Tras los debates habidos en “El País”, la Sexta y la 1, uno no sabe qué cara
poner ni para qué sirven estas cosas. Al día siguiente uno lee la prensa y se
pregunta si hemos asistido al mismo debate. Incluso cuando dicen que hay
un 41% de indecisos, uno se pregunta si es para dar emoción a una
campaña anodina. Porque la pregunta clave es quién habla de proyectos
políticos y quién se dedica a lucir palmito o engatusar más y mejor al
personal.
Empecemos por el último debate, el cara a cara entre Rajoy y Sánchez. Me
pareció un combate de boxeo entre un púgil ya maduro y otro joven, con
ganas de ascender al estrellato y que ganó el combate por mayor empuje y
porque se dedicó a golpear una y otra vez a un rival con poco fondo y mal
entrenado. Combate trabado y marrullero. ¿Es boxeo la política? El
resultado es que tan apenas hablaron de política ni de proyectos, ni de
cómo acabar con el paro ni con la desigualdad creciente, ni de Europa ni de
Cataluña, ni de la reforma de la Constitución ni de fiscalidad ni de la
regeneración de las instituciones… La única conclusión que quedó
plasmada en todos los medios es que Sánchez dijo que Rajoy no era
decente y que Rajoy contestó “es usted ruin, miserable y deleznable”
¿Dónde está el contenido político? No sé qué hacen los asesores, pero el
guion de Sánchez debería haber sido muy distinto: 1) desmontar la política
de Rajoy con cuatro ejemplos de barbaridades legales y sociales cometidas;
2) cuatro propuestas concretas y fundamentales de corte socialdemócrata.
Hablar de la corrupción, sí, pero no como asunto único.
El debate a cuatro de La Sexta fue menos monótono y, aunque hubo mucho
postureo, hubo más política. Pero lo importante es quién daba mejor en la
pantalla desde los tres parámetros “importantes”: vestimenta, lenguaje
verbal y lenguaje no verbal. Como todos eran jóvenes y de verbo fluido, no
hubo grandes vencedores ni vencidos. Supongo que cada espectador siguió
apoyando a su equipo.
El primer debate, celebrado por Internet y promovido por el diario “El
País”, fue un debate fallido ya que los tres comparecientes se dirigían casi
siempre al ausente Rajoy, bien representado cinematográficamente por un
atril vacío.
El hecho de que haya habido varios debates públicos ha servido, al menos,
para diluir eso tan antiguo y estéril que son los mítines. A los que solo
acuden los “hooligans” con un objetivo tan poco político como que la
imagen del telediario dé una imagen de “lleno a rebosar” de
incondicionales. Pero en estos momentos la cuestión crucial es que el
modelo formal de la política española (llamado bipartito) va a finalizar su
ciclo y en su lugar va a aparecer un cuatripartito, con los dos partidos
clásicos -PSOE y PP- más dos nuevos -Podemos y Ciudadanos-. Ya la
denominación de los mismos cambia radicalmente. ¿Será indicio de algo
más serio e importante? Ojalá. Porque si todo estriba en que en vez de dos
haya cuatro partidos, viaje inoperante el que hemos hecho.
Ninguna campaña ha sacralizado la palabra “cambio” como ésta. Todos los
partidos menos el PP, que apadrina la idea de proseguir con la misma
política, la instrumentalizan como clave en la instauración de una nueva
política. Y, efectivamente, “cambio” es la palabra indispensable en todo
discurso porque es lo que demandan la mayor parte de los electores: la
gente quiere cambiar de política y de modo de gobernar.
Y sí que ha habido cambios en la campaña, al menos formales: ha habido
más debates, los votantes van a ser muchos, los indecisos parecen muchos
también, las formas y modales han sufrido una fuerte transformación, pero
los contenidos de los distintos discursos no parecen tan nuevos como sería
necesario. Mucha retórica de “política vieja” y “política nueva” y poco
más. Y una cierta obsesión de caras nuevas, jóvenes y bien parecidas. Pero
hay poco discurso sobre una nueva dirección política, nuevos proyectos,
nuevas instituciones, nuevas estrategias, nueva economía, nuevos
directivos… en definitiva, lo que un nuevo ciclo está exigiendo. Parece que
todos tienen claro que el viejo ciclo acaba pero no parece estar tan claro
cómo debe ser el nuevo. Si no analizamos las causas que exigen el cambio
de ciclo no hemos entendido nada. Entre otras, ahí van algunas: la
exigencia de profundizar en la democracia, poner las instituciones al
servicio de la sociedad, frenar la creciente desigualdad, la creación de más
y mejores puestos de trabajos. Y todo ello con una política fiscal
radicalmente distinta. No es solo cambiar caras y modales, sino cambiar la
política y la manera de ejercerla. Ya no nos podemos quedar en la mera
democracia representativa (delegar nuestra capacidad decisoria en manos
de nuestros representantes). Debe reducirse la autonomía de los políticos
respecto de sus representados, pues la democracia es algo de todos los días
y no solo cada cuatro años.
Mariano Berges, profesor de filosofía
noticias sobre todos los partidos políticos tanto de izquierda como de derecha
sábado, 19 de diciembre de 2015
sábado, 5 de diciembre de 2015
Crisis sistémica y reforma coyuntural
Hoy vamos a hablar de la tozuda
realidad que nos rodea, o sea, de la crisis. Que, por cierto, parece que ya no
existe, pues nuestro PIB crece, los puestos de trabajo “aumentan”, los gastos
navideños, las rebajas y el Black Friday nos seducen, los viajes del Imserso se
agotan en diez minutos… Hay que reconocer que España es diferente: qué alegres
somos, qué bien vivimos, no hay quien pueda con nosotros, España es Jauja. Cada
vez está más claro que este país y su crisis son duales: hay gente que no puede
vivir y hay otra gente para la que la crisis es algo que cuentan en los medios de
comunicación y que les pasa a otros. En el fondo, siempre ha sido así. Porque
la auténtica realidad es que el paro, la pérdida de poder adquisitivo y la
desigualdad son las características de la crisis española, y no el crecimiento
del PIB. La realidad que nos rodea es siempre difícil de entender, porque
formamos parte de ella y no estamos en condiciones de objetivarla. Y la crisis
es un elemento que forma parte de nuestra realidad. Ya han pasado ocho años y,
a pesar de los cantos de sirena, esto no parece tener solución. Y lo que es
peor, parece que no hemos aprendido nada de qué y por qué ha sucedido. Seguimos
añorando la burbuja inmobiliaria, el boom hostelero-playero y los créditos
fáciles de los bancos, sin ser conscientes de que la interrelación de esos tres
factores ha sido la causante de la crisis. ¿Existe solución a nuestra crisis?
Pienso que a corto y medio plazo no existe solución. Cualquier remedio que se
proponga es coyuntural, pues es el sistema el que realmente falla. Por lo
tanto, habrá que cambiar de sistema para que la solución sea posible. Y después
de mucho pensar y dudar, he vuelto la vista a Marx (con perdón). Precisamente
la escasez de ideas en la actualidad es la causa fundamental del enquistamiento
político que nos rodea. Por mucha honestidad y capacidad que presumamos en
nuestros representantes públicos (que ya es presumir), el margen de maniobra
que nuestras instituciones tienen es mínimo. Se tienen que reducir a pequeñas
cuestiones de maquillaje o caridad para intentar diferenciarse de los
anteriores dirigentes, pero sin cambiar la dirección ni la estrategia, que sí
supondría cambios significativos y sostenibles. El Estado liberal defiende
exarcebadamente la libertad individual y la propiedad privada. Por el
contrario, Marx sostiene que el gobierno democrático es esencialmente inviable
en una sociedad capitalista y que solo es posible con una transformación de las
bases mismas de la sociedad. Puede que el Estado actúe «neutralmente», pero
inevitablemente defiende los privilegios de los propietarios. La conclusión
central de Marx es que el Estado en una sociedad capitalista no puede dejar de
depender de los que poseen y controlan los procesos de producción. Las
políticas globales del Estado tienen que ser compatibles a largo plazo con los
objetivos de los poderes económicos porque, de lo contrario, se comprometería
la sociedad civil y la estabilidad del Estado mismo. Más aún, la acción oculta
de los poderes económicos se ha convertido actualmente en una ideología difusa,
aceptada inconscientemente por una gran mayoría de la población. Y ésta es su
gran fuerza, pues la convierte en inmune a la realidad. Y los partidos
políticos de izquierdas, llenos de líderes orgánicos pero faltos de líderes
sociales, no saben no contestan. En esta sociedad los que realmente mandan no
suelen hablar sino que callan, por lo que el gran arte en política no reside en
comprender a los que hablan sino en comprender a los que callan. Si este
sistema se ve amenazado (por ejemplo, si un partido accede al poder con la
firme intención de promover una mayor igualdad), el resultado inmediato puede
ser el caos económico (fuga de capitales) y la aceptación social a ese gobierno
puede verse reducida de forma radical. Consecuentemente, una clase económica
dominante puede gobernar sin mancharse las manos. Un gobierno actual, por muy
izquierdista que sea su discurso, está incapacitado para poder implementar un
mandato que vaya contra las bases materiales del capitalismo, llámese a esto
mercados, poderes financieros o Unión Europea. Es más, al poder económico no le
hace falta sentarse en los consejos de ministros. Los ministros son sus
servidores, pues el Estado no es tanto el representante de la sociedad como el
de bancos , constructoras o eléctricas. Conclusión. Hay que volver a leer la
crítica de Marx a la democracia liberal, para, al menos, ser conscientes de que
sin cambiar las bases de esta sociedad es imposible una democracia real. Y, de
momento, para ir haciendo boca, militemos en un reformismo radical y gradual
hasta que la utopía sea posible.
Mariano Berges,
profesor de filosofía
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