sábado, 31 de octubre de 2020

ESTADO DE ALARMA

 



La ventana indiscreta

La palabra clave de esta semana es “estado de alarma”. Es un término bélico porque eso es la actualidad, la guerra contra el virus. Quizás la característica más llamativa de este estado de alarma sea que la implementación de las medidas queda en manos de los presidentes autonómicos, con un órgano de cogobernanza (el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de salud) que se reúne periódicamente. Es una medida de corte federal. A ver si aprendemos. Pero no, ya han salido dos gobiernos a protestar, el nacionalismo catalán y el madrileño, más por autoafirmarse que por mejorar la propuesta. La postura de la presidenta madrileña ya se pasa de esperpento. Oyéndola se pasa vergüenza ajena. Su ignorancia y su atrevimiento van parejos. Sin embargo, casi todos los demás están de acuerdo en que el estado de alarma es una herramienta necesaria jurídicamente de la que cuelgan todas las medidas autonómicas que se quieran implementar por parte autonómica, sin necesidad de ninguna tutela judicial posterior.

 

La clase política nacional ya ha empezado a discutir, que si es mucho tiempo, que mejor dos meses y luego ya hablaremos. Cuando puede ser perfectamente al revés, aprobemos seis meses y si la situación mejora mucho, suspendemos la alarma. La cuestión de informar y controlar puede ser perfectamente compatible con los seis meses de vigencia. Prácticamente, todos los expertos están de acuerdo en que hay que poner un horizonte largo de tiempo, para no repetir el error de la trepidante desescalada de junio. Hasta que haya vacuna o tratamiento. Ni hay navidades ni puentes festivos ni Semana Santa. Solo hay virus, nuestro enemigo.

 

¿Han aprendido algo nuestros dirigentes? La gente sí que ha aprendido: a obedecer, a ser disciplinados, a ser prudentes, a tener paciencia, a sufrir. Excepto algunos, claro. Algunos dirigentes o no han aprendido nada o, lo que es peor, usan el coronavirus como instrumento político contra el Gobierno. Qué agradable sería que por unos días callasen algunos políticos sobre la pandemia y dejasen de decir tonterías. Se purificaría tanto el ambiente que hasta el virus pensaría en irse por falta de contaminación.

 

¿Qué ha fallado para que estemos como en marzo? Ha fallado, evidentemente, la prevención. Parece que en España solo actuamos cuando el peligro lo tenemos encima. En la primavera, cuando todo estaba fatal, todos nos pusimos las pilas y, mediante el heroico confinamiento, se atajó el virus. Luego vino la desescalada y volvimos a las andadas de “a vivir, que son dos días” y nos pegamos la segunda hostia. Ahora volvemos al segundo estado de alarma, tarde como siempre pero bienvenido sea. Y aún hay algunos que lo cuestionan. Dejémosles en paz y nosotros a hacer lo que hay que hacer. Pero, una vez más, volvemos a responsabilizar casi en exclusiva a la gente. Las autoridades no se atreven a prohibir, solo a recomendar. Así no vamos a ninguna parte. Las sociedades democráticas funcionan con leyes, y las leyes obligan democráticamente. Me estoy refiriendo al posible confinamiento domiciliario que posiblemente habrá que volver a hacer. Los números de los contagios lo dirán. Ojalá me equivoque.

 

¿Por qué los partidos políticos son tan incapaces de ponerse de acuerdo, cuando sindicatos y empresarios sí lo consiguen? Quizás sea porque los sindicatos-empresarios juegan con las cosas de comer. Los partidos no sé con qué juegan, ni siquiera en un momento como el actual en que nos estamos jugando el país, la gente del país. Y no es por el uso de la fina dialéctica, porque en España la dialéctica es de garrotazo goyesco. Los discursos de los partidos son distintos cuando están en el gobierno o en la oposición. Incluso intercambiables entre ellos. Mal está eso, pero en momentos cruciales como el actual eso es imperdonable. El español y su cainismo genético. Pero no, los partidos van por un lado y la sociedad (silenciosa) va por otro. Luego nos quejamos de la desafección política. ¿Será que el síndrome de la guerra civil aún sigue? ¿Siempre va a haber vencedores y vencidos? No, por favor, la Transición sí existió, y fue ejemplar, con sus olvidos y errores. Pero, ahora, suena estridente por comparación. Quizás por eso, a muchos no les gusta, y la zarandean o la falsea

 

¿Qué queremos? Algo tan sencillo y tan vulgar como una democracia que funcione. Y que los partidos se perciban a sí mismos como meros instrumentos al servicio de una sociedad democrática. Y no al revés, la sociedad al servicio de los partidos. Ahora toca derrotar al coronavirus, con las menos bajas posibles. Pues eso.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

sábado, 17 de octubre de 2020

NACIONALISMO MADRILEÑO Y ZOZOBRA NACIONAL

 


La ventana indiscreta

La extrema derecha del PP, dirigida por el infradotado Pablo Casado, en contra de muchos varones de su partido (gente normal, por lo demás), y personalizada por la figura surrealista de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Madrid, están dando una batalla con ínfulas de ahora o nunca al tándem Sánchez-Iglesias, iconos del actual gobierno de coalición. Es difícil encontrar una actitud tan inmoral como supeditar la salud a la política. Y eso que todavía no han esgrimido (todo llegará) la dialéctica Madrid-Barcelona, tanto en el ámbito político como en el económico. O sea, nacionalismo español (madrileño) versus nacionalismo catalán. Futbolización de la política. Y Vox a engordar.

 

Sin embargo, no podemos obviar que la situación es mucho más compleja, ya que el partido que mayoritariamente sustenta al gobierno es el PSOE, partido de gobierno por antonomasia y el que más años ha gobernado España. Eso hace que si el PSOE gobierna en coalición con UP (sin duda ninguna ejemplo de populismo izquierdista, pero tan legítimo como cualquiera) y con la colaboración  imprescindible de los independentistas catalanes y algunos partidillos “unitarios” (de una unidad de escaños), su permanencia en el gobierno es bastante inestable y complicada.

 

Además de PP y PSOE, hay que citar ineludiblemente a Vox, partido claramente franquista, con una ideología intelectualmente rancia y poco estructurada, pero con 52 escaños y tercer partido del Parlamento, que va comiendo terreno al PP de Casado, por eso de mejor el original que la copia. Y también hay que citar a Cs, por lo que fue y por lo que puede llegar a ser. Y, cómo no, a Podemos, con la incertidumbre de qué serán de mayores. El resto, menos PNV y Bildu, son ya partidos “unitarios”. O sea, que ya no tenemos bipartidismo pero sí tenemos una fragmentación tal que es el bipartidismo de antes más los nacionalismos (que ahora sí son independentistas de verdad). Si a ello le añadimos la pandemia que no para de crecer y la crisis económica que ya está entre nosotros, el Estado español tiene ante sí una tremenda papeleta por resolver, pues, con una gravísima crisis política, social e institucional, lo hace poco creíble para superar el trágico momento actual sanitario y económico.

 

España está dando una imagen de incapacidad para resolver la crisis que nos envuelve, dada la crispación política que nos ahoga desde hace tiempo y que el nacionalismo madrileño ha acentuado hasta límites peligrosos. Y esto contrasta con la imagen de hace muy poco tiempo, tras haber alcanzado una gran credibilidad en Europa y en el mundo. Todo empezó a torcerse con la crisis de 2008, que España superó formalmente, pero el paro, el viejo modelo económico, la crisis institucional y la crispación política se enquistaron de tal manera  que solo permitieron un vuelo gallináceo. La corrupción política ayudó a frenar el progreso. Los dos nuevos partidos, Podemos y Cs, no solo no rejuvenecieron el panorama político, sino que, con su falta de horizontes, lo oxidaron más. El independentismo catalán, mal enfocado y peor resuelto, hizo el resto. De ahí surgió un nacionalismo español del que el nuevo nacionalismo madrileño, con la inestimable ayuda de Vox y la nuevamente irresponsable actitud de Cs, es su quintaesencia.

 

En los momentos actuales, se superponen varias crisis: sanitaria, económica, institucional, política y social. Y, en lugar de atajarlas, solo nos dedicamos a insultarnos. Da pena asistir a una sesión parlamentaria. La oposición no solo no propone sino que obstruye. El Gobierno no tiene el suficiente liderazgo y tampoco tiene capacidad de seducción, ni con la oposición  ni con los propios. Va en la línea de la viñeta de El ROTO de este último miércoles: “la gestión política consiste mayormente en hacer gestos”. La política actoral prima sobre la política real.

 

Pero no quiero acabar en negativo, porque el progreso no consiste en vociferar consignas ni catastrofismos, sino en una búsqueda incesante para resolver problemas. En estos momentos existe un gran peligro por la relación perversa existente entre la política y el lenguaje: el uso de la hipérbole, la exageración y la grandilocuencia suele arrastrar a la bronca política. Sin embargo, España necesita, como nunca, un diagnóstico, un proyecto y una estrategia. Y esto solo se consigue con unión de todos en lo fundamental y necesario. Si los políticos no saben, no quieren o no pueden, deberá ser la sociedad civil quien articule el proceso de reconstrucción.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 3 de octubre de 2020

2020, UN AÑO QUE NO EXISTIÓ

 





La ventana indiscreta

 

2020 será un año inexistente a efectos de lo que es típico de una vida: acontecimientos, vivencias, proyectos, emociones… Será el año del coronaviurus o covid-19. Y se caracterizará por una vida pasiva y receptiva de órdenes, normas y actos nada habituales y con no pocas contradicciones entre ellos. Nuestra vida habrá sido como un paréntesis, lleno de miedos y actos fallidos, de expectativas frustradas y de vidas interrumpidas. Sí que habrá habido acontecimientos, pero serán oscurecidos por la pandemia que fagocitará todo.

 

Precisamente por todo esto, dan risa o pena todos los rifirrafes políticos de personajes que se creen importantes y son entitativamente marginales y moralmente rechazables. Nuestra general ignorancia frente al virus que nos evapora este año de nuestras vidas, debería conducirnos a todos, ciudadanos públicos y ciudadanos privados, a una disposición de suma humildad y de gran receptividad a cualquier muestra de buen hacer por parte de los expertos (los de verdad). Los políticos deberían solicitar y agradecer consejos y propuestas que provengan de gente que tenga algo que decir. Y deberían guardarse sus peleas infantiles para mejor ocasión (para ninguna).

 

La ridícula batalla dialéctica entre el Gobierno de España y la Presidencia de Madrid sería de risa si no fuera de muerte. El rifirrafe entre el Gobierno de España, el Rey y el Presidente del CGPJ sería estúpido si no estuviera encarnado por las tres mayores instituciones del Estado. Lo que vaya a suceder en el comienzo del curso escolar sería para apostar si no fuera por los miedos y tragedias que conlleva dicho proceso. Las energías y frustraciones del sector sanitario son impropias de un sistema del que hasta hace poco estábamos orgullosos y que, a pesar de sus profesionales, va a quedar maltrecho y desprestigiado, porque la sociedad española está ahora con un sistema sanitario simbólico y telefónico. La enésima prórroga de los presupuestos de Montoro forma ya parte del mayor descrédito gestor de cualquier gobierno que se precie. Porque se van a volver a prorrogar. Y escribiendo este artículo sale la noticia de que el Supremo ratifica la condena a Torra, con lo que el circo catalán volverá a sacar sus monos, sus enanos, jirafas y elefantes por las vías públicas para ¿entretenimiento? y descrédito de Cataluña, que otrora fue digna de envidia sana y alabanza por parte de toda España. Y, para finalizar, las dudas sobre nuestra capacidad gestora para saber gastar los 140.000 millones de euros que la UE nos ofrece para superar los efectos económicos y sociales de la pandemia que nos asola. Ah! sin olvidar la omnímoda pandemia, que no solo no se acaba, sino que sigue golpeando y matando a cien españoles por día. En fin, parodiando un título de Almodóvar, qué habremos hecho para merecer tanto.

 

Ciñéndonos a la pandemia y su gestión política, hay que leer el manifiesto “Covid-19 en España”, dado a conocer por 55 sociedades científicas españolas, y que desglosa unas líneas maestras para mejorar la salud pública en España. Destaco tres: 1) Todas las sociedades médicas piden a los políticos unidad y que se guíen por evidencias científicas. Lo que no implica que se obvien factores económicos o sociales. 2) La gran importancia de unos buenos datos con coordinación territorial y lealtad institucional. 3) La creación de una Agencia Española de Salud Pública que proporcione liderazgo científico y articule funciones ahora dispersas en la Administración.

 

Los científicos ya han escrito un segundo aviso a las autoridades españolas para que aprendan de sus errores de la primera ola y corrijan sus conductas en esta segunda ola. Pero no está siendo así. Y los ciudadanos lo saben, o lo intuyen, y lo manifiestan. Hay una sensación de fracaso colectivo porque en vez de humildad y cooperación, se nota demasiado la prepotencia y el sálvese quien pueda. Y así, el fracaso está garantizado. La famosa cogobernanza no existe, porque no hay coordinación ni comunicación entre los distintos gobiernos. Solo hay críticas, amenazas y chantajes. Estamos asistiendo a la peor de las políticas posibles: personalismos, zancadillas, declaraciones exclusivamente contra el adversario… y la sociedad asiste indefensa a esto que sería un sainete si no fuese una tragedia. Y no podemos seguir así. No tenemos por qué defender a los nuestros frente a los adversarios, sino que tenemos que saltar de una vez para que los políticos se pongan de acuerdo, porque la pandemia sigue y se agrava. Tenemos que volver a un liderazgo estatal con intervención de todos y con científicos que propongan las soluciones. Además, con carácter de urgencia, ya que cada vez hay menos tiempo y la economía no funcionará si previamente no se ha resuelto la pandemia. En tiempos de tragedia solo vale la humildad y la cooperación científicas, no el chantaje ni los personalismos ridículos de actores de segunda fila.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía