sábado, 19 de enero de 2013

La corrupción pública La percepción social de estas conductas por parte de los españoles es de bastante comprensión

En el breve tiempo transcurrido de 2013 han aparecido en los medios de comunicación muchísimos casos de corrupción pública: casosPallerols, Díaz Ferrán, Baltar, Güemes, Rato, las cuentas suizas de Bárcenas y su redistribución entre los jefes del PP, las cuentas y negocios de los Pujol... Habiendo dejado atrás el gravísimo asunto de los ERE andaluces, la trama Gurtel y los pelotazos urbanísticos de los años 90 y primera década del actual siglo. Me planto aquí para no aburrir y tener espacio para la reflexión. La corrupción se da en España en todos los sectores y de todos los colores. Y no es de ahora sino de siempre. Ya Séneca decía que "La corrupción es un vicio de los hombres, no de los tiempos". La corrupción puede ser privada (cualquier comportamiento desleal, incluido el no trabajar) o pública (el político y/o funcionario que recalifica especulativamente un solar para beneficio particular). Lógicamente es la corrupción pública la que tiene mayor repercusión, al utilizarse perversamente los instrumentos públicos por parte de quienes tienen encomendada la tarea de administrarlos adecuadamente. Son innumerables las veces que se ha intentado neutralizar la corrupción pero con poco éxito. A veces, incluso, se complejiza tanto el procedimiento administrativo que el resultado es la demora de los actos administrativos sin conseguir avances significativos en la transparencia final. Un ejemplo es la actual Ley de Contratos. Los que tienen medios violan la ley, sea sencilla o compleja. Y es que la mera modificación de normas y leyes no funciona sin una ética política que sea el principio rector de los actos públicos. Y quien verifica la ética es el pueblo soberano. Pero no nos engañemos, la ética política es ética pública, mucho más compleja que la ética privada. Y sobre esta cuestión, ha sido Maquiavelo quien mejor ha teorizado planteando el conflicto que puede surgir entre la moral que conviene a la vida privada y la que conviene a la vida pública, que no siempre coinciden. "El fin justifica los medios" es una de las expresiones más citadas, y también una de las más manipuladas y tergiversadas. Ciertamente existen "razones de Estado", aunque no hay que abusar de ellas. No es fácil parametrizar la ética pública. Observamos con preocupación que no se percibe ninguna actitud firme para acabar con la corrupción pública. Es más, la percepción social de la corrupción por parte de los españoles es de bastante comprensión. Algo así como "qué haría yo si tuviese esas oportunidades y creyese que no me iban a pillar". Tenemos un amplio refranero español que comprende y ampara ese tipo de debilidades humanas. Además, los grandes corruptos crean la opinión de que todo es igual y que todos somos iguales, las pequeñas corruptelas y los grandes pelotazos. Y, con frecuencia, los medios generalizan y estandarizan todo tipo de "debilidades". Incluso, con muchísima frecuencia (casi siempre), las pequeñas corruptelas o delitos son ilegales y debidamente castigados, mientras que las grandes corrupciones son legales o prescriben o son anuladas por pruebas ilegales o son ventajosamente negociadas con la fiscalía. Siempre ha habido clases. La gente poco analítica suele condenar mayoritariamente la corrupción política, frente a otros tipos de corrupción, pero hay muchas corrupciones que no son políticas y pasan desapercibidas. Por ejemplo, es cierto que el político dirige, pero es el funcionario quien provee los procedimientos y elabora las propuestas de resolución y debe velar por la observancia del principio de legalidad. Los que hemos gestionado públicamente sabemos que "no hay políticos corruptos sin funcionarios permisivos". ¿Qué hacen los partidos políticos para atajar la corrupción pública? Poco o nada. Al menos, hasta ahora, no ha habido avances significativos. Ni siquiera han sido capaces de apartar de sus listas o puestos públicos a aquellos sobre los que hay indicios serios y graves de su conducta delictiva o poco ética. Apelar al "principio de la presunción de inocencia" no deja de ser muchas veces una excusa para no cumplir con el principio ético de todo representante público. Porque si esperamos a una sentencia firme, la dilación temporal se convierte en un premio para los delincuentes con medios suficientes para recurrir una y otra vez hasta llegar a la prescripción o "negociación formal con la fiscalía". Y esto, en medio de la crisis que nos rodea, genera desafección, si no indiferencia y apatía, que es mucho más grave. Profesor de filosofía

sábado, 5 de enero de 2013

¡Feliz año nuevo!

Hay, no solo un cierto derecho, sino también una cierta obligación de ser felices y hacer felices a los demás ¿Por qué repetimos esta utopía y ucronía tan machaconamente? Sabemos que hoy (cronos/tiempo), en España (topos/lugar), es difícil ser feliz y, sin embargo, invitamos y deseamos a nuestros próximos que lo sean. ¿Es ironía o apertura al infinito? El análisis que podemos hacer sobre la felicidad es muy variado y complejo, ya que son varias las disciplinas que la estudian: la filosofía estudia su concepto y realidad; la psicología estudia los factores endógenos del individuo que hacen posible la felicidad; la sociología se ocupa de analizar qué factores sociales son necesarios para ser feliz; la antropología muestra cómo conciben la felicidad las distintas culturas; para las religiones teístas la felicidad solo se logra en la unión con Dios. Como factor común y general podemos decir que todas las disciplinas conciben la felicidad como un estado de ánimo que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada. Hagamos un brevísimo recorrido conceptual. Posiblemente, el autor que más y mejor ha trabajado el concepto de felicidad haya sido Aristóteles. Dice que todos estamos de acuerdo en que queremos ser felices, pero en cuanto intentamos aclarar cómo podemos serlo empiezan las discrepancias. No obstante, él considera que ser feliz es autorrealizarse, alcanzar las metas propias de un ser humano (eudemonismo). Otros autores griegos conciben la felicidad como ser autosuficiente (cínicos y estoicos) o evitar el sufrimiento mental y físico (Epicuroy hedonistas). Ya en la modernidad, Kant no garantiza la felicidad al hombre moral, sino que la remite a Dios. Dice que "la moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices, sino de cómo debemos hacernos dignos de la felicidad". Cuestión compleja y fascinante. Si llegamos a perspectivas más actuales, según la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica la misión de los gobiernos es la provisión de seguridad y de felicidad. El psiquiatra Luis Rojas Marcos llega a la conclusión de que, a pesar de todo, la mayoría de las personas se consideran felices la mayor parte del tiempo. El filósofo Alfredo Fierroentiende que la ciencia o arte del vivir feliz se extiende a una práctica y una ética de la feliz convivencia, privada y pública. Hay dos disciplinas que tratan en profundidad sobre la felicidad. Son la ética (dimensión individual) y la política (dimensión pública). Ambas son innatas al ser humano y necesarias para su autorrealización. No sería mala idea pedir a los políticos que se dedicaran a ser felices y que procuraran la felicidad al resto de sus conciudadanos. Muchas veces he pensado que a los políticos debería juzgárseles por lo que son y no por lo que hacen (sí, no me he equivocado). De esta manera podrían decidirse a ser y, siendo, estarían posibilitados para hacer. También he pensado que el político debería preocuparse menos de la gente y más de sí mismo (tampoco me he equivocado). Quizás así nos enteremos de quién es quién. En el fondo, la gente normal solo pide que le dejen vivir. Su vida la pone él. Porque, tras la muerte de Dios, los políticos han querido ocupar su lugar. Vamos a peor, Dios era más dios. No está garantizada ninguna relación causa-efecto entre la acción moral y la felicidad. Algunos dirán que más bien al contrario, ya que hay muchos ejemplos de delincuentes y corruptos no condenados, ni siquiera socialmente. Algunos llegan a preguntarse si es rentable, al menos psicológicamente, ser honesto o buena persona. Lo que conllevaría un cierto tipo de felicidad personal o íntima. Pero la felicidad no es algo simple, ni teóricamente, como hemos visto, ni prácticamente. Porque nadie es feliz sin los otros, ya que la felicidad dejó de ser asunto solo privado para pasar a ser cuestión también pública, política y civil. El ímpetu revolucionario en los dos pasados siglos podía transformarlo todo en bien de todos. Y, de hecho, así lo hicieron: transformaron todas las desdichas y miserias en bienestar de todos y cada uno, siguiendo al pie de la letra el principio marxiano "los filósofos se han contentado hasta le fecha con interpretar el mundo, ahora es preciso transformarlo". Hay no solo un cierto derecho, sino también una cierta obligación de ser felices y hacer felices a los demás. Aunque no son buenos tiempos para la épica ni para la revolución, desistir de ello no lleva forzosamente a abdicar de cualquier práctica transformadora. Ninguna acción de rebeldía y transformación es inútil. Pues bien, amable lector, sea usted feliz, dentro de un orden (constitucional, por supuesto). Profesor de Filosofía