Muchas veces recuerdo que en mis tiempos docentes solía repetir una imagen pedagógica. Cuando un adulto discute con un niño sin posibilidad de acuerdo, el adulto debe ponerse en cuclillas y hablar con el niño de igual a igual, de manera que los ojos de los dos estén a la misma altura. La perspectiva hay que cambiarla cuando la vieja no da resultado. En este artículo voy a intentar cambiar de perspectiva y ponerme a la altura de aquellos a los que no entiendo.
Que los tiempos y las sociedades cambian a un ritmo
trepidante es una obviedad. Sin embargo, nuestras mentes siguen operando a un
ritmo mucho más lento y con características de fijeza e irreversibilidad. Pero
eso es lo normal. Una persona de 77 años tiene poco que hablar con otra de 18.
Pueden intercambiar palabras, incluso algunos conceptos, pero no podemos
acordar claves de interpretación sobre la sociedad y cualquiera de sus manifestaciones
culturales, económicas o políticas.
En la actualidad hay un personaje en España que
resulta singular, independientemente de incondicionales y detractores, que los
tiene en abundancia. Me refiero a Pedro Sánchez. Nadie le puede negar fuerza,
audacia, temeridad, suerte, relatividad moral (¿hay alguna moral que no sea relativa?).
Las morales absolutas son muy peligrosas, como todo lo absoluto. Sánchez tiene
adeptos hasta llegar a la categoría de fans y enemigos hasta soñar con él
auténticas pesadillas. Hasta ha sacado a Felipe González y Alfonso
Guerra de sus confortables silencios históricos para intentar descalificarle.
También mi amigo Javier Lambán está en la misma línea, aunque no tan
personalmente. Vano intento. Quizás acertáramos si, en vez de discutir
acaloradamente, nos dedicásemos a una simple descripción del siguiente tipo:
“Sánchez es el presente, Felipe es el pretérito”. La diferencia de los tiempos
a que nos referimos es tan radical que no es fácil establecer comparaciones. Personalmente,
yo no hubiera intervenido como González-Guerra, sino que hubiese guardado un astuto
silencio y esperar a ver qué pasa. Cuánto hay que aprender de la diplomacia
vaticana, con sus silencios y distanciamientos litúrgicos. Analizar el presente
desde claves pretéritas suele dar más errores que aciertos.
Bauman, uno de los pensadores más actuales y acertados habla de modernidad
líquida: las estructuras y normas sólidas
que solían ofrecer estabilidad y tradición a la sociedad han evolucionado hacia
una modernidad líquida en la que todo es frágil, volátil y flexible. El
capitalismo actual nos ha convertido en meros consumidores, no solo de
productos sino también de imágenes y conceptos. Las viejas estructuras no solo
no ayudan sino que frenan. Ya hace muchos años que Marcuse hablaba del hombre
unidimensional como prototipo de futuros tiempos que quizás ya los tenemos
aquí. ¿Será Sánchez la representación de un objeto político cuya única
dimensión es ser consumido? El presentismo nos rodea y es prácticamente imposible
escapar a él. El PSOE actual no alarma tanto a
muchos jóvenes de izquierdas como a la vieja guardia socialista. Me caben dudas de si el PSOE de Felipe González hubiera superado el procés
de Cataluña, la irrupción de Podemos y el variopinto panorama de los
nacionalismos periféricos. El millón de votos que Sánchez aumentó en las
elecciones del último 23-J algo indica en esa dirección. Que no solo una
alianza PSOE-PP es imposible, sino que hay que hacer lo que sea con tal que
PP-Vox no lleguen al poder. No es casualidad que España sea de los pocos países
que ha impedido a la ultraderecha llegar al poder central. A duras penas pero
lo ha conseguido.
En mi caso, por ejemplo, mi mentalidad jacobina
chirría con la plurinacionalidad vigente de la política actual. Y aún más con la
retórica supremacista y grandilocuente de los indepes catalanes. Me
cuesta aceptarlo pero tendré que respetar que otro lo intente. No es fácil el
reto. La cuestión territorial es una de las claves actuales más difíciles de
gestionar. Y la igualdad de los españoles no se impone, sino que se trabaja
codo con codo con todos los afectados. También con los separatistas.
Po eso, realidades actuales como los indultos a los indepes,
más la amnistía actual, más los acuerdos con PNV y Bildu, hay que verlos desde
otro visor para poder entenderlos. No dogmatizo con que es eso lo que hay que
hacer, solo digo que es un intento de solucionar una situación compleja con
soluciones inéditas. El bipartidismo era propio de los ochenta pero puede no
serlo ahora. Habría que recordar aquello de Keynes: la situación ha cambiado
y yo cambio mi manera de pensar, usted qué hace.
Quizás con este artículo no he hecho muchos amigos,
pero a mí me ha supuesto un ejercicio de honestidad intelectual. Como siempre,
reivindico el derecho a equivocarme.
Mariano Berges, profesor de
filosofía