sábado, 27 de enero de 2018

LA RESPONSABILIDAD DEL POLÍTICO

Advertencia previa: este artículo, aunque generaliza lo hace por economía literaria, pero generalización no es sinónimo de universalización. Hay muchos políticos honestos.

Lo primero que debe tener un político es responsabilidad, o sea, que tiene la obligación de responder de sus actos ante la institución para la que sirve, y en última instancia, ante la justicia. Todos somos sabedores de la picaresca como característica específica de los españoles y a la que atribuimos la frecuente corrupción en la política española. Sin embargo, no es ésa la verdadera razón causal, sino que la causa fundamental radica en la facilidad que dan las instituciones españolas para la irresponsabilidad de sus políticos. El diseño de nuestras instituciones deja mucho espacio para la picaresca y la corrupción de sus directivos políticos.

Pongamos un ejemplo. El Ejecutivo de una institución debe rendir cuentas, en teoría, ante el Legislativo. Sin embargo, al no haber separación real de estos dos poderes, pues ambos (el Ejecutivo y la mayoría del Legislativo) dependen directamente del mismo partido político, el segundo no está en disposición de exigir responsabilidades a los miembros del Ejecutivo. Si a ello añadimos que las mayorías de los órganos de control están cooptados por dicho partido político mayoritario, la impunidad se acentúa. Quedaría el poder judicial como última instancia de exigir responsabilidades, pero también aquí la larga mano de los partidos políticos mayoritarios construye mayorías en los distintos órganos judiciales, especialmente en su máximo órgano, el Consejo General del Poder Judicial. Del Fiscal ni hablamos, pues está nombrado directamente por el Gobierno de turno.

Ésta y no otra es la cuestión fundamental a la hora de analizar las causas de la corrupción estructural en la política española. Los políticos de los países nórdicos, no es que sean genéticamente más honestos que los españoles, sino que están en unas instituciones mucho más difíciles de trampear. A lo que habría que añadir la altísima permisividad social que existe en España, pero esto es también consecuencia ambiental del mal diseño de sus instituciones.

Sigamos la secuenciación. Y los partidos políticos ¿ante quién responden? En teoría, ante sus afiliados y ante sus electores. Los afiliados de un partido, generalmente, son hooligans de “su partido” y segregan poca sustancia gris y menos masa crítica. Respecto a los electores, un sistema bipartidista, como el tenido hasta ahora, poco problema plantea, pues ambos dos partidos tienen su respectivo lecho electoral, con un segmento intermedio que oscila periódicamente y que da la victoria a uno u otro partido alternativamente. Actualmente los dos partidos se han convertido en cuatro. Haría falta que los cuatro fuesen realmente diferentes e hicieran un juego parlamentario honesto y eficaz para la mayoría de la sociedad. En cualquier caso, el aumento de pluralidad política enriquece a la sociedad.

Elaborar y mantener toda esta maraña relacional entre los distintos poderes y sus adláteres consume casi toda la energía de los partidos, por lo que queda poca para elaborar proyectos de país e imaginar soluciones a los diversos problemas que tiene la sociedad. Estamos ante un régimen realmente endogámico, donde, salvo ligeros matices, todos van a lo mismo: su propia supervivencia.

El sistema surgido de la Transición primó el papel de los partidos políticos como instrumento central de la política. Lo que tiene su lógica cuando se sale de una larga dictadura que había prohibido los partidos. Pero con el tiempo y la ayuda de una ley electoral que ha favorecido el bipartidismo, los partidos que se alternan en el poder han aprovechado las ventajas que les otorgó la arquitectura diseñada en la Transición para colonizar todo el espacio institucional, de modo que aquellas estructuras creadas para canalizar y facilitar la pluralidad política, han acabado asfixiándola. El resultado ha sido un empobrecimiento de las élites políticas. Lo que impera es un sistema que da a unas pocas personas situadas en las cúpulas de los partidos un poder casi absoluto sobre todos los niveles de la administración. Los mecanismos de elección partidaria tienden a expulsar fuera del sistema a quienes se mueven por otros impulsos o no se avienen, por razones éticas o de exigencia política, a las reglas de ese ecosistema. Mediocridad política y corrupción son, en realidad, dos caras de la misma moneda.

No obstante todo lo dicho, la política y los políticos son, de momento, imprescindibles. Por favor, modifiquemos el diseño de nuestras instituciones para que la política sea eficaz además de ética.  Solo es cuestión de voluntad política.   


Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 13 de enero de 2018

Vegetar o vivir

¡Es tremenda la uniformidad de esta sociedad! Los medios de comunicación nos igualan a todos, y hasta las percepciones, siempre hasta ahora subjetivas, son cada vez más “objetivas”. La búsqueda de una objetividad aséptica ha sido siempre una seña identitaria del orden establecido. Donde no hay uniformidad es en la brecha ricos-pobres. Su distancia no es física sino conceptual. Eso sí que son dos mundos y no los de Platón. La visión uniforme se alimenta de obviedades, de lugares comunes y de declaraciones de intención universales. Con mayor o menor gracejo, casi todos decimos lo mismo. La receptividad o credibilidad depende de circunstancias de poder o de estar en los medios. Casi nadie conoce realmente a nadie. Como mucho, tenemos un conocimiento delegado o indirecto: “me han hablado bien/mal de él”. Incluso presencialmente se da la incomunicación por causa del lenguaje políticamente correcto y de la educación formal inoperante. Leer la prensa, oír la radio/TV, se ha convertido en una pérdida de tiempo. Lo seguimos considerando necesario pero cada vez menos. Internet sirve pero no tanto como se piensa ni para lo que se piensa: la manipulación y el doble juego han encontrado su nuevo sitial de poder.

La formación, educación o enseñanza, dudo que sirva de mucho más que para disciplinar a los jóvenes: si quieres formar parte de esta sociedad tienes que hacer esto, pensar así, aprobar lo otro y obtener tal título. Después hasta podrás ser libre. Pero la cabeza ya no responde, los hábitos intelectuales están ya predeterminados y no hay capacidad de libertad. Además, la libertad mete ruido en el sistema y supone riesgo personal, aunque siga siendo fascinante y lo más erótico que se ha inventado. Cuando uno empieza a leer u oír conceptos sobre estrategia o planificación, uno de los primeros consejos que recibes es aprender a distinguir entre lo urgente y lo importante. Y algo tan elemental como eso sigue sin clarificarse en la esfera pública. El conflicto catalán, por ejemplo, ¿es urgente o importante? O las dos cosas. O ninguna. Porque ésta es una cuestión ya muy vieja.

Todo esto me lleva a la reflexión básica de qué es lo importante, qué interesa realmente a la gente. El concepto interesante procede del latín inter-est, lo que está entre nosotros, lo que incide en mi vida. Aunque algunos tienen por interesante lo que no les interesa y otros no tienen ni idea de lo que es interesante o les interesa. Entonces quizás nos enteremos que lo que nos interesa no siempre coincide con lo que importa a los dirigentes. Esta esquizofrenia social tiene su origen en la anomia sobre los valores y prioridades, lo que conduce a la despolitización y a la inconsciencia personal.

Cabe preguntarse por la salida o solución a todo esto, o lo que es lo mismo, por la función social de los medios y de los intelectuales. Su lenguaje ¿sirve para algo más que para el mantenimiento del statu quo? O en el otro lado de la barrera, ¿qué dice la gente? ¿qué comunica? ¿qué quiere comunicar? Parece claro que cada época tiene unas necesidades distintas respecto de lo que comunicar. ¿Cuáles son las necesidades actuales? No es fácil la respuesta porque existe una censura sutil y difusa (autocensura) muy potente que genera un silencio ruidoso y una incomunicación llena de palabrería y obviedades. Y esto sucede tanto en la estructura social como en la estructura interpersonal.

La comunicación (cf. Castilla del Pino: “La incomunicación”) tiende a ser meros “yo” artificiosos de personas “sociales” y de sujetos que representan su papel en las relaciones de intercambios sociales. Y por debajo de la comunicación de lo trivial y baladí existe un amplio sector del hombre y de la sociedad del que no se habla porque no se puede o no se sabe decir. Sólo se puede hablar de determinadas cosas y con un determinado lenguaje. Lo que supone la prohibición de hablar de otras muchas cosas. El que lo intenta se expone a la exclusión como elemento del grupo al que hasta entonces pertenecía. Realidad, lenguaje, y mundo son tres ámbitos íntimamente conexos. Ante una misma realidad los sujetos se sitúan de forma tal que cada uno aprehende un distinto nivel de esa misma realidad, de modo que, en el fondo, el resultado de la comunicación es idéntico al “diálogo de sordos”.

En definitiva, esquizofrenia, anomia, incomunicación, aburrimiento… son elementos del diagnóstico de nuestra época y posiblemente sean también requisitos obligatorios de aceptar como forma única de sobrevivir en el sistema. Esta es la cuestión: aprender a vivir con la enfermedad o intentar curarse. Parece ser que la mayor parte de la gente intenta sobrevivir, ante la indulgencia y la lástima de los poderosos de siempre, aunque ahora sean invisibles o anónimos. La cuestión se puede plantear también en otros términos: cantidad o calidad de vida, vegetar o vivir.


Mariano Berges, profesor de filosofía