Al tratarse de un
artículo periodístico no puedo pasar de una breve reseña de ese documento y su
importancia socio-política para el mundo de hoy. Propongo como primera
obligación a mis lectores que se hagan con un ejemplar del mismo. Tan sencillo
como ir a Internet e imprimirlo. Luego, leerlo e interiorizarlo. Y, en tercer
lugar, acostumbrarnos a analizar los distintos acontecimientos mundiales a la
luz de este texto.
Desde su art.1, que
proclama que Todos nacemos libres e iguales, pasando por el art.7 (Todos
somos iguales ante la ley), llegando al art.18 (Derecho a la libertad de
pensamiento, conciencia y religión), y aterrizando en el último art.30 (Derecho
a que estos derechos no sean suprimidos en cualquier circunstancia), pasamos
revista a cómo las distintas situaciones humanas deben ser resueltas conforme a
la dignidad humana. Especialmente, toda situación que implique violencia contra
un ser humano.
El objetivo que la ONU
persigue desde 1948 con esta DUDH es hacer universales la libertad, la igualdad
y la solidaridad entre los hombres. El documento constituye un patrón universal
de los principios que preservan la dignidad humana. Muchos países han incluido
estos principios en sus respectivas Constituciones, entre ellos España, cuya
Constitución es una de las más progresistas, precisamente por la fuerte huella
de la DUDH en ella. Incluso Europa estuvo muy cerca de tener su propia
Constitución en 2004, pero los referendos populares de Francia y Países Bajos
votaron en contra de su aprobación. España demostró en este caso ser una de las
naciones más europeístas de todas. Se pudo observar que los nacionalismos
todavía no permiten que el principio de igualdad distribuya justamente el
bienestar para todos.
La promulgación en 1789
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por la Asamblea Constituyente
francesa constituye el antecedente histórico más claro del presente documento.
Entonces, igual que ahora, su redacción recogía las influencias de los
filósofos de la Ilustración sobre la libertad, la seguridad o la resistencia a
la opresión. Sin embargo, la realidad actual nos hace ver que este documento de
la DUDH ha quedado como una recopilación de buenos deseos. Y no lo digo
solamente por la violación obscena e inaceptable de los derechos humanos que se
practica todos los días en Palestina (“Palestina es un cementerio de niños” ha
dicho Guterres, Secretario General de la ONU), sino por esas cifras
escandalosas que cada cierto tiempo nos recuerdan algunos medios de
comunicación, pero que enseguida olvidamos y no nos sirven de estímulo para subsanarlos
desde la dignidad humana. ¿O los más de 1.000 millones de personas que viven en
la pobreza más absoluta no tienen derecho a la vida? ¿O los 500 millones que
están subalimentadas? ¿O los 1.400 millones sin agua potable? ¿Y qué decir de
la gente sin trabajo, sin vivienda, o niños sin derecho real a la educación?
Paro porque no pretendo que me salga una homilía laica, sino una constatación
mucho más prosaica y exigente.
Para terminar, un ruego,
aunque solo sea por deformación profesional. Como este tipo de digresiones
sirve para poco, hago un llamamiento a maestros y profesores para que,
independientemente de la materia que impartan, introduzcan en la cabeza (y en
el corazón) de sus alumnos este tipo de consideraciones. Con poco esfuerzo de
cada uno, el provecho social es enorme.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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