sábado, 30 de mayo de 2020

MONOTEMA VÍRICO



La ventana indiscreta

En esta época de coronavirus no nos queda otra alternativa temática que el bicho que se ha entrometido en nuestras vidas. Le sucede a los informativos, a todos los medios en general y a mí en particular. Procuro cambiar el enfoque pero, como en el cuento de Monterroso, al despertarnos, el bicho sigue ahí.

Hace pocos días, John Gray hacía una reflexión sobre el concepto de apocalipsis y el momento actual. Como se trata de un autor de referencia, cuya lectura te transforma, exploto su argumento. ¿Se trata éste de un momento apocalíptico? Uno de los significados de apocalipsis es el paso repentino a una situación hasta entonces inimaginable. Sin embargo, algunos científicos hablan de que el coronavirus era una posibilidad a la que no hicimos caso. Si el momento actual lo colocamos secuencialmente tras otros hechos apocalípticos, como la Revolución rusa de 1917, el holocausto judío, las dos guerras mundiales y unas cuantas epidemias a lo largo del siglo XX, vemos que el término apocalíptico no tiene precisamente un significado escatológico de final de los tiempos, sino que son cambios de época y de hábitos existenciales en la humanidad.

Efectivamente, nuestra forma de vida anterior al covid-19 va a cambiar irremediablemente. La vacuna y los tratamientos de la enfermedad seguramente llegarán, pero si nuestra mentalidad antiecológica y antiplanetaria no la modificamos, volveremos a recibir otro zarpazo de la naturaleza cuando menos lo esperemos. Pero como esta vez los más afectados hemos sido los habitantes ricos del primer mundo, quizás hagamos más caso y nos preparemos mejor. Para ello, son muchos los factores necesarios: una inversión gigantesca en ciencia e investigación (básica y aplicada), un sistema sanitario potente y bien engrasado, acción política de gran potencia democrática por parte de los gobiernos y una mentalización idónea por parte de la población que nos obligará a cambiar de costumbres. Y todo esto no es una opción sino una obligación. Los hábitos adquiridos por las sociedades ricas en cuestión de terrorismo internacional son un ejemplo (videovigilancia, seguridad en aeropuertos, vigilancia en las grandes concentraciones…). La informática será una herramienta de progresión infinita. 

La economía ya está siendo una actividad en profunda transformación: las empresas que se adapten rápidamente a los nuevos parámetros, progresarán, pero los sectores propios del modo de vida anterior el covi-19 (bares, restaurantes, discotecas, aeronáutica, grandes concentraciones de todo tipo…) van a sufrir o a extinguirse. Lo mismo pasará con los empleos: unos ganarán en poder y prestigio (sanitarios y asistencia en general) y otros descenderán todavía más de su bajo estatus actual.

También la educación tendrá una gran transformación, aunque ya viene de lejos. Y no solo por la presencialidad o no del alumno, también por objetivos, contenidos y metodología. Igualmente, y también viene de lejos, el periodismo, las artes, los museos, el mundo editorial…, cuya tendencia anterior se acelerará vertiginosamente y en los que la automatización y la inteligencia artificial eliminarán franjas enteras de empleos. 

Por lo tanto, los momentos apocalípticos no son momentos finales de nada sino fases transitorias hacia otras formas de vida y de conocimiento.

Lo más urgente para España, en estos momentos, es reforzar nuestro sistema sanitario. Y para ello, Rafael Bengoa, uno de los grandes expertos en sistemas de salud, aboga por elaborar un informe imparcial, independiente y despolitizado sobre cómo se ha combatido la actual pandemia de coronavirus que sirva para preparar al país en las mejores condiciones para los próximos brotes. A continuación, habrá que modificar la relación sanitaria entre el gobierno central y las autonomías, con una clara autoridad, coordinación y directrices por parte del primero y suficientes recursos en las segundas. Lo que significa modificaciones legales. Actualmente, el ministerio de Sanidad español es inferior en recursos a un hospital medio del país. Y así, ha tenido que echar mano del estado de alarma por un tiempo prolongado para tener operatividad. Si Pablo Iglesias hubiese sabido lo que saldría en la tele si hubiese aceptado ser Ministro de Sanidad…, pero era una maría y lo rechazó.

La pandemia, según nos cuentan, está entrando en su fase terminal, aunque con dudas y titubeos. Aquí escucho a Nietzsche contra el pesimismo del cansancio: “el optimismo como medio de curación, para tener después el derecho de volver a ser pesimista”.  Cuando volvamos a ser normales, hablaremos del gobierno, y de todos los demás. Pero ahora no toca. La prioridad es reducir al bicho.                         Mariano Berges, profesor de filosofía


sábado, 16 de mayo de 2020

MI REENCUENTRO CONMIGO MISMO



Son ya dos meses de confinamiento epidémico. Se acaba de aprobar otra prórroga nueva, hasta el 24 de mayo. Esta vez estuvo muy ajustada la votación. Ciudadanos (Cs) volvió a aparecer como un partido de centro (a buenas horas) y enceló a PNV, ERC y UP. A ver si el PSOE va a cambiar de socios y volvemos a descubrir la geometría variable. Luego vino el paso a la fase 1 de algunas CCAA (o territorios parciales de ellas), con el cabreo de algunas (Madrid, Andalucía, Valencia) y el regodeo de otra (País Vasco) que, con tal de diferenciarse del resto (siempre a su favor), vota lo que haga falta. El PSOE siempre ha sido un partido que se ha movido bien bajo presión. 140 años de existencia dan mucha experiencia. Próximamente, el Presidente de Gobierno parece que llevará al Parlamento otra propuesta de prórroga, esta vez de un mes. Saldrán a relucir conceptos como “golpe de estado constitucional”, gobernanza, ruina económica, abuso de autoridad, responsabilidad y su contrario… A la vez que nervios en los partidos, se empieza a ver en la sociedad algo de relajación. Las dos cosas son malas.
Personalmente, vuelvo a solicitar lo de siempre: esperemos que el proceso epidémico vaya controlándose y podamos recobrar una cierta normalidad. Posteriormente, recordando a Tip y Coll, hablaremos del gobierno… y de todos los demás.

Este encierro es doméstico, existencial, psicológico e intelectual. Pocas veces, casi nunca, nos habíamos hallado en una situación como la actual. Nos obligan a no hacer nada, ni siquiera salir a la calle. Todo nos lo hacen. El gobierno dirige nuestras vidas en su totalidad. Nos dice que estemos sin salir de casa, que no hagamos nada, que nos dediquemos a nosotros mismos. Jamás nos habían hecho un regalo tan extraño y tan potencialmente productivo. Al principio, me sentía extraño, pues no estaba acostumbrado a no hacer nada. No hacer nada siempre lo relacionabas con una enfermedad grave, en la que te obligan a un quietismo pasivo y obediente a los médicos que van a intentar curarte.     

Pero, pasados los primeros días, y conscientes de que esto va para largo, te planteas cómo invertir el tiempo, cómo ejercer tu vida. Es curioso, al menos en mi caso, cómo lo intelectual configura lo existencial. O mejor dicho, sin intelectualidad no hay existencialidad. O, si la hay, se trata de una pura externalidad. Y una vida que no sea vivida por mí sino que me la vivan los demás, a través de sus órdenes y sus instrucciones, y yo me dedique a sobrevivir, a vegetar, a un simple y pasivo esperar, no es vida humana propiamente dicha.

El encierro, paradójicamente con mi coexistencia obligada con mi familia, me ha traído como regalo inesperado mi intimidad. He recuperado mi yo. Y he vuelto a redescubrir que sin mi yo no existe lo demás ni los demás. He vuelto a distinguir la vida consciente de la mera vegetatividad. No me ha desagradado en absoluto la escenografía temporal que ha organizado el gobierno de la nación. Ha tenido ritmo, ha marcado expectativas, ha creado un horizonte, ha creado un diálogo, más que con los españoles, con cada uno de los españoles. En el fondo, el gobierno solo ha creado las condiciones de la realidad, porque la realidad no es algo objetivo sino que lo único que existe es mi realidad, y ésa la creo yo. Porque la realidad está ahí. Me mira y la miro. Me forma y la formo. Me transforma y la transformo. Me duele y le duelo. Me frustra y la frustro. La realidad y yo somos parte de lo mismo.

Pero tengo que trascender la palabra realidad. Y así me encuentro con la gente, la sociedad, que también es realidad. La parte más intensa de la realidad. La gente condiciona mi yo, que soy gente para la gente. Sin yo la gente no sería mi gente. Sin gente yo no sería yo.

Pero, al mirar todo esto, corro el peligro de marearme y caer. Necesito algún elemento que me sustente. Y veo que la comunicación es el elemento conector entre las distintas partes de la realidad. Las junta y las disjunta. Dependen del espacio y el tiempo, o del lado de la frontera en que estás. O de la parte de realidad que seas. Porque según tu espacio y tu tiempo, eres uno u otro. Yo no soy mi yo de hace veinte años. Soy otro yo. Ni mejor ni peor, distinto. Mi vida, mi realidad, mi relación-comunicación con la gente no es la misma. Y ello hace que la gente sea distinta y yo también. Para ellos mismos y para mí.

Por todo ello necesito la escritura, para clasificar y ordenar esta endiablada dialéctica, para organizar mi existencia, para posibilitar la palabra en su sentido más poético de poner nombre a las cosas. Y así, la palabra configura mi realidad, vehicula el pensamiento y me dignifica. Sin la palabra yo no soy, pues sería mera vegetatividad y pura pasividad.

Aunque ahora estemos en situación de miedo a la enfermedad, nunca sobra la reflexión. Yo, en cuestiones de vida y muerte, estoy con Epicuro: la muerte no es problema, el problema es vivir (y morir) con dignidad.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 2 de mayo de 2020

COVID-19: PLAN DE TRANSICIÓN



La ventana indiscreta


Escribo este artículo después de oír al Presidente del Gobierno de España su declaración de una hora sobre el “Plan para la Transición hacia una nueva normalidad”. Fue una declaración solemne y rigurosa, bien estructurada y clara. Si bien, fue poco concreta y todo quedó aparentemente abierto en cuestión de contenido, fechas y territorios. Digo “aparentemente” porque se trata de una apariencia derivada de lo que es un Plan, que está en función de lo que depare la realidad, que es la que manda. El Gobierno ha hecho un trabajo bien organizado que deberá ser complementado con instrucciones posteriores, que son las que concretarán lo que se puede o no se puede hacer, cómo, dónde y cuándo. El objetivo del Plan no es tanto erradicar completamente la enfermedad sino ir reabriendo poco a poco la economía sin llegar a un nuevo colapso sanitario. La dialéctica sanidad-economía es muy difícil de conjugar. Que los dioses nos protejan.

Lo que el Gobierno ha aprobado es un Plan y no un Calendario. Un Plan marca el horizonte y la estrategia, condicionados a una realidad desconocida y cambiante, pero siempre con ese horizonte y estrategia claros e innegociables. Un Calendario pone fechas concretas y cerradas, casi exigiendo que la realidad se supedite a él, y expuestos a tener que rehacerlo si la realidad cambia. El Calendario es más rígido y apriorístico y, efectivamente, es más fácil de consensuar. Un Plan es más complejo y exige un pacto con la ciudadanía, que se convierte en coprotagonista y coautora del éxito o fracaso de dicho Plan. En mi opinión, este Plan, es más operativo, aunque como contrapartida sea abierto y exija concreciones y rectificaciones constantes en función de lo que la realidad nos depare, y que será mejor o peor según el comportamiento de los ciudadanos.

Este Plan tendrá, con toda seguridad, muchos objetores. El primero el PP, que exigirá que el Gobierno tendría que haberlo negociado y consensuado con él. Ya habrá observado mi agudo lector que nunca suelo nombrar a Vox, porque su discurso y su praxis están fuera de lugar y porque no quiero hacerle publicidad gratis. En segundo lugar están los nacionalismos vasco y catalán, que sin haber leído el Plan, protestarán por invasión de competencias. Y ya en tercer lugar, algunas CCAA protestarán con la boca pequeña porque el Gobierno central no ha seguido sus propuestas locales y singulares.

Parece que ninguno de ellos se ha percatado de que estamos ante una pandemia inédita y con un alto y letal grado de contagio, que exige medidas rápidas y decididas, para las que no había un protocolo previo que propiciara un posible consenso con los otros agentes políticos. ¿Qué puede hacer el Gobierno si ni siquiera hay unanimidad clara entre los técnicos? Especialmente si las medidas que pueden adoptar tienen graves e innegables contrapartidas.  Creo que no tiene ningún sentido enzarzarnos ni dedicar medio segundo al qué se debería haber hecho y no se hizo. Y menos a buscar culpables. Salvo que se demuestre que hubo indiscutible incompetencia o mala voluntad al actuar de una determinada manera, cuando la información disponible ya indicaba de manera clara e inequívoca que se debía actuar de otra. Suscitar ahora mismo este debate no hace otra cosa que dispersarnos del objetivo real, combatir a la epidemia, y, sobre todo, refuerza a demagogos y fanáticos, como el separatismo catalán.

Para bien y para mal es el Gobierno de España, con sus asesores científicos, quien tiene la responsabilidad de intentar frenar la pandemia y marcar el camino a la descacharrada economía que nos va a quedar. Y estas decisiones las tiene que tomar a velocidad de vértigo y entre inciertas nebulosas. Cuando la pandemia esté controlada y la economía comience a funcionar será el momento de evaluar a unos y otros: gobierno, oposición, CCAA, ayuntamientos, empresarios, sindicatos… sobre sus acciones y omisiones, sus juicos de valor, sus intentos inmorales de aprovechar la tragedia para su rentabilidad electoral, económica o social. Todos deberán ser evaluados por la sociedad a la que todos se deben.

Personalmente, me parece que, en principio y por primera vez, se ve luz al final del túnel. El Gobierno ha trabajado, se ha arriesgado y ha decidido. Como era su obligación. Si ha abusado del estado de alarma, si ha despreciado a la oposición, si ha ninguneado a las CCAA, si ha jugado con los ciudadanos, si ha cometido errores, si ha mentido, si ha jugado al rédito electoral, todo eso lo pagará. Pero si lo ha hecho razonablemente bien, se le premiará. Pero, como ya he dicho reiteradamente, todo eso se dilucidará cuando la pandemia quede controlada, la sociedad haya recobrado un estado de ánimo sereno y las fuerzas políticas hayan consensuado su Plan de reconstruir España (¿). Posiblemente entonces sea un buen momento para que haya elecciones generales y que un nuevo gobierno sea el encargado de poner rumbo a la reconstrucción económica y social de España.

Mariano Berges, profesor de filosofía