sábado, 20 de diciembre de 2014

SALIDA DE LA CRISIS

¿Por qué habiendo tanto malestar hay tan poca rebelión? Hasta las protestas de la calle han reducido su frecuencia en este último año, a pesar de que la situación de muchos españoles es cada vez más crítica. Posiblemente la articulación política de Podemos ocupe el lugar del espíritu callejero. No sé si eso es bueno, pero, en cualquier caso, bienvenido sea todo elemento nuevo que agite las aguas estancadas.

Siempre he pensado, y así lo he expresado, que lo que está pasando con la famosa crisis es algo mucho más complejo y profundo de lo que se está diciendo y analizando. Está claro que no es una crisis coyuntural, de ésas que empiezan y acaban rápidamente y todos nos quedamos como estábamos al principio. Está cambiando muy rápidamente el modelo de sociedad: venimos de una sociedad in crescendo y estamos ya en una sociedad decreciente. Mi generación superó económicamente y culturalmente a la generación de nuestros padres. Nuestro proceso fue de menos a más, lo que psicológicamente nos ha generado una mentalidad muy optimista. Actualmente, la generación de nuestros hijos no solo no va a superar a sus padres sino que van a tener problemas de supervivencia. Tragedia para ellos y estrangulamiento del desarrollo de la sociedad española.

¿Ciclos? ¿Casualidad? Ante estos interrogantes siempre vuelvo a mi cultura de la sospecha: nada es casual ni inocuo. Más aún, poner el origen en 2008 es una ingenuidad o una tendenciosidad, ambas muy peligrosas. Esto viene de lejos. Hay una fecha ya histórica: 1989. La caída del muro de Berlín y la consiguiente desaparición de la URSS dejan al capitalismo como un solo polo económico-político. Como consecuencia colateral arrastra a la socialdemocracia hacia el único polo existente y exacerba la ambición desmesurada del capitalismo, más financiero que productivo.

Pero este cambio no tiene lugar con el clásico esquema de explotadores y explotados, tan visible y que tanta hostilidad generaba entre los explotados. Ahora hay seductores y seducidos. El nihilismo individualista como mentalidad generada por los nuevos parámetros de seducción social solo conduce a un “sálvese quien pueda”, nunca a intentar cambiar el mundo. Hace tiempo que ha desaparecido la utopía, esa maravillosa entelequia que aunque caminaras y nunca la alcanzabas, te servía para eso, para caminar. La trivialización social y mediática nos entretiene el hambre y el fracaso existencial. “Esto es lo que hay” es una de las últimas frases estúpidas que repetimos como loros. Y lo que hay son sueldos de 400 y 600 euros (¡qué suerte que tienes trabajo!), una ausencia total de pensamiento y de cualquier atisbo cultural y una cara de bueyes que se nos está poniendo cuando asumimos pasivamente lo que está sucediendo.

Ahora nos dice Rajoy que podemos dar por finalizada la crisis, incluso que estas navidades son ya las primeras de la recuperación. Lo grave de su afirmación es que es cierta. La crisis es un momento crítico en que el proceso mejora o declina. Esto es la salida de la crisis. Ya hemos configurado la nueva sociedad: los sueldos miserables, el paro estructural, especialmente el paro juvenil (53%), que supone no solo la ruina de una o dos generaciones sino también un enorme freno al desarrollo de nuestra sociedad, la desigualdad creciente, la impotencia política para cambiar esto, el determinismo económico, los WhatsApp “urbi et orbi” con sus “profundos” contenidos, el conformismo bienpensante, el inmovilismo… La crisis no era un estadio intermedio sino un final de época y principio de otra. Ya hemos llegado. Ahora hay que vivir con los nuevos parámetros mentales: esforzarse, no quejarse, no exigir lo imposible, tener paciencia, esperar, aceptar los nuevos 400 euros como comienzo de la campaña electoral del PP…

Sin embargo, lo que está pasando, simplemente está pasando. Lo que no implica que el futuro esté escrito en este agónico presente. Si siempre el futuro ha estado condicionado por el presente, modifiquemos el presente como única posibilidad de garantizar un mínimo futuro. ¿Cómo? Con las dos herramientas de siempre: educación y política. No por casualidad son las dos dimensiones más atacadas por el nuevo pensamiento único. Las nuevas tecnologías y la tecnopolítica son envolventes seductoras que nos distraen y nos alejan del pensamiento fuerte. La nueva “modernidad” nos mece cual droga de nuevo diseño, nos abduce y nos introduce en una especie de mística ateológica que imposibilita cualquier rebeldía. Incluso Europa nos está fallando, con el abandono gradual de su proyecto social, definidor de su historia y referencia universal.


Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 6 de diciembre de 2014

COMUNICACIÓN Y CRISIS POLÍTICAS

Populismo, demagogia, electoralismo, mediatismo, espectáculo, quedar bien, edulcorar, decir obviedades, simplificar, no molestar, no pensar, adormecer, trivializar, sonreír eternamente, hagiografias, hacer caridad, politizar el futbol, futbolizar la política… constituyen una terminología que desprecio a pesar de su actualidad. Precisamente ahora se cumplen veinte años de la publicación de “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord. Título profético que hay que volver a leer, a ver si ayudamos a dar sentido a esta sociedad trivial y anodina. La historia de la vida social se puede entender como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”.

La ambigüedad del lenguaje y la ampulosidad del poder más la nula interpretación popular, convierten al tonto en inteligente, al mudo en discreto, al inteligente en impertinente, al crítico en envidioso, al adulador en amigo, al amigo en enemigo. Uno lee, habla, discute… y pocas veces queda satisfecho si lo que le impulsa es la búsqueda de la verdad. La mayoría de las veces te mueves en un ring dialéctico sin normas y sin respeto por el otro, donde la épica se impone a la retórica y la verdad no es más que un pretexto para aflorar una estéril vanidad personal.

Si eres mínimamente riguroso, las controversias del lenguaje y la comunicación te obligan a pensar y repensar qué dices y cómo lo dices. Porque, como dice George Steiner, todo es traducción. El sentido de lo que se dice depende más de la traducción del oyente que de la intencionalidad del dicente. Si yo digo, por ejemplo, que el PSOE como organización se ha convertido en un sistema cerrado, incapaz de recibir energía del exterior, energía necesaria para evolucionar pero que es vista por el aparato como algo perturbador contra su estado estacionario ¿qué sucede? Mi intencionalidad es honestamente crítica: sostengo que la socialdemocracia es el sistema político más idóneo para una organización social mínimamente igualitaria y justa, pero que en unos momentos de crisis material y crisis conceptual, el PSOE no está haciendo lo suficiente para renovarse y estar en condiciones mínimas de hacer frente, y por lo tanto ponerse al frente, a una situación compleja y complicada. Sin embargo, habrá otros que traducirán mi decir de otra manera, causada por su estilo cognitivo e interpretativo personal, o por su prejuicio pro o contra mí.

En la “Podemiología” que nos rodea, donde todos hablan y pocos entienden, donde los profetas reaparecen y hasta algunos reivindican la propiedad intelectual del invento, es imprescindible utilizar rigurosamente los términos y los conceptos para no confundir-nos. Porque hay tantas palabras en los medios que el pensamiento ya no cabe. Y en política la verdad del discurso depende más de la credibilidad del dicente que del contenido del discurso, pues las palabras se asemejan materialmente. Y la credibilidad es difícil demostrarla, más bien se huele. Podemos ha pasado de su fase negativista a una fase más posibilista. Empieza, lógicamente, a chirriar. Y aunque mantiene la virginidad, las contradicciones ya aparecen. ¡Qué largo se les va a hacer el año!

Actualmente, la situación problemática que nos envuelve es muy complicada. La trilogía paro / corrupción / desigualdad es pura dinamita. Si ya el diagnóstico es difícil, las propuestas son imposibles. Y si añadimos la incoherencia en decir una cosa y hacer otra, el caos está servido. Que la solución no es solo económica, cada vez está más claro. Pero tampoco es solo política. Porque es también moral, estratégica y mediática. Súmese a todo ello el contexto globalizador como coctelera. Y agítese antes de usarlo. Aléjese prudentemente por si explota.

Dmitry Orlov, formulador de la “crisis permanente”, explicaría así el proceso de la crisis: Fase 1) Problemas financieros: bancos-deudas-quiebras. Fase 2) Problemas de comercio: incapacidad para pagar la deuda por parte de Estados / individuos. Los bancos no prestan. Fase 3) Los servicios y las infraestructuras se deterioran: privatización. Fase 4) Incapacidad política / desafección / globalización. Solo queda la familia. Fase 5) Sálvese quien pueda.

¿Es posible modificar la lógica apocalíptica de Orlov? En teoría sí, en la práctica no lo sé. Necesitaríamos que los empresarios, los economistas, los políticos, los técnicos, los medios de comunicación, actuasen con principios éticos y con habilidades técnicas suficientes como para elaborar un diagnóstico urgente de situación y una propuesta de mínimos que posibilitase una solución de emergencia y generase tiempo para elaborar una solución más duradera.

¿Imposible? Más vale que sea posible, pues el polvorín cada día está más lleno y cualquier elemento casual puede servir de mecha.

Mariano Berges, profesor de filosofía




sábado, 22 de noviembre de 2014

2015, UN AÑO INTERESANTE

Durante este próximo año de 2015 va a haber elecciones municipales, autonómicas (salvo en algunas CCAA) y generales. No nos podemos quejar de emociones, dada la incertidumbre creada por los sondeos. El hecho electoral es el más importante en una democracia representativa. Se trata del momento en que la ciudadanía ejerce su papel más significativo cual es el de elegir a sus representantes, que van a legislar o gobernar en su nombre. Cada celebración electoral es una fiesta de la democracia.

En estos momentos, la ciudadanía española esta deprimida e indignada. La crisis en la que estamos inmersos y que está impidiendo nuestro crecimiento como personas, individual y colectivamente, nos ha llevado a una depresión nada subjetiva, sino constatable y evidente. Si a ello añadimos la atmósfera asfixiante por la poca ejemplaridad ética de algunos de nuestros representantes en las organizaciones sociales de todo tipo, caemos en una indignación exacerbada y peligrosa. Pues bien, la depresión y la indignación se curan con la serenidad. La serenidad posibilita el pensamiento. El pensamiento empuja a la acción. Y la acción genera la política, que es la manera más eficaz que el género humano ha inventado para organizar la convivencia social.

Hay muchas maneras de ejercer la política. Unos en cargos públicos, otros en su profesión y todos en su papel de ciudadanos (“politikós” en griego). Todos somos políticos por el mero hecho de ser ciudadanos. Más aún, para Aristóteles, en la medida en que no somos políticos dejamos de ser ciudadanos. Este planteamiento básico de la política convierte a ésta en una mezcla de ética y técnica. Ello exige que el político sea decente y capaz. Y a los ciudadanos les exige que elijan a sus representantes de entre los más decentes y capaces de la sociedad. Soy consciente de mi teorización y de su dificultad en practicarlo. Pero, también soy consciente de que hay que refrescar la teoría para alimentar nuestra práctica, que, de lo contrario, se convierte en puro mecanicismo.

Actualmente, ha surgido un partido político (Podemos) que se alimenta de la depresión y la indignación. Si solo se alimenta del detritus social y su única meta es ocupar el poder, poco recorrido le auguro. Esto no es óbice para que su discurso crítico contra el sistema sea razonable y cierto. Pero hace falta algo más, como es el discurso complementario positivo, alternativo al sistema. De lo contrario, la depresión y la indignación de segunda generación pueden ser mortales. La ciudadanía no lo soportaría y los cabreos violentos de las masas suelen acabar en cataclismos nunca sospechables, pero que se han dado en la historia y que se pueden volver a repetir.

En el discurso y planteamiento políticos de Podemos comienzan a verse algunos datos muy extraños. Por ejemplo, no van a concurrir a las elecciones municipales para proteger su marca. ¿Cómo hay que interpretar esto? No hay que olvidar que las elecciones municipales son las auténticas elecciones ciudadanas. La gente vive en su municipio, y no en el Estado o en la Comunidad Autónoma. El municipio es el principio y esencia de la democracia. No concurrir a unas elecciones municipales es una cobardía política o, como mínimo, un reconocimiento explícito de su déficit político. La política es dura y difícil. Y esconderse en mareas, plataformas y asambleas es poco serio y propio de niños jugando a ser mayores.

Otro elemento discursivo extraño es su declaración de que van a hacer un “proceso constituyente” para enterrar lo que llaman “el régimen de 1978”. Quien dice esto está invalidado para el ejercicio de una política seria, porque o es un iluso peligroso o encierra una intencionalidad no confesable también peligrosa. Cuidado con los idealismos y romanticismos, antesala de fascismos. El denominado “régimen de 1978” ha dado a España su mejor época histórica de paz, libertad y progreso. La Constitución de 1978 es una de las más avanzadas de Europa. Solo tiene un grave problema: que no se cumple. Todo ello no contradice la afirmación de que España, su Constitución y sus instituciones son mejorables y necesitadas de una profunda renovación que la crisis ha hecho evidente.

En definitiva, todos los partidos políticos, los viejos y los nuevos, deben tener claro que la clave de su buen hacer está en mantener la conexión con la sociedad, con toda la sociedad, y saber traducir políticamente sus necesidades y anhelos. Eso es la política. Y eso se puede hacer desde distintas perspectivas, siempre que el factor común sea el interés general y no el propio. Y, por favor, que se esmeren todos en el Programa Económico porque ya estamos hartos de escuchar sesudos análisis a posteriori.

Mariano Berges, profesor de filosofía



sábado, 8 de noviembre de 2014

CORRUPCIÓN Y SONDEOS

Es difícil sustraerse al trepidante ritmo de las noticias que los medios nos traen cotidianamente, especialmente la corrupción y los sondeos, tan ligados ambos por la relación causa-efecto. El último caso fueron cincuenta y un detenidos de una tacada, conmoción nacional e internacional por la cantidad y la “calidad” de los detenidos. Y aparecerán más. En Aragón tenemos el asunto de Plaza, tras el de La Muela y otros. Sin embargo, yo pienso que la corrupción puntual y/o individual no es lo más preocupante, con serlo mucho. Es más grave la corrupción estructural, que es la que está instalada en España, donde las élites económicas y políticas se reparten el poder de todas los estamentos y organizaciones (políticas, económicas, judiciales, mediáticas, de control, culturales…), sin contrapesos ni controles de ningún tipo ni opciones de opinión popular, salvo en las elecciones. La corrupción estructural sistémica permite que de vez en cuando aflore algo que la misma estructura presenta como individual, para dar de comer algo a los medios. A veces hasta alguno (rarísimo) va a la cárcel, pero la estructura de la corrupción permanece. Las instituciones y el propio Estado están secuestrados por las élites económicas y políticas.

Posteriormente aparecieron los sondeos que daban a Podemos el primer lugar en aceptación electoral directa de los españoles. Otra conmoción de distinto tipo que rompía el bipartidismo habido desde la Transición y daba la victoria virtual a un todavía no-partido que ni ha dicho si se va a presentar a las próximas elecciones.

Ambas noticias hablan elocuentemente de un final de época y de un cambio mental en la mayoría de los españoles. La crisis ha aflorado un hartazgo contra las élites en general y contra la clase política en particular. Lo que implica el fracaso de una sociedad que hasta el momento no ha sabido dar una salida justa y ecuánime a la crisis. Más aún, la desigualdad entre los españoles es escandalosamente creciente y la percepción social sobre el final es totalmente negativa y pesimista, a pesar de las continuas falacias del gobierno y sus manipuladas estadísticas sobre el paro y la economía. La gente ya no cree nada ni a nadie. A los dirigentes económicos los odia por su arrogancia y su obscena ambición por la riqueza. A los dirigentes políticos los desprecia, a unos por su enriquecimiento inmoral e ilegal y a otros por su incapacidad en neutralizar la situación nefasta en que estamos.

Han pasado casi cuarenta años desde la muerte del dictador. Y aquella confianza que todos los españoles depositamos en los partidos políticos, criminalizados y perseguidos en la dictadura, parece que se ha agotado. Pocos dudan de que ha sido la época más fructífera y brillante de la historia de España. El esfuerzo y aciertos, junto con errores, de las organizaciones políticas y sindicales han sido imprescindibles en el proceso habido. La Constitución, los Pactos de la Moncloa y la instauración de una democracia avanzada fueron logros espléndidos de una Transición, ahora criticada, pero que fue el resultado de un consenso y un pacto inviables en la actualidad.

¿Qué ha pasado para que tan espléndido proceso se haya frustrado? Pienso que hay una palabra clave: cambio. Cambio fue la palabra mágica para Adolfo Suárez y cambio fue la palabra mágica para Felipe González, en mi opinión los dos personajes clave de la democracia española. Pero cambio no es un concepto estático que una vez usado hay que enterrarlo, sino que es un concepto que debe estar funcionando a lo largo de todo el proceso. Cambio es un concepto que debe formar parte permanentemente en todos los procesos y estrategias que se quieran conservar vivos y dinámicos. Si uno se instala y piensa que la sola inercia hace funcionar el sistema, la propia entropía agota y arruina el sistema. Y eso es lo que ha pasado en la sociedad española. Lo que funcionó bien y puso en marcha a esta sociedad se ha agotado. Las clases dirigentes llevan demasiados años haciendo lo mismo sin modificar objetivos ni métodos ni estrategias.

Podemos no es más que el reflejo del fracaso del sistema y la catalización de la indignación popular. No son tanto sus propuestas sino lo que ese movimiento significa: una posible oxigenación del sistema. Es cierto que no se trata de izquierda o derecha, sino de lo viejo y lo nuevo. La dialéctica se impone aunque los personajes del drama no sepan qué es. Lo nuevo arrampla con unos elementos viejos que no se han marchado voluntariamente pero que la ola de lo nuevo los va a arrastrar. Triste final para muchos políticos que debiendo haber renovado el sistema no han podido o no se han atrevido a hacerlo y posiblemente tengan que irse en el maremagnum del cambio.


Mariano Berges, profesor de filosofía


sábado, 25 de octubre de 2014

RUIDO Y SILENCIO

El momento más crítico es antes de escribir. La angustia del folio en blanco te puede llegar a bloquear. ¿Sobre qué escribo? Lógicamente, sobre lo que uno cree saber. Y entonces te das cuenta de lo poco que sabes sobre casi todo. Y lo poco que sabes, lo has contado tantas veces… Un auténtico drama. Y, sobre todo, qué insensatez la mía la de ponerme a pontificar sobre lo que tan poco sabes. Qué prepotencia, qué vanidad.

Ante esta pequeña crisis personal uno empieza a escribir sobre su misma crisis personal a fin de clarificarse a si mismo. Tratando de quitarse la máscara que te esconde y protege de la mirada de los demás. Y lo que más te viene a la mente son interrogantes nada retóricos. ¿Qué quiero comunicar? ¿A quién? ¿Qué objetivo pretendo lograr? ¿Le interesa a alguien lo que yo piense o diga? ¿Tiene sentido mi reflexión? Y si lo tiene ¿para quién? Y mi acción, pública o privada ¿sirve para mí, para los demás, para nadie? Si dudo sobre mi utilidad ¿por qué tanto afán por imponerme? Para actuar o hablar hacia los otros, habría que pensarlo mucho ante tanto atrevimiento.

Y, sin embargo, estamos abrumados ante tanto temerario que nos da su opinión sin antes preguntarse si le interesa a alguien. Ante esto uno debería optar por no hablar. Y entonces viene el silencio. ¡Qué hermoso es el silencio entre tanta palabrería! El silencio nos permite ver nuestra desnudez y nuestra insignificancia. Todos los medios de comunicación, especialmente la televisión, deberían guardar un día de silencio para que la gente hablase y reflexionase consigo misma. Sería un silencio sonoro que retumbaría en la sociedad. Al día siguiente todos seríamos más sabios y más humildes. Todos hablaríamos menos y escucharíamos más. Todo sería más sencillo y más inteligible. Las personas adquirirían un lugar preeminente y las cosas se supeditarían a ellas. Distinguiríamos lo importante de lo secundario. Lo urgente podría esperar. Nos miraríamos unos a otros solicitando que el otro hablase primero para yo aprender de él. Si es el otro quien me gana en la discusión le daría las gracias por haberme enriquecido con una nueva perspectiva de la que yo carecía.

Sería una gran revolución silenciosa contra el ruido, tan peligroso y dañino. El ruido está en todas partes. La persona superficial no soporta el silencio. Aborrece la soledad. Busca el ruido exterior e interior para no escuchar su propio vacío. El ruido hace más soportable nuestro vacío, nuestra nada. Los medios de comunicación generan una sociedad llena de ruido y superficialidad. Lo trivial y lo epidérmico se imponen a nuestra capacidad de entender e interpretar. Hablamos todos a la vez para tener la coartada de no tener que escuchar. Escuchar al otro implica tenerlo en cuenta, dignificarlo. Con tanto ruido, se confunde la información con el conocimiento. Incluso para el creyente su creencia se evapora en el ruido distractivo de lo religioso. Se confunde religión (ruido) con teología (silencio y meditación), y así se nos escapa la trascendencia. Para el político, el ruido se transforma en activismo y no percibe la dirección y el sentido que la política debe dar a la sociedad. En los partidos políticos, yo obligaría a hacer ejercicios espirituales en lugar de elaborar programas políticos de “cortar y pegar”. Con ruido es imposible escuchar a los demás y a uno mismo. Con el ruido se impone la inmediatez y el presentismo, abandonando la planificación y el método. El ruido solo sirve para esconder nuestra nada y nuestra insignificancia.

Por el contrario, solo desde el silencio se pueden pronunciar palabras justas y con sentido. Pocas siempre. A veces, incluso sin palabras. Unos puntos suspensivos bien puestos hacen trabajar al lector y fuerzan su creatividad mental. Aprender a escuchar el silencio puede provocar una transformación personal. Atender al silencio es escuchar lo que usualmente se escapa, lo que pasa desapercibido. Para ello es preciso parar la actividad urgente. ¿Qué ocurre cuando uno se queda en silencio? Se escuchan las ideas que rondan la cabeza, lo que se ha vivido, tal vez lo que se espera vivir, se escucha el propio cuerpo.

Silencio y ruido son conceptos que describen dialécticamente nuestra contradicción personal y colectiva. El silencio nos prepara para la comunicación y la comunicación es hueca sin silencios previos. Más aún, el silencio forma parte de la comunicación igual que los silencios forman parte de la música. Se escucha en silencio para poder comprender. Y comprender, para después poder hablar, siempre se hace en soledad. Sería interesante buscar tiempos y lugares de silencio para serenarnos y resolver satisfactoriamente esa dialéctica entre ruido y silencio. 


Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 11 de octubre de 2014

LA HISTORIA , LA EDUCACIÓN Y LA POLÍTICA

Esta semana he leído una entrevista que Ramón Lobo hace al historiador José Álvarez Junco. La sabiduría y el sentido común del historiador me sugieren recomendarla y comentarla a mis lectores. No hay por qué estar de acuerdo con todas sus opiniones, pero la honestidad intelectual y el rigor histórico de nuestro personaje se palpan en cada línea. Me ceñiré a plasmar algunas ideas.

Álvarez Junco se considera un historiador del XIX-XX, por lo que a ellos se remite continuamente. Cuando se le pregunta sobre la historia común de España en los últimos siglos, se remite al alto grado de subjetividad de la Historia y a la imposibilidad práctica de alcanzar un grado de consenso sobre una historia común. Ni en España ni en ningún otro sitio. Todos los conflictos humanos son complicados. Y siempre hay muchas versiones y, por lo tanto, muchas verdades. Y en esta cuestión, se llevan la palma los nacionalistas, grandes inventores de la historia. Tanto los nacionalistas periféricos como los nacionalismos centrales. Cuenta a propósito de esto que los papas y los señores feudales pagaban a los historiadores para que inventaran sus hazañas y, claro, se inventaban cosas increíbles.

Sobre la denominada Guerra de la Independencia de 1808, el historiador hubiera sido afrancesado, posicionándose con la racionalidad, el laicismo y la Ilustración francesas  frente al absolutismo reaccionario de Fernando VII. Entre las causas de los consecutivos desastres españoles, achaca no pequeña parte a la religión y al seguidismo de los muchos católicos españoles, gente más de rituales que de creencias y valores morales. La Iglesia, dice, ha estado completamente al margen o en contra de los avances del pensamiento político y social contemporáneos.

Sobre la II República, dice que la responsabilidad de su fracaso fue de todos. Los republicanos de verdad (Azaña y la Institución Libre de Enseñanza), liberales y modernizadores europeístas, frente a los que jugaron con fuego a hacer la revolución (anarquistas, comunistas y socialistas de izquierda), que nunca entendieron el verdadero espíritu republicano. Todavía hoy en la política española, la derecha es bastante retrógrada y la izquierda aún es bastante sectaria.
Álvarez Junco considera que “España es un país de trinchera: aquí o allá, con nosotros o contra nosotros”. Y lo atribuye a que España es un país inculto, y en la escuela no nos enseñan que tu verdad es tu verdad pero no La Verdad, que el de al lado tiene otra verdad distinta a la tuya y que aunque sea distinta es respetable. Cita a propósito de esta característica la obra de John Stuart Mill “Sobre la libertad”, autor poco leído en nuestro país y ejemplo de educación liberal (del liberalismo bueno, el filosófico). Por una vez que en España aparece una asignatura que suena bien en el sistema educativo (“Educación para la Ciudadanía”), la quitan, no sé si por el título o por el contenido, o por ambos. Y eso que se reducía a ser una asignatura más entre otras, en vez de ser un magma que impregnara todas las asignaturas del currículum. Dice que “España es un país que no escucha”. Ver el ejemplo de las tertulias y debates en los medios. Todos hablan y nadie escucha. O sea, que “tenemos una educación de baja calidad”, pero no necesariamente por nuestros políticos sino por nuestra ciudadanía, en parte. Nuestros políticos son resultados de nuestra ciudadanía. Así, por ejemplo, en la práctica docente, los profesores españoles asfixian al estudiante con demasiada información, que ya está en los libros y en internet, cuando lo que hay que darles son lecturas para discutirlas en clase.
Le preguntan por movimientos ciudadanos como Guanyem, Ganemos o Podemos. A lo que responde que le parece bien todo tipo de denuncias de la corrupción pero que son movimientos un tanto infantiles, populistas y redentoristas. Ironiza diciendo que “el pueblo es bueno, los políticos son malos, y si le dejamos el poder a la gente todo va a ir bien”. Pues depende, porque la gente es egoísta y malvada como todos los seres humanos. Y si la gente no tiene suficiente educación hará barbaridades. No hay que confiar tanto en la gente y sí en el cumplimiento a unas normas siempre perfectibles y en el respeto a una instituciones lo más ejemplificadoras posibles. No obstante, no acepta el anquilosamiento y clientelismo de los dos grandes partidos.
Ante la pregunta sobre el futuro de Cataluña, argumenta, inteligente y pesimistamente, que, en una situación democrática, habría que reconocer el derecho a decidir, pero ¿qué hacemos con los catalanes que no quieren separarse?, ¿hay que reconocerles el derecho a no separase? Habría que dividir en unidades cada vez más pequeñas. Asunto muy complicado.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 27 de septiembre de 2014

EL NACIONALISMO ESENCIALISTA DE CATALUÑA

Septiembre de 2014. La mayoría política parlamentaria de Cataluña dice ser independentista y pretende que, incumpliendo la legalidad vigente española, la sociedad catalana vote si quiere o no ser un Estado independiente. Estos mismos políticos catalanes llevan cuatro años eludiendo sus obligaciones en combatir la crisis con el señuelo independentista como solución mágica para todo. El gobierno catalán no ha ejercido la función de gobernar en estos cuatro años y su mayor caudal de energía lo ha dedicado a destruir el Estado de bienestar de los catalanes
Y por si esto fuera poco, el alma del soberanismo catalán, Jordi Pujol, se confiesa corrupto personalmente, familiarmente y políticamente. Lo que significa que han sido 23 años de corrupción y robo estructural y planificado por parte de los patriotas catalanes, especialmente por parte del “padre de la patria catalana”: Jordi Pujol i Soley. Cataluña se ha descapitalizado en todas sus dimensiones: económica, política y moral. Su grito patriótico de “Madrid nos roba” es patético, pues solo ha servido para justificar su durísima política de derechas en contra de los derechos sociales y laborales conseguidos a lo largo de muchos años. La reivindicación independentista ha sido un sucedáneo deformador de la realidad empobrecedora de Cataluña y silenciador de protestas y reivindicaciones sociales.
Y como nota final en esta descripción de la realidad y de este engaño al pueblo catalán, sostengo que los impulsores del proceso independentista han sabido en todo momento que el 9-N de 2014 no habría consulta. Todo habrá sido una farsa teatral y total(itaria). Pero el desastre está servido, especialmente en forma de fractura social difícil de recomponer. Mucho habría que decir también del resto de la Cataluña dirigente (políticos, empresarios, banqueros, intelectuales, iglesia, periodistas…), que sabían y callaban.
De alguna manera, el embrión de esta tendencia separatista está en la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y el uso demagógico que los catalanistas-soberanistas-independentistas han hecho de la sentencia (efecto buscado), empezando por la astucia tramposa de Maragall y complementada por la irresponsabilidad culpable de Zapatero, y la ambición electoral de ambos. Como dice Eliseo Aja, los autores intelectuales del Estatuto pretendían como aspecto fundamental “blindar las competencias” de la Generalitat frente a las hipotéticas vulneraciones por parte del Estado español. La liturgia victimista catalana comenzó en ese momento. Todo lo anterior había sido puro mercantilismo de Pujol.

Tras la descripción de la Cataluña nacionalista, y al margen del uso y abuso del magma independentista, podemos destacar dos hechos objetivos: 1) La estructura territorial de la Constitución de 1978 es actualmente insuficiente para responder a los problemas que el Estado español tiene en la actualidad. 2) En Euskadi y Cataluña, crece un movimiento independentista que pone en grave riesgo la unidad del Estado, con consecuencias nefastas para todos. Parecen dos argumentos suficientes para que todas las fuerzas políticas españolas trabajen por un consenso para modificar la Constitución en un sentido federal. Una España federal en una Europa federal sería un magnífico escenario para la regeneración democrática que la sociedad exige y necesita.

Ahora bien, el federalismo es algo igualitario y solidario por definición, además de constituir un proceso largo en el tiempo y muy complejo técnicamente. Lo del federalismo asimétrico no deja de ser una trampa saducea. Reconocer identidades diversas en España no supone otorgar privilegios a nadie. La lealtad y la cooperación recíprocas son exigencias fundamentales para todas las autonomías en una estructura federal. Lo mismo que la claridad competencial, una financiación justa y equilibrada y la corresponsabilidad fiscal. Sería también un momento idóneo para replantearse los conciertos vasco y navarro, especialmente en lo concerniente a los cupos económicos entre el Gobierno de España y los gobiernos autonómicos de Euskadi y Navarra, que suponen un agravio para el resto de España.

En definitiva, los dirigentes independentistas catalanes, imbuidos por un complejo de superioridad sin argumento social ni histórico de ningún tipo y contra toda lógica europea y contemporánea, pretenden mangonear su “pequeño país” a favor de la burguesía catalana, siempre insolidaria con España y Cataluña. La nostalgia me lleva a recordar aquella Barcelona cosmopolita del tardofranquismo y la Transición, auténtica ventana abierta a la modernidad europea y punta de lanza de la España cultural y vanguardista en pleno desierto de la dictadura. Hoy, Barcelona es más pueblerina y más pobre políticamente.

Mariano Berges, profesor de filosofía


sábado, 13 de septiembre de 2014

SALIR DE LA CRISIS

Han pasado solo tres meses y medio desde las últimas elecciones europeas pero parece que ha transcurrido mucho más tiempo. Es lo que pasa con los terremotos: cambian tanto el paisaje que parece fruto no de un instante sino de una secuencia temporal mucho mayor. Si a ello unimos que las elecciones europeas fueron, como era de temer, en clave nacional, hemos cometido dos errores: primero y principal, volvernos a olvidar de Europa (referencia y solución para España); segundo, extrapolar las consecuencias y los miedos a escenarios nacionales.
Tras las elecciones, el gobierno español está continuamente creando relatos esperanzadores, que se centran fundamentalmente en la mejora de los datos macroeconómicos, fruto de la economía especulativa. El modelo vigente de economía (¿qué fue del cambio de modelo productivo?), más la falta de respuesta política trae las consecuencias ya conocidas: paro, pobreza, y desigualdad. Estamos cerrando la crisis en falso, lo que nos conducirá a un empeoramiento de la situación.
Estamos metidos en un círculo vicioso, manejando conceptos periclitados y, sobre todo, carentes de una perspectiva nueva que encare los nuevos retos, que no son solo españoles sino, sobre todo, europeos. Los partidos políticos españoles todavía no se han integrado en la perspectiva europea. Todo lo traducen en clave nacional (perspectiva vieja e inservible). Pero lo más grave es que Europa en su conjunto tampoco se ha situado en la nueva perspectiva. Sus dirigentes se han dedicado durante estos tres meses y medio al mero ejercicio burocrático de sus nombramientos de recambio en la estructura de poder, con los únicos criterios de sus intereses partidistas y personales. Hasta ahora nada se ha dicho de los 28 millones de parados europeos ni se ha hablado de inversiones productivas. Solo se oye hablar de bonos y de bolsa. El BCE es la auténtica autoridad europea. La Comisión y, más aún, el Parlamento europeos siguen de testigos mudos.
Conclusión: estamos aún y seguimos caminando por una economía especulativa, ante la mirada pasiva de una ciudadanía cada vez más desesperanzada. Lo que nos conduce a una política populista y coyuntural, tanto en clave electoral (obsesión por lo nuevo) como en clave interior de los propios partidos (cambio de caras y… ¿algo más?).
Si la política europea y española no cambian su vieja perspectiva (economía especulativa, malestar social y populismo político), el escenario actual es muy parecido al de la Europa de los años veinte y treinta del siglo anterior y sus consecuencias fascistas guerreras.
Podemos reconocer la gravedad de la crisis pero sin perder los principios éticos de la buena política. Un sistema político democrático no se diluye por reducir su PIB pero sí se resiente por una creciente desigualdad y pobreza social. Si los bajos salarios, el paro y los recortes sociales siguen existiendo, y aún creciendo, la desigualdad irá aumentando. Y una desigualdad creciente actúa como un óxido corrosivo en la estabilidad social. Si a ello añadimos la ausencia de una fiscalidad justa y progresista, el círculo vicioso inoperante y peligroso podría explotar. El círculo es vicioso porque la crisis lleva a la desigualdad y la desigualdad mantiene y acrecienta la crisis. Intentamos paliarla con un mayor endeudamiento. Ya hemos llegado al billón de euros. Nuestra deuda española es técnicamente impagable. Estamos peor que en 2008. No hemos aprendido nada.
¿Cabe alguna esperanza o alternativa? Me sirvo de una referencia histórico-científica. Hasta Galileo la ciencia no avanzó realmente. Y lo que fundamentalmente hizo Galileo fue interrelacionar la física con la matemática, que hasta entonces se habían desarrollado por separado y, por lo tanto, especulativamente. “La naturaleza hay que leerla en clave matemática”, decía Galileo. Pues bien, algo parecido sucede con la economía y la política. Ambas tienen que integrarse en una misma visión y perspectiva. No pueden andar hipotecándose mutuamente, sino que ambas forman parte de un mismo proceso y dirección. Es una misma lógica la que tiene que guiar a las dos. Cuando hablamos de armonizar austeridad (hermosa palabra demonizada con la crisis) y crecimiento, estamos hablando de esto. Hablemos menos de riqueza económica y más de desarrollo humano. El declive del Estado de bienestar no conlleva la liquidación del Estado social de derecho, del cual procede, pero nos obliga a aclarar qué tipo de Estado social queremos para nuestros hijos. Estamos obligados a la elaboración y realización de un nuevo pacto social con las próximas generaciones. Con realismo, equidad y solidaridad. Y con urgencia.
Mariano Berges, profesor de filosofía


sábado, 30 de agosto de 2014

LA DIALÉCTICA DE LO VIEJO Y LO NUEVO

Los partidos políticos son instrumentos para transformar la sociedad. No son, pues, importantes por si mismos sino por el objetivo que pretenden. La gente tiene sus ideas que, simplificando el conjunto de ellas, llamamos ideología. Como cada uno en particular no tiene capacidad ni de transformar ni de influir en casi nadie, se organiza o se adhiere a una organización (partidos, sindicatos u otros) que intenta, desde el poder conquistado en unas elecciones democráticas, transformar la sociedad en la dirección de esas ideas que defiende.

Pero las ideas no son abstractas (idealismo) sino que provienen y están en función de una realidad a transformar. Y esa realidad es cambiante, por lo que las ideas transformadoras tienen que ser también cambiantes. Por eso es tan importante la sinergia entre jóvenes y adultos porque son dos formas distintas de mirar y percibir la realidad, compleja y poliédrica siempre. En una sociedad como la española actual (primer mundo, culta, viva), la realidad y la percepción social de esa realidad cambian muy rápidamente. Tan es así que cualquier teoría que no integre el concepto de cambio en su interior está condenada al fracaso.
En estos momentos, el PSOE está en caída libre. Y la caída libre no se neutraliza con programas sino con credibilidad. La credibilidad es fácil perderla y muy difícil conseguirla. ¿Cómo ha perdido el PSOE la credibilidad? Pienso que, fundamentalmente, por dos razones: una externa, la globalización neoliberal que nos rodea y que pone en crisis el modelo de bienestar; y otra interna, su declarada sumisión a los poderes económicos y su pertenencia a la vieja política. Recobrar la credibilidad es harto difícil y nunca sin humildad y paciencia.

Una consecuencia de esa falta de credibilidad socialista se llama PODEMOS. Porque la cuestión electoral no depende solo de las ideologías de votados y votantes. También cuentan, aparte de la credibilidad, las modas, tendencias, coyunturas y la mercadotecnia. El PSOE ya ha renovado su cúpula nacional, que ha quedado rejuvenecida y desconocida. ¿Y qué? El problema real (paro, pobreza, deterioro social) sigue ahí. Solo mejora la macroeconomía (¿qué es eso?). La situación sigue igual y cada vez con menos esperanza. Sigamos la argumentación: si es la gravedad de la situación la que ha posibilitado el 15-M / PODEMOS, éste seguirá existiendo y progresando. ¿Hasta cuándo? Porque se trata de un partido sin organización, lo que hace imposible su continuidad, tras el fogonazo de salida.

En estos momentos, la cuestión electoral no se dilucida en los programas sino que se juega en los vaivenes electorales que aparecen y desaparecen ante situaciones de desesperanza para un paciente que se agarra al mínimo clavo ardiendo que lo mantenga vivo. Pero entre los votantes de PODEMOS no solo hay algunos desahuciados, sino están también los ofendidos, clase media y media-alta, que se han sentido agredidos por la crisis en su confort existencial. Son gente que en su día votaba a partidos convencionales y que su voto frustrado elige a los nuevos no contaminados. Como revulsivo podría funcionar. ¿Llegará PODEMOS a ser el partido de la derecha “ilustrada” española?

Los españoles, desde su profundo escepticismo e incertidumbre, venden caro su voto. Ya no se fían de nadie. Piensan que todos los han engañado. Todos menos los que aún no han gobernado. Ése y no otro es el gran argumento de PODEMOS. Porque su programa es un listado de generalidades y obviedades, recitadas como una lección recién aprendida, y una serie de respuestas simplistas a problemas complejos. Eso sí, y mucha comunicación política de nueva generación. La gente no vota a PODEMOS, vota contra una política que está deteriorando gravemente su vida y sus expectativas. La adecuación de un partido conservador como el PP a la crisis es fácil y hasta cómoda. Su praxis de gobierno está en plena coherencia con su pensamiento. El PSOE lo tiene muy difícil. La política redistributiva socialdemócrata necesita una situación económica holgada, inexistente en la crisis. La competitividad rápida y global que exigen los mercados va contra la línea de flotación socialista. Es el momento de los populistas que nada tienen que corregir porque no han gobernado y todo es futuro aunque sea sin argumentos consistentes. La cultura (o incultura ) política hace el resto.

En una situación difícil, con visos de imposible, hay que cambiar la perspectiva, partiendo del hecho de que las viejas palabras ya no designan las nuevas realidades. Es momento para audaces con argumentos. El PSOE debe seguir profundizando en su renovación, con paciencia, sin urgencias ni presentismos, con argumentos, con estrategia de futuro. El PSOE es un partido necesario, independientemente de quienes sean sus dirigentes.


Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 16 de agosto de 2014

REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA (y II)

Este artículo complementa y concreta mi artículo anterior.
En primer lugar, comencemos por la palabra de moda: federalismo. Como dice el profesor Manuel Zafra, el Estado federal nace pero no se hace. Es muy difícil convertir un Estado ya formado en un Estado federal que presupone la existencia e independencia previa de los Estados. El federalismo siempre ha sido el subconsciente del Estado autonómico, bien para criticar sus presuntos excesos, bien para señalar sus supuestas debilidades. Pero convertir España en un Estado federal es algo muy complejo que exige previamente una elaboración teórica y técnica muy profunda. El inicio podría ser la creación consensuada de una comisión de trabajo con personas independientes y de prestigio que elaborasen una propuesta técnica. Esa propuesta, más un debate profundo y coordinado, podría ser una buena solución. Es un proceso que requiere una modificación constitucional profunda y compleja. Sentido de Estado, grandeza de miras, consenso social y político, son algunos requisitos imprescindibles.
La regeneración democrática que España requiere tiene un gran objetivo: la defensa real y efectiva de una democracia de calidad y el progreso económico y social frente a la creciente fragmentación territorial y social. Y necesita un gran instrumento: el relevo en las instituciones de poder y en la articulación de la nueva sociedad por parte de las nuevas generaciones, como así lo prescriben la lógica y la biología. Como medidas concretas, no en plan recetas sino como elementos de discusión, citaría las siguientes:
En primer lugar, un pacto estructural por el empleo y las pensiones, con la participación de Gobierno, partidos políticos, centrales sindicales y organizaciones empresariales. La Reforma Laboral del PP debe ser cambiada por directrices de la UE que hagan semejantes para todos los países miembros, sueldos mínimos (y máximos), condiciones laborales y derechos humanos en general. El Estatuto de los Trabajadores, desnaturalizado por la última Reforma Laboral del PP, sería un buen punto de partida. Es también necesaria una reforma en profundidad del sistema de pensiones que tenga en cuenta la mayor esperanza de vida de la población. En esta cuestión, las propuestas técnicas de los expertos y el consenso político de los partidos es requisito imprescindible para su sostenibilidad.
En segundo lugar, es urgente una reforma y modernización de las diversas Administraciones públicas: eliminando la duplicación de estructuras y funciones hasta conseguir un Estado eficaz y eficiente, en función de las nuevas demandas de España y la UE. Una buena herramienta sería una aplicación operativa del Estatuto Básico del Empleado Público que contribuya a profesionalizar la dirección de la gestión, limitando la designación política de altos cargos para protegerlos de interferencias. También es necesario garantizar un acceso adecuado a la información sobre la gestión de las Administraciones, que facilite la rendición de cuentas de los gestores y el juicio crítico por parte de los administrados.
Como medida de alto voltaje social es imprescindible un pacto por la educación y la sanidad públicas, como soportes fundamentales de un Estado mínimo de bienestar. La formación de capital humano e investigación no puede estar al albur de cambios de gobierno ni reclamos electorales. La igualdad de oportunidades y el premio al esfuerzo individual deben ser criterios básicos. Lo mismo cabe decir sobre la sanidad pública, donde el Estado debe garantizar la cobertura universal, independientemente del lugar donde se resida.
La tercera pata del Estado democrático de derecho, el poder judicial, todavía no ha sido objeto de una transformación democrática rigurosa. La igualdad de los ciudadanos ante la ley es papel mojado dada la lentitud e ineficacia en el funcionamiento de los tribunales.
Todo ello no sería económicamente posible sin una reforma fiscal justa y equitativa, sin exenciones que conviertan en papel mojado cualquier normativa existente. Y con una inspección rigurosa e independiente de elementos y “precauciones” políticos. En España no hay ética ni conciencia políticas porque se ha cultivado la opinión de que pagar a Hacienda es de tontos o despistados. O de pobres, porque los ricos no suelen pagar.
Dos medidas más directamente políticas. Una Ley de Partidos que garantice la democracia interna y la transparencia de las formaciones políticas. Y una Ley Electoral que modifique algunos elementos de la normativa actual, de manera que armonice una proporcionalidad real de la representatividad popular con una gobernabilidad eficaz.
Faltan más medidas que mis inteligentes lectores suplementarán.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 8 de agosto de 2014

REGENERACION DEMOCRÁTICA

La crisis actual no está finalizando sino que está consolidando el nuevo modelo social que el neoliberalismo buscaba: trabajo precario, salarios bajos, servicios públicos deteriorados y copagados, desigualdad creciente, exclusión social. Con ser muy grave la crisis económica por la que atraviesa España, con su dramática consecuencia de más de cinco millones de parados y un empeoramiento general del nivel de vida, pienso que es más difícil de superar la crisis política e institucional que el país afronta. La corrupción, que ya no es puntual ni coyuntural sino permanente y estructural, y que afecta a todos los partidos que han gobernado, aunque en grados distintos, es su característica más sintomática, aunque no sea la causa sino la consecuencia. Coincide esta situación con el final de un ciclo histórico y la apertura de una nueva etapa llena de incertidumbres.

Pero aparquemos la crisis económica por suficientemente analizada y centrémonos en la crisis política e institucional. Crisis de gobernabilidad (déficit de modelo de Estado y de Administración; 17 CCAA sin coordinar; incumplimiento de la Constitución; partidos políticos con una baja calidad democrática) y crisis de liderazgo político y de credibilidad. Aunque la sociedad española aguanta bien, a pesar de todo. En el fondo, sigue creyendo en la política, en otra política. Por eso sigue votando, a otros distintos de los habituales, prueba con otras alternativas. En definitiva, lo que está pidiendo a gritos es una regeneración democrática. Critica a los políticos, pero para que cambien (de personas y de conductas). Y hablar de regeneración es hablar de cultura y de educación, no de un mero cambio de decorado.

No hay que olvidar que, tras cuarenta años de dictadura franquista, los españoles supimos organizar la convivencia de nuestra sociedad para darle un potente impulso de prosperidad y libertad. Hoy, no solo estamos mejor que ayer sino que gozamos ya de una breve tradición que nos permite seguir, con la herramienta del consenso, dando forma a las modificaciones necesarias que nos permitan una convivencia justa y solidaria. El pesimismo, con frecuencia, no es más que la coartada para la negación de la participación política. Existen suficientes recursos humanos e institucionales, pero faltan liderazgos que dirijan los procesos de este nuevo impulso.
Somos conocedores de las consecuencias (positivas y negativas) de la globalización, que se visualiza especialmente a partir de 1989 (desaparición del modelo comunista) y que facilita la aparición de un nuevo modelo social neoliberal y tecnocrático. Pero también es cierto que España está sufriendo con mayor intensidad una crisis propia y más grave que tiene otras causas específicas. Los ya bastantes años de democracia han esclerotizado a nuestras instituciones y a nuestros líderes, de manera que es urgente la modificación de actitudes y contenidos, a fin de establecer un modelo político más acorde con las nuevas exigencias del nuevo ciclo que ya ha empezado.
El punto de partida debería ser un diagnóstico de situación y su correspondiente etiología. Debería ser un análisis descarnado que posibilitase una terapia real, aunque fuese traumático para muchos de sus protagonistas. Hay cuestiones generales que hay que solventar con nuestros socios: la globalización y la competitividad, Europa y el euro…, pero hay otras cuestiones propias de España que nadie las va a solventar por nosotros. Especialmente grave son los sentimientos de escepticismo e incredulidad respecto a la capacidad de nuestros líderes para atender a las demandas de los ciudadanos. La corrupción generalizada por parte de todo tipo de dirigentes, el descrédito de la clase política, las violaciones de derechos que se consideraban adquiridos de forma permanente, hacen crecer la desafección popular de los españoles hacia el sistema que ha generado mayores niveles de bienestar, democracia y libertad en toda la historia de España. Si a ello añadimos la llamada ruptura generacional por las enormes dificultades de los jóvenes para encontrar empleo y la nueva facilidad y virulencia con que se expresa su justificado descontento en las redes sociales, describiremos un escenario de muy difícil recomposición.
Algunos simplifican la solución con una modificación de la CE en clave federal. Sin embargo, todo es mucho más complejo, pues si bien es cierto que una modificación constitucional podría dar un nuevo impulso (¿segunda transición?), previamente hay que modificar radicalmente muchas actitudes y planteamientos sin los que es imposible un cambio serio. Dejamos para una próxima entrega algunos de estos cambios y su metodología.



Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 19 de julio de 2014

NUEVO PSOE (y II)








Esperando que, tal como se exponía en el artículo anterior, el PSOE cambie la estructura del negocio y no solo de gerente, intentaré en esta reflexión apuntar algunas notas que podrían irle bien al nuevo PSOE como aspirante que es a partido de gobierno.

La primera cuestión, la más importante y la más difícil, pero también la prueba de fuego de la convicción y eficacia de un partido socialdemócrata. es la cuestión fiscal Una fiscalidad moderna, suficiente y justa es la clave para poder aspirar a un Estado de bienestar suficiente y equilibrado. La última seudorreforma del Gobierno PP ni es suficiente, ni justa ni equilibrada, sino una propuesta que, con tintes electoralistas, no aborda un cambio de fondo del sistema tributario sino que consolida los problemas existentes y sigue beneficiando a los que más tienen. Nuestro país necesita un sistema que garantice más recaudación de forma estable para atender los compromisos sociales y financieros que requiere una economía avanzada; un sistema más justo, que aumente las aportaciones del capital y de quienes poseen más riqueza y reduzca la de aquellos que menos ingresos tienen; y atacar con decisión el fraude y la elusión, que están minando la recaudación y la justicia de los impuestos.

En segundo lugar, es fundamental una política clara de defensa de lo público, frente a los teóricos de la globalización que abogan por desmantelar los logros del Estado de bienestar. Estos “globalizadores” defienden la flexibilidad laboral, la baja presión impositiva, la libertad absoluta de capitales y, sobre todo, la idea de que no se puede actuar contra los mercados sin correr riesgos a manos de las multinacionales. Frente a esto, el PSOE debe recuperar la primacía de la política contra la vigencia del pensamiento único. Para ello, no estaría de más derogar el art.135 de la CE y la Reforma Laboral. Dejemos al descubierto a todos los que usan la crisis como coartada para desmantelar los servicios públicos y los valores de igualdad, solidaridad y libertad, imprescindibles en estos tiempos de convulsión. No hay que subestimar la crisis pero hay que salir de ella de una manera justa y solidaria. Si para ello es necesario un calendario más amplio para la recuperación hagámoslo. Y no abusemos de la deuda porque ello supone la hipoteca de las futuras generaciones.

En tercer lugar, es de vital importancia la regeneración institucional. Empezando por recuperar el concepto de Estado, que hace iguales a todos los españoles, y poner orden en la realidad autonómica de España, evitando las desigualdades y las discrecionalidades y coordinando el funcionamiento de las autonomías. En un Estado casi federal como el nuestro, caben muchas singularidades, pero siempre sin ventajas jurídicas ni económicas para nadie. El concierto vasco y navarro no ha sido un buen ejemplo y ha dado pie a catalanes (¿y por qué no a otros?) a demandar “lo suyo” y, aprovechando la debilidad del Estado, ir más lejos hasta llegar a extremos independentistas. El nuevo PSOE debe trabajar por un Estado federal con pasos seguros y pacientes, con argumentos sostenibles en el tiempo y en el espacio, y con una política de Estado que nunca debió abandonar. Otro de los aspectos fundamentales en la regeneración institucional es introducir el concepto de independencia de poderes y el de una gestión moderna y eficaz propia de toda organización del siglo XXI.

Y, por último, Europa, que debe ser una referencia imprescindible para España y para el nuevo PSOE. La Europa que ha parido el Estado de bienestar ha sido la Europa socialdemócrata. Es cierto que el siglo XXI ha aportado unas características nuevas a nuestra sociedad: la globalización, las nuevas tecnologías, la movilidad internacional de capitales, bienes y personas y, como consecuencia de todo ello, el cambio radical de las mentes. Pues bien, sin renunciar al modelo socialdemócrata genuino, el nuevo PSOE debe adaptarse a la nueva situación con la integración en su discurso y en su praxis de nuevas personas, herramientas y estrategias, de manera que la política vuelva a primar sobre la economía. La alineación española debe ser con los países del sur, exigiendo con el norte un equilibro actualmente inexistente. Para ello, la participación política de sus ciudadanos es vital, porque la democracia no es sólo una técnica de gobierno, o un mecanismo de selección de representantes, sino un modo de organizarse políticamente. Una forma de vida entre ciudadanos que reivindican el derecho a participar en un debate informado, y a deliberar sobre las exigencias de justicia que cualquier poder está obligado a cumplir. El momento democrático no se condensa en la votación sino en la deliberación

Mariano Berges, profesor de filosofía


jueves, 17 de julio de 2014

La impunidad del discurso




Un discurso es impune si no se compara. El discurso de Rudi no aguanta un mínimo contraste con la realidad. Su optimismo cósmico deriva de la fanfarronería de Aznar y del cinismo de Rajoy. Oyendo a Rudi uno duda de si miente o se cree lo que dice. Ha constatado el "final de la crisis" y ha añadido que Aragón aún está mejor que la media española. No solo no hay final de la crisis sino que hay que aclarar que Aragón ha mantenido tradicionalmente una situación algo mejor que la media nacional. Pero esta ventaja va disminuyendo con el Gobierno de Rudi. Solo un ejemplo: la desigualdad está creciendo el doble de rápido en Aragón que en España (6,5 puntos en Aragón, 3,1 en España) y el riesgo de pobreza y exclusión social (7 puntos en Aragón y 2,5 en España).



sábado, 5 de julio de 2014

NUEVO PSOE (I)








La situación actual del PSOE recuerda a aquel letrero de los escaparates de las tiendas pre-electrónicas que decía “cerrado por balance”. Porque, efectivamente, el PSOE está haciendo una fuerte revisión o balance de su acción política de los últimos años y la correspondiente percepción ciudadana.
El primer momento crítico hay que situarlo al final del “felipismo”. Las cuatro legislaturas de Felipe González transformaron España y los españoles comenzamos a saborear qué era aquello del Estado de bienestar. España se puso de moda en Europa y en el mundo. ¡Qué peligrosas son las modas! Y aunque muchos atribuyen el final del “felipismo a la corrupción, yo siempre he pensado que los españoles estaban aburridos de ver siempre la misma cara y decidieron cambiar. Un rasgo muy español eso de cambiar por cambiar.
A partir de la generales de 2000 el PSOE entra en crisis. Almunia, Secretario General, es vencido en primarias por Borrell como candidato a la Presidencia de Gobierno y se entra en una bicefalia que el aparato de Ferraz hizo descarrilar. El batacazo para la izquierda fue de nota y el PP de Aznar consiguió su primera mayoría absoluta. Por cierto que en esas elecciones PSOE e IU (Almunia y Frutos) hicieron listas conjuntas para el Senado y apoyaban la supuesta investidura de Almunia. O sea, que eso de juntarse las izquierdas en un cartel común ni es nuevo ni garantiza el éxito.
Tras ocho años de “aznarismo”, en 2004, con la guerra de Irak mediante, irrumpe el joven Zapatero que abruma con un primer cuatrienio lleno de nuevos derechos civiles como nunca había soñado España, que se pone a la cabeza mundial en derechos de minorías y de género. Y se aprueba la ley de la Dependencia que, aunque deficitaria de presupuesto, marcó un hito en la política social. Pero el segundo cuatrienio lo comienza Zapatero con las reiteradas negaciones de la crisis y finaliza su crédito el 12 de mayo de 2010 con el inicio de las políticas de ajuste. Es curioso como la sociedad ha hecho pagar al PSOE un final puntualmente negativo frente a todo un balance global enormemente positivo. Desde una perspectiva racional me atrevo a proclamar la injusticia de tal ajuste de cuentas. En la actualidad, y aunque no lo sepan, los movimientos reivindicativos de calle están reivindicando la restauración de la situación anterior al 12 de mayo de 2010, o sea, el modelo social de la socialdemocracia que nunca debió abandonar el PSOE.
A partir de noviembre de 2011, con la mayoría absoluta del PP, España avanza con paso militar en el desguace del Estado de bienestar. La gente cree eso de que no hay alternativa posible y que si nos portamos bien los mercados nos premiarán y volverán las oscuras golondrinas, perdón, las inversiones extranjeras, porque España volverá a estar de moda. El PSOE, tras las derrotas municipales-autonómicas-generales de 2011, y que otorgaron al PP el mayor poder que nunca un partido político ha tenido en España, toma conciencia de su fracaso y celebra un Congreso en Sevilla que no cierra bien las heridas orgánicas. Su contenido programático se enriquece notablemente con la Conferencia Política de Granada, cerrando con una propuesta de reforma constitucional que, aunque deficitaria de concreción y de modelo federal, supone un estimulante punto de partida del que ningún partido ha acusado recibo.
En éstas estábamos cuando las elecciones europeas del 25-M han manifestado que el conformismo no se adueñado de nuestra sociedad. Todavía no sabemos cómo enfocarlo pero los resultados electorales fueron un aldabonazo a quien empezó con las políticas de ajuste y a quién las ha proseguido con una ingente energía, digna de mejor causa. Los nervios están tan a flor de piel que hasta el PP pide regeneración democrática. Surrealista. Y los nuevos “triunfadores” (alístese quien quiera) sienten el vértigo del vacío programático y de una mínima arquitectura de configuración social e institucional.
El PSOE ha terminado el balance y se dispone a cambiar la estructura del negocio. El gerente se ha jubilado y tres prometedores herederos están educadamente porfiando por la herencia. Pero, claro, no se trata solo de cambiar de gerente sino de negocio, que ha quedado un tanto obsoleto por la rapidez de las nuevas tecnologías y de los correspondientes procesos mentales de la clientela. La demanda ha cambiado y los demandantes han madurado y se atreven a pedir lo que antes no se atrevían. ¿Gustará el nuevo negocio PSOE a los potenciales clientes-electores?
Cuidado con cambiar solo de imagen, aunque a veces el mercado solo pida eso. Sería mortal para el PSOE y para España, que siempre ha necesitado al PSOE como elemento fundamental y necesario de modernidad y progreso.

Mariano Berges, profesor de filosofía


sábado, 21 de junio de 2014

MONARQUÍA O REPÚBLICA

Comienzo con dos autores de mi devoción. Sócrates: “La ley está para cumplirla, sea oportuna o inoportuna”. El segundo es una viñeta de El Roto: un mendigo responde a una pregunta sobre Monarquía o República, “un trabajo”. Tanto si nos situamos en el cumplimiento de la ley como en la cotidiana realidad, no toca ahora discutir sobre monarquía o república. Es más, pienso que ni siquiera toca en este artículo ni en este momento, hacer gala ni de republicanismo ni de monarquismo. A mí no me interesa, en estos momentos, el debate sobre la Jefatura del Estado, sino el debate sobre el Estado. ¿Qué queda del Estado de la Constitución de 1978 y de sus grandes principios políticos? Parece, como decía Azaña, que en España cada generación tiene que descubrir el fuego. Pero escribo sobre el tema de moda para que no se me interprete evasivamente.
Puede haber dos baterías de argumentos para defender una postura y la otra. Y posiblemente ambas sean igual de brillantes pero no igual de eficaces. Y una política democrática, si algo debe ser, es legal y eficaz. Conscientes de que la legalidad puede ser meramente formal y la eficacia ineficiente, hay que intentar realizar el concepto material (no solo el formal) de la ley y la dimensión eficiente de la eficacia. De lo contrario, no habría una buena política democrática

¿Cuál es la esencia de un Estado social de derecho? El cumplimiento exquisito de las leyes, especialmente de la Constitución, y una línea progresiva y continua en el cumplimiento de los derechos humanos por parte del Estado para con sus ciudadanos. Y ello no se puede lograr sin un funcionamiento legal y eficaz de nuestras instituciones. Si nos fijamos bien, en lo dicho no aparece ni la forma de ejercer la Jefatura del Estado ni los partidos políticos. Ambas son dos entidades instrumentales aunque muy importantes, que se ejercen convencionalmente, o sea, como la mayoría social a través de sus representantes haya establecido. El establecimiento legal de ese convencionalismo son las leyes, especialmente la ley de leyes. Y hasta que esas leyes no sean modificadas legalmente no cabe otro planteamiento.

¿Caben los debates? Absolutamente todos. Imprescindibles la argumentación, el respeto y la pluralidad. ¿Para qué sirven los debates? Para crear opinión y procurar una mayoría social a favor de mi posicionamiento, suponiendo que lo que yo creo es lo más correcto socialmente. ¿Cabe un debate sobre monarquía y república? Cabe y procede. También sobre otros temas, p.e. el modelo autonómico y su relación con el Estado y la igualdad de todos los españoles. Comience, pues, la sesión. Con serenidad, sin urgencias y con la vista siempre puesta en la dignidad y, a poder ser, en la felicidad de nuestros conciudadanos. Aporto el primer envite: la república es pura racionalidad frente a la teocracia monárquica. Sin embargo, caben circunstancias históricas que hagan aconsejable esta última, aunque siempre entre paréntesis. Mi posicionamiento personal es que hoy procede la sucesión y procede también el debate. No son contradictorios ambos hechos. La realidad no está configurada por el blanco y el negro, sino por grises de la más diversa tonalidad. Y hoy, entre monarquía y república, hay que optar por una democracia de alta calidad que garantice los derechos de todos los españoles.

Un concepto que aparece frecuentemente en esta discusión es el de la Transición y el pacto o consenso que hizo posible la Constitución de 1978. En la Constitución del 78 se prevé como forma de Estado la monarquía parlamentaria y los correspondientes mecanismos de sucesión. El pacto constitucional lo rubricaron, entre otros, UCD, PSOE y PCE. Ciertamente que han transcurrido ya treinta y cinco años y que sería conveniente una actualización de la CE por los procedimientos que ella misma establece, aunque yo siempre he mantenido que es más urgente el cumplimiento de la Constitución vigente que su modificación. Algunos afirman que el pacto constitucional ya está roto de facto en su dimensión social. Aunque trágico, discutible, ya que el momento crítico actual es reversible con la ley en la mano. Solo hace falta una mayoría social plasmada en una mayoría parlamentaria progresista y su correspondiente cumplimiento político.

Otra cuestión es la evaluación que pueda hacerse del reinado de Juan Carlos I. Aunque no es éste el lugar, puede hablarse de luces y sombras: grandes luces públicas y no pocas sombras privadas. Esperemos (más le vale) que el sucesor se tiente más la ropa, pues en ello le va su supervivencia política. No cabe duda que el reinado de Juan Carlos I ha coincidido con la mejor época de la historia española (a pesar de la crisis actual). La causalidad del éxito hay que compartirlo entre muchos agentes, el rey entre ellos.


Mariano Berges, profesor de filosofía