sábado, 19 de diciembre de 2015

20-D, EL FINAL DE UN CICLO

Tras los debates habidos en “El País”, la Sexta y la 1, uno no sabe qué cara poner ni para qué sirven estas cosas. Al día siguiente uno lee la prensa y se pregunta si hemos asistido al mismo debate. Incluso cuando dicen que hay un 41% de indecisos, uno se pregunta si es para dar emoción a una campaña anodina. Porque la pregunta clave es quién habla de proyectos políticos y quién se dedica a lucir palmito o engatusar más y mejor al personal. Empecemos por el último debate, el cara a cara entre Rajoy y Sánchez. Me pareció un combate de boxeo entre un púgil ya maduro y otro joven, con ganas de ascender al estrellato y que ganó el combate por mayor empuje y porque se dedicó a golpear una y otra vez a un rival con poco fondo y mal entrenado. Combate trabado y marrullero. ¿Es boxeo la política? El resultado es que tan apenas hablaron de política ni de proyectos, ni de cómo acabar con el paro ni con la desigualdad creciente, ni de Europa ni de Cataluña, ni de la reforma de la Constitución ni de fiscalidad ni de la regeneración de las instituciones… La única conclusión que quedó plasmada en todos los medios es que Sánchez dijo que Rajoy no era decente y que Rajoy contestó “es usted ruin, miserable y deleznable” ¿Dónde está el contenido político? No sé qué hacen los asesores, pero el guion de Sánchez debería haber sido muy distinto: 1) desmontar la política de Rajoy con cuatro ejemplos de barbaridades legales y sociales cometidas; 2) cuatro propuestas concretas y fundamentales de corte socialdemócrata. Hablar de la corrupción, sí, pero no como asunto único. El debate a cuatro de La Sexta fue menos monótono y, aunque hubo mucho postureo, hubo más política. Pero lo importante es quién daba mejor en la pantalla desde los tres parámetros “importantes”: vestimenta, lenguaje verbal y lenguaje no verbal. Como todos eran jóvenes y de verbo fluido, no hubo grandes vencedores ni vencidos. Supongo que cada espectador siguió apoyando a su equipo. El primer debate, celebrado por Internet y promovido por el diario “El País”, fue un debate fallido ya que los tres comparecientes se dirigían casi siempre al ausente Rajoy, bien representado cinematográficamente por un atril vacío. El hecho de que haya habido varios debates públicos ha servido, al menos, para diluir eso tan antiguo y estéril que son los mítines. A los que solo acuden los “hooligans” con un objetivo tan poco político como que la imagen del telediario dé una imagen de “lleno a rebosar” de incondicionales. Pero en estos momentos la cuestión crucial es que el modelo formal de la política española (llamado bipartito) va a finalizar su ciclo y en su lugar va a aparecer un cuatripartito, con los dos partidos clásicos -PSOE y PP- más dos nuevos -Podemos y Ciudadanos-. Ya la denominación de los mismos cambia radicalmente. ¿Será indicio de algo más serio e importante? Ojalá. Porque si todo estriba en que en vez de dos haya cuatro partidos, viaje inoperante el que hemos hecho. Ninguna campaña ha sacralizado la palabra “cambio” como ésta. Todos los partidos menos el PP, que apadrina la idea de proseguir con la misma política, la instrumentalizan como clave en la instauración de una nueva política. Y, efectivamente, “cambio” es la palabra indispensable en todo discurso porque es lo que demandan la mayor parte de los electores: la gente quiere cambiar de política y de modo de gobernar. Y sí que ha habido cambios en la campaña, al menos formales: ha habido más debates, los votantes van a ser muchos, los indecisos parecen muchos también, las formas y modales han sufrido una fuerte transformación, pero los contenidos de los distintos discursos no parecen tan nuevos como sería necesario. Mucha retórica de “política vieja” y “política nueva” y poco más. Y una cierta obsesión de caras nuevas, jóvenes y bien parecidas. Pero hay poco discurso sobre una nueva dirección política, nuevos proyectos, nuevas instituciones, nuevas estrategias, nueva economía, nuevos directivos… en definitiva, lo que un nuevo ciclo está exigiendo. Parece que todos tienen claro que el viejo ciclo acaba pero no parece estar tan claro cómo debe ser el nuevo. Si no analizamos las causas que exigen el cambio de ciclo no hemos entendido nada. Entre otras, ahí van algunas: la exigencia de profundizar en la democracia, poner las instituciones al servicio de la sociedad, frenar la creciente desigualdad, la creación de más y mejores puestos de trabajos. Y todo ello con una política fiscal radicalmente distinta. No es solo cambiar caras y modales, sino cambiar la política y la manera de ejercerla. Ya no nos podemos quedar en la mera democracia representativa (delegar nuestra capacidad decisoria en manos de nuestros representantes). Debe reducirse la autonomía de los políticos respecto de sus representados, pues la democracia es algo de todos los días y no solo cada cuatro años. Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 5 de diciembre de 2015

Crisis sistémica y reforma coyuntural

Hoy vamos a hablar de la tozuda realidad que nos rodea, o sea, de la crisis. Que, por cierto, parece que ya no existe, pues nuestro PIB crece, los puestos de trabajo “aumentan”, los gastos navideños, las rebajas y el Black Friday nos seducen, los viajes del Imserso se agotan en diez minutos… Hay que reconocer que España es diferente: qué alegres somos, qué bien vivimos, no hay quien pueda con nosotros, España es Jauja. Cada vez está más claro que este país y su crisis son duales: hay gente que no puede vivir y hay otra gente para la que la crisis es algo que cuentan en los medios de comunicación y que les pasa a otros. En el fondo, siempre ha sido así. Porque la auténtica realidad es que el paro, la pérdida de poder adquisitivo y la desigualdad son las características de la crisis española, y no el crecimiento del PIB. La realidad que nos rodea es siempre difícil de entender, porque formamos parte de ella y no estamos en condiciones de objetivarla. Y la crisis es un elemento que forma parte de nuestra realidad. Ya han pasado ocho años y, a pesar de los cantos de sirena, esto no parece tener solución. Y lo que es peor, parece que no hemos aprendido nada de qué y por qué ha sucedido. Seguimos añorando la burbuja inmobiliaria, el boom hostelero-playero y los créditos fáciles de los bancos, sin ser conscientes de que la interrelación de esos tres factores ha sido la causante de la crisis. ¿Existe solución a nuestra crisis? Pienso que a corto y medio plazo no existe solución. Cualquier remedio que se proponga es coyuntural, pues es el sistema el que realmente falla. Por lo tanto, habrá que cambiar de sistema para que la solución sea posible. Y después de mucho pensar y dudar, he vuelto la vista a Marx (con perdón). Precisamente la escasez de ideas en la actualidad es la causa fundamental del enquistamiento político que nos rodea. Por mucha honestidad y capacidad que presumamos en nuestros representantes públicos (que ya es presumir), el margen de maniobra que nuestras instituciones tienen es mínimo. Se tienen que reducir a pequeñas cuestiones de maquillaje o caridad para intentar diferenciarse de los anteriores dirigentes, pero sin cambiar la dirección ni la estrategia, que sí supondría cambios significativos y sostenibles. El Estado liberal defiende exarcebadamente la libertad individual y la propiedad privada. Por el contrario, Marx sostiene que el gobierno democrático es esencialmente inviable en una sociedad capitalista y que solo es posible con una transformación de las bases mismas de la sociedad. Puede que el Estado actúe «neutralmente», pero inevitablemente defiende los privilegios de los propietarios. La conclusión central de Marx es que el Estado en una sociedad capitalista no puede dejar de depender de los que poseen y controlan los procesos de producción. Las políticas globales del Estado tienen que ser compatibles a largo plazo con los objetivos de los poderes económicos porque, de lo contrario, se comprometería la sociedad civil y la estabilidad del Estado mismo. Más aún, la acción oculta de los poderes económicos se ha convertido actualmente en una ideología difusa, aceptada inconscientemente por una gran mayoría de la población. Y ésta es su gran fuerza, pues la convierte en inmune a la realidad. Y los partidos políticos de izquierdas, llenos de líderes orgánicos pero faltos de líderes sociales, no saben no contestan. En esta sociedad los que realmente mandan no suelen hablar sino que callan, por lo que el gran arte en política no reside en comprender a los que hablan sino en comprender a los que callan. Si este sistema se ve amenazado (por ejemplo, si un partido accede al poder con la firme intención de promover una mayor igualdad), el resultado inmediato puede ser el caos económico (fuga de capitales) y la aceptación social a ese gobierno puede verse reducida de forma radical. Consecuentemente, una clase económica dominante puede gobernar sin mancharse las manos. Un gobierno actual, por muy izquierdista que sea su discurso, está incapacitado para poder implementar un mandato que vaya contra las bases materiales del capitalismo, llámese a esto mercados, poderes financieros o Unión Europea. Es más, al poder económico no le hace falta sentarse en los consejos de ministros. Los ministros son sus servidores, pues el Estado no es tanto el representante de la sociedad como el de bancos , constructoras o eléctricas. Conclusión. Hay que volver a leer la crítica de Marx a la democracia liberal, para, al menos, ser conscientes de que sin cambiar las bases de esta sociedad es imposible una democracia real. Y, de momento, para ir haciendo boca, militemos en un reformismo radical y gradual hasta que la utopía sea posible.

Mariano Berges, profesor de filosofía