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Mi periódico (EL PERIÓDICO DE ARAGÓN) escribía el 7 de julio un editorial titulado "Un mal camino para apoyar a los ayuntamientos", donde decía que el Gobierno español pretendía eliminar las mancomunidades y reforzar funcionalmente las diputaciones provinciales. Lo decía así: "Los detalles que se conocen de los planes gubernamentales conducen a un reforzamiento muy importante de las estructuras provinciales, contrariamente a lo que hasta ahora se consideraba como la consecuencia lógica de la consolidación del Estado de las autonomías. Las diputaciones dejan de tener sentido, además de encarecer la gestión, en la medida en que los gobiernos autonómicos ganan en eficacia".
Posteriormente, el
Consejo de Ministros del pasado 13 de julio conoció "en primer
vuelta" del anteproyecto de ley para la Racionalización y Sostenibilidad
de la Administración Local. El anteproyecto recoge en su enunciado los
cacareados términos de racionalización y sostenibilidad. Implícitamente se está
diciendo que hasta ahora había poca racionalidad en el panorama institucional.
Ni niego ni afirmo, solo digo que la actual histeria reformista del gobierno
del PP es poco racional y nada sostenible. No debemos confundir la calidad de
nuestro sistema institucional con las conductas poco éticas de los titulares de
esas instituciones. Ni pretender solucionar la devastadora crisis
económico-financiera y fiscal por la que atraviesa el sector público con
reformas que poco tienen que ver con lo que estamos hablando, entre otras
razones porque cuando estas disposiciones se plasmen ya nadie se acordará de la
crisis.
Siento disentir con el
editorial de mi periódico. Y como este asunto tiene mucha enjundia, lo
trataremos en varias sesiones. Sirva esta primera para clarificar conceptos e
intenciones. En otras sesiones seguiremos con el análisis del anteproyecto.
En Aragón hay cuatro
términos-realidades que debemos aclarar y diferenciar: ayuntamiento,
mancomunidad (subsumida en las comarcas, de reciente creación), comarca y
diputación. Aparte de las comunidades autónomas, también de reciente creación y
que funcionan cual nuevo Estado, sin ningún tipo de federalismo que las
coordine. Cada una tiene sus características, funciones y diferencias. Y todas
ellas, de alguna manera, se interactúan y a veces se solapan.
Los ayuntamientos son,
junto al Estado, la institución más antigua y la más próxima al ciudadano. En
la Atenas clásica, ciudad y Estado coincidían. Todas las demás instituciones
son posteriores y algunas de muy reciente y dudosa creación. Las mancomunidades
se crearon en 1870 con un objetivo: que los municipios más pequeños se
agruparan en función de su proximidad para compartir servicios (especialmente
basuras y abastecimiento de agua) y pagar, entre todos, sus costes. En Aragón
han funcionado perfectamente, tanto funcional como económicamente, hasta la
aparición de las comarcas, que han absorbido sus funciones y han encarecido
desproporcionadamente su coste. Las comarcas son casi especificidad de Aragón.
Han sido propuestas por el PAR para consolidar su implantación territorial, y
tanto el PSOE como el PP no han tenido más remedio que aceptar el chantaje, ya
que ambos lo necesitan para conformar mayorías de gobierno.
Hoy, las diputaciones
provinciales están funcionando bien, actuando como verdaderos consejos
comarcales o, mejor dicho, como deberían actuar los consejos comarcales. Estos
entes locales desarrollan sus competencias sobre una población y actúan en
función de unas fórmulas de representación política y de una estructura
administrativa que, paradójicamente, deberían constituir los parámetros idóneos
de cualquier proceso descentralizador que aspire a administraciones locales
dotadas de autonomía gerencial, sin presupuestos condicionados y con medios
suficientes.
Casi 40 leyes han sido
necesarias para regular y crear el entramado comarcal aragonés. Treinta y dos
comarcas creadas de treinta y tres previstas y, sin embargo, más de 700.000
aragoneses (Zaragoza y municipios limítrofes) están sin comarca. Está claro que
lo fundamental es el municipio: oír a los municipios, o sea, a los ciudadanos y
crear unas estructuras claras y distintas en beneficio del municipio. Y
habilitar un órgano decisional que articule las decisiones a tomar, que evite
solapamientos de inversiones y decisiones, que optimice y equilibre las
inversiones y que genere sinergias entre todos los ámbitos.
Profesor de Filosofía