jueves, 12 de mayo de 2022

AYER, HOY… Y MAÑANA

 



Como yo soy mayor recuerdo con emoción el 28 de octubre de 1982, fecha de la primera victoria socialista, con mayoría absoluta, la máxima habida hasta ahora -202 escaños-, y el surgimiento de la figura de Felipe González con su propósito, en gran parte cumplido, de modernizar y europeizar a España. Fueron catorce años de potente gobierno socialista hasta que el cansancio y ciertos pasajes de corrupción agotaron esa fuerza política. Todo fue bien mientras duró. Pero se trata de una lógica aplicable a todas las cosas, inanimadas y animadas, y más todavía a la conducta humana, tanto individual como colectiva.

De entonces a ahora han pasado muchos años y muchas cosas. Pero si lanzamos una mirada panorámica, exenta de prejuicios, observamos que cada época tiene sus características y sus protagonistas. Que no es justo ni sano analizar el presente con criterios del pasado. Yo siempre he defendido que cada generación tiene el derecho y el deber de construir su presente y preparar su futuro. Y que los mayores tenemos la obligación de ponernos en su lugar e intentar entender qué y por qué hacen lo que hacen. El análisis del presente no se puede hacer desde nuestras viejas coordenadas, alimentadas por una nostalgia improductiva y estéril.

Pues bien, en la actualidad, tenemos un gobierno de coalición entre PSOE y una presunta izquierda de la izquierda, que a trancas y barrancas va sacando adelante una legislatura nada fácil. Su presidente es un socialista joven, desconocido hasta hace muy poco tiempo, audaz hasta casi la temeridad, que se ha atrevido a elaborar unas fórmulas, alianzas y propuestas, a las que desde unos parámetros seniors, entre los que me incluyo, les dábamos poco tiempo de duración. Le hemos negado el pan y la sal. Lo hemos tildado de superviviente a costa de las esencias socialistas que estaba dilapidando. Y él ha aguantado carros y carretas; ha surfeado como nadie todo tipo de olas, amigas y enemigas; ha mantenido el tipo y nunca ha dejado de pergeñar un futuro más o menos borroso pero mínimamente viable. Hacer todo eso solo y aún en contra de las esencias socialistas, de insultos de los suyos y de los contrarios, de análisis descalificadores de los medios amigos, menos amigos y enemigos y, a lo máximo, con la indiferencia de los más, todo ello no deja de tener su mérito, si no poético sí épico.

Sí que hay algo a lo que, ni en la actualidad ni en el pasado, se le ha metido mano: la poca calidad de nuestras instituciones. Se trata de un mal endémico y sistémico de nuestro país de cuya regeneración huimos permanentemente. Lo nuestro es el presentismo y no la planificación estratégica. Nunca hemos entendido que la política es un proceso donde unos lo planifican, otros lo llevan a cabo y los terceros lo modifican. Si quitásemos de nuestra liturgia tanta inauguración y todos tuviéramos la dignidad de reconocer los méritos de los demás, todo sería más limpio.

Pues bien, sigo con lo que estábamos: el “gobierno Frankestein” sigue impertérrito su andadura entre la pandemia vírica, la guerra de Ucrania y la crisis energética que nos rodean. Nadie nace aprendido y todos tenemos que desaprender para volver a mirar con un nuevo visor lo que ocurre en la actualidad. Lo que no es fácil y exige eso que los clásicos llamaban la metanoia o reconversión de la mente.

No me he reconvertido en fan de Sánchez, pero algún mérito habrá que otorgarle. Y junto a Sánchez a todos los acompañantes bajo palio, que sin exquisitez pero con aguerrida militancia (¿interesada?) lo siguen y corean. ¿Es Sánchez el problema? ¿Es la solución? Quizás sea el problema y la solución.

He escrito este artículo desde y contra mis prejuicios y, como siempre, reivindicando el derecho a equivocarme. Pensar y opinar nos hace más libres.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía