sábado, 26 de octubre de 2013

Reivindicación de la subjetividad Hay que evitar esa nostalgia estéril que solo produce melancolía; dejar de pensar en los buenos tiempos


Algunos amigos tienen la buena costumbre de comentar-valorar-criticar mis artículos. A todos escucho, lo agradezco y tengo en cuenta lo que dicen. Muchos suelen coincidir en que especulo bastante y concreto poco. También hablan de mi sesgo socialista o que mi temática toca poco la vida cotidiana. Voy a usar esta entrega para explicar mi perspectiva.



En primer lugar, mi deformación profesional me lleva siempre a pensar en lo variopinto de los posibles lectores. Y aunque procuro trabajar la síntesis, los 4.500 caracteres del artículo dan para pocos matices. De ahí las frecuentes preguntas retóricas, cuya respuesta ya sé pero que sustituyen a largos análisis y contraanálisis. Porque un artículo da poco de sí. Los míos intentan ser un mínimo espacio-tiempo de reflexión en un fin de semana. No aspiro a más. Ni a menos.



Respecto a mi perspectiva, uno es lo que es: la síntesis de mis condicionamientos circunstanciales y mi personal esfuerzo de búsqueda. Mi pesimismo intelectual y mi optimismo de la voluntad no suponen una contradicción sino una combinación de objetividad y subjetividad, según mi leal saber y entender. Pienso que no existe la objetividad total, que lo ético es operar cada uno desde su subjetividad y abierto siempre a las subjetividades de los demás. Solo desde mi subjetividad puedo hacerme entender y solo abriéndome a otras subjetividades puedo enriquecerme personalmente y evolucionar en mi conocimiento.



Cuando analizo la situación actual, lo hago, lógicamente, desde mi perspectiva. Ya he dicho otras veces que se trata de una crisis sistémica y como tal no es coyuntural sino que exige un cambio de paradigma para su comprensión y para posicionarse en el nuevo modelo. El monopolio capitalista presente como único poder fáctico frente a la dialéctica capitalista-comunista anterior hace que los viejos instrumentos (partidos, sindicatos y todo tipo de organizaciones) y sus viejas soluciones ya no sirvan. El gran problema es que solo los centros neurálgicos del capital tienen claro qué hacer. No porque sean los más inteligentes sino casi por lo contrario, porque unen en su decisión una enorme simplicidad filosófica (acumular poder y riqueza) con una enorme capacidad de intervención, debido a la globalización y a la nula incidencia de las políticas potencialmente alternativas.



¿Qué hacer? (pregunta aparentemente sencilla pero que contiene toda una estrategia). Estamos ya cansados de leer y oír todos los días distintas formulaciones de lo mismo, o sea, nada. Quizás sea éste un momento claramente kantiano, reconociendo el valor de la razón pero poniendo límites a sus exageradas pretensiones. Sus tres preguntas radicales: ¿Qué podemos conocer? ¿Qué debemos hacer? y ¿Qué nos cabe esperar? son perfectamente aplicables al momento presente. En primer lugar, hay que analizar, sin demagogia, qué esta sucediendo. Análisis nada fácil por los distintos intereses y prejuicios que todos tenemos. No obstante, es imprescindible tener un diagnóstico correcto y lo más objetivo posible de lo que (nos) pasa. En segundo lugar, hay que analizar también nuestra capacidad de incidir en mejorar la situación. Lejos de activismos estériles que solo sirven para tranquilizar falsas conciencias, la manera más efectiva de intervenir en la transformación social es tratar de modificar el sentido de la dirección desde nuestros conocimientos y desde nuestra profesionalidad. Hacer converger todas las energías positivas en la misma dirección. Con método y con estrategia. Y, en tercer lugar, solo podemos esperar lo que es viable, nunca aquello que esté fuera de nuestras posibilidades. Si la enfermedad actual es tan grave que no hay terapia posible (o en estos momentos no somos capaces), al menos procuremos unos cuidados paliativos que dignifiquen la vida.



Hay que evitar esa nostalgia estéril que solo produce melancolía. Hay que dejar de pensar en los buenos tiempos que ya pasaron y prepararnos mentalmente para el doloroso ajuste. Porque “aunque nada pueda hacer volver los días de esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos porque fuerza hallaremos en lo que aún permanece” (Hojas de hierba, W. Whitman). En definitiva, todos debemos adaptar las expectativas y las decisiones a los nuevos tiempos. Pero todos, ciudadanos a los que no les queda más remedio, pero también élites dirigentes y políticos en ejercicio, que tienen la obligación de marcar la dirección correcta a la sociedad. Porque la crisis tiene algo positivo: haber mostrado la verdadera naturaleza de un sistema cerrado y corrupto que sin cambios profundos se descompone.



Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 13 de octubre de 2013

Los PGE, paradigma y símbolo Montoro considera, frente a la realidad, que los Presupuestos Generales del Estado tienen carácter social


 El presupuesto anual es la expresión más significativa de la voluntad política de un gobierno. Es la más fiel traducción de la teoría política a la práctica cotidiana. "Presupuestos de la recuperación y con marcado carácter social", dice Montoro de los Presupuestos del Estado para 2014. No dirán lo mismo 29 millones de personas, entre empleados públicos, pensionistas y parados y el 80% de asalariados que seguirán perdiendo poder de compra (seguramente irrecuperable) en 2014. Y lo que es más grave, no serán los padres los más perjudicados, aún habiendo devaluado un 20% su salario unos y habiendo perdido el trabajo otros. Por primera vez los hijos van a vivir peor que sus padres. Eso los afortunados. Otros hijos no van a encontrar un trabajo mínimamente digno. Estos presupuestos prosiguen la castración del desarrollo material y mental de las próximas generaciones. Y, sin embargo, las calles no explosionan. Hay muchas manifestaciones, pero perfectamente asimiladas por el poder. Es el milagro de la "sagrada familia" como colchón protector de pobres desamparados. Cuando el manto protector de la sagrada familia desaparezca, los pobres desamparados permanecerán y posiblemente explotarán. ¿Será ya tarde?


LA DEUDA PÚBLICA española es del 92,2% del PIB (943.000 millones de euros), cuando hace 5 años era menos de la mitad. Y ya no se puede recortar más sin peligro de asfixiar a la enferma sociedad. Parece evidente que el problema fundamental no está en los gastos sino en la injusta política fiscal y en la megalománica estructura del Estado español. En cualquier caso, estamos ante una deuda imposible de pagar, que acabará siendo parcialmente condonada con contrapartidas políticas en la línea neoliberal de los últimos años. Como ha sucedido con la financiación de las cajas y bancos.

Por otro lado, según las encuestas, el PP baja en los sondeos electorales, el PSOE no sube, IU y UPD suben poco. ¿Quién gana? La depresión colectiva y el fracaso como sociedad. Pero al final, las frías matemáticas podrían dar la victoria otra vez al PP, con lo que se verían respaldados en su nefasta política llevada a cabo en los cuatro años anteriores. Que, aún en la situación en que estamos, el PP vuelva a ganar en las urnas, nos hace volver la mirada hacia el PSOE como principal partido de la oposición, incapaz de remontar y recoger votos de los que el PP va perdiendo. Siempre el partido de la oposición lo ha tenido más fácil en coyunturas difíciles por el simple hecho de no gobernar. Pero en nuestro caso no es así. La sociedad española todavía no ha perdonado al PSOE la política errónea del segundo mandato de Zapatero. Y no solo eso, sino que la corrupción tampoco le es ajena, aunque no con la intensidad del PP.

PERO LO QUE HAY que analizar es el modelo social que, con todos sus errores, la socialdemocracia ha configurado y que el PP en dos años va destruyendo a un ritmo trepidante y posiblemente irreversible. El paro, la desigualdad, la pobreza, la crisis institucional y, sobre todo, la percepción ciudadana de que todo es empeorable, no es algo achacable al gobierno anterior, sino cosecha propia conservadora. Sin embargo, nada de esto está siendo capitalizado por los socialistas en expectativas de voto. Es más, Rubalcaba es peor calificado que Rajoy en las encuestas. Quizás sea este el efecto más tangible de la atmósfera 15-M y otras colateralidades. Sin duda fue un aldabonazo en la conciencia colectiva y movilizó a una juventud conformista. Pero sus consecuencias han ido más allá de la voluntad de sus protagonistas, incluso contra ella. El resultado fue un aumento notable de la abstención, un duro castigo al PSOE, y la instalación en el poder de gobiernos profundamente regresivos. No puedo menos que recordar la abstención de los anarquistas españoles que dieron lugar al bienio negro en 1934.

La pregunta básica es ¿Por qué Rubalcaba, político inteligente y persona íntegra, no supera en las encuestas el mínimo histórico electoral y, por lo tanto, no es un buen candidato? ¿De qué estamos hablando, de nombres o de proyecto? Los próximos días 8, 9 y 10 de noviembre celebra el PSOE su esperada conferencia política, la que tendría que elaborar el discurso socialista del siglo XXI e iniciar la regeneración ética y política de la socialdemocracia española. El peligro está en que el ruido mediático de los sondeos se oiga más que las ideas. El cambio social que este país va a necesitar, tras el gobierno de la derecha, requiere de una amplia mayoría social, política y electoral. Y esto pasa por la socialdemocracia como eje fundamental. Solo con una política común de mínimos progresistas, y con unos candidatos creíbles y capaces, el ciudadano español podría volver a confiar en la política.



Profesor de Filosofía