sábado, 21 de marzo de 2020

COVID-19



La ventana indiscreta

“COVID-19” en lugar de coronavirus, porque parece nombre de agente secreto y camufla mejor mi ignorancia y atrevimiento para escribir sobre ello. Esta vez escribo desde mi cuarentena más que desde mi ventana, y lo que veo es difícil de describir. En realidad no veo nada sino que más bien oigo y leo. La nada que veo es la cuarentena generalizada, muy bien seguida por la generalidad de la población.

Lo que oigo y lo que leo me deja más preocupado, sobre todo por la novedad de la pandemia vírica y por la ignorancia que se deriva de dicha novedad. En el escenario de la pandemia en España observamos a tres tipos principales de actores: la propia enfermedad, los científicos y los políticos. De la enfermedad como tal no digo nada por ser leguleyo total. Solo obedezco a mis autoridades.

Entre los denominados expertos yo distingo dos grandes grupos: los biólogos (médicos, epidemiólgos, químicos, bioquímicos…) y los físico-matemáticos. Y me da la impresión de que no hay muy buena conexión entre ellos, al menos hasta ahora. Los biólogos estudian la enfermedad y hacen lo que pueden, que es mucho, gracias a sí mismos y a Internet, que les reporta los conocimientos de la comunidad científica internacional. Andan a la búsqueda de la vacuna, pero eso va para largo. Los físicos-matemáticos estudian las curvas epidemiológicas, los ritmos, los picos del contagio y otros parámetros de la pandemia, y dudan de que lo que se está haciendo hasta ahora podría colapsar el sistema sanitario español. Con lo cual, la solución se complicaría muchísimo. Hablan de que la alarma decretada por el Gobierno ha sido tardía y poco radical; los test que se hacen son pocos y falsean la estadística, pues podría haber muchos más contagios. Según ellos, el cierre de empresas tendría que haber sido antes y total (salvo las imprescindibles), para que hubiese movilidad cero, y así minorar los contagios. Lo mismo con los transportes públicos: cerrarlos. Esto es una guerra. Y en las guerras no se escatiman recursos.  

El tercer actor son los políticos. Nuestros jefes dicen que se limitan a obedecer a los científicos. Poco liderazgo muestra esa afirmación. Algunos, como los jefes institucionales del nacionalismo catalán y vasco, se han pasado de listos y han hecho el ridículo una vez más. Especialmente Torra, que ha demostrado ser el intelectual orgánico de la estupidez. Otros, los/las feministas, como mínimo ejercieron de irresponsables y realizaron su gigantesca manifestación, en la que se infectaron cientos y miles de personas. Los de Vox, más de lo mismo. Si bien es verdad que ese domingo abrieron bares, discotecas, campos de fútbol, transportes públicos saturados, etc. El gobierno de Sánchez anda tan hiperactivo que casi no tiene tiempo para equivocarse. Lo único que se ve demasiado es la dualidad esquizofrénica interior del Gobierno por hacerse con la rentabilidad electoral de unos supuestos aciertos, que están por ver. Iglesias, por ejemplo, ya ha conseguido salir en la tele como coordinador del reparto de 600 millones para residencias de mayores. Y de paso dar un mitin que no tocaba.

Como he dicho antes, las opiniones del bloque científico físico-matemático ponen la carne de gallina. No ven un final cercano y, lo que es más angustioso, no aprueban la estrategia seguida por los biólogos oficiales. La tildan, aparte de errónea, de mala comunicación, edulcorante y peligrosa. Mucho hablar de nuestro maravilloso sistema sanitario pero no sabemos adelantarnos a los acontecimientos epidémicos. Nuestras autoridades nos aconsejan no caer en el catastrofismo y a los dos días nos proclaman el “estado de alerta”. Lo que tampoco frena casi nada: ni curvas ni picos ni contagios ni muertes. Está claro que no estábamos preparados para esta pandemia. “La mejor sanidad del mundo” no tiene idea de qué hacer como no sea pronunciar grandes frases del tipo “viviremos tiempos difíciles” o “esto terminará”. Obviedades así, mejor no decirlas. O hablar de teletrabajo en un país de turismo y servicios. Alguno de los científicos físico-matemáticos ya reclama responsabilidades por la “falta de previsión” en la gestión de la crisis. Literalmente dice “Por falta de anticipación para hacer previsiones y predicciones epidemiológicas de una epidemia evitable. El no evitarla ha conllevado unas consecuencias en la salud pública y ésa, en términos médicos, es la definición de negligencia”.

Estamos, pues, ante un letal terremoto y seguimos dando unas ruedas de prensa “serenas” y “tranquilizadoras”. Creo que es infantilizar a la sociedad no decirle la verdad. Ante el miedo también hay que saber conservar la dignidad. Hemos (han) permitido que la epidemia avanzara demasiado, que el confinamiento no fuera efectivo por no parar totalmente el país desde el principio, con lo que se vislumbra el desbordamiento de nuestros hospitales.

Ayer habló el Rey. Tuve la impresión de que hacía el mismo papel que cuando la parroquia saca al Santo en procesión para frenar una peste. Hasta su gesto hierático lo sacralizaba. La eficacia supongo que será la misma en los dos casos.                                               Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 7 de marzo de 2020

8 DE MARZO



La ventana indiscreta

8 de marzo, día de la mujer. Voy a cumplir con el ritual, pero voy a intentar desmarcarme de tanta adulación imperante y voy a discriminar unas reivindicaciones respecto de otras.
De entrada, rechazo y condeno toda violencia de todo tipo: sexual, laboral, física, psicológica…, especialmente la que se da contra la mujer, por ser sistemática y, a veces, definitiva. Aclarado este punto, debemos distinguir y discutir otras reivindicaciones, porque, sin llegar a la “ideología de género”, existe un feminismo excesivamente ortodoxo y con una prepotencia que hace dudar de su autenticidad. En las grandes cuestiones, y el feminismo lo es, también hay que ser humildes, y hay que convencer, más que imponer. Como siempre, en cuestiones no pacíficas, expongo libremente mi opinión y revindico, cómo no, el derecho a equivocarme.
La defensa de la causa de la mujer es tan obvia racionalmente que me extraña tanto esfuerzo baldío. Diría más todavía, hay un excesivo ruido feminista que no siempre ayuda a la causa. Por ejemplo, está muy de moda, actualmente, incriminar a varones famosos por actos cometidos hace muchos años. Me parece bien, pero huelo más venganza que justicia. Alguien ha dicho, a este respecto, que hay varones que consiguen sexo desde el poder, pero que también hay mujeres que consiguen poder desde el sexo. Cierto es en ambos casos.
En esencia, la mujer es un ser humano (ni más ni menos que el varón), obviedad casi ofensiva pero que debería ser fundamento suficiente para reivindicar todo lo reivindicable. Por lo tanto, si esto no está claro debe ser porque hay una perspectiva o una variable, desde la que se falsean los roles y las consideraciones entre humanos. Y esta perspectiva es el poder.
Como nos recuerda el libro de Alicia, quien tiene el poder otorga el significado a las palabras. Y, salvo alguna época o lugar matriarcal, ha sido el varón quien  ha ocupado ese lugar. Y, efectivamente, el poder otorga roles y funciones, reparte premios y castigos y, sobre todo, da significado a la realidad y al lenguaje que la expresa. A partir de ahí ya no es el varón quien reparte directamente las tareas, sino el lenguaje que expresa la realidad, elaborada por el poder encarnado por varones. Ya no digamos nada si ese poder emana de Dios.
Sin embargo, es la mujer la que juega el papel determinante en los cambios históricos. Y no lo digo solo por el hecho biológico de parir, que también, sino por otros muchos que se derivan de ése, especialmente la crianza, factor esencial en la educación del homo sapiens, y no así en los animales. El parto y la crianza son los aspectos fundamentales del humano que van a condicionar su vida futura.  Y es esta función femenina la que, en mi opinión, mayormente discrimina a la mujer, aunque sean otras las reivindicaciones más ruidosas.
La secuenciación de los hechos y sus motivaciones es sencilla: tener un hijo puede ser, y generalmente lo es, una decisión catastrófica para cualquier carrera profesional de una mujer. Y esto, además de una injusticia, es una catástrofe social, pues se pierde una perspectiva enriquecedora y complementaria en la economía y gobernanza de la sociedad. La edad de tener hijos hoy se ha retrasado hasta los 33 y más años. La tasa de empleo en la mujer sin hijos pasa del 72,5% (en el varón es del 72,1%) a un 63,5% de madres (frente a un 82,8% de los padres). Es ahí donde empiezan todas las brechas antimujer: horas extras, pluses, promoción, y hasta abandono laboral. Ése es el momento crítico en la discriminación femenina. Ahí es donde la política tendría que intervenir con decisión, creando normativa y recursos para que la maternidad tenga mérito y no demérito para su protagonista. Embarazo, parto y crianza deben ser premiadas por la sociedad-Estado, sin detrimento laboral ni económico para la mujer. Las guarderías deben ser objetivo político prioritario, de manera que, por su abundancia, precios y horarios, no merme ni un ápice el progreso laboral y profesional de la madre. Tener hijos en una sociedad envejecida debe premiarse en vez de castigarse. No puede ser que quien soluciona el problema sea discriminada en su faceta humana, económica y profesional. Éste es el momento en el que aparece la desigualdad más flagrante contra la mujer. Hay otras desigualdades, pero no tan estructurales, generalizadas y definitivas como ésta. Sin embargo, otras reivindicaciones feministas meten más ruido, siendo más secundarias, llegando algunas a verdadero folklore. Quizás el patriarcado esté en muchas mentes, no siempre masculinas, más interiorizado de lo que creemos.                                               Mariano Berges, profesor de filosofía