Ya he dicho en otras ocasiones que Podemos es un
fenómeno digno de estudio y que ha seducido a una cantidad importante de
ciudadanos desencantados de la política convencional. Los que hemos ejercido de
políticos ¿convencionales? nos podemos permitir el lujo de pensar y repensar
las características de este fenómeno y sus consecuencias.
En cuestiones complejas hay que pensar siempre en un
conjunto de causas, y nunca en una sola causa. Cualquier explicación lineal o
es una trampa o es una tontería. La explicación de la realidad, como paso
previo a su transformación, exige siempre complejidad. Se puede discutir si los
actuales partidos ejercen bien o no la representación de los intereses
ciudadanos, cual es su obligación política. Es más, se puede proclamar la
justicia de la crítica hacia la colonización institucional que esos partidos
han realizado, después de haber ejercido una enorme labor en la transformación
de la sociedad española. Pero es cierto que en estos momentos, la pluralidad
política se ha convertido en complicidad culpable y la participación política
no pasa de ser un ejercicio de mera contemplación estéril.
Efectivamente, el “No nos representan” se ha
convertido en el grito que mejor sintetiza esta postura primera de los
indignados, previa a la fase de politización. Podemos ha transformado en
política, incipiente y sin contrastar todavía, esa rabia. Y ha construido un
relato que intenta aglutinar la nueva representación que aspiran a personalizar
ellos. Y como buenos teóricos y procedentes de unos estratos políticos que
nunca han detentado el poder, aspiran a una nueva hegemonía, como única manera
de demostrar el cambio de tendencia.
Sin embargo, el nuevo relato carece de propuestas.
Solo habla de quitar a unos para ponerme yo. Aprovecha la falta de sentido
crítico de la sociedad española que a lo máximo que llega es a “darles una
oportunidad” a los nuevos porque a los viejos ya los tienen muy vistos. En mi
opinión, eso es poca cosa. La antipolítica en que se basa el nuevo relato no
pasaría de ser un prólogo de la nueva narrativa. Y cuatro años en política es
una eternidad para probatinas. El ejemplo de esa eternidad es la regresión
profunda que ha supuesto la legislatura actual del PP.
Podemos no ha transcendido lo meramente simbólico,
apoyándose en no más de media docena de palabras, ni siquiera conceptos, que
usan como estribillo de una ya vieja y reiterada canción. Repito, es poco
fundamento para una nueva epopeya. No estamos ante un paradigma potente que
signifique un cambio de época. Aunque sí que estamos en un cambio de época,
pero sin representantes suficientemente significativos. Si el proceso de
instalación de Podemos no fuera acompañado del negativismo de los partidos
convencionales, no tendría tanto espacio representativo como tiene. El
ciudadano necesita imperiosamente depositar su confianza política en alguien. Y
tras casi cuarenta años de ver los mismos rostros y los mismos discursos, exige
un cambio, por superficial que sea. Porque no es la corrupción la que ha
causado la crisis, sino la crisis la que ha aflorado la corrupción. Siempre ha
habido corrupción en España, pero no es lo mismo contemplarla desde una
posición personal gratificante que desde una situación trágica y con pocos indicios
de mejora. Ese es el visor existente en estos momentos y ese mismo visor puede
falsearnos el análisis de la realidad.
Otra cuestión fuertemente causal de la nueva tendencia
son los medios de comunicación, instrumentos creadores de opinión por excelencia
y que nunca habían estado tan politizados como ahora. Actualmente, casi todos
los medios en formato papel y audiovisual son claramente conservadores. Es
necesario ir a los medios digitales para leer opinión libre. Y ahí es donde
Podemos se mueve mejor que el resto de partidos creando una nueva dialéctica
política. Han convertido el miedo en esperanza, sin grandes conceptos y con un
enorme vacío de propuestas. Una sola nota sobresaliente: contra la casta. La
identidad de los nuevos narradores necesita indefectiblemente del antagonista
para existir. Existen en tanto niegan a los otros. No existen por si mismos.
Esa falta de autonomía y de sujeto político es el mayor déficit del nuevo
relato político.
Coda final. Sigo pensando que el PSOE, histórico partido
progresista y con vocación de gobierno, sigue siendo el instrumento político
más idóneo para este momento de crisis. Siempre que cumpla con dos requisitos
que se resiste a afrontar: la renovación de personas (y políticas) y la
expulsión de corruptos. No se trata de ninguna inquisición sino de
contrarrestar la erosión del tiempo.
Mariano
Berges, profesor de filosofía