¿Por qué habiendo tanto malestar hay tan poca
rebelión? Hasta las protestas de la calle han reducido su frecuencia en este
último año, a pesar de que la situación de muchos españoles es cada vez más
crítica. Posiblemente la articulación política de Podemos ocupe el lugar del
espíritu callejero. No sé si eso es bueno, pero, en cualquier caso, bienvenido
sea todo elemento nuevo que agite las aguas estancadas.
Siempre he pensado, y así lo he expresado, que lo que
está pasando con la famosa crisis es algo mucho más complejo y profundo de lo
que se está diciendo y analizando. Está claro que no es una crisis coyuntural,
de ésas que empiezan y acaban rápidamente y todos nos quedamos como estábamos
al principio. Está cambiando muy rápidamente el modelo de sociedad: venimos de
una sociedad in crescendo y estamos ya en una sociedad decreciente. Mi
generación superó económicamente y culturalmente a la generación de nuestros
padres. Nuestro proceso fue de menos a más, lo que psicológicamente nos ha
generado una mentalidad muy optimista. Actualmente, la generación de nuestros
hijos no solo no va a superar a sus padres sino que van a tener problemas de
supervivencia. Tragedia para ellos y estrangulamiento del desarrollo de la
sociedad española.
¿Ciclos? ¿Casualidad? Ante estos interrogantes siempre
vuelvo a mi cultura de la sospecha: nada es casual ni inocuo. Más aún, poner el
origen en 2008 es una ingenuidad o una tendenciosidad, ambas muy peligrosas.
Esto viene de lejos. Hay una fecha ya histórica: 1989. La caída del muro de
Berlín y la consiguiente desaparición de la URSS dejan al capitalismo como un
solo polo económico-político. Como consecuencia colateral arrastra a la
socialdemocracia hacia el único polo existente y exacerba la ambición
desmesurada del capitalismo, más financiero que productivo.
Pero este cambio no tiene lugar con el clásico esquema
de explotadores y explotados, tan visible y que tanta hostilidad generaba entre
los explotados. Ahora hay seductores y seducidos. El nihilismo individualista
como mentalidad generada por los nuevos parámetros de seducción social solo
conduce a un “sálvese quien pueda”, nunca a intentar cambiar el mundo. Hace tiempo
que ha desaparecido la utopía, esa maravillosa entelequia que aunque caminaras
y nunca la alcanzabas, te servía para eso, para caminar. La trivialización
social y mediática nos entretiene el hambre y el fracaso existencial. “Esto es
lo que hay” es una de las últimas frases estúpidas que repetimos como loros. Y
lo que hay son sueldos de 400 y 600 euros (¡qué suerte que tienes trabajo!),
una ausencia total de pensamiento y de cualquier atisbo cultural y una cara de
bueyes que se nos está poniendo cuando asumimos pasivamente lo que está
sucediendo.
Ahora nos dice Rajoy que podemos dar por
finalizada la crisis, incluso que estas navidades son ya las primeras de la
recuperación. Lo grave de su afirmación es que es cierta. La crisis es un
momento crítico en que el proceso mejora o declina. Esto es la salida de la
crisis. Ya hemos configurado la nueva sociedad: los sueldos miserables, el paro
estructural, especialmente el paro juvenil (53%), que supone no solo la ruina
de una o dos generaciones sino también un enorme freno al desarrollo de nuestra
sociedad, la desigualdad creciente, la impotencia política para cambiar esto,
el determinismo económico, los WhatsApp “urbi et orbi” con sus “profundos”
contenidos, el conformismo bienpensante, el inmovilismo… La crisis no era un
estadio intermedio sino un final de época y principio de otra. Ya hemos
llegado. Ahora hay que vivir con los nuevos parámetros mentales: esforzarse, no
quejarse, no exigir lo imposible, tener paciencia, esperar, aceptar los nuevos
400 euros como comienzo de la campaña electoral del PP…
Sin embargo, lo que está pasando, simplemente está
pasando. Lo que no implica que el futuro esté escrito en este agónico presente.
Si siempre el futuro ha estado condicionado por el presente, modifiquemos el
presente como única posibilidad de garantizar un mínimo futuro. ¿Cómo? Con las
dos herramientas de siempre: educación y política. No por casualidad son las
dos dimensiones más atacadas por el nuevo pensamiento único. Las nuevas
tecnologías y la tecnopolítica son envolventes seductoras que nos distraen y
nos alejan del pensamiento fuerte. La nueva “modernidad” nos mece cual droga de
nuevo diseño, nos abduce y nos introduce en una especie de mística ateológica
que imposibilita cualquier rebeldía. Incluso Europa nos está fallando, con el
abandono gradual de su proyecto social, definidor de su historia y referencia
universal.
Mariano
Berges, profesor de filosofía