sábado, 30 de agosto de 2014

LA DIALÉCTICA DE LO VIEJO Y LO NUEVO

Los partidos políticos son instrumentos para transformar la sociedad. No son, pues, importantes por si mismos sino por el objetivo que pretenden. La gente tiene sus ideas que, simplificando el conjunto de ellas, llamamos ideología. Como cada uno en particular no tiene capacidad ni de transformar ni de influir en casi nadie, se organiza o se adhiere a una organización (partidos, sindicatos u otros) que intenta, desde el poder conquistado en unas elecciones democráticas, transformar la sociedad en la dirección de esas ideas que defiende.

Pero las ideas no son abstractas (idealismo) sino que provienen y están en función de una realidad a transformar. Y esa realidad es cambiante, por lo que las ideas transformadoras tienen que ser también cambiantes. Por eso es tan importante la sinergia entre jóvenes y adultos porque son dos formas distintas de mirar y percibir la realidad, compleja y poliédrica siempre. En una sociedad como la española actual (primer mundo, culta, viva), la realidad y la percepción social de esa realidad cambian muy rápidamente. Tan es así que cualquier teoría que no integre el concepto de cambio en su interior está condenada al fracaso.
En estos momentos, el PSOE está en caída libre. Y la caída libre no se neutraliza con programas sino con credibilidad. La credibilidad es fácil perderla y muy difícil conseguirla. ¿Cómo ha perdido el PSOE la credibilidad? Pienso que, fundamentalmente, por dos razones: una externa, la globalización neoliberal que nos rodea y que pone en crisis el modelo de bienestar; y otra interna, su declarada sumisión a los poderes económicos y su pertenencia a la vieja política. Recobrar la credibilidad es harto difícil y nunca sin humildad y paciencia.

Una consecuencia de esa falta de credibilidad socialista se llama PODEMOS. Porque la cuestión electoral no depende solo de las ideologías de votados y votantes. También cuentan, aparte de la credibilidad, las modas, tendencias, coyunturas y la mercadotecnia. El PSOE ya ha renovado su cúpula nacional, que ha quedado rejuvenecida y desconocida. ¿Y qué? El problema real (paro, pobreza, deterioro social) sigue ahí. Solo mejora la macroeconomía (¿qué es eso?). La situación sigue igual y cada vez con menos esperanza. Sigamos la argumentación: si es la gravedad de la situación la que ha posibilitado el 15-M / PODEMOS, éste seguirá existiendo y progresando. ¿Hasta cuándo? Porque se trata de un partido sin organización, lo que hace imposible su continuidad, tras el fogonazo de salida.

En estos momentos, la cuestión electoral no se dilucida en los programas sino que se juega en los vaivenes electorales que aparecen y desaparecen ante situaciones de desesperanza para un paciente que se agarra al mínimo clavo ardiendo que lo mantenga vivo. Pero entre los votantes de PODEMOS no solo hay algunos desahuciados, sino están también los ofendidos, clase media y media-alta, que se han sentido agredidos por la crisis en su confort existencial. Son gente que en su día votaba a partidos convencionales y que su voto frustrado elige a los nuevos no contaminados. Como revulsivo podría funcionar. ¿Llegará PODEMOS a ser el partido de la derecha “ilustrada” española?

Los españoles, desde su profundo escepticismo e incertidumbre, venden caro su voto. Ya no se fían de nadie. Piensan que todos los han engañado. Todos menos los que aún no han gobernado. Ése y no otro es el gran argumento de PODEMOS. Porque su programa es un listado de generalidades y obviedades, recitadas como una lección recién aprendida, y una serie de respuestas simplistas a problemas complejos. Eso sí, y mucha comunicación política de nueva generación. La gente no vota a PODEMOS, vota contra una política que está deteriorando gravemente su vida y sus expectativas. La adecuación de un partido conservador como el PP a la crisis es fácil y hasta cómoda. Su praxis de gobierno está en plena coherencia con su pensamiento. El PSOE lo tiene muy difícil. La política redistributiva socialdemócrata necesita una situación económica holgada, inexistente en la crisis. La competitividad rápida y global que exigen los mercados va contra la línea de flotación socialista. Es el momento de los populistas que nada tienen que corregir porque no han gobernado y todo es futuro aunque sea sin argumentos consistentes. La cultura (o incultura ) política hace el resto.

En una situación difícil, con visos de imposible, hay que cambiar la perspectiva, partiendo del hecho de que las viejas palabras ya no designan las nuevas realidades. Es momento para audaces con argumentos. El PSOE debe seguir profundizando en su renovación, con paciencia, sin urgencias ni presentismos, con argumentos, con estrategia de futuro. El PSOE es un partido necesario, independientemente de quienes sean sus dirigentes.


Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 16 de agosto de 2014

REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA (y II)

Este artículo complementa y concreta mi artículo anterior.
En primer lugar, comencemos por la palabra de moda: federalismo. Como dice el profesor Manuel Zafra, el Estado federal nace pero no se hace. Es muy difícil convertir un Estado ya formado en un Estado federal que presupone la existencia e independencia previa de los Estados. El federalismo siempre ha sido el subconsciente del Estado autonómico, bien para criticar sus presuntos excesos, bien para señalar sus supuestas debilidades. Pero convertir España en un Estado federal es algo muy complejo que exige previamente una elaboración teórica y técnica muy profunda. El inicio podría ser la creación consensuada de una comisión de trabajo con personas independientes y de prestigio que elaborasen una propuesta técnica. Esa propuesta, más un debate profundo y coordinado, podría ser una buena solución. Es un proceso que requiere una modificación constitucional profunda y compleja. Sentido de Estado, grandeza de miras, consenso social y político, son algunos requisitos imprescindibles.
La regeneración democrática que España requiere tiene un gran objetivo: la defensa real y efectiva de una democracia de calidad y el progreso económico y social frente a la creciente fragmentación territorial y social. Y necesita un gran instrumento: el relevo en las instituciones de poder y en la articulación de la nueva sociedad por parte de las nuevas generaciones, como así lo prescriben la lógica y la biología. Como medidas concretas, no en plan recetas sino como elementos de discusión, citaría las siguientes:
En primer lugar, un pacto estructural por el empleo y las pensiones, con la participación de Gobierno, partidos políticos, centrales sindicales y organizaciones empresariales. La Reforma Laboral del PP debe ser cambiada por directrices de la UE que hagan semejantes para todos los países miembros, sueldos mínimos (y máximos), condiciones laborales y derechos humanos en general. El Estatuto de los Trabajadores, desnaturalizado por la última Reforma Laboral del PP, sería un buen punto de partida. Es también necesaria una reforma en profundidad del sistema de pensiones que tenga en cuenta la mayor esperanza de vida de la población. En esta cuestión, las propuestas técnicas de los expertos y el consenso político de los partidos es requisito imprescindible para su sostenibilidad.
En segundo lugar, es urgente una reforma y modernización de las diversas Administraciones públicas: eliminando la duplicación de estructuras y funciones hasta conseguir un Estado eficaz y eficiente, en función de las nuevas demandas de España y la UE. Una buena herramienta sería una aplicación operativa del Estatuto Básico del Empleado Público que contribuya a profesionalizar la dirección de la gestión, limitando la designación política de altos cargos para protegerlos de interferencias. También es necesario garantizar un acceso adecuado a la información sobre la gestión de las Administraciones, que facilite la rendición de cuentas de los gestores y el juicio crítico por parte de los administrados.
Como medida de alto voltaje social es imprescindible un pacto por la educación y la sanidad públicas, como soportes fundamentales de un Estado mínimo de bienestar. La formación de capital humano e investigación no puede estar al albur de cambios de gobierno ni reclamos electorales. La igualdad de oportunidades y el premio al esfuerzo individual deben ser criterios básicos. Lo mismo cabe decir sobre la sanidad pública, donde el Estado debe garantizar la cobertura universal, independientemente del lugar donde se resida.
La tercera pata del Estado democrático de derecho, el poder judicial, todavía no ha sido objeto de una transformación democrática rigurosa. La igualdad de los ciudadanos ante la ley es papel mojado dada la lentitud e ineficacia en el funcionamiento de los tribunales.
Todo ello no sería económicamente posible sin una reforma fiscal justa y equitativa, sin exenciones que conviertan en papel mojado cualquier normativa existente. Y con una inspección rigurosa e independiente de elementos y “precauciones” políticos. En España no hay ética ni conciencia políticas porque se ha cultivado la opinión de que pagar a Hacienda es de tontos o despistados. O de pobres, porque los ricos no suelen pagar.
Dos medidas más directamente políticas. Una Ley de Partidos que garantice la democracia interna y la transparencia de las formaciones políticas. Y una Ley Electoral que modifique algunos elementos de la normativa actual, de manera que armonice una proporcionalidad real de la representatividad popular con una gobernabilidad eficaz.
Faltan más medidas que mis inteligentes lectores suplementarán.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 8 de agosto de 2014

REGENERACION DEMOCRÁTICA

La crisis actual no está finalizando sino que está consolidando el nuevo modelo social que el neoliberalismo buscaba: trabajo precario, salarios bajos, servicios públicos deteriorados y copagados, desigualdad creciente, exclusión social. Con ser muy grave la crisis económica por la que atraviesa España, con su dramática consecuencia de más de cinco millones de parados y un empeoramiento general del nivel de vida, pienso que es más difícil de superar la crisis política e institucional que el país afronta. La corrupción, que ya no es puntual ni coyuntural sino permanente y estructural, y que afecta a todos los partidos que han gobernado, aunque en grados distintos, es su característica más sintomática, aunque no sea la causa sino la consecuencia. Coincide esta situación con el final de un ciclo histórico y la apertura de una nueva etapa llena de incertidumbres.

Pero aparquemos la crisis económica por suficientemente analizada y centrémonos en la crisis política e institucional. Crisis de gobernabilidad (déficit de modelo de Estado y de Administración; 17 CCAA sin coordinar; incumplimiento de la Constitución; partidos políticos con una baja calidad democrática) y crisis de liderazgo político y de credibilidad. Aunque la sociedad española aguanta bien, a pesar de todo. En el fondo, sigue creyendo en la política, en otra política. Por eso sigue votando, a otros distintos de los habituales, prueba con otras alternativas. En definitiva, lo que está pidiendo a gritos es una regeneración democrática. Critica a los políticos, pero para que cambien (de personas y de conductas). Y hablar de regeneración es hablar de cultura y de educación, no de un mero cambio de decorado.

No hay que olvidar que, tras cuarenta años de dictadura franquista, los españoles supimos organizar la convivencia de nuestra sociedad para darle un potente impulso de prosperidad y libertad. Hoy, no solo estamos mejor que ayer sino que gozamos ya de una breve tradición que nos permite seguir, con la herramienta del consenso, dando forma a las modificaciones necesarias que nos permitan una convivencia justa y solidaria. El pesimismo, con frecuencia, no es más que la coartada para la negación de la participación política. Existen suficientes recursos humanos e institucionales, pero faltan liderazgos que dirijan los procesos de este nuevo impulso.
Somos conocedores de las consecuencias (positivas y negativas) de la globalización, que se visualiza especialmente a partir de 1989 (desaparición del modelo comunista) y que facilita la aparición de un nuevo modelo social neoliberal y tecnocrático. Pero también es cierto que España está sufriendo con mayor intensidad una crisis propia y más grave que tiene otras causas específicas. Los ya bastantes años de democracia han esclerotizado a nuestras instituciones y a nuestros líderes, de manera que es urgente la modificación de actitudes y contenidos, a fin de establecer un modelo político más acorde con las nuevas exigencias del nuevo ciclo que ya ha empezado.
El punto de partida debería ser un diagnóstico de situación y su correspondiente etiología. Debería ser un análisis descarnado que posibilitase una terapia real, aunque fuese traumático para muchos de sus protagonistas. Hay cuestiones generales que hay que solventar con nuestros socios: la globalización y la competitividad, Europa y el euro…, pero hay otras cuestiones propias de España que nadie las va a solventar por nosotros. Especialmente grave son los sentimientos de escepticismo e incredulidad respecto a la capacidad de nuestros líderes para atender a las demandas de los ciudadanos. La corrupción generalizada por parte de todo tipo de dirigentes, el descrédito de la clase política, las violaciones de derechos que se consideraban adquiridos de forma permanente, hacen crecer la desafección popular de los españoles hacia el sistema que ha generado mayores niveles de bienestar, democracia y libertad en toda la historia de España. Si a ello añadimos la llamada ruptura generacional por las enormes dificultades de los jóvenes para encontrar empleo y la nueva facilidad y virulencia con que se expresa su justificado descontento en las redes sociales, describiremos un escenario de muy difícil recomposición.
Algunos simplifican la solución con una modificación de la CE en clave federal. Sin embargo, todo es mucho más complejo, pues si bien es cierto que una modificación constitucional podría dar un nuevo impulso (¿segunda transición?), previamente hay que modificar radicalmente muchas actitudes y planteamientos sin los que es imposible un cambio serio. Dejamos para una próxima entrega algunos de estos cambios y su metodología.



Mariano Berges, profesor de filosofía