sábado, 8 de noviembre de 2014

CORRUPCIÓN Y SONDEOS

Es difícil sustraerse al trepidante ritmo de las noticias que los medios nos traen cotidianamente, especialmente la corrupción y los sondeos, tan ligados ambos por la relación causa-efecto. El último caso fueron cincuenta y un detenidos de una tacada, conmoción nacional e internacional por la cantidad y la “calidad” de los detenidos. Y aparecerán más. En Aragón tenemos el asunto de Plaza, tras el de La Muela y otros. Sin embargo, yo pienso que la corrupción puntual y/o individual no es lo más preocupante, con serlo mucho. Es más grave la corrupción estructural, que es la que está instalada en España, donde las élites económicas y políticas se reparten el poder de todas los estamentos y organizaciones (políticas, económicas, judiciales, mediáticas, de control, culturales…), sin contrapesos ni controles de ningún tipo ni opciones de opinión popular, salvo en las elecciones. La corrupción estructural sistémica permite que de vez en cuando aflore algo que la misma estructura presenta como individual, para dar de comer algo a los medios. A veces hasta alguno (rarísimo) va a la cárcel, pero la estructura de la corrupción permanece. Las instituciones y el propio Estado están secuestrados por las élites económicas y políticas.

Posteriormente aparecieron los sondeos que daban a Podemos el primer lugar en aceptación electoral directa de los españoles. Otra conmoción de distinto tipo que rompía el bipartidismo habido desde la Transición y daba la victoria virtual a un todavía no-partido que ni ha dicho si se va a presentar a las próximas elecciones.

Ambas noticias hablan elocuentemente de un final de época y de un cambio mental en la mayoría de los españoles. La crisis ha aflorado un hartazgo contra las élites en general y contra la clase política en particular. Lo que implica el fracaso de una sociedad que hasta el momento no ha sabido dar una salida justa y ecuánime a la crisis. Más aún, la desigualdad entre los españoles es escandalosamente creciente y la percepción social sobre el final es totalmente negativa y pesimista, a pesar de las continuas falacias del gobierno y sus manipuladas estadísticas sobre el paro y la economía. La gente ya no cree nada ni a nadie. A los dirigentes económicos los odia por su arrogancia y su obscena ambición por la riqueza. A los dirigentes políticos los desprecia, a unos por su enriquecimiento inmoral e ilegal y a otros por su incapacidad en neutralizar la situación nefasta en que estamos.

Han pasado casi cuarenta años desde la muerte del dictador. Y aquella confianza que todos los españoles depositamos en los partidos políticos, criminalizados y perseguidos en la dictadura, parece que se ha agotado. Pocos dudan de que ha sido la época más fructífera y brillante de la historia de España. El esfuerzo y aciertos, junto con errores, de las organizaciones políticas y sindicales han sido imprescindibles en el proceso habido. La Constitución, los Pactos de la Moncloa y la instauración de una democracia avanzada fueron logros espléndidos de una Transición, ahora criticada, pero que fue el resultado de un consenso y un pacto inviables en la actualidad.

¿Qué ha pasado para que tan espléndido proceso se haya frustrado? Pienso que hay una palabra clave: cambio. Cambio fue la palabra mágica para Adolfo Suárez y cambio fue la palabra mágica para Felipe González, en mi opinión los dos personajes clave de la democracia española. Pero cambio no es un concepto estático que una vez usado hay que enterrarlo, sino que es un concepto que debe estar funcionando a lo largo de todo el proceso. Cambio es un concepto que debe formar parte permanentemente en todos los procesos y estrategias que se quieran conservar vivos y dinámicos. Si uno se instala y piensa que la sola inercia hace funcionar el sistema, la propia entropía agota y arruina el sistema. Y eso es lo que ha pasado en la sociedad española. Lo que funcionó bien y puso en marcha a esta sociedad se ha agotado. Las clases dirigentes llevan demasiados años haciendo lo mismo sin modificar objetivos ni métodos ni estrategias.

Podemos no es más que el reflejo del fracaso del sistema y la catalización de la indignación popular. No son tanto sus propuestas sino lo que ese movimiento significa: una posible oxigenación del sistema. Es cierto que no se trata de izquierda o derecha, sino de lo viejo y lo nuevo. La dialéctica se impone aunque los personajes del drama no sepan qué es. Lo nuevo arrampla con unos elementos viejos que no se han marchado voluntariamente pero que la ola de lo nuevo los va a arrastrar. Triste final para muchos políticos que debiendo haber renovado el sistema no han podido o no se han atrevido a hacerlo y posiblemente tengan que irse en el maremagnum del cambio.


Mariano Berges, profesor de filosofía


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