Es
difícil encajar en un artículo la personalidad y la amplia panorámica poética y
humana de Ángel Guinda, amigo, hermano y maestro. Para ello voy a usar las
notas que preparé para hacer la presentación de un libro suyo, “Poemas para los
demás”, editado por Olifante en 2009. Este poemario no es ni mejor ni peor que
otros poemarios suyos. En todos se autorretrata y nos habla de todas sus
obsesiones. Cualquiera de ellos sirve para trazar una panorámica de su ser y su
estar en el mundo.
Cuando
leo a Ángel Guinda me conozco mejor, me siento mejor. Y siempre hago una
lectura interesada, porque me interesa y desde mis intereses que sus poemas
excitan: Epicuro, Marx (los dos), la Escuela de la Sospecha
(Marx-Nietzsche-Freud), Existencialismo, Wittgenstein. Guinda siempre hace una
poesía, además de estética, filosófica y moral, principio laico robado por las
religiones para domesticarlo y diluirlo, y que él reivindica para su tarea
subversiva. Todos dicen que Guinda ha sido un poeta influyente, pero a mí me
interesa más como poeta influido, por la realidad social de su tiempo.
En
este texto, “Poemas para los demás”, el subvertidor Guinda usa la subversión
como único modo de supervivencia y, siempre solidario, hace para los demás, propuestas
de subversión. Su vasta cultura asoma permanentemente en sus versos, en los
que, con una profunda humildad alcanza altas cotas de significado. Maneja la
ironía como distanciamiento hermenéutico de la realidad. Como casi siempre en
sus poemas, habla de la muerte, siempre integrada en la vida. Usa la paradoja y
la dialéctica, como explicación de la apariencia externa y de la realidad
oculta. Proclama su solidaridad con los vulnerables, siempre y total (el poeta
habla por los “sin voz”). Sobre la actualidad, solo el poeta es capaz de
entenderla y ponerle nombre. A la manera del gran poeta Valente, también Guinda
es el poeta que pone nombre a las cosas.
Toca, cómo no, la religión, las creencias, la iglesia. Recordando a Buñuel, no
podemos no tenerlos en cuenta; solo nos queda subvertirlo. Y, cómo no, el poeta
nos habla de la vida, siempre vencedora de la muerte, hasta después de la
muerte. He visto pocos poetas tan vitales como Guinda. Así, su poesía es su
inmortalidad. Y siempre está latente la esperanza. El poeta nunca es derrotado porque
nunca se siente derrotado. Siempre sujeto, nunca objeto. Y, cómo no, en este poemario
aparece su homenaje a Trasmoz, desde cuya intimidad llega a la trascendencia: “y
el sobrio cementerio / que en silencio me espera”.
Hay
un poema que me encanta, “Semillas”, donde, desde su materialismo histórico
alcanza la trascendencia terrena, con una magnífica síntesis de escritura y
vida: Escribo con palabras / rotundas y sinceras, / con palabras de pan, /
de aceite, vino, agua, / de casa, de la calle, / con ideas en bruto, / para que
tú me entiendas… /Escribo con semillas. / Sencillamente escribo. / Escribo como
vivo. / Escribo como soy.
No
concibe su existencia sin ser poeta. El
poeta reivindica su oficio hasta más allá de la muerte. El poeta es siempre
poeta, haga lo que haga: Si me quitan la palabra escribiré con el silencio.
/ Si me quitan la luz escribiré en tinieblas. / Si pierdo la memoria me
inventaré otro olvido. /… Si me quitan la vida escribiré con la muerte.
Hay
un poema “Credo” que, en su brevedad, es una impresionante oración, laica,
atea, pero profundamente teológica. Aparecen conceptos como la muerte de Dios,
Jesucristo como la negación de Dios y el hombre que se atreve a ser Dios, el
cielo como cristalización de lo hecho en la tierra.
Hasta
cuando es escéptico, su firmeza es sólida: Todo lo trae y se lo lleva el
tiempo. / La vida es una trampa incorregible. / ¿En qué creer después de haber
creído? / Todo lo crea el tiempo y lo destruye. / La muerte es la verdad de
haber vivido.
Finalizo
con su poema “A pie de página”, que dice así: El poeta Ángel Guinda /
desertó de este mundo. / De espaldas a la muerte / y abrazado a la vida.
Definitivo. Adiós, amigo.
Mariano Berges,
profesor de filosofía