viernes, 19 de abril de 2024

LEY PARA LA TRANSFORMACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

 


El pasado 2 de abril apareció una noticia en los medios de comunicación que para mucha gente pasaría desapercibida y que a mí me parece de una gran importancia. El título era “Escrivá prepara la mayor revolución de la Administración pública de la democracia”. Y subtitulaba “El Gobierno propondrá este año tres leyes para asemejar el funcionamiento de la AGE (Administración General del Estado) al de una empresa: orientación a resultados, evaluación, organización por funciones, directivos...”. Esperemos que este enésimo intento acabe por fin con la Administración del siglo XIX, pues ni siquiera la Nueva Gestión Pública (NGP), que aparece tras la 2ª Guerra Mundial, tuvo eco en la Administración española. Ojalá mis sospechas se evaporen.

El paquete se concretará en tres leyes que se aprobarán durante este año, según figura en el Plan anual normativo 2024. Ello significa que la Administración va a dejar de funcionar exclusivamente por departamentos y pasará a funcionar también por funciones y procesos. Lo que dará unidad y claridad a los objetivos que se intentan conseguir. Esta nueva manera de funcionar exigirá equipos interdisciplinares frente a la rigidez y desconexión actual. Junto a todo ello, aparecerá la evaluación en el desempeño de los funcionarios como herramienta que garantice el cumplimiento de las metas. Y se desarrollará, por fin, la figura del directivo profesional, que ya hace años que duerme el sueño de los justos en el EBEP (artículo 13). Su designación estará basada en los principios de mérito, capacidad, idoneidad y mediante procedimientos que garanticen la publicidad y concurrencia, evaluación con arreglo a criterios de eficacia y eficiencia, responsabilidad por su gestión y control de resultados en relación con los objetivos que le hayan sido fijados. Se trata de una figura clave en la nueva Administración.

Desde esta perspectiva, la diferencia entre empresa pública y empresa privada ya será tan grande, pues, aunque son distintos los intereses y los objetivos, la dimensión técnica que ambas exigen tiene un sustrato común y una metodología semejante. Hablar hoy de gestión empresarial no es sinónimo de empresa privada, ya que la empresa ya no puede interpretarse sólo como una unidad económica, sino que ha pasado a ser un concepto de organización. Gestionar mal es un peligro para la libertad, porque eso significa dejar que una fuerza distinta de la razón condicione la realidad.

Lo dicho anteriormente no supone un cambio de bando vergonzante de los intereses sociales. Hoy es posible y necesario superar la tradicional relación hostil y un tanto esquizofrénica entre técnica organizativa (gestión eficiente) y progreso de los trabajadores. Esta dicotomía ha sido generada tanto por la presencia de elementos ideológicos no depurados (corporativismo sindical) como por la ausencia de análisis dialéctico. Actualmente se dibuja un perfil de técnico y de funcionario con talento, la posibilidad de un conocimiento culto y humanista de la gestión, libre de contingencias mecánicas por la explosión de la informática, y liberado también de la beligerancia social, ya que no tiene porqué plantearse en términos de conflicto sino de diálogo y comunidad de intereses. Una empresa, ya sea privada o pública, se administra, en su especificidad, según algunos principios comunes: organización, estrategia, poder y control. Cada empresa se articula en torno a su propia misión. Y el gestor tiene que saber siempre quién es, dónde está y dónde va, antes de lanzarse a la acción.

Posiblemente este artículo sea excesivamente teórico y el lector exija una mayor concreción. Pues bien, pienso y digo que la administración pública actual es, en general, una empresa sin jefes y sin organización; está deficitaria de planificación y de objetivos claros. Sin embargo, hay funcionarios magníficos insuficientemente motivados y otros funcionarios, los menos, incumplidores de su función y profesionales del “escaqueo”. Lo perverso del sistema es que ambos grupos de funcionarios son igualmente tratados, lo que desmotiva aún más al probo funcionario. Una de las causas de esta situación es la indefinición del concepto y de la función del directivo profesional en la Administración pública. Otro factor incidente es la excesiva politización de la administración, lo que resta posibilidades a la implantación de una más eficaz y eficiente profesionalización. Y, por último, no es menos perjudicial para este reto la corrupción (de políticos y funcionarios), y lo que aún es peor, la excesiva tolerancia social con la corrupción.

La falta de eficacia-eficiencia (hacerlo bien optimizando los recursos) es una consecuencia de la ausencia de auténticos directivos, y de una inexistente coordinación político-administrativa que nos arrastra a la estéril compartimentación de servicios, que sirve para justificarse los políticos y funcionarios pero que deja a la sociedad sin una respuesta rigurosa a sus demandas.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 5 de abril de 2024

CATALUÑA Y LOS CATALANES

 


Algunos ya estamos hartos de la identificación de Cataluña con la totalidad de los catalanes, santo y seña de los separatistas catalanes. Los catalanes, como todos los habitantes de todas las CCAA, son de todos los pelajes políticos y culturales, y tienen nociones distintas sobre Cataluña y tratamientos políticos distintos para Cataluña.

Cataluña (el conjunto de todos los catalanes) es una parte muy importante de España:  supone el 20 % de la economía española y es la segunda comunidad más poblada después de Andalucía. Y siempre ha sido muy querida por el resto de los españoles, a pesar de los brotes separatistas en momentos históricos concretos. Los españoles queremos tanto a Cataluña que no deseamos que se separe y haremos todo lo posible para que así sea.

La situación actual, desde 2017, es uno de esos momentos de exacerbada sensibilidad independentista por parte de algunos catalanes. Cierto que, en estos últimos años, tras los indultos a los líderes del intento separatista de 2017, ha habido un desinflamiento y la situación se ha normalizado bastante. Tan es así que la ley de amnistía, en trámites de aprobación, no existiría si los 7 votos de Junts no hubiesen sido necesarios para la investidura de Sánchez. Y ésta es una cuestión ya muy debatida desde las elecciones del 23-J, por lo que no me parece oportuno entrar en ella. Aunque sí mencionaré algunos matices que pueden ser interesantes de cara a las elecciones del 12 de mayo en Cataluña.

En los próximos comicios hay tres líderes importantes: Illa, Aragonés y Puigdemont, citados en el orden preferencial de las últimas elecciones. Los tres representan distintas propuestas e intereses, según ya han declarado ellos mismos. Illa, socialista, se autopresenta como el único que garantiza que los catalanes pasen página de lo acontecido en los últimos años, que abandonen la retórica épica del separatismo y que se dediquen a las cosas, o sea, a gobernar, o lo que es lo mismo, que los catalanes aspiren a que su estado de bienestar sea lo más pujante posible. Puigdemont, líder de una fuerza derechista como es Junts, apela a la vieja retórica caudillista y separatista, sin mencionar para nada cómo sería su gobierno, ya que no aspira a gobernar sino a trabajar en favor de la independencia de Cataluña. Insiste en “lo volveremos a hacer”. Y dejo en tercer lugar a Aragonés, líder de ERC, porque presenta un discurso ambiguo en el que habla algo de gestión, pero también declara su “lo volveremos a hacer”, que plasma en su reivindicación del referéndum de autodeterminación. Su informe presentado este martes 2 de abril, justificando la constitucionalidad de un referéndum consultivo sobre la independencia de Cataluña, así lo atestigua. Pero el artículo 92 de la CE que esgrimen lo manipulan, y esconden que el único sujeto político para decidir sobre España es el conjunto de todos los españoles. El discurso de Aragonés es difícil, pues ERC es un viejo partido nacionalista que quiere pasar al ámbito de la gestión, pero teme que se le escapen muchos votos independentistas por no subrayar suficientemente ese referéndum de autodeterminación. Poco confían en la racionalidad de los catalanes.

A esos tres líderes citados, habría que añadir un cuarto, que no es otro que el omnipresente Sánchez, sin cuya ley de amnistía todo hubiese sido distinto. ¿Qué habría pasado si, tras el 23-J, se repiten las elecciones generales, despreciando los 7 votos de Junts? ¿O no estando dispuesto a pagar con algo que no le pertenece, como es la unidad territorial y la igualdad de los españoles? No lo sé. Lo que sí sé es que no hubiese habido esta esquizofrenia nacional que afecta al presente y futuro de España y a la identidad del propio PSOE. Si ya había polarización en nuestro país desde el 11-M de 2004, con el intento separatista de 2017 se acrecentó, y con la ley de amnistía se incrementó todavía más. Si la amnistía hubiese sido con el objetivo de pacificar la situación catalana, podría haber estado justificada. ¿Pero era ése el objetivo? ¿O era la investidura de Sánchez, ahora con el argumento añadido de que no gobierne la extrema derecha? La postura del PSOE de Sánchez no está nada clara, aunque la del PP de Feijóo, vistas las primeras medidas de sus gobiernos autonómicos, todavía están menos claras. ¿O sí lo están? Posiblemente, la Cataluña que aparece tras los indultos hubiese sido suficiente para el apaciguamiento catalán, pues se demostró que el Estado español es demasiado fuerte para que un intento separatista sea posible. Lo que no entiendo es que las soflamas indepes sigan arraigando en los corazones catalanes. Yo pensaba que eran más inteligentes y no tan crédulos con unos dirigentes que enmascaran sus intereses y sus corruptelas en el engaño-promesa de una independencia inviable y que, además, no produciría un mayor bienestar en sus vidas.

Lo que tiene que hacer el Estado español es tener una mayor presencia en Cataluña, pues el “horror vacui” alimenta el independentismo catalán y, como reacción, el patriotismo español. No olvidemos que el Estado democrático, a pesar de sus imperfecciones, es el mejor invento de la modernidad.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 22 de marzo de 2024

NÁUSEA POLÍTICA

 


Me disculpo por el título, pero ése es el estado psicológico en que yo me encuentro en este momento.

De repente, una vorágine de acontecimientos se precipitan sobre la política española sin saber a ciencia cierta si sobreviviremos a los designios de los dioses de la fortuna. En muy poco tiempo hemos aprobado una ley de amnistía (mejor dicho, estamos en proceso, aunque parece inevitable), tendremos elecciones en Euskadi, después en Cataluña, después en Europa. Todo ello de aquí a Junio. Acompaña un ruido de fondo de recriminaciones mutuas (el ya famoso y barriobajero “y tú más”) por corruptelas especialmente nauseabundas por tratarse de enriquecimientos ilícitos aprovechándose de la pandemia del covid y la venta de mascarillas. Las sesiones del Congreso y Senado son irrespirables, con miradas y palabras de auténtico odio sin que la calidad de los argumentos acompañe a tal desgaste de fondo y forma. Se tiene la percepción de que la política española se rompe y que la antipolítica se ha instalado en nuestras mentes con una desconexión apática de la ciudadanía hacia nuestros representantes, más propia de las dictaduras que de una sociedad democrática. ¿Y aún nos extraña la desafección política del ciudadano medio?

El ruido va por barrios, siendo más sonoro el que proviene de Cataluña. Da la impresión de que la energía que Cataluña ha consumido en la discusión pública española es totalmente inoperante para el bienestar público de los españoles. La desproporción entre el ruido catalán y el beneficio general es tan exagerada que da ganas de abandonarlos a sus cuitas egoístas y estériles, con una melodía supremacista y puramente retórica, que supeditan los intereses, ya no de los españoles sino de los propios catalanes, a los caprichos interesados de los políticos independentistas, que lo único que hacen es una huida hacia adelante con la única intención de esconder sus corrupciones económicas en el populismo patriotero de su pequeño país. Hay que reconocer que el ruido vasco es más silencioso y más eficaz para ellos, pues, sin tanta algarabía, su concierto económico cabalga a lomos del resto de los españoles, con un gobierno y otro, sin miramiento de colores o signo político. Si alguna semejanza tienen los nacionalismos vasco y catalán es la deslealtad hacia lo español. Y esto no es de ahora sino de siempre. Lo predican constantemente, venga o no a cuenta. Mientras tanto, los dos grandes partidos políticos, PSOE y PP, en vez de intentar racionalizar la política, procurando que la rentabilidad política de los votos nacionalistas no sea tan desproporcionada como para estar en disposición de chantajear a unos y otros, y con ello a la totalidad de los españoles. ¿Qué es eso de los pactos transversales? ¿Alguna vez existieron los Pactos de la Moncloa y el consenso de la Transición?

El caos se ha apoderado de la situación política española: sin presupuestos generales, sin aprobación de leyes que hagan avanzar socialmente el país, con una hemorragia de ayudas y subvenciones públicas que suscitan más que dudas sobre su rentabilidad social. Y, sobre todo, con una polarización política y emocional a lo largo de todo el país, que una vez más me trae a la convicción de la futbolización de la política: lo importante es que gane mi equipo-partido político, aunque ello tenga una consecuencia nula en el interés público y en el bienestar social. La bronca se ha instalado en la realidad española y la racionalidad ha desparecido de las mentes y de las conversaciones. Todo es ruido y exabruptos. Da auténtico asco ver las sesiones parlamentarias, que en nada se diferencian de cualquier discusión de bar en las que lo importante es ganar la pelea, sin importar sus consecuencias.

Y la irracionalidad mundial poco ayuda a cualquier solución, bien sea general o particular. La guerra de Ucrania tiene toda la pinta de prolongarse en el tiempo sin ningún atisbo de solución. ¿Es que alguien duda que la única solución es un alto el fuego con las fronteras tal como estaban al principio de la guerra y con una Ucrania desmilitarizada, para seguir negociando sin muertos y sin el auténtico y terrible negocio de la producción y venta de armamento? ¿Qué Rusia es imperialista? Sí. ¿Y USA? ¿Y la Europa colonialista empezando por Reino Unido? La conducta de explotación hacia nuestros semejantes es pareja en todos los sitios. ¿Y el genocidio palestino, con la coartada del terrorismo sospechoso de Hamás y la política sionista de Israel y la esterilidad de la ONU? ¿Hasta cuándo?

El nihilismo político está agazapado a las puertas de unas sociedades que hasta hoy considerábamos ilustradas y progresistas y que basta escarbar un poco para ver con horror que todo sigue basándose en la explotación de los pobres de siempre y en el ombliguismo de los que nos llamamos salvadores de la civilización.

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

sábado, 9 de marzo de 2024

POLÍTICA LÍQUIDA



En un artículo anterior reciente hablaba yo de Pedro Sánchez a la luz de la modernidad líquida de Bauman y me preguntaba si sería Sánchez la representación de un objeto político cuya única dimensión es ser consumido, pues el presentismo nos rodea y es prácticamente imposible escapar a él.

 

Sigamos con la idea de la modernidad líquida. Bauman distingue entre dos fases de la modernidad: la sólida y la líquida. La modernidad sólida se basa en estructuras estables, duraderas y jerárquicas, como el Estado-nación, la clase social, la familia o la religión. La modernidad líquida se caracteriza por la disolución de esas estructuras y la emergencia de una sociedad fluida, flexible y dinámica, donde todo es temporal, efímero y contingente. Parece que ya no sirven los conceptos más rígidos de un pensamiento fuerte que procede del XIX y orienta la conducta y el discurso del XX hasta 1989, con la caída del muro de Berlín, fecha en que finaliza el siglo XX y comienza la posmodernidad y el pensamiento débil.

 

¿Quiere esto decir que lo de ahora es mejor o peor que lo anterior? No, en absoluto. Ni es mejor ni peor, sino distinto. No son dicotomías sino perspectivas lo que diferencian un tiempo de otro. Es nuestra manera de estar y percibir lo que nos hace distintos. Hace cuarenta años los jóvenes tenían un esquema mental que los guiaba a lo largo de su vida: casarse, tener un trabajo para toda la vida, constituir una familia para toda la vida, tener un mínimo confort más o menos sostenible. Ahora, el trabajo y el matrimonio para toda la vida se han desvanecido, y todo pasa a ser precario y provisional, con el agotamiento existencial que ello provoca.  Somos más libres que nunca y, a la vez, más impotentes que nunca. El sistema nos fagocita y ni en él ni fuera de él nos podemos realizar. Ya no hay sueños sino solo emociones efímeras.

 

El concepto de modernidad o sociedad líquida solo describe la mayoritaria conducta social en la actualidad. Y, coherentemente, también esa cosmovisión se diluirá tarde o temprano. De una sociedad sólida hemos pasado en la actualidad a una sociedad líquida, maleable, escurridiza, que fluye, en un capitalismo y consumismo livianos. Pero a lo que el ser humano nunca puede renunciar es a la reflexión, partiendo de lo que observa y tras un análisis pormenorizado. Nada es definitivo, y el concepto de liquidez tampoco. Cosa distinta es que en cada momento primen unas ideas u otras, unas modas u otras. En definitiva, nuestra reflexión sobre lo que (nos) pasa y nuestra libertad para actuar sobre la realidad que nos envuelve es algo que constituye nuestra obligación moral y política.

 

Si escuchamos a la oposición política, parece que en España todo se desmorona. La esfera pública está cada vez más polarizada. Se insultan y ningunean quienes deberían ponerse de acuerdo para construir la política de este país. Los problemas de los ciudadanos deben ser el objetivo político de todos los partidos. La buena política ya no tiene por qué enfrentarse a los problemas del pasado, sino a los del futuro, a los del siglo XXI, que son los que exigen capacidad de gestionar la complejidad social.

Ya hace bastantes años, el filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky en su obra “El imperio de lo efímero” entra en los dominios de la sociedad contemporánea infectados por la moda y contemporiza con ella. Para él, la idea de la contemporaneidad es un fluido caprichoso que hace tiempo ha prendido en las conciencias; es una invitación a reconciliarse con la nueva realidad en la que vivimos, caracterizada por el declive ideológico y el ascenso del mercado y el consumo.

 

Mucho más críticamente, Antonio Muñoz Molina, en su obra “Todo lo que era sólido”, nos alerta al ver cómo sus ideales han encallado en una política estéril y populista. Y así lo describe: tenemos una banca especuladora, nos invade el fetichismo paleto de los nacionalismos y la irresponsable gestión de los recursos de todos en beneficio de unos cuantos plutócratas; la carrera política funciona como una agencia de colocaciones donde lo de menos son los méritos y la capacidad; se devalúa el esfuerzo; se mantiene la intromisión de la religión en los ámbitos públicos; se promociona la desaforada cultura del pelotazo… Nos hemos dejado anestesiar por políticos frívolos, cargados de cautivadoras promesas incumplidas y por ciertos chamanes y tertulianos de la tele y medios de comunicación, cargados de ideas líquidas. Nos consideramos modernos, pero no lo somos. Análisis demoledor. Y no se detectan muchos remedios.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

viernes, 23 de febrero de 2024

DE AGRICULTURA Y DE LOS AGRICULTORES

 


Por razones geográficas y culturales tengo un gran afecto por los agricultores y ganaderos. Provengo de Ejea, importante pueblo agrícola de la provincia de Zaragoza, aunque yo no he sido agricultor. Por todo ello, creo tener una mínima cultura agrícola. Mis comienzos políticos serios coinciden en el tiempo de la guerra del maíz aragonés de los años setenta. Las protestas de entonces eran por el bajo precio de las cosechas y las importaciones de otros países. Que, curiosamente, son algunas de las protestas actuales. Sin embargo, la diferencia entre la agricultura de subsistencia de los años setenta con la agricultura empresarial de hoy es muy grande. Las pequeñas empresas agrícolas familiares no pueden competir hoy con los grandes grupos económicos, más especulativos que agrícolas, y que están en la agricultura como podían estar en cualquier otro tipo de producción.

Si analizamos esquemáticamente las reivindicaciones de las protestas de estos días, podríamos reducirlas a tres: el exceso de burocracia que se exige a los agricultores para tener acceso a las ayudas europeas, la entrada de productos extracomunitarios sin los mismos controles fitosanitarios  que los europeos y las restricciones medioambientales que la UE impone por razones climáticas. La falta de relevo generacional no es algo nuevo, pues ya existía hace muchos años, aunque en la actualidad se ha acrecentado. Añádase a todo esto la sequía, ya casi estructural, de los últimos años.

Los interlocutores representantes de los agricultores y ganaderos son los sindicatos de izquierdas COAG (UAGA en Aragón) y UPA, el derechista ASAJA (adscrita a la CEOE) y la fantasmal plataforma F-6, próxima a VOX y que no es reconocida como interlocutor. En Cataluña existe la Unión de Pagesos, con tinte nacionalista catalán. El sindicato Solidaridad de Vox ha intentado hacerse un hueco en las protestas, pero no lo ha conseguido. Las Administraciones son la UE en primer lugar, el Gobierno español como interlocutor ante la UE y las CCAA como una Administración de menor entidad, aunque importante para las gestiones y ayudas más ordinarias.

En estos momentos, los distintos factores culturales o identitarios que se encuentran en las reivindicaciones de la izquierda española (igualitarias, sexuales ambientales, nacionalistas…) han dejado un tanto de lado los apoyos a una agricultura familiar, que antaño estaba en el centro de sus políticas reivindicativas. De ahí la acusación de urbanita que el asilvestrado VOX hace al resto de sindicatos y partidos, a los que acusa de dogmatismo ambiental desde su negacionismo climático. Y con las elecciones europeas ya próximas, el voto del campo, aunque reducido en el cómputo total, puede ser importante. A ello juegan la derecha y la ultraderecha, en España y Europa. Cuidado.

El Gobierno español contrataca prometiendo intervenir a favor de los agricultores en la cadena alimentaria y en la farragosa burocracia europea (el cuaderno digital) a fin de luchar contra la precariedad de recursos de los agricultores españoles. No dice nada sobre configurar otro posible tipo de reparto de los fondos de la PAC (Política Agraria Común), que son muy cuantiosos (el 30 % de la totalidad de fondos europeos), pero que van a parar en su mayor parte a los grandes latifundios y grandes grupos empresariales alimentarios. Y, sobre todo, poco se puede hacer en el control nacional e internacional de los precios alimentarios, sobre todo por la explotación que el primer mundo ejerce sobre los países menos desarrollados, y que nos favorece a los consumidores, a pesar de la inflación actual, pero que perjudica gravísimamente a los pequeños agricultores y ganaderos.

En definitiva, la situación es muy compleja y muy difícil de solucionar. Se trata de un proceso que viene de lejos y que va para largo. Y que se complica con la complejidad de la problemática medioambiental por el cambio climático, que atañe a todo el espectro fitosanitario, a los combustibles, y a un sinfín de normativas medioambientales. El Pacto Verde Europeo va a constituir el muro a derribar por la derecha y extrema derecha en los próximos años.

Está claro que vivimos en un mercado liberalizado y abierto a todo el mundo, y que la capacidad de negociación entre los distintos agentes es más necesaria que nunca. El minifundismo agrícola español se diluye en el marasmo mundial y tiene muy poca capacidad interlocutora en la imposición de precios y calidades. Solo avanzando en las economías de escala tendremos unos mínimos incrementos de productividad para poder subsistir en esta selva que cada día devora más a la agricultura familiar, mayoritaria en España y Europa.

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

viernes, 9 de febrero de 2024

POLÍTICA Y FILOSOFÍA



Ambas han sido las dos dimensiones  profesionales de mi vida. De cuarenta años que he estado en la vida pública, veinte han sido como político o cargo público y otros veinte como docente de filosofía. En ambas he disfrutado y de la práctica de ambas he aprendido. La impartición de clases me ha servido para la dialéctica política (para saber ganar y para saber perder). Siempre me he sentido socrático en la discusión, si gano enseño y si pierdo aprendo. Por eso, cuando perdemos en una discusión deberíamos dar las gracias, pues nos ha introducido en una nueva perspectiva que enriquece nuestro proyecto personal, hemos transitado del error a la verdad.

He conocido la política y a los políticos, aunque la política que yo viví era muy distinta a la de ahora. No voy a cometer la grosería de afirmar la superioridad de los políticos de antes a los de ahora. Son momentos distintos que necesitan políticos distintos. Defender los viejos principios frente al pragmatismo actual es caer en el esencialismo. Y la política siempre ha sido la dimensión práctica de la filosofía. Todo lo contrario al esencialismo, que se lleva mejor con situaciones más fijas y estables que piden conceptos más rígidos y un pensamiento fuerte. La situación actual, líquida la llaman muchos, proveniente del pensamiento débil y anclada en la posmodernidad, exige un aprendizaje permanente y un cambio continuo frente a situaciones siempre nuevas y con ciudadanos que tienen la incertidumbre como marco configurador de sus vidas. Por eso, la política debe estar también en un cambio permanente en el que los viejos conceptos rígidos quizás ya no sirven. La humildad es quizás una de las virtudes más científicas en un dirigente de cualquier actividad. La humildad y la curiosidad que comporta toda apertura mental son el origen de la sabiduría. Por eso no es bueno perdurar mucho tiempo en los cargos públicos, porque se pierde frescura, y, con las adulaciones que continuamente se reciben, acaba uno por creerse dueño natural de ese cargo, que le va que ni pintado.

Y junto a la política y la filosofía está el lenguaje, que es un instrumento, y como tal puede ser usado o abusado. Entiendo por usado cuando se hace un uso correcto de él, o sea, que sirva para comunicar el pensamiento del hablante. Entiendo por abuso del lenguaje cuando se pervierte su uso y se usa para mentir, o sea, para ocultar el pensamiento de quien habla o para transmitir algo falso o incoherente. Tanto callar cuando hay que hablar como hablar sin decir nada es uno de los grandes fraudes de la política. “La verdad se corrompe o con la mentira o con el silencio”, decía Cicerón. Las declaraciones públicas de los políticos con frecuencia son puramente retóricas. Se dice lo que no se piensa y se piensa lo que no se dice. El lenguaje político, en este caso, en vez de transformar la realidad sirve para enmascararla. “Yo hago lo que me dicta mi conciencia a través del pinganillo”, decía una irónica viñeta de El Roto.

La interrelación entre filosofía, política y lenguaje está más que contrastada. Sus fundamentos se necesitan e interactúan entre ellos. El conocimiento de ellos debería ser una práctica básica para los políticos. Y su correcto ejercicio daría a los ciudadanos pautas para la comprensión y distinción entre unos políticos y otros. Vemos, pues, que para eso sí que sirve la filosofía. No en un sentido profesional sino en otro más elemental: reflexionar sobre lo que pasa. Los primeros filósofos griegos (Tales y compañía) usaban un método muy sencillo pero profundo: observar la realidad y reflexionar sobre ella. Además de no hacer lo que se había hecho hasta entonces: encomendar al más allá la solución de nuestros problemas. Mirar bien para poder ver la realidad, y reflexionar bien para operar en consecuencia. Eso es la filosofía y eso debería ser la política. El lenguaje sería la traducción correcta de ambas.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 26 de enero de 2024

LOS VIEJOS SON PARTE ACTIVA DE LA SOCIEDAD



Si al hablar de los jóvenes expresamos nuestro asombro por la complejidad y dificultad para ordenar nuestro discurso sobre ellos, cuando pretendemos hacerlo sobre los viejos la complejidad y dificultad es mayor, pues la diversidad y desigualdad es más amplia.

 

En primer lugar, el concepto de viejo es muy amplio y gradual, pues desde los 60 ó 65 años que dan opción a la jubilación hasta los 85 que es una esperanza de vida frecuente en la actualidad, hay veinte años en los que suceden muchas historias paralelas y cruzadas que van a cristalizar en biografías muy diferentes. Los condicionamientos que hacen posible esta diversidad son de todo tipo, aunque los más importantes son los económicos, los familiares y los relativos a la salud.

 

Hay un concepto fundamental en el discurso sobre los viejos que marca la calidad de sus vidas, y es el de “envejecimiento activo”, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) adoptó en 1999 y que entendía como el proceso de optimización de la vida a medida que las personas envejecen. Si tenemos en cuenta que en el mundo hay 1000 millones de personas mayores de 60 años y que España es uno de los países con población más envejecida, podemos tener una idea aproximada de lo que estamos hablando y de la potencia que tal concepto tiene. Sin pretender aportar una batería mareante de datos, estos números son datos suficientemente poderosos como para dejar de pensar en los viejos como simple objeto de atención. Los mayores deben ser considerados como sujetos autónomos, incluso como personas que desarrollan críticamente esa autonomía. Hay que darle la vuelta a la vieja percepción caritativa y construir nuevos relatos y nuevas políticas con y para los mayores, pues el envejecimiento de la población es uno de los mayores triunfos de la humanidad y también uno de nuestros mayores desafíos. Autonomía, Independencia, Calidad de vida y Esperanza de vida saludable para las personas mayores deben pasar a ser objetivos políticos prioritarios de los diversos gobiernos. Los derechos ciudadanos de los mayores deben sustituir a la caridad asistencial. La salud, la vivienda y las prestaciones sociales deben aparecer en la Constitución Española (CE) como derechos reales y ejecutables, como ya los considera el artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el artículo 14 de la Carta Social Europea y el artículo 50 de la CE. Pero no solo eso, sino que la sociedad debe aprovechar el talento y disposición de los jubilados en favor de la transformación social.

 

Pero la vejez no es una línea uniforme, sino que la diversidad es inmensa y, a veces, terrorífica. Hay un abismo entre un viejo pobre, solo y enfermo y otro viejo que forma parte de eso que llaman la madurez dorada. Los primeros pueden ser excluidos y marginales, con poca cantidad y calidad de vida, y los segundos tienen una calidad de vida envidiable. Ahora bien, aunque a todos los tiene que proteger el Estado, a los desiguales hay que tratarlos desigualmente, que es el principio de la igualdad equitativa.

 

Desde la perspectiva de los viejos se entiende mejor la cuestión de la eutanasia, que no es más que un ejercicio individual de libertad respecto a la cantidad y calidad de vida que uno desea para sí mismo, sin interferencias inventadas o impuestas. También se entiende mejor la realidad de las residencias de mayores: la necesidad de una amplia cobertura y de precios políticos y distributivos. Igualmente, las guarderías infantiles, cuyos precios prohibitivos y horarios reducidos y poco flexibles, impiden el necesario trabajo de los dos componentes de una pareja joven y/o justifican la explotación de los abuelos.

 

Para finalizar, propongo un decálogo sobre la vejez: 1) Ser viejo no significa ser un inútil. 2) Trabajo y jubilación no son términos irreconciliables. 3) Los conocimientos y experiencias de los viejos no deben perderse (formación intergeneracional). 4) Las NN.TT. juegan un papel muy importante entre los viejos. 5) Evitar la exclusión de los viejos es una obligación de la sociedad. 6) Cuidado con la explotación de los abuelos con la coartada de los nietos. 7) Los viejos siguen siendo sujetos dignos y ciudadanos productivos. 8) Si la salud es básica, para los viejos es imprescindible. 9) La sociedad debe tratar de manera desigual las situaciones de desigualdad. 10) Los medios de comunicación deben modificar radicalmente su relato sobre los viejos, ya que la realidad es una construcción social de los medios.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 12 de enero de 2024

LOS JÓVENES ESPAÑOLES



Me propongo escribir sobre la juventud española y rápidamente descubro que es un asunto muy complicado por su carácter poliédrico, difícil de catalogar. Por lo que intentaré aproximarme, sabiendo ya de antemano que voy a dejar muchos vacíos y que voy a pecar de generalidades.

Aunque sea un trazo muy general, los jóvenes españoles del siglo XXI tienen una buena preparación académica, pero tienen dificultad para integrarse en la sociedad por falta de trabajo, trabajos precarios y/o poco gratificantes. También los titulados universitarios carecen de trabajos acordes con sus características y, con frecuencia, tienen que salir fuera de España, con un regreso difícil o imposible. La convivencia con sus padres es muy positiva y la emancipación del hogar paterno muy tardía. Pero, a pesar de todo y como siempre han hecho, los jóvenes también buscan dar sentido a sus vidas.

De todos los problemas que actualmente tiene España, dudo que haya otro más importante que el problema de los jóvenes y el empleo, y, consiguientemente, el acceso a la vivienda y su emancipación de la familia, que en España es la más tardía de Europa.

Recuerdo que la famosa Moción de censura que presentó Tamames y apoyó Vox, fue un espectáculo patético promovido por un anciano, cargado de méritos y de años. Sin embargo, y haciendo bueno el aforismo de quien tuvo retuvo, en medio de la maraña ininteligible de preguntas y propuestas, Tamames hizo una pregunta que ningún político de los intervinientes contestó. La pregunta era: ¿Por qué hay paro en España si los inmigrantes encuentran trabajo? O era absurda la pregunta (no lo creo) o la respuesta interpelaba a todos los políticos y por eso no se atrevieron a contestar. Se convirtió en una cuestión tabú a lo largo del debate.

Algo falla en la estructura social, económica y formativa de un país que tiene la tasa de paro mayor de la UE y en el que, al mismo tiempo, la imposibilidad de disponer de mano de obra se ha convertido en una de las principales preocupaciones de las empresas, que tampoco están por la labor de incentivar condiciones y salarios. No sirve el argumento racista y estúpido de que los inmigrantes vienen de fuera y les quitan a los de aquí el trabajo que les pertenece. Porque sucede justamente lo contrario, que los inmigrantes no le birlan el trabajo a nadie, sino que aceptan trabajos que están vacantes, si bien mal retribuidos, por eso están vacantes. Pensemos en la hostelería de la grandes ciudades o playera o la agricultura fruticultora, que prácticamente desaparecerían si no fuera por los inmigrantes. Pero la necesidad de trabajadores no se ciñe a la hostelería y agricultura, sino que la falta de mano de obra se extiende a otros muchos sectores más cualificados: desde el comercio, el transporte o la construcción hasta la informática, la ingeniería y la propia sanidad pública.

En un país en el que estamos permanentemente en campaña electoral, aunque no haya elecciones, la inmensa mayoría de los dirigentes políticos eluden esta cuestión del trabajo juvenil porque posiblemente va a propiciar una polémica social que puede dañarle electoralmente. La simplicidad de los debates, por ejemplo, sobre el modelo educativo y la formación profesional, es con seguridad una de las agravantes, porque no tiene contacto con la realidad, sino que prima la confrontación política. Cada debate de educación en España acaba siempre reducido a agrias polémicas sobre la educación sexual o la religiosa, mientras que se ignora lo más importante, los problemas laborales de la juventud española, con un 30% de los jóvenes menores de 25 años en paro. Y en muchas provincias esa cifra asciende casi al 50%.

Esa precariedad laboral, sumada a la inflación y al aumento constante del precio de la vivienda, dificulta progresivamente la emancipación juvenil en España. A pesar de la recuperación económica, el porcentaje de jóvenes que vive con sus padres se ha incrementado en los últimos años. Esto muestra la situación tan precaria y difícil a la que se enfrentan las nuevas generaciones. Además de las dificultades para que una parte de la población, habitualmente la más vulnerable, pueda desarrollar sus proyectos y futuros de vida como deseen. Por lo que es imprescindible generar políticas que ayuden a aumentar la proporción de juventud independizada, ya que ello implica aumento de empleo y vivienda para ellos. Pero no solo políticas públicas, también cultura empresarial incentivando trabajos y salarios acordes con los tiempos actuales y con las necesidades reales. Hay que redistribuir mejor las rentas entre el capital y el trabajo.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 29 de diciembre de 2023

PEDRO SÁNCHEZ O LA MODERNIDAD LÍQUIDA



Muchas veces recuerdo que en mis tiempos docentes solía repetir una imagen pedagógica. Cuando un adulto discute con un niño sin posibilidad de acuerdo, el adulto debe ponerse en cuclillas y hablar con el niño de igual a igual, de manera que los ojos de los dos estén a la misma altura. La perspectiva hay que cambiarla cuando la vieja no da resultado. En este artículo voy a intentar cambiar de perspectiva y ponerme a la altura de aquellos a los que no entiendo.

Que los tiempos y las sociedades cambian a un ritmo trepidante es una obviedad. Sin embargo, nuestras mentes siguen operando a un ritmo mucho más lento y con características de fijeza e irreversibilidad. Pero eso es lo normal. Una persona de 77 años tiene poco que hablar con otra de 18. Pueden intercambiar palabras, incluso algunos conceptos, pero no podemos acordar claves de interpretación sobre la sociedad y cualquiera de sus manifestaciones culturales, económicas o políticas.

En la actualidad hay un personaje en España que resulta singular, independientemente de incondicionales y detractores, que los tiene en abundancia. Me refiero a Pedro Sánchez. Nadie le puede negar fuerza, audacia, temeridad, suerte, relatividad moral (¿hay alguna moral que no sea relativa?). Las morales absolutas son muy peligrosas, como todo lo absoluto. Sánchez tiene adeptos hasta llegar a la categoría de fans y enemigos hasta soñar con él auténticas pesadillas. Hasta ha sacado a Felipe González y Alfonso Guerra de sus confortables silencios históricos para intentar descalificarle. También mi amigo Javier Lambán está en la misma línea, aunque no tan personalmente. Vano intento. Quizás acertáramos si, en vez de discutir acaloradamente, nos dedicásemos a una simple descripción del siguiente tipo: “Sánchez es el presente, Felipe es el pretérito”. La diferencia de los tiempos a que nos referimos es tan radical que no es fácil establecer comparaciones. Personalmente, yo no hubiera intervenido como González-Guerra, sino que hubiese guardado un astuto silencio y esperar a ver qué pasa. Cuánto hay que aprender de la diplomacia vaticana, con sus silencios y distanciamientos litúrgicos. Analizar el presente desde claves pretéritas suele dar más errores que aciertos.

Bauman, uno de los pensadores más actuales y acertados habla de modernidad líquida: las estructuras y normas sólidas que solían ofrecer estabilidad y tradición a la sociedad han evolucionado hacia una modernidad líquida en la que todo es frágil, volátil y flexible. El capitalismo actual nos ha convertido en meros consumidores, no solo de productos sino también de imágenes y conceptos. Las viejas estructuras no solo no ayudan sino que frenan. Ya hace muchos años que Marcuse hablaba del hombre unidimensional como prototipo de futuros tiempos que quizás ya los tenemos aquí. ¿Será Sánchez la representación de un objeto político cuya única dimensión es ser consumido? El presentismo nos rodea y es prácticamente imposible escapar a él. El PSOE actual no alarma tanto a muchos jóvenes de izquierdas como a la vieja guardia socialista. Me caben dudas de si el PSOE de Felipe González hubiera superado el procés de Cataluña, la irrupción de Podemos y el variopinto panorama de los nacionalismos periféricos. El millón de votos que Sánchez aumentó en las elecciones del último 23-J algo indica en esa dirección. Que no solo una alianza PSOE-PP es imposible, sino que hay que hacer lo que sea con tal que PP-Vox no lleguen al poder. No es casualidad que España sea de los pocos países que ha impedido a la ultraderecha llegar al poder central. A duras penas pero lo ha conseguido.

En mi caso, por ejemplo, mi mentalidad jacobina chirría con la plurinacionalidad vigente de la política actual. Y aún más con la retórica supremacista y grandilocuente de los indepes catalanes. Me cuesta aceptarlo pero tendré que respetar que otro lo intente. No es fácil el reto. La cuestión territorial es una de las claves actuales más difíciles de gestionar. Y la igualdad de los españoles no se impone, sino que se trabaja codo con codo con todos los afectados. También con los separatistas.

Po eso, realidades actuales como los indultos a los indepes, más la amnistía actual, más los acuerdos con PNV y Bildu, hay que verlos desde otro visor para poder entenderlos. No dogmatizo con que es eso lo que hay que hacer, solo digo que es un intento de solucionar una situación compleja con soluciones inéditas. El bipartidismo era propio de los ochenta pero puede no serlo ahora. Habría que recordar aquello de Keynes: la situación ha cambiado y yo cambio mi manera de pensar, usted qué hace.

Quizás con este artículo no he hecho muchos amigos, pero a mí me ha supuesto un ejercicio de honestidad intelectual. Como siempre, reivindico el derecho a equivocarme.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 15 de diciembre de 2023

DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS (DUDH)

Investido Sánchez, nos alejamos de las cosas domésticas y pasamos hoy a un asunto verdaderamente trascendental. El día 10 de este mes de diciembre se celebró el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Estamos hablando de un documento que plasma la cima ético-política de la conducta del género humano. Se trata de un punto de partida y de un indicador de cómo va la civilización y la salud ciudadana en el mundo. Precisamente hoy, con las guerras de Ucrania y Palestina en la puerta de nuestros territorios, y la enorme contaminación acústica, lumínica y emocional navideñas, es un buen momento para este recordatorio.

Al tratarse de un artículo periodístico no puedo pasar de una breve reseña de ese documento y su importancia socio-política para el mundo de hoy. Propongo como primera obligación a mis lectores que se hagan con un ejemplar del mismo. Tan sencillo como ir a Internet e imprimirlo. Luego, leerlo e interiorizarlo. Y, en tercer lugar, acostumbrarnos a analizar los distintos acontecimientos mundiales a la luz de este texto.

Desde su art.1, que proclama que Todos nacemos libres e iguales, pasando por el art.7 (Todos somos iguales ante la ley), llegando al art.18 (Derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión), y aterrizando en el último art.30 (Derecho a que estos derechos no sean suprimidos en cualquier circunstancia), pasamos revista a cómo las distintas situaciones humanas deben ser resueltas conforme a la dignidad humana. Especialmente, toda situación que implique violencia contra un ser humano.

El objetivo que la ONU persigue desde 1948 con esta DUDH es hacer universales la libertad, la igualdad y la solidaridad entre los hombres. El documento constituye un patrón universal de los principios que preservan la dignidad humana. Muchos países han incluido estos principios en sus respectivas Constituciones, entre ellos España, cuya Constitución es una de las más progresistas, precisamente por la fuerte huella de la DUDH en ella. Incluso Europa estuvo muy cerca de tener su propia Constitución en 2004, pero los referendos populares de Francia y Países Bajos votaron en contra de su aprobación. España demostró en este caso ser una de las naciones más europeístas de todas. Se pudo observar que los nacionalismos todavía no permiten que el principio de igualdad distribuya justamente el bienestar para todos.

La promulgación en 1789 de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por la Asamblea Constituyente francesa constituye el antecedente histórico más claro del presente documento. Entonces, igual que ahora, su redacción recogía las influencias de los filósofos de la Ilustración sobre la libertad, la seguridad o la resistencia a la opresión. Sin embargo, la realidad actual nos hace ver que este documento de la DUDH ha quedado como una recopilación de buenos deseos. Y no lo digo solamente por la violación obscena e inaceptable de los derechos humanos que se practica todos los días en Palestina (“Palestina es un cementerio de niños” ha dicho Guterres, Secretario General de la ONU), sino por esas cifras escandalosas que cada cierto tiempo nos recuerdan algunos medios de comunicación, pero que enseguida olvidamos y no nos sirven de estímulo para subsanarlos desde la dignidad humana. ¿O los más de 1.000 millones de personas que viven en la pobreza más absoluta no tienen derecho a la vida? ¿O los 500 millones que están subalimentadas? ¿O los 1.400 millones sin agua potable? ¿Y qué decir de la gente sin trabajo, sin vivienda, o niños sin derecho real a la educación? Paro porque no pretendo que me salga una homilía laica, sino una constatación mucho más prosaica y exigente.

Para terminar, un ruego, aunque solo sea por deformación profesional. Como este tipo de digresiones sirve para poco, hago un llamamiento a maestros y profesores para que, independientemente de la materia que impartan, introduzcan en la cabeza (y en el corazón) de sus alumnos este tipo de consideraciones. Con poco esfuerzo de cada uno, el provecho social es enorme.

Mariano Berges, profesor de filosofía