sábado, 26 de diciembre de 2020

ESTADO Y SOCIEDAD

 


La ventana indiscreta


Hace ya ocho años que comencé mi colaboración quincenal en El Periódico de Aragón. Creo que es momento de desconectar ustedes y yo, porque observo que las reiteraciones y la finitud de mis enfoques temáticos hacen prescindibles mis artículos. Todos necesitamos retroalimentarnos, y más si se trata de alimento intelectual.

Es un buen momento para despedirse: fin de año, comienzo de la vacunación covid, presupuestos nuevos para 2021 (por fin), ley de eutanasia, nueva ley de educación. En definitiva, 2021 se presenta en España con un horizonte esperanzado. Desde cualquier prisma que se mire hay que reconocer que el Gobierno de España y el Parlamento han trabajado mucho y bien durante este año pandémico. A pesar de la tragedia del covid-19, los logros conseguidos han sido muchos e importantes. Quizás la larga lista de muertos y afectados por la pandemia sea el terrible contrapunto a los logros políticos.

Y, sin embargo, hay una atmósfera bronca y conflictiva en España. Y no solo es por la fatiga pandémica, que también, sino porque la dialéctica política es de tono rastrero y los logros no se miran desde una perspectiva común sino desde la envidia cainita que piensa que lo bueno que consiga el rival es malo para mí. Ese electoralismo barriobajero que impide cualquier acuerdo, incluso en medio de una tragedia como la de este año que acaba.

El gran hallazgo de la política, desde la Modernidad hasta hoy, se llama Estado. El Estado es el concepto y la realidad que da sentido a todo en la convivencia social y política de una sociedad. Y el Estado lo conforman las diversas instituciones, dirigidas por una representación política que los ciudadanos han elegido para que gestionen los asuntos públicos. Unas veces un partido está en el gobierno de una institución y otras veces está en la oposición. Desde los dos lados se coadyuva al buen funcionamiento del Estado y desde los dos lados se adquiere responsabilidad de Estado.

Precisamente hace muy pocos días (el 17 de diciembre) se inauguró una exposición dedicada a Azaña, con motivo del 80º aniversario de su muerte en Montauban. Por cierto, presidida por el Rey. El Rey preside un acto que homenajea al Presidente de la II República española. Espléndido ejemplo a imitar. Pues bien, traigo a Azaña como un ejemplo paradigmático de político íntegro y moderno que entendió como nadie el concepto de Estado. Y, sin embargo, coincidiendo con su ejercicio del poder, se produjo en España la guerra (in)civil de 1936, ejemplo cruel del fracaso del Estado. Nefasto acontecimiento, a pesar de Azaña, como fruto de esa atmósfera densa, patriotera y justiciera de los años treinta en España.

A veces, se suele tener por parte de cierta izquierda una idea muy romántica de la II República española, cuando fundamentalmente fe un intento muy riguroso de europeizar España a través de la creación de un Estado moderno. Sin Estado, sin instituciones y sin acción política orientada al mantenimiento y progreso de esas instituciones, no puede haber convivencia ciudadana y progresista. Las derechas caciquiles y económicamente elitistas lucharon desde el primer momento contra ese intento que empezaba a sacar a España del pozo. Y muchas izquierdas abusaron de esa maldita dialéctica de buenos y malos, de ojo por ojo, en vez de intentar acordar salidas honrosas frente al abismo que se abría.

Azaña tenía como objetivo levantar un Estado que traería a España la modernidad europea. Lejos de ese constante gemir y lamentar, tan bien representado por la generación del 98. Santos Juliá recordaba en su obra sobre Azaña que su propósito era: “Un Estado que construir, una democracia por establecer y una acción política por desarrollar: ése es el camino para resolver el problema español o, lo que es igual, para hacer del Estado un instrumento al servicio de la transformación de la sociedad”.

No quiero comparar, pero esta atmósfera de derrota que actualmente lo impregna todo, no ayuda a salir de esta crisis, sino todo lo contrario. Todo aquel que está en contra sistemáticamente, con agravios impostados, segundas intenciones imaginadas, perversas interpretaciones de sus rivales políticos, ayuda poco a la gobernanza de su país. Y esto vale para izquierdas y derechas. En una sociedad democrática se acuerdan los desacuerdos y se busca una salida digna en los momentos comprometidos. Para eso sirve la política.

Bueno, como ya he dicho, éste es mi último artículo. Que la navidad y el nuevo año nos dé serenidad y sabiduría para articular y hacer funcionar este país que llamamos España.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 12 de diciembre de 2020

EUTANASIA: VIVIR BIEN, MORIR BIEN

 


La ventana indiscreta

El jueves último, 10 de diciembre, se aprobó en la Comisión de Justicia del Congreso la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia (LORE). Y se espera que a principios de año la apruebe el Congreso en Pleno para su remisión al Senado. Es, pues, suficiente razón para dedicar este artículo a este asunto de enorme importancia y que extenderá los derechos individuales en España a un nivel parejo a los países más progresistas del mundo, que son muy pocos.

Éste es un artículo divulgativo, como corresponde a su publicación en un periódico generalista. No voy a entrar en tecnicismos legales sino que voy a intentar esgrimir argumentos básicos a favor de la legalización de la eutanasia en España.

Eutanasia, como todos ya sabemos, significa etimológicamente “buena muerte” y se puede definir como el acto deliberado de dar fin a la vida de una persona, producido por voluntad expresa de la propia persona y con el objeto de evitar un sufrimiento. Es obligación moral y legal de los poderes públicos atender a las demandas y valores de la sociedad de cada momento. Y en la actualidad hay una serie de causas que justifican la eutanasia. Entre ellas, la creciente prolongación de la esperanza de vida, lo que retrasa la edad de morir y, frecuentemente, en condiciones de un importante deterioro físico y psíquico; la secularización de la vida y su conciencia social derivada; el reconocimiento de la autonomía de la persona. En definitiva, estamos hablando de derechos fundamentales a la vida y a la integridad física y moral de la persona y de bienes constitucionalmente protegidos como son la dignidad, la libertad o la autonomía de la voluntad.

Soy consciente de que en una sociedad abierta y plural como la española hay opiniones y posturas contrarias a la eutanasia. Lo que es normal y sucede con otros asuntos igualmente importantes. Para eso existe la política, para discutir y pactar los desacuerdos y, así, garantizar la convivencia respetuosa y pacífica entre todos. Unas veces, lo aprobado en el Parlamento estará de acuerdo con mi opinión y otras en desacuerdo. Y el Parlamento debe ser cuidadoso para que lo aprobado, si es posible, no obligue a su práctica a los que estén en desacuerdo. Así pasó con el divorcio, con el aborto, con el matrimonio homosexual y con otros tipos de logros legales y morales que situaron a España entre los países avanzados del mundo. Ninguno de los derechos citados, como sucederá con la eutanasia, obliga a nadie que no quiera a ejercerlo. Es un derecho, no una obligación. Incluso a las personas que quieran practicar la eutanasia, la LORE establece garantías para que la decisión de poner fin a su vida se produzca con absoluta libertad, autonomía y conocimiento, libre de toda presión de cualquier índole.

Queda por discutir una cuestión que siempre está ahí: las posturas de tipo religioso, que, en el fondo, no son religiosas, y mucho menos morales, sino ideológicas. La idea de fondo en la discusión religiosa sobre la eutanasia es que unos piensan (creen) que el dueño de la vida del hombre es Dios y, por tanto, el hombre no puede disponer de ella. Mientras que otros pensamos (no creemos) que la vida es propiedad de cada uno y, por tanto, podemos disponer de ella cómo y cuándo queramos. No es justo que un principio de índole religiosa obligue a todo el mundo. Los que estén en contra de la eutanasia que piensen que a ellos no les obliga, pero que no obliguen a los demás a seguir la misma pauta. La sociedad contemporánea es secular y laica en su funcionamiento. Su procedimiento y normas lo marcan las leyes aprobadas en el Parlamento. Por lo tanto, las creencias de tipo religioso son respetables y dignas pero subjetivas e íntimas. Las religiones no deben intentar configurar el mundo según sus creencias. Eso cae fuera de su propio objeto. La buena teología debe supeditarse a un mundo justo, no caritativo. Y la fe no debe confundirse con la religión, pues son cuestiones muy distintas y, no pocas veces, opuestas. La eutanasia, pues, es una cuestión político-jurídica, que es lo propio de una sociedad democrática de derecho. La moralidad de ese acto, como la de todos, es una cuestión de nuestro fuero interno. No existe una moralidad objetiva, pues todas están condicionadas por principios sociales y políticos

Termino con una preciosa cita de nuestro amigo Antonio Aramayona en su carta de despedida antes de su suicidio, pues no estaba legalizada la eutanasia: He intentado que mi vida haya sido digna, libre, valiosa y hermosa. Y así he querido también mi último hálito de vida: digno, libre, hermoso y valioso. Así he querido vivir y así he querido morir. Toda una maravillosa síntesis de libertad y coherencia en la vida humana. Una buena vida se merece una buena muerte, pues ambas constituyen un solo proceso.

Mariano Berges, socio de DMD