sábado, 22 de febrero de 2020

LEGALIZACIÓN DE LA EUTANASIA










La ventana indiscreta


El viernes 24 de enero de 2020, el PSOE registró en el Congreso de los Diputados la ley que legaliza la eutanasia, que será gestionada por el Servicio Nacional de Salud y financiada con dinero público. El 11 de febrero comenzó la tramitación, que fue aprobada para su toma en consideración con 201 votos a favor (la mayoría absoluta está en 176). Luego se remitió a la Comisión de Sanidad parlamentaria para su articulación. 2020 parece, pues, que será el año en el que se legalice la eutanasia en España. Se prevé que para el verano. Ojalá.

Salieron ya los primeros exabruptos y disparates, tanto por parte de PP (“la eutanasia solo servirá para recortar gastos”), de Vox (“la eutanasia como solución final”), de algún obispo y de alguna organización cristiano-dogmática.

El texto registrado por el PSOE explica que esta práctica será de aplicación a "toda persona mayor de edad y en plena capacidad de obrar y decidir" que pueda "solicitar y recibir dicha ayuda", siempre que lo haga "de forma autónoma, consciente e informada", y que se encuentre "en los supuestos de enfermedad grave e incurable o de enfermedad grave crónica, causantes de un sufrimiento físico o psíquico intolerables". Será, por tanto, el propio enfermo quien deba solicitar la eutanasia a su médico y éste deberá informarle debidamente del proceso que ha de seguir. Como habrá tiempo mientras dure la tramitación, no exponemos ahora otros aspectos susceptibles de mejora del todavía proyecto de ley, sino solo algunas consideraciones generales.

 Desde siempre se ha podido percibir que la huida del dolor y del sufrimiento ha sido una constante en la humanidad. A lo largo de la historia  se ha tratado de regular la muerte producida de forma voluntaria, tanto la realizada por el propio sujeto como la realizada por terceros, mediante normas escritas o no, siendo estas normas un reflejo de las concepciones imperantes en cada época, ya fueran religiosas, filosóficas, científicas o de cualquier otro orden. Las prácticas eutanásicas y el suicidio por motivos altruistas, eran bastante frecuentes en los pueblos primitivos.

Tanto en Grecia como en Roma, hubo numerosos defensores y algún detractor de la eutanasia, como lo atestiguan numerosos documentos y testimonios literarios. Epicuro sostenía que había que tener miedo al dolor pero no a la muerte, porque  “cuando tú estás (existes), la muerte no está; y cuando la muerte está, tú ya no estás”. Posteriormente, prácticamente todos los pensadores griegos, salvo Hipócrates, justifican la muerte voluntaria en el ser humano. El juramento hipocrático era, en su época, una defensa de los enfermos vulnerables para evitar los envenenamientos. Actualmente, se hace de él un uso impropio y descontextualizado. Pero son los estoicos los que de manera más clara mantienen en su concepción ética la prioridad humana y la libertad sobre la vida y la muerte. Séneca afirma taxativamente que "es preferible quitarse la vida, a una vida sin sentido y con sufrimiento". Incluso el cristianismo, en un principio no solo no condenó el suicidio, sino que incluso lo consideró como un gesto heroico, para escapar al deshonor o como una forma de aceptar el martirio. Es a partir del siglo IV cuando, para evitar el gran número de suicidios de creyentes fanáticos, que pretendían, a través de la inmolación, conquistar el paraíso, se comenzó a condenar la eutanasia.  Agustín de Hipona y Tomás de Aquino son las dos grandes referencias  de esta prohibición en el dogma católico. Podríamos seguir hasta la actualidad con grandes nombres justificadores de la eutanasia, pero no caben en la brevedad de un artículo.

Creo conveniente subrayar que la eutanasia es una cuestión político-jurídica, que es lo propio de una sociedad democrática de derecho. La moralidad de ese acto, como la de todos, es una cuestión de nuestro fuero interno. No existe una moralidad objetiva, pues todas están condicionadas por principios sociales y políticos. La propia etimología de “mos, moris” (moral) o de “ethos” (ética) significa “costumbre”, y no otra cosa es la Ética sino la consideración y selección de las costumbres de cada época. Si, en definitiva, la finalidad de la ética es la consecución del buen vivir, éste no se entiende sin un buen morir, secuela lógica e inevitable.

Frente a un 84% de la población española a favor de la eutanasia, ningún argumento justifica que no se regule. La creencia individual, de tipo religioso, en la sacralidad de la vida es por completo respetable, pero, obviamente, no se puede imponer a toda la sociedad. No olvidemos que el actual Código Penal español, en su artículo 43, condena al que induce o ayuda al suicidio de otro, a una pena de prisión de entre dos y diez años. Es tiempo ya de añadir la eutanasia a los derechos civiles e individuales que  tenemos en España.


Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 8 de febrero de 2020

INCENDIO EN EL CAMPO

La ventana indiscreta

INCENDIO EN EL CAMPO

Durante estos últimos días, los asuntos tratados en los medios de comunicación son muy numerosos. El primero, indudablemente, es la epidemia china del coronavirus y sus ramificaciones por todo el mundo.  Siguen la reforma del Código Penal y su posible consecuencia balsámica en Cataluña, el nombramiento de la nueva Fiscal General del Estado, y los superpoderes de Iván Redondo. De todos ellos habrá que hablar.

Pero de todas las noticias de los últimos días, la que más me ha interesado, por su incidencia en la vida real de muchas gentes y territorios de España, es la protesta de los agricultores: los herederos de la “Extremadura saqueada” de Mario Gaviria, los “aceituneros altivos” a los que cantaba Paco Ibáñez y los hijos de los agricultores fundadores de la UAGA aragonesa.

Ha habido dos declaraciones significativas al respecto: la del Presidente de Extremadura quejándose de la incidencia negativa que el nuevo SMI iba a tener entre los pequeños agricultores extremeños; y la del Secretario General de UGT diciendo que esos movimientos de protesta eran generados por “la derecha terrateniente y carca”. Así como la primera era una llamada a hablar del problema de los precios agrarios como problema de fondo; la segunda declaración era una gran metida de pata. Álvarez podría tener con los agricultores tanta comprensión como tiene con el separatismo catalán.

Ante el activismo verbal y mediático de nuestros políticos, se ha ido larvando este movimiento silencioso y alejado de los grandes medios de comunicación, hasta que ha estallado con ocasión  de la subida del salario mínimo profesional (SMI). Yo no pienso que el SMI sea causa del malestar agrario, sino una distorsión más del problema de los precios agrarios dentro del proceso de producción y distribución alimentaria. Porque está claro que el SMI tiene beneficios inmediatos para los trabajadores, aunque cause también distorsiones territoriales. La subida salarial ha hecho pupa entre los pequeños empresarios agrícolas, pero tendría gracia que la supervivencia de los pequeños agricultores se basase en la explotación de los inmigrantes. El problema es mucho más complejo y es un efecto más de la globalización, que tiene a los pequeños agricultores entre sus perdedores. Pero si la única respuesta es la que dio el Ministro de Agricultura, “yo no puedo hacer nada porque no puedo fijar los precios, ya que dependen de la oferta y la demanda”, entonces ¿para qué sirve la política? Cuidado con estas cosas, que la antipolítica de Vox está al acecho para recoger todo lo que los políticos tradicionales van dejando en la intemperie. No otro es el alimento de los populismos. La revuelta del campo se parece cada vez más al comienzo de la lucha de los chalecos amarillos en Francia. Clases desfavorecidas que se sienten olvidadas por un socialismo gobernante, más atento a la modernidad del norte y de lo urbano, acuciados por las exigencias nacionalistas, y que amenazan ahora con incendiar los feudos tradicionales del PSOE. Y faltan todavía por implementar las medidas de la transición ecológica (subida del diésel, medidas restrictivas para el porcino y la ganadería), que profundizarán el malestar agrícola-ganadero.

Está bien eso de definir el ideario de un partido progresista por el feminismo, ecologismo, digitalización, y otras solemnes reivindicaciones, pero todo eso está lejos de los ámbitos rurales. La perspectiva de un partido progresista no puede dejar de lado a tanta gente como se está quedando fuera de los objetivos de la modernidad. Toda esa gente se ha quedado fuera del visor político socialista. Y las cosas de comer siguen siendo, desde el homo sapiens, lo más básico de la subsistencia. La vergüenza universal es que lo sigan siendo hoy. 

Las ineficiencias del mercado se han disparado de tal forma que muchos agricultores van “a pérdidas” en sus ventas. La liberalización del mercado distribuye las rentas muy desigualmente, pero la política ha hecho poco-nada por contrarrestar los efectos de esta liberalización. Pero no todo es culpa de los políticos y de los oligopolios que controlan el proceso y fijan los precios, repartiendo así rentas y beneficios. También los agricultores han estado enquistados en una mera producción primaria de sus productos, sin darles valor añadido y sin constituir cooperativas fuertes de segundo grado que puedan discutir los precios en el mercado global.   

Siempre he pensado que Aragón en general y las Cinco Villas (especialmente Ejea y Tauste) en particular, tenían un enorme potencial en agua y territorio, y se han conformado con producir primariamente sus alimentos, malvendiéndolos a los controladores del proceso transformador y comercializador. Pero podían haberse convertido en transformadores de sus productos, beneficiándose de su propio valor añadido y ocupando un lugar en el mercado global. Eso que llamamos agroindustria. Pero hemos optado por otras cosas más modernas, en las que tenemos un papel secundario y dependiente. Nos hubiera ido mejor con el otro modelo, pero ahora quizás ya sea  tarde.
              Mariano Berges, profesor de filosofía