sábado, 18 de abril de 2020

CONFINADOS Y REFLEXIVOS









La ventana indiscreta


Cierto es que volver al coronavirus por tercera vez da mucha pereza, pero parece que la realidad manda y el confinamiento acompaña. Es algo así como si, al estar confinado, este artículo tuviese que ser obligatoriamente sobre el virus.

Estos días, en la información hay de todo: sobreinformación, especialmente en las televisiones (singularmente la Sexta), cuadros de estadística, proyecciones de prospectiva, modelos matemáticos, mítines y antimítines en las comparecencias de los políticos, y, desde luego, mucho trabajo y dedicación de nuestras autoridades responsables, tanto nacionales como autonómicas y locales. Y, cómo no, un comportamiento ejemplar de la sociedad española, especialmente los que están en primera línea (sanitarios, asistencia social, investigadores, informáticos, agentes del orden, trabajadores esenciales, agricultores, transportistas, etc.). Pero, junto a todo ello, también hay aportaciones de pensadores muy interesantes en los medios de comunicación (Y. N. Harari, John Gray, Eduald Carbonell, el espacio televisivo de Gabilondo “Volver para ser otros”) que nos estimulan con sus visiones a largo plazo y sus contextualizaciones de lo que está pasando.

Paralelamente, en España, está teniendo lugar un comportamiento por parte de la oposición política (PP, Vox) verdaderamente lamentable. Parece mentira para el PP, partido con vocación de gobierno, que no esté a una mínima altura en medio de una pandemia mortal. La gente normal, que es mucho más inteligente de lo que parece, no les pagará en rentabilidad electoral. Paradójicamente, engordan al gobierno vigente, que, con sus errores y aciertos, se está dejando la piel todos los días. No toca ahora discutir ni criticar, sino unirse en el camino a seguir para parar la pandemia: animando, proponiendo acciones y estrategias, negociando y pactando la ruta a seguir hoy, sanitariamente, y mañana, social y económicamente.

Algunas ideas. N. Harari dice que mucha gente culpa de la epidemia de coronavirus a la globalización, y que la única forma de impedir que haya más brotes de este tipo es desglobalizar el mundo: construir muros, restringir los viajes, disminuir el comercio. Sin embargo, aunque en estos momentos la cuarentena es fundamental para detener la epidemia, instaurar el aislacionismo a largo plazo provocaría un derrumbe económico y no proporcionaría ninguna protección genuina contra las enfermedades infecciosas. Todo lo contrario. El verdadero antídoto contra una epidemia no es la segregación, sino la cooperación.

Las epidemias del siglo XIV (peste negra), XVI (viruela) y 1918 (la “gripe española”) mataban a millones de personas mucho antes de la era de globalización actual. Murieron muchos millones de personas sin que existiera la movilidad actual, que sí es un factor exponencial de contagio. Por el contrario, tenemos los ejemplos horribles del sida y el ébola en el siglo XXI, que, con una movilidad planetaria, mata a muchísima menos gente. Y está claro que el éxito no es por el aislamiento sino por la información compartida. Es la ciencia y la tecnología compartidas en todo el mundo lo que nos permitirá ganar este tipo de batallas. Sin obviar el hecho de la fragilidad humana respecto de cualquier epidemia nueva y del cambio climático, que ahora parece no existir en los medios.

La historia indica que la protección se obtiene con la solidaridad científica mundial. Cuando los científicos comprendieron lo que causan las epidemias, les fue mucho más fácil luchar contra ellas. Las vacunas, los antibióticos, una mayor y mejor higiene e infraestructuras médicas mucho mejores, han permitido que la humanidad ganara la partida a sus depredadores invisibles. El coronavirus actual lo parará el intercambio de informaciones científicas fiables y la solidaridad mundial.

Y allá en el fondo, siempre está la política, sin la que la ciencia y el progreso tendrían difícil su existencia.  Si los políticos tuviesen como objetivo principal de su acción pública el beneficio general, todo sería mucho más fácil. La responsabilidad política es una obligación de primer orden. No tienen los políticos por qué ser científicos, pero sí deben ser capaces de distinguir y ordenar las prioridades de su política. Nadie nace aprendido pero lo que sí debe tener el político es capacidad de aprendizaje. Sin ella y una mínima ética no deberían ser admitidos en puestos de responsabilidad. Una primera lección a aprender es fortalecer inteligentemente la ciencia en general y la sanidad en particular. Que, curiosamente, es lo que no se ha hecho en España en los últimos doce años. La pandemia actual no deja de ser un fracaso por el bajo nivel de la ciencia en España y su falta de coordinación.                                              

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 4 de abril de 2020

COVID-19: REFLEXIONES DESDE EL CONFINAMIENTO



La ventana indiscreta


En mi artículo anterior sobre el Covid-19 exponía una idea principal, que era la discusión entre los epidemiólogos y los matemáticos, y que consistía fundamentalmente en que los primeros dependían más del presente que querían evitar (número de contagiados y de muertos ocasionados por la pandemia) y los segundos, sin responsabilidad de presente, hacían estimaciones sobre cómo se comportaría la pandemia según modelos matemáticos provenientes de otras situaciones. Al final la consecuencia era que los primeros eran más prudentes, intentando equilibrar sanidad y economía, y los segundos más radicales a favor de la sanidad y posponiendo la economía. Este lunes 30 de marzo, los dos grupos de científicos se han aproximado en una mayor paralización de la economía del país, a fin de minorar la movilidad de la gente, intentar cortar la pandemia y no colapsar el sistema sanitario. Pero ahora son algunos economistas y empresarios, más los impresentables políticos de coyuntura y los voceros de siempre, los que se quejan porque dicen que se hunde la economía. Y ahí quedan los gobernantes, con sus expertos asesores, improvisando decisiones sobre la marcha, entre las críticas de unos y el respeto silencioso de otros.

Desde mi ventana indiscreta el panorama que veo este miércoles 1 de abril, cuando escribo, es incierto y peligroso, tanto desde el punto de vista sanitario como económico y político. El confinamiento nos ha impuesto una nueva “normalidad”, caracterizada por la incertidumbre y la vulnerabilidad. Las estremecedoras noticias cotidianas sacuden nuestro sentido de futuro. El virus enemigo nos amenaza el porvenir. El mundo se ha vuelto más frágil y algo tan pequeño que es invisible lo amenaza con destruirlo. De la fragilidad del gran mundo pasamos a la contingencialidad de nuestras pequeñas vidas. La proximidad entre los humanos sufrientes produce solidaridad y genera empatía. Valoramos más la cotidianeidad y las pequeñas cosas y afectos El confinamiento que acertadamente las autoridades han decidido para todo el país, nos ha hecho a todos más humildes y más sabios. Especialmente sobre aquello que no sabemos y en lo que debemos obedecer a los que saben. Nosotros tenemos la fuerza de la masa, 47 millones de habitantes, cuya conducta es clave para el éxito de la aventura. Nuestra obediencia en el confinamiento es el complemento en el éxito de las decisiones de los gobernantes y los expertos.

Son ya muchos muertos (y los que habrá) y muchos contagiados como para que no tengamos miedo. España es un país envejecido, precisamente gracias a su alta calidad de vida y a su sistema sanitario. Y es ese envejecimiento el que, en una situación de peligro vírico como la actual, nos hace más vulnerables y más temerosos. Nuestra contingencialidad es tan clamorosa que uno recuerda aquella terrible frase de Stalin “una muerte es una tragedia, muchas muertes son una estadística”. La frase, que es objetivamente cierta, revela, sin embargo, una ausencia tal de sensibilidad acerca de la condición humana, que uno se arrepiente de haberla citado. Porque la vida es nuestra vida, la mía y la de los nuestros. Y, aunque la vida sigue existiendo y sobreexistiendo a cualquier epidemia vírica y a cualquier catástrofe planetaria, si yo no existo, lo demás no existe. Soy yo el que da sentido a mi vida. Y la vida sin mi vida no es vida, es naturaleza.

Los políticos (gobernantes y oposición) y los científicos están en un momento clarísimo para unirse en el análisis de la situación y en la toma de decisiones, sin obscenos cálculos políticos. La situación en que estamos es inédita y, por lo tanto, las mejores cabezas y los mejores estrategas tendrían que estar trabajando codo con codo en la salvación del país. La nación requiere un empuje unitario para derrotar el virus y afrontar la monumental crisis económica posterior. Todos hemos cometido errores, como no podía ser de otra manera ante lo inédito de la situación. Nadie tiene una varita mágica y todos tenemos que coadyuvar a la solución. El gobierno está en una emergencia inédita para la que aún no existe protocolo y en la que las decisiones tienen que ser rápidas, sin posible exigencia de consensos, aunque nunca sobra la comunicación. Habrá tiempo de analizar y pedir responsabilidades, pero luego, cuando la situación se normalice. Y también habrá tiempo de cambiar nuestros hábitos y conductas, y de priorizar nuestras inversiones de otra manera; incluso de modificar nuestro concepto de vida y de convivencia. Quizás lleguemos a la conclusión de que nos sobra hiperactividad y nos falta reflexión, de que nos sobra cantidad y nos falta calidad, de que nos sobran españas y nos falta una idea de España plural y diversa pero con un proyecto común. Porque a lo mejor nos damos cuenta de que los nacionalismos no son tanto una manera distinta de sentirse como una vulgar manera de ser más a costa de otros que serían menos. Pura ley de la selva. Y para selva ya tenemos el coronavirus, que no es otra cosa que un pequeño zarpazo de la selva en nuestra civilizada sociedad.

Mariano Berges, profesor de filosofía