La ventana indiscreta
“COVID-19” en lugar de
coronavirus, porque parece nombre de agente secreto y camufla mejor mi
ignorancia y atrevimiento para escribir sobre ello. Esta vez escribo desde mi
cuarentena más que desde mi ventana, y lo que veo es difícil de describir. En
realidad no veo nada sino que más bien oigo y leo. La nada que veo es la
cuarentena generalizada, muy bien seguida por la generalidad de la población.
Lo que oigo y lo que leo me deja
más preocupado, sobre todo por la novedad de la pandemia vírica y por la
ignorancia que se deriva de dicha novedad. En el escenario de la pandemia en
España observamos a tres tipos principales de actores: la propia enfermedad,
los científicos y los políticos. De la enfermedad como tal no digo nada por ser
leguleyo total. Solo obedezco a mis autoridades.
Entre los denominados expertos yo
distingo dos grandes grupos: los biólogos (médicos, epidemiólgos, químicos,
bioquímicos…) y los físico-matemáticos. Y me da la impresión de que no hay muy
buena conexión entre ellos, al menos hasta ahora. Los biólogos estudian la
enfermedad y hacen lo que pueden, que es mucho, gracias a sí mismos y a
Internet, que les reporta los conocimientos de la comunidad científica
internacional. Andan a la búsqueda de la vacuna, pero eso va para largo. Los
físicos-matemáticos estudian las curvas epidemiológicas, los ritmos, los picos del
contagio y otros parámetros de la pandemia, y dudan de que lo que se está
haciendo hasta ahora podría colapsar el sistema sanitario español. Con lo cual,
la solución se complicaría muchísimo. Hablan de que la alarma decretada por el
Gobierno ha sido tardía y poco radical; los test que se hacen son pocos y
falsean la estadística, pues podría haber muchos más contagios. Según ellos, el
cierre de empresas tendría que haber sido antes y total (salvo las
imprescindibles), para que hubiese movilidad cero, y así minorar los contagios.
Lo mismo con los transportes públicos: cerrarlos. Esto es una guerra. Y en las
guerras no se escatiman recursos.
El tercer actor son los
políticos. Nuestros jefes dicen que se limitan a obedecer a los científicos. Poco
liderazgo muestra esa afirmación. Algunos, como los jefes institucionales del
nacionalismo catalán y vasco, se han pasado de listos y han hecho el ridículo
una vez más. Especialmente Torra, que ha demostrado ser el intelectual orgánico
de la estupidez. Otros, los/las feministas, como mínimo ejercieron de irresponsables
y realizaron su gigantesca manifestación, en la que se infectaron cientos y
miles de personas. Los de Vox, más de lo mismo. Si bien es verdad que ese
domingo abrieron bares, discotecas, campos de fútbol, transportes públicos
saturados, etc. El gobierno de Sánchez anda tan hiperactivo que casi no tiene
tiempo para equivocarse. Lo único que se ve demasiado es la dualidad esquizofrénica
interior del Gobierno por hacerse con la rentabilidad electoral de unos
supuestos aciertos, que están por ver. Iglesias, por ejemplo, ya ha conseguido
salir en la tele como coordinador del reparto de 600 millones para residencias
de mayores. Y de paso dar un mitin que no tocaba.
Como he dicho antes, las
opiniones del bloque científico físico-matemático ponen la carne de gallina. No
ven un final cercano y, lo que es más angustioso, no aprueban la estrategia
seguida por los biólogos oficiales. La tildan, aparte de errónea, de mala
comunicación, edulcorante y peligrosa. Mucho hablar de nuestro maravilloso
sistema sanitario pero no sabemos adelantarnos a los acontecimientos
epidémicos. Nuestras autoridades nos aconsejan no caer en el catastrofismo y a
los dos días nos proclaman el “estado de alerta”. Lo que tampoco frena casi
nada: ni curvas ni picos ni contagios ni muertes. Está claro que no estábamos
preparados para esta pandemia. “La mejor sanidad del mundo” no tiene idea de
qué hacer como no sea pronunciar grandes frases del tipo “viviremos tiempos
difíciles” o “esto terminará”. Obviedades así, mejor no decirlas. O hablar de
teletrabajo en un país de turismo y servicios. Alguno de los científicos
físico-matemáticos ya reclama responsabilidades por la “falta de previsión” en
la gestión de la crisis. Literalmente dice “Por falta de anticipación para
hacer previsiones y predicciones epidemiológicas de una epidemia evitable. El
no evitarla ha conllevado unas consecuencias en la salud pública y ésa, en
términos médicos, es la definición de negligencia”.
Estamos, pues, ante un letal
terremoto y seguimos dando unas ruedas de prensa “serenas” y
“tranquilizadoras”. Creo que es infantilizar a la sociedad no decirle la verdad.
Ante el miedo también hay que saber conservar la dignidad. Hemos (han)
permitido que la epidemia avanzara demasiado, que el confinamiento no fuera
efectivo por no parar totalmente el país desde el principio, con lo que se
vislumbra el desbordamiento de nuestros hospitales.
Ayer habló el Rey. Tuve la impresión
de que hacía el mismo papel que cuando la parroquia saca al Santo en procesión
para frenar una peste. Hasta su gesto hierático lo sacralizaba. La eficacia
supongo que será la misma en los dos casos. Mariano
Berges, profesor de filosofía