sábado, 29 de marzo de 2014








ADOLFO SUÁREZ, MITO Y REALIDAD

Con ocasión de la muerte y exequias de Adolfo Suárez, se demuestra una vez más que en España no hay como morirse para ser aclamado y hasta mitificado por muchos de los que posiblemente en vida le habían vituperado. Cuánto nos gustan en España los homenajes a los muertos. Y qué poco analíticos somos. ¿Tendrá razón Freud cuando hablaba del complejo de culpa en la muerte del padre? Pienso que sí, especialmente en nuestra tradición judeocristiana. Pero casi siempre, la verdad suele ser objetiva y tirando al gris. Suárez ni fue tan malo antes ni tan bueno ahora.

Sin embargo, sí que podemos usar a Suárez como un ejemplo de que la juventud tiene un valor insustituible, aunque carezca de la escenografía de los mayores. La audacia, la intuición y, sobre todo, una nueva manera de entender la realidad, hacen que los jóvenes consigan resultados rápidos en cuestiones de estilo, de fronteras, de rupturas, en definitiva, de cambios rápidos y radicales. Otra cuestión muy distinta son los momentos de gestionar la normalidad y la cotidianeidad. Para ello hacen falta otros valores y capacidades que avalen una gestión y un liderazgo de coordinación, sin los que es imposible avanzar.

Suárez fue un importante líder en un momento en que se necesitaba la audacia propia de un joven ilusionado por pasar a la historia. Porque él era consciente de que lo que hacía era histórico. Y esa convicción funcionaba en él como una fuerza interior imparable. Pero también hay que mencionar a Torcuato Fernández Miranda por su gesto visionario al proponer su nombre al Rey. Y al propio Rey por aceptarlo. Y, sobre todo, hay que apuntar en el haber a toda la sociedad española, que estaba ansiosa por ser un país normal. Y tampoco hay que olvidar a otros líderes como Santiago Carrillo y Felipe González. En mi opinión, éstos son los mimbres importantes de la ahora discutible y antes indiscutible Transición.

Es original la perspectiva que toma Javier Cercas en su libro “Anatomía de un instante” cuando habla de que son tres “traidores” a sus orígenes -Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo- los que mejor representan el enfrentamiento al golpe de Estado del 23-F. Son las verdades paradójicas las que mejor suelen configurar la nueva realidad de los cambios políticos y sociales. En el caso que nos ocupa, una persona del franquismo, falangista, inferior en prestigio a otros personajes del momento (Areilza, Fraga, Silva…), pero joven, audaz, sin nada que perder y todo por ganar, es el elegido por las circunstancias para liderar el tránsito de la dictadura a la democracia. Su talante abierto a todo y a todos, su conocimiento de la etapa pretérita para desmontarla, su decisión, su convicción y por qué no, su seducción, jalonaron con gran éxito su primera etapa política. La Constitución de 1978 y los Pactos de la Moncloa son logros suficientes para pasar a la historia. Y otros logros, no menos importantes, fueron el Estatuto de los Trabajadores, la legalización de todos los partidos políticos y la aprobación del divorcio. Lo que hace de Suárez un estadista pionero y progresista. Los logros que he citado tienen un sustrato común: su carácter social y equitativo.

La segunda etapa de Suárez, en versión hagiográfica, no debió existir. No todo el mundo vale para todos los momentos y circunstancias. Cuando llega la normalidad de la política y la necesidad ya no era no romper, inventar, crear, sino gestionar, planificar, formar equipos, aparece su déficit para ese tipo de capacidades. Ahí Suárez pinchó, aunque también es verdad que acosado por todos los flancos, especialmente por el suyo propio. Pero, sobre todo, fracasó porque carecía de algo imprescindible en un país normalizado y que sí tenían el PSOE y el PCE, un aparato orgánico que mantuviese el esqueleto de un partido político. Suárez nunca tuvo partido político. La UCD era una buena idea pero sin aparato que lo sostuviese. Al PP le costó muchos años llegar a ser el partido de la derecha española. La UCD no era suficientemente de derechas como para consolidarse. La UCD era el centro geométrico, lo que conllevaba su inviabilidad.

La figura de Suárez aparece como un gran catalizador y exponente de la mísera condición natural del ser humano. No se reconocieron sus méritos en su apogeo y se le ninguneó en su etapa posterior. Ahora, muerto por una enfermedad de alta sensibilidad social, se le mitifica. Haríamos bien en aprovechar la circunstancia de la muerte de Suárez para copiar algunos de sus valores, como racionalizar y dignificar la política y fomentar una convivencia más equitativa en los costes sociales a los que la crisis actual nos obliga. Quizás, de esta manera, España no lideraría el ranking de los países por su desigualdad social.

Mariano Berges, profesor de filosofía


















































sábado, 15 de marzo de 2014

ELECCIONES PRIMARIAS


Alberto Garzón, diputado de IU por Málaga, escribía hace poco tiempo un artículo sobre las elecciones primarias en los partidos políticos. Contenía elementos de gran interés, desde una perspectiva de izquierdas. En breve síntesis, decía no ser un entusiasta de las primarias abiertas mientras que propugnaba otros cambios en el sistema electoral español y en las decisiones internas de los partidos.

Las elecciones primarias son un mecanismo entre otros para elegir al mejor candidato. No olvidemos que ése y no otro es el verdadero objetivo. Pero no es el único mecanismo. ¿Por qué hay tanta obsesión por las primarias abiertas? ¿Recurren a ellas los partidos, y a través de ellas a la sociedad, porque ya no son capaces de seleccionar a sus propios líderes? Además, las primarias son solo para elegir al candidato principal. ¿Y qué hacemos con el resto de la lista? El debate no es fácil ni simple. Adelanto mi posición: soy partidario de las primarias cerradas, no de las primarias abiertas. Ahí van mis argumentos.

Efectivamente, el sistema de primarias abiertas podría ser objeto de fuertes manipulaciones, directas o indirectas, por parte de poderes fácticos, ajenos y hasta contrarios a la ideología del propio partido. Por otro lado, convertiría en irrelevante la condición de militante de un partido, cuando es su esencia orgánica. El militante es una persona que entra en un partido para participar en la creación de una opinión organizada y de un proceso de toma de decisiones. Es libre la pertenencia a un partido. Aunque no fue posible durante cuarenta años en los que los partidos estuvieron prohibidos. La función de los simpatizantes y afines de un partido es ayudar, desde una posición de opinión crítica-constructiva, pero no tienen porqué participar en las votaciones internas. Igual que sucede en cualquier organización o Consejo de Administración. Otra cuestión muy distinta es preguntarse si hay verdadero interés en los partidos por potenciar el papel activo de los militantes.

El sistema de primarias cerradas, aunque tiene sus dificultades, especialmente en todo lo relativo a la transparencia del mecanismo, me parece un buen sistema porque da la palabra directamente a los militantes miembros de la organización. Aunque el mecanismo deberá pulirse mucho cuando los partidos se democraticen más y se imponga el interés general al particular. Interés particular que no tiene porqué diluirse sino articularse en buena armonía con el interés general. Las falsas modestias son peligrosas. Si alguien se propone -o se deja proponer- para ocupar un puesto de responsabilidad pública, es porque en su fuero interno se cree capacitado y con motivación suficiente para hacerlo bien. Incluso mejor que otros compañeros que también se pueden presentar. Esta es la esencia de la democracia. Un partido está integrado por aquellas personas que, compartiendo una ideología y un modelo de sociedad, elaboran una estrategia para la transformación social. Y todo ello con unas prácticas democráticas y de participación de toda la militancia. En plena desafección política, los partidos, lejos de ponerse a la defensiva, deberían intensificar los debates internos, la formación y la participación de sus militantes.

Las primarias abiertas, aparte de ser una moda peligrosa, invierte los intereses ideológicos de un partido político. Unas primarias abiertas parecen que no quieren transformar la sociedad desde los presupuestos ideológicos del partido en cuestión, sino que más bien escuchan la demanda de la mayoría social para adaptar la oferta partidaria y así poder gobernar. Lo que no está mal. Pero puede dejar sin sustancia los presupuestos políticos que deben hacer de levadura en la masa social. Quizás las primarias abiertas sean un buen mecanismo para llegar a gobernar y no tanto para transformar la sociedad. Porque un partido concebido ideológicamente no sólo se limita a escuchar las demandas de la ciudadanía sino que también trata de cambiarlas.

En el caso de España, los partidos de derechas no tienen ninguna necesidad de hacer primarias porque sintonizan suficientemente bien con la mayoría social, que no olvidemos es conservadora. Sea pues bienvenida la práctica de primarias (cerradas) en el PSOE de Aragón. Hágase un ejercicio limpio de las mismas y acéptese el resultado democrático de sus militantes. Por cierto, parece ser que mi nombre ha aparecido como avalista de dos candidaturas. Alguien ha hecho trampa, yo solo avalé a Lambán. Los autores de estas marrullerías intentan manchar un proceso, un partido y a un candidato.

¿Qué hago yo, inorgánico e inapetente a lo orgánico, loando la organicidad política? Porque es imprescindible, a pesar de su mala prensa y su trabajo poco poético.

Mariano Berges, profesor de filosofía



sábado, 1 de marzo de 2014

ESTABILIZACIÓN DE LA CRISIS

Hoy vamos a jugar a política futurista. La crisis en la que estamos inmersos podría parir criaturas nuevas e inéditas hasta ahora. Por ejemplo, y aunque estamos lejanos, en las próximas elecciones generales de 2015, y dependiendo de la matemática electoral resultante, podría darse una “gran coalición” PP-PSOE. Aunque esto suene hoy como algo imposible y hasta negativo, podría ser algo necesario por causas internas y externas a la propia España. Cualquier cosa menos inestabilidad, dirá Bruselas. Alemania ya lo ha hecho.
Este podría ser el hecho. Otra cuestión distinta es el análisis del hecho. Todo dependerá de la perspectiva en que nos situemos y las prioridades que barajemos. Quedan casi dos años y pueden cambiar algunas cosas. Personalmente, pienso que no van a ocurrir demasiados cambios ni dentro ni fuera de nuestras fronteras. En España se va a fragmentar el voto electoral en bastantes partidos, dadas las variadas sensibilidades que han aflorado con la crisis, que habrá que cambiarle el nombre porque está pasando de crisis -siempre provisional por principio- a situación estable.
Esta nueva situación tendrá como características más notables: depauperación creciente y estructural, juventud cualificada y tecnificada, mentalidad antisistema moderada -tanto desde la izquierda como desde la derecha-, relativismo ideológico, paro estructural, adelgazamiento del Estado, valor meramente instrumental de las instituciones públicas, ausencia de discurso social vertebrador, creciente importancia de Europa en las decisiones nacionales, tensiones territoriales e ideológicas con el modelo autonómico de fondo, populismos nacionalistas crecientes, etc.
El modelo neoliberal está en fase de consolidación y la dialéctica política se va a mover entre la derecha y la socialdemocracia, con matices y extensiones en ambos lados. Dependerá de la fuerza (fruto de las elecciones) de unos u otros para que la balanza se incline en un sentido u otro. La alternativa radical y global nos vendrá de fuera del actual mundo desarrollado: países emergentes y también de Sudamérica y África. Si los países islámicos consiguen separar la política de la religión, serán una referencia importante en el concierto global. Sin olvidar nunca a la nueva potencia de la Rusia de Putin. Y, como no, de Estados Unidos.
En definitiva, van a tener poca importancia los aspectos internos nacionales, incluida la ideología política, y van a ser los factores internacionales los que van a configurar el nuevo modelo globalizado. Los calificativos de peor o mejor son irrelevantes, el calificativo significativo será “diferente”, radicalmente diferente.
Dentro de este modelo neoliberal, uno de los “logros” fundamentales del PP ha sido la Reforma Laboral, cuyos efectos se van consolidando en España: paro, precariedad, inseguridad y pobreza son su traducción humana. Otros lo llaman economía competitiva. La derecha actúa con determinación y, a la vez, con ideología. La prueba es que ha calado fuertemente en la opinión pública la idea de que no hay alternativa a lo que el PP está haciendo, ya que la época en que el Estado de bienestar funcionaba era propio de gobiernos despilfarradores que gastaban lo que no tenían. De aquello barros estos lodos. Y en esto andamos, en un maniqueísmo de unos despilfarradores izquierdistas frente a otros eficaces gestores conservadores. Y esta idea tan simple de que para ser competitivo se tiene que flexibilizar el mercado laboral y acabar con el modelo social, se ha hecho potente porque los voceros mediáticos conservadores la reiteran hasta la saciedad.
La izquierda ha perdido el debate dialéctico de las ideas en esta crisis porque ha perdido la razón moral. Su discurso, si existe, tiene poca credibilidad ya que no plantea una lucha frontal contra el “statu quo”, que acepta y en el que solo se dedica a gestionar las consecuencias. Una política que no se eleva hasta las causas y solo se dedica a gestionar las consecuencias, nunca se convertirá en motor de la historia. Y las causas fundamentales son dos: la disminución del papel del Estado y la consecuente desregularización de los mercados.
Establecidas las causas y las consecuencias, solo queda la acción política, que debería traer como consecuencia la transformación económica y, en un segundo momento, el cambio social. La Europa social que pretendemos no puede caer en la trampa de la competitividad con países que no respetan los derechos humanos. Y esa actitud se llama política, no economía. Si tenemos que aceptar el capitalismo, al menos negociemos su reestructuración, que la economía productiva no sea suplida por la economía financiera y especulativa.

Mariano Berges, profesor de filosofía