sábado, 14 de marzo de 2015

VIEJA Y NUEVA POLÍTICA

Ya he dicho en otras ocasiones que Podemos es un fenómeno digno de estudio y que ha seducido a una cantidad importante de ciudadanos desencantados de la política convencional. Los que hemos ejercido de políticos ¿convencionales? nos podemos permitir el lujo de pensar y repensar las características de este fenómeno y sus consecuencias.

En cuestiones complejas hay que pensar siempre en un conjunto de causas, y nunca en una sola causa. Cualquier explicación lineal o es una trampa o es una tontería. La explicación de la realidad, como paso previo a su transformación, exige siempre complejidad. Se puede discutir si los actuales partidos ejercen bien o no la representación de los intereses ciudadanos, cual es su obligación política. Es más, se puede proclamar la justicia de la crítica hacia la colonización institucional que esos partidos han realizado, después de haber ejercido una enorme labor en la transformación de la sociedad española. Pero es cierto que en estos momentos, la pluralidad política se ha convertido en complicidad culpable y la participación política no pasa de ser un ejercicio de mera contemplación estéril.

Efectivamente, el “No nos representan” se ha convertido en el grito que mejor sintetiza esta postura primera de los indignados, previa a la fase de politización. Podemos ha transformado en política, incipiente y sin contrastar todavía, esa rabia. Y ha construido un relato que intenta aglutinar la nueva representación que aspiran a personalizar ellos. Y como buenos teóricos y procedentes de unos estratos políticos que nunca han detentado el poder, aspiran a una nueva hegemonía, como única manera de demostrar el cambio de tendencia.

Sin embargo, el nuevo relato carece de propuestas. Solo habla de quitar a unos para ponerme yo. Aprovecha la falta de sentido crítico de la sociedad española que a lo máximo que llega es a “darles una oportunidad” a los nuevos porque a los viejos ya los tienen muy vistos. En mi opinión, eso es poca cosa. La antipolítica en que se basa el nuevo relato no pasaría de ser un prólogo de la nueva narrativa. Y cuatro años en política es una eternidad para probatinas. El ejemplo de esa eternidad es la regresión profunda que ha supuesto la legislatura actual del PP.

Podemos no ha transcendido lo meramente simbólico, apoyándose en no más de media docena de palabras, ni siquiera conceptos, que usan como estribillo de una ya vieja y reiterada canción. Repito, es poco fundamento para una nueva epopeya. No estamos ante un paradigma potente que signifique un cambio de época. Aunque sí que estamos en un cambio de época, pero sin representantes suficientemente significativos. Si el proceso de instalación de Podemos no fuera acompañado del negativismo de los partidos convencionales, no tendría tanto espacio representativo como tiene. El ciudadano necesita imperiosamente depositar su confianza política en alguien. Y tras casi cuarenta años de ver los mismos rostros y los mismos discursos, exige un cambio, por superficial que sea. Porque no es la corrupción la que ha causado la crisis, sino la crisis la que ha aflorado la corrupción. Siempre ha habido corrupción en España, pero no es lo mismo contemplarla desde una posición personal gratificante que desde una situación trágica y con pocos indicios de mejora. Ese es el visor existente en estos momentos y ese mismo visor puede falsearnos el análisis de la realidad.

Otra cuestión fuertemente causal de la nueva tendencia son los medios de comunicación, instrumentos creadores de opinión por excelencia y que nunca habían estado tan politizados como ahora. Actualmente, casi todos los medios en formato papel y audiovisual son claramente conservadores. Es necesario ir a los medios digitales para leer opinión libre. Y ahí es donde Podemos se mueve mejor que el resto de partidos creando una nueva dialéctica política. Han convertido el miedo en esperanza, sin grandes conceptos y con un enorme vacío de propuestas. Una sola nota sobresaliente: contra la casta. La identidad de los nuevos narradores necesita indefectiblemente del antagonista para existir. Existen en tanto niegan a los otros. No existen por si mismos. Esa falta de autonomía y de sujeto político es el mayor déficit del nuevo relato político.

Coda final. Sigo pensando que el PSOE, histórico partido progresista y con vocación de gobierno, sigue siendo el instrumento político más idóneo para este momento de crisis. Siempre que cumpla con dos requisitos que se resiste a afrontar: la renovación de personas (y políticas) y la expulsión de corruptos. No se trata de ninguna inquisición sino de contrarrestar la erosión del tiempo.


Mariano Berges, profesor de filosofía