sábado, 27 de junio de 2020

FIN DEL ESTADO DE ALARMA, ¿Y AHORA, QUÉ?


La ventana indiscreta

 Pensábamos que sería algo exultante y observamos que la gente se mira seria y circunspecta, no vaya a ser que lo infecten. No hay alegría desbordada, más bien miedo. Nunca un refrán como “el miedo guarda la viña” estuvo tan pegado a la realidad. Había ganas de viajar pero nos contenemos. El virus, como repiten las autoridades, sigue estando entre nosotros y es cierto que, salvo algunos irresponsables, la mayoría de la sociedad sigue teniendo un comportamiento correcto. Esperemos que la ciencia, una vez más, nos salve del peligro y nosotros nos liberemos de nuestros miedos. Los brotes que está habiendo son lógicos por la precariedad de sus orígenes: trabajadores temporales hacinados, inmigrantes en pateras y algún brote importado. Pero parece que son casos rastreados y controlados. Ésta es la gran diferencia respecto al inicio de la epidemia.

 

Ahora toca hablar de otras cosas: economía y política, siempre con el envoltorio social que ambos aspectos exigen.  Siempre he pensado que nuestra gran suerte es formar parte de Europa. También es cierto que nuestra manera de pensar siempre ha sido europea, incluso durante la oprobiosa dictadura. Seguramente por eso añorábamos poder formar parte de la Europa política. Ahora que somos plenamente europeos, lo valoramos en su justa medida. Y precisamente de la UE nos vendrá la energía para nuestra recuperación económica y política.

 

Europa está saliendo de la pandemia. Prácticamente todos los países lo están haciendo con el mismo método: la coordinación estatal, el confinamiento total, los problemas de cobertura sanitaria y sus recursos, el comportamiento generalmente correcto de la población, las dudas en las decisiones… han sido prácticamente iguales en todos los países europeos. Incluso la demora inicial  en la toma de decisiones también fue común. El etnocentrismo europeo creyó que, como en la época de Fumanchú, el virus era un problema exclusivamente chino. Y China está muy lejos, pero no en avión.

 

Pero en lo que España se ha diferenciado de otros países semejantes ha sido en la bronca política permanente entre gobierno y oposición. Incluso lo que acordaban lo hacían entre insultos y descalificaciones. Prácticamente todos los partidos buscaban su rédito electoral en los discursos, porque en los acuerdos prácticos, salvo alguna salida de tiesto, poco había que discutir. Las acusaciones de unos a otros podían intercambiarse perfectamente, lo que impedía la serenidad para la acción común que un momento como éste exigía. La teatralidad y el guion previo eran excesivamente visibles. La sociedad asistía perpleja a un espectáculo donde se jugaba con sus vidas en la toma de decisiones. Ha fallado la liturgia que siempre exige la política.

 

Ahora el concepto de moda es la reconstrucción. Para ello se ha constituido una comisión con cuatro áreas: sanidad, economía, Europa y política social. Parece ser que los dos grandes partidos, al menos están de acuerdo en apuntalar el sistema público de salud. Algo es algo. Aunque los intereses privados sanitarios presionarán para que no se pasen. Deberán revisar también el modelo sociosanitario de las residencias de mayores. Incluso podría ser un buen momento para que los Ministerios de Ciencia y Universidad abandonasen su ridícula esquizofrenia y se fusionasen. 

 

Otra cosa será la economía, terreno donde las políticas de derechas e izquierdas, esquema dialéctico nunca desaparecido, dilucidan su poder e intereses. Actualmente, hasta la CEOE parece estar por la labor (¿qué labor?), pero estamos aún en la fase de calentamiento previo. De cualquier manera, es el Gobierno quien debe tomar la iniciativa y trabajarse los consensos y apoyos, tanto para la política económica a seguir como para los presupuestos de 2021 que deben marcar la línea de un nuevo modelo, ya necesario antes de la pandemia, y ahora, imprescindible. Y ese nuevo modelo pasa por la digitalización generalizada, la economía verde e I+D.

 

Especialmente es importante el bienio 2021-2022 para salir de la actual recesión. Así lo entiende la UE y así lo va a exigir a sus miembros. Ello exige una gran concertación económica generalizada entre la mayoría de las fuerzas políticas españolas para elaborar los proyectos que se presenten a Bruselas. Y los fundamentos de esta concertación son  los dos de siempre, salvar la viabilidad de las empresas y generar puestos de trabajo en cantidad y calidad. El tercer fundamento es el más difícil y aparentemente el menos importante. Se trata de una vez por todas, de transformar la administración española. 

 

Lo hemos visto en la crisis sanitaria actual. El sistema sanitario español, no solo no era el mejor del mundo, sino que la “heroicidad” de sus miembros significaba la precariedad de medios y, sobre todo, la atomización de la sanidad. Si queremos darle sentido a la “nueva normalidad”, habrá que restructurar radicalmente nuestra administración pública. Seguiremos con el análisis.                                                       

Mariano Berges, profesor de filosofía


sábado, 13 de junio de 2020

ESPAÑA POST-COVID




La ventana indiscreta

Ya se ve la luz tras el largo túnel de la alarma y el confinamiento. Tras el cual se ciernen todo tipo de incertidumbres, riesgos y, también, expectativas de normalidad.  Hemos descubierto la categoría de la normalidad como el mejor estado material y psicológico para el ser humano. ¿Cómo estás? Normal. Ojalá.

Porque no está tan claro que hayamos llegado a la normalidad. El proceso sigue víricamente y nuestro medio ambiental, social, económico y político están hechos unos zorros. Nuestras autoridades nos dicen que no bajemos la guardia, que sigamos con espíritu de lucha, aunque con ciertos alivios, y que disfrutemos de la cotidianeidad que nos toca vivir en cada momento. Para lo cual, la predisposición de combate no es suficiente, sino que hemos llegado a un punto en que el cambio de mentalidad es imprescindible. Me parece un buen hallazgo lingüístico lo de “nueva normalidad”, aunque literalmente sea un oxímoron. Porque los parámetros en los que nos vamos a mover han cambiado y nosotros debemos también cambiar nuestra mente y perspectiva si no queremos naufragar.

Y así, el final del estado de alarma, próximo ya en el tiempo, nos exige una evaluación de  la conducta de todos los agentes sociales en los tres meses que han transcurrido desde el 11 de marzo. Como esta evaluación la tendremos que ir haciendo durante bastante tiempo, empecemos hoy con un ligero  aperitivo.

En principio hay que subrayar que hemos conseguido el objetivo principal: frenar el avance de la pandemia, reduciendo el número de muertos, de contagios y aliviando la presión sobre la cobertura sanitaria. El estado de alarma, con su dirección única y el largo confinamiento han surtido un efecto muy beneficioso.

El Gobierno, con su Presidente a la cabeza y su Vicepresidente segundo a pocos metros, saca pecho y pretende explotar el éxito. Su explicitación del triunfo va acompañada generalmente de críticas a la oposición para que los efectos políticos del éxito duren más tiempo. La verdad es que el Gobierno lo tiene fácil por la postura rocosa, ruidosa y nihilista de la oposición, que, descontextualizando el tiempo de información y conocimiento del principio de la pandemia, atribuye el tremendo número de muertos directamente a los errores del Gobierno.

El hecho cierto es que la pandemia se ha frenado. Todo lo demás son elementos deformantes del hecho principal. La Bolsa, termostato de la bondad o maldad del futuro inmediato en economía, ya ha hablado con una fuerte elevación en la última semana. La sociedad, con su división de opiniones -gracias al gobierno o a pesar del mismo-, está también satisfecha de su aportación al éxito. Ha cumplido con buena nota.

Quizás la cuestión que más ha crujido en estos tres meses ha sido la relación de cogobernanza entre el Gobierno central y los gobiernos autonómicos. El mando único ha difuminado la no clara asignación de responsabilidades en nuestro Estado autonómico. El mando único central ha ido ganando todas las votaciones con concesiones a favor de unos (chantajeando) y en contra de otros (no determinantes). Pero nunca han estado claras las responsabilidades de unos y otros. Han aparecido más en los medios de comunicación los ataques e insultos que cualquier análisis claro de responsabilidades y de eficacia ante la crisis. El intento de rentabilizar políticamente la crisis no ha sido ajeno a ninguna fuerza política. En mi autonomía -Aragón- , pienso que el Presidente Lambán ha sabido combinar la lealtad de militante socialista con su obligación de proteger y cuidar a los aragoneses, priorizando siempre los intereses de sus conciudadanos. Con los errores propios e inevitables por lo inédito de la situación.
Moncloa no se fía de los gobiernos autonómicos y éstos no se fían de Moncloa. Sus discusiones eran más sobre el poder que sobre la pandemia. Ahora la discusión sigue siendo sobre el poder aunque en la pantalla aparezca la desescalada y el fin del estado de alarma. Que no acabará, porque seguirá rigiendo un nuevo decreto-ley sobre la pandemia hasta que parezca la vacuna o un tratamiento eficaz contra el virus.

Fue un acierto lo del mando único centralizado, y así fue reconocido por todos, a excepción de los ultramontanos nacionalismos de siempre. Y este acierto habrá que tenerlo en cuenta para la restructuración del sistema sanitario español post-covid. Las autonomías, en materias básicas como sanidad y educación, necesitan criterios  y coordinación centrales que garanticen la igualdad de todos los españoles y la eficacia del resultado final. Especialmente en tiempos difíciles. Las discusiones sobre competencias son algo secundario que nos hablan más de la lucha por el poder que de la eficacia de la gestión. Y así, entre la retórica de Sánchez, con  poca voluntad por consensuar el proceso epidémico con la oposición, y la bestialidad del PP y de Vox, al acusar de los miles de muertos al Gobierno, hemos asistido a un auténtico diálogo de besugos. Poca perspectiva de futuro para la reconstrucción de España. Veremos.

Mariano Berges, profesor de filosofía