. Empezó hablándose de los “nuevos Pactos de la Moncloa” y acabó en una comisión parlamentaria por la “reconstrucción”. La promesa de grandes cosas a menudo acaba en casi nada. Hay que reconocer que el pacto está lejos, y la responsabilidad es de todos: de la oposición, que debe estar a la altura del momento; y del gobierno, que debe ser capaz de seducir y sumar a la oposición. La mayor responsabilidad es la de quien lidera. El pacto de hoy no puede ser tacticismo por un futurible rédito electoral, sino que hay que pactar por el interés de la mayoría. Y en esto, los indepes ya han dicho que no están por la labor de reconstrucción nacional, por lo que la mayoría de la investidura es imposible. Queda, pues, la mayoría racional que la sociedad española exige y necesita. Si España deja pasar este barco, la pérdida será catastrófica.

Desde mi ventana yo no soy un agente activo, solo puedo dar mi humilde opinión. Hoy vamos a tocar una parte importantísima y urgentísima de la reconstrucción: la reforma sanitaria. En otros artículos seguiremos analizando las otras partes.

Si algo ha demostrado la pandemia es que no tenemos una Administración preparada para los retos de nuestro tiempo: básicamente, tenemos la misma estructura organizativa que en los tiempos de Romanones. Si necesitamos héroes, mala señal, es que el sistema no funciona bien. Por ejemplo, la excesiva burocratización ha dificultado la compra y producción de material sanitario. No había gente suficientemente preparada para gestionar los datos de la pandemia. Al Ministerio de Sanidad le ha venido grande el poder que ha acaparado, y menos mal que lo ha acaparado, porque el taifato de las autonomías y sus famosas competencias hubiera generado un caos. Por eso ha habido tantos discursos y tanta normativa, para camuflar la ineficiencia. Pasa como en la obra de arte, si hay que explicarla mucho, malo.
Estamos hablando de dos viejos problemas españoles: déficits presupuestarios perennes y estructuras organizativas caducas.  Y esto siempre lo decimos a ojo, porque no tenemos una Administración mensurable. Ignoramos qué funciona bien y qué funciona mal. Frente a los excesivamente estatistas, necesitamos internalizar talento y externalizar trámites. La Administración debe controlar férreamente todo, pero no tiene por qué hacerlo todo.
Sin entrar a saco en el desmantelamiento de la sanidad que intentó el PP tras la crisis de 2008, y que no lo consiguió del todo, no solo habrá que volver a la situación pre-2008, sino que habrá que restructurar todo el sistema. Porque ni teníamos el mejor sistema sanitario del mundo ni el PP se lo cargó del todo. Urge recapitalizar el Sistema Nacional de Salud, financieramente, humanamente y organizativamente. Como una dimensión esencial de la política. Pero una cosa es acordar y otra muy distinta ponerlo en marcha. De momento, nada parece haber empezado todavía. La sanidad, como el resto de la Administración, está bajo mínimos. Además, debe existir una articulación sociosanitaria con las Residencias de Mayores, independientemente de hacer una reflexión profunda sobre el modelo residencial. Todo ello requiere más recursos y menos burocracia, cambio de procesos en busca de resultados, más participación social y de las Administraciones locales y mayor cogestión por parte de los profesionales.

Y, por encima de todas las reformas, hay que crear una Agencia de Salud Pública, única e independiente del Ministerio de Sanidad y de todo lo que huela a política de partidos, que garantice la dirección y coordinación de todas las grandes decisiones sanitarias. Sería un elemento en la mejor de las tradiciones federales de un Estado. Porque ya es hora de dar el paso federal superador del Estado de las autonomías. Cuanto más tardemos en darlo más tiempo estaremos entre el taifato autonómico y el confederalismo vasco-catalán (ojo, no confundir federalismo y confederalismo). Dicha Agencia garantizaría prevención, buenas decisiones y eficacia. No olvidar poner al frente de la Agencia a un gran Director, capaz, independiente y con recursos, que sería elegido por el Parlamento.

Mariano Berges, profesor de filosofía