sábado, 21 de diciembre de 2013

¿ES EUROPA LA SALIDA DE LA CRISIS?


El problema teórico de la situación actual no es tanto de diagnóstico como de propuestas. No es agradable estar haciendo siempre de agorero y que no asome una ligera esperanza en el horizonte. Pero es profunda deshonestidad intelectual hablar de que la crisis se acaba. Decía J. Barnes que “Para obtener una reputación de lucidez hay que ser un pesimista que predice un final feliz”. No me atrevo yo a tanto. La globalización financiera de los mercados es tan abrumadora que los discursos progresistas, en su más amplio espectro, no transcienden la retórica.
No obstante, vamos a intentar cumplir con una mínima ética analítica y forzar alguna esperanza. ¿Es Europa la palabra clave? Actualmente, hay socialismo en los gobiernos de Alemania, Italia, Francia y no muy tarde posiblemente en Inglaterra. ¿España también? Ojalá. Estamos hablando de los principales países europeos y, sin embargo, no hay ninguna garantía de algún cambio positivo y significativo en el cambio de rumbo. ¿Se ha convertido Europa en una región irrelevante en la nueva globalidad? ¿Tiene Europa margen de maniobra para aplicar políticas distintas al neoliberalismo imperante? Ya sé que son muchos interrogantes, pero esta vez no son retóricos sino reales. La pregunta está bien hecha. La respuesta la ignoro.
Esta situación se parece mucho a la época alejandrina que surge en Grecia en los siglos IV y III a. C. Los griegos pasan de ser ciudadanos de la ciudad-estado ateniense a ser súbditos del imperio alejandrino. Los nuevos pensadores abandonan las grandes cuestiones para refugiarse en la individualidad ética. La política queda aparcada. La magnitud del imperio alejandrino hace imposible cualquier intento de influir en la nueva sociedad. El Jardín de Epicuro y la Stoa de Zenón son las nuevas escuelas. Actualmente, en España, estamos transitando de la condición de ciudadanos a la de súbditos, y además sospechosos (cf. Ley de Seguridad). La individualidad del sálvese quien pueda cada día es más palpable, a pesar de la escenografía benefactora que hemos montado, a la manera de cuidados paliativos que hacen menos sufriente la agonía. Hemos pasado del Estado de bienestar al Estado de beneficencia.
Hoy no toca hablar de la etiología de la crisis en España, por obvia y reiterada. Hoy propongo pensar en todo lo que tenemos pendiente: democratización de los partidos políticos, lucha contra la corrupción, defensa de lo público, igualdad de todos los españoles, regeneración de las instituciones y mejora de su gestión. En definitiva, cómo salir de las crisis varias que nos rodean. Todo ello se conseguirá más eficazmente con una mayor integración europea. Al menos, éste era nuestro horizonte político hasta ahora. Pero, ¿qué Europa nos espera? Los españoles, tras la dictadura, hemos conocido dos Europas: la primera es la incipiente y prometedora Europa de los años setenta y ochenta, que los españoles mirábamos con asombro y sana envidia y la percibíamos como la solución a todos nuestros males; la segunda es la que surge tras 1989 (caída del muro de Berlín y consiguiente monopolio capitalista) y que prosigue en la actualidad. Los objetivos que hoy se plantean pasan más por el control de los mercados financieros que por la puesta en marcha de un pacto europeo por un modelo social avanzado. Europa hoy es más económica que política. Para los españoles de hoy, Berlín o Bruselas son más decisorias que Madrid. Y las relaciones entre los Estados de la UE son más de tipo colonial que federal, con la consiguiente pérdida de su vertebración política, pues el poder radica fundamentalmente en el BCE.
¿Se decidirá Alemania, con su flamante y fuerte gobierno de gran coalición, a ejercer la hegemonía europea con decisión y generosidad? ¿O seguirá actuando más por omisión que por decisión? Sin duda, era más eficaz el eje franco-alemán de los ochenta que la soledad alemana actual. En definitiva, la ausencia de un liderazgo firme e integrador en Europa esta ralentizando y tergiversando el espíritu inicial de la UE, aquél que aspiraba a la configuración de los Estados Unidos de Europa.
Para finalizar, conecto con lo dicho en el segundo párrafo: la presencia actual del socialismo en los gobiernos de los principales países europeos debería suponer un salto cualitativo en la configuración política de la UE en pos de una dimensión social de la que ha carecido hasta ahora. Algo parecido a esa Europa que era Idea, Sueño y Proyecto en sus inicios. De lo contrario, la esperanza se habrá esfumado definitivamente y la ruptura de Europa y del euro se percibirá como la única posibilidad de supervivencia. Como en la época alejandrina.
Mariano Berges, profesor de filosofía


domingo, 8 de diciembre de 2013

LA CONSTITUCIÓN, EL PSOE Y CATALUÑA


La Constitución española (CE) de 1978 es la más democrática de todas las que ha tenido España. Por el fondo y por la forma. El Título I, de los derechos y deberes fundamentales, es una espléndida síntesis de los derechos humanos y sociales más avanzados. La forma consensuada de su elaboración, el clamoroso resultado de la votación en el Parlamento y el Referéndum del pueblo español dan fe de la forma solemnemente democrática con que se aprobó. El ejemplar proceso de su elaboración no es ajeno a la ruptura con los cuarenta años de dictadura franquista. Los españoles añoraban una constitución democrática y la tuvieron en plenitud. Pero la crisis que nos invade, y su malestar generalizado, propicia tambores de guerra en muchos campos. Y el texto constitucional se instrumentaliza por muchos para solventar unos problemas que son claramente políticos y no tanto constitucionales, especialmente en todo lo relacionado con el Título VIII, de la organización territorial del Estado.

Si observamos la pluralidad de opiniones, de juristas, políticos y todo tipo de expertos, vemos que los hay en ambas posiciones, por un lado los que abogan porque la CE tiene ya 35 años y que los cambios en la sociedad han sido tan numerosos e importantes que necesita una adaptación. Y efectivamente, hay motivos razonables para pensar que ciertos aspectos de la Constitución deben ser modificados, porque algunas instituciones políticas acusan desde hace años notorios defectos que exigen cambios profundos. Hay casos claros: ciertos aspectos de las autonomías territoriales, el sistema electoral o la injerencia política en el poder judicial. Por el contrario, hay otros expertos que argumentan que no es necesaria modificación alguna y que las disfunciones que haya se pueden paliar con modificaciones legales sin tocar el texto constitucional.

A todo ello hay que añadir los amagos separatistas de Cataluña como órdago de una inicial postura reivindicativa de mayores recursos económicos (el pacto fiscal). Ante el ruido mediático que rodea toda la parafernalia nacionalista catalana, los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, han tomado posiciones porque a los dos les está afectando electoralmente la deriva del estallido catalán. El PP se recentraliza en su silencio negador de cualquier diálogo que haga sospechar la mínima duda sobre su oposición al intento secesionista. El PSOE tiene un añadido que se superpone al relato central, ya que el PSC, su marca en Cataluña, navega por aguas ambiguas, con el “derecho a decidir” por bandera. En consecuencia, el propio PSOE se divide internamente sobre la relación orgánica con su marca catalana, dada la debacle actual del PSC en los sondeos electorales y su fuerte incidencia para que el PSOE pueda gobernar mañana en España.

Como solución, el PSOE adopta una postura intermedia: una reforma federal de la Constitución que solvente de una tacada el modelo territorial, el problema catalán y hasta ciertas carencias que la crisis ha aflorado, como el blindaje de la sanidad como derecho básico. De esta manera, el partido socialista piensa salir de su estancamiento electoral y tomar la delantera progresista. Indudablemente será la base de su próximo programa electoral. Y sería maravilloso que todos los partidos españoles, una vez solventadas todas las crisis que nos afectan, se pusieran manos a la obra en la tarea pendiente de modificar la CE, con serenidad y tiempo por delante. No es urgente. Siempre que no haya chantajistas que jueguen con las urgencias.

No cabe duda que la jugada es de alta calidad. Pero el problema viene por el lado de su viabilidad. ¿Es serio que un partido con vocación de gobierno proponga algo actualmente inviable en la vida política española como es una modificación en profundidad de la CE? En medio de tanta incertidumbre, aporto mi humilde opinión: abogo por dejar a la Constitución tranquila y centrar nuestras energías en mejorar la eficiencia de las administraciones, de los bancos, de las empresas y de los ciudadanos, que eso y no otra cosa es el meollo de nuestra crisis. En estos momentos, el problema más urgente e importante es propiciar un rigor económico e institucional a este país que se desangra por su propia ineficiencia. Además, el problema principal que tiene nuestra Constitución no es por déficit de contenido sino por incumplimiento en aspectos esenciales: trabajo, vivienda, igualdad… Nos quedaría el problema catalán. Recuerdo que el problema vasco era más sangrante, en su propia literalidad. Y se solucionó. Bueno, pues que los catalanes aguanten su vela, su cruz y su responsabilidad. Que hablen entre ellos (políticos y sociedad) y que piensen los dos partidos más negativamente afectados (CIU y PSC) si no están haciendo el caldo gordo a separatistas y centralistas.

Mariano Berges, profesor de filosofía



sábado, 23 de noviembre de 2013

Dos años de gobierno conservador Los movimientos sociales reivindican volver al momento dulce de los gobiernos socialistas anteriores a la crisis


La politología es árida, tanto para el que escribe como para el que lee, si no se tiene una mínima predisposición hacia ella y, sobre todo, si no se cree en lo público. Los españoles solemos hablar mucho de política en bares y peluquerías, pero debatimos poco con argumentos. Y hay opiniones para todos los gustos. Sin embargo, los hechos políticos son más claros y tozudos. Esquemáticamente hablando, los hechos van en dos direcciones, los que benefician a unos pocos y los que redistribuyen para la mayoría. Para armonizar todas las opiniones sirve la política, que no es más que el debate de las ideas humanas sobre la organización de la convivencia social.


Han pasado dos años y medio desde el 15-M, una movilización social contra el poder en general y reivindicando la participación ciudadana en la política. Pero todo ello se desarrolló instalándose en la antipolítica. Iban contra los partidos políticos y los sindicatos en exclusiva, sin mencionar a los auténticos causantes de la crisis. A ello se sumó cierta izquierda acrítica a la que no afecta mucho la crisis. Entonces, el poder estaba detentado mayoritariamente por el PSOE, por lo que fue el partido que pagó en sus carnes toda la virulencia antipolítica de los flujos izquierdistas del momento. Si a ello unimos la fecha fatídica del 12 de Mayo de 2010, con la intervención de Zapatero en el Congreso, más la posterior modificación de la Constitución, a instancias del propio Zapatero a Rajoy, que sonrió por el trabajo sucio que se ahorraba, estamos poniendo marco a la hecatombe que tuvo lugar para la izquierda en el año 2011. Primero en las municipales y autonómicas de Mayo y luego en las generales adelantadas de Noviembre. Hubo mucha abstención en la izquierda y la derecha aprovechó el regalo que se le ofrecía en bandeja.

¿Valió la pena todo aquello? No cabe duda de que las protestas movilizaron a una apática juventud y pusieron en cuestión muchas actitudes políticas del poder en general, de la izquierda en particular y del PSOE en especial. Pero lo que ha pasado en España durante estos dos años ha ido más lejos de lo que todos, incluso los votantes del PP, podían esperar. La regresión en derechos sociales, la terrorífica Reforma Laboral y la nueva Ley de Régimen Local son tres ejemplos contundentes que han traído como consecuencia un empobrecimiento material, político y social en la sociedad española, con una profundidad y un ritmo tan vivo que costará mucho remontar. Aunque no lo reconozcan explícitamente, los movimientos sociales actuales están reivindicando volver al momento dulce de los gobiernos socialistas anteriores a la crisis.

Crisis, he ahí la palabra mágica que explica todo. Lo explica tan bien que los causantes de ella son los grandes beneficiados de la misma. Y, además de los damnificados españoles, el principal hacedor del incipiente Estado de bienestar español (el PSOE) aparece como el gran perdedor de la ínclita crisis. Sin embargo, los versos de Bob Dylan, Los tiempos están cambiando. La respuesta está en el viento, siguen siendo válidos cuarenta años después. Es el viento de la historia lo que hay que escrutar y no los meros hechos puntuales de cada momento. La dialéctica procesual debe imponerse a la ontología del momento, de lo contrario siempre iremos detrás de los acontecimientos y de los manipuladores de los mismos. Hay que salvar cierto espíritu de los movimientos y mareas que quedan y se la juegan todos los días. Los partidos de izquierda deben estar junto a ellos y deben traducir políticamente, y posteriormente en normativa, toda la injusticia social que ahí se denuncia. Las reivindicaciones directas y asamblearias son una especie de termostato de la temperatura social que los partidos de izquierda deben saber leer y, sobre todo, traducir. De lo contrario, toda la movilización engordará al PP, que es lo que ha sucedido hasta ahora.

Po ahí tiene que ir la estrategia de la izquierda, el PSOE como partido catalizador e IU como aliado necesario. El anticomunismo de cierto socialismo y el antisocialismo de cierto comunismo deben finalizar. En primer lugar porque los términos socialismo y comunismo han evolucionado y fundamentalmente indican un punto de partida histórico. Sin pretender hacer ningún paralelismo, recuerdo una irónica frase de Vázquez Montalbán que decía que este país se dividía en dos grupos, ex-rojos y ex-azules. La transformación conceptual y real de nuestro mundo globalizado, para bien y para mal, es tan impresionante que hay que sentarse a pensar y volver a crear nuevos conceptos y nuevas realidades. Nuestra conexión con el futuro (estrategia) debe motivar más nuestras actitudes que lo que pasa en la actualidad, que puede ser mera coyuntura del presente.

Mariano Berges, profesor de filosofía







sábado, 9 de noviembre de 2013

POLÍTICA Y ESTRATEGIA




La toma de decisiones de las organizaciones políticas son importantísimas en estos momentos, ya que las consecuencias derivadas pueden ir desde la consolidación del modelo social neoliberal ya iniciado con el PP hasta la reconquista del Estado de bienestar que tan solo vislumbramos y que funcionó como una ráfaga más virtual que real.



Pero para situarnos bien hay que fundamentar algunas verdades básicas en el tiempo y en el espacio. No en todos los sitios se actúa igual y tampoco se tienen las mismas posibilidades. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que fue la segunda fase de la Primera, con el ensayo de la Guerra Civil Española, Occidente supo y aceptó que su bienestar dependía de la explotación del tercer mundo. J. P. Sartre lo expuso claramente en el Prólogo de “Los condenados de la tierra” de F. Fanon, con gran escándalo de la progresía europea de los años sesenta y setenta. A partir de los setenta hubo un pulso muy fuerte (“guerra fría”) entre el Este comunista y el Oeste capitalista. En medio estaba la inteligencia occidental de izquierdas, sin un espacio claro y con viajes de ida y vuelta. Stalin, Mao y Castro fueron los ídolos fugaces del momento, objeto de adhesiones inquebrantables y de repudios también inquebrantables. Las contradicciones de la izquierda europea todavía están sin solventar, ni en la teoría ni en la acción.



Pues bien, el momento actual no es más que el resultado lógico del “fracaso” del comunismo y del “triunfo” del capitalismo. Se intentó una síntesis socialdemócrata que duró lo que duró, y que algunos la consideran una especie de “levedad del ser” para acallar las malas conciencias de las izquierdas vivientes en los países occidentales. Normalmente, el triunfo de una parte se basa en el fracaso de la contraria, y viceversa. El fracaso de la implantación del socialismo o comunismo en una parte del mundo fue debido al anquilosamiento de la oligarquía política y económica (“nomenclatura”) hasta su autodestrucción. Muchas veces elucubro qué hubiese sucedido en el mundo comunista con una cierta libertad de pensamiento y de mercado. O qué hubiese sucedido si la experiencia de Allende en Chile no la hubiera truncado tan rápidamente la CIA americana. Lo que parece claro es que el poder real y económico del mundo siempre ha actuado de la misma manera aunque con formatos distintos. En definitiva, siempre se trata de lo mismo, de que unos pocos exploten a los muchos y que éstos discutan entre sí las responsabilidades culposas. Estoy convencido de que el Marx sociólogo volverá a ser leído e interpretado de otra manera a como lo hizo la oligarquía comunista.



Este fin de semana, el PSOE, el partido teóricamente catalizador de la izquierda española, celebra una Conferencia política para rejuvenecer su discurso y su praxis políticos. ¿Quiénes lo van a hacer? ¿Los cargos públicos que llevan varios trienios y quinquenios en el poder? Es prácticamente imposible que desde el poder se elaboren alternativas al poder. También ha aparecido un documento público en el que varias personas de IU y adyacentes se han ofrecido al PSOE para ayudarle a regenerarse. Me parece patético y un escarnio a todas las gentes que están intentando, desde sus posiciones, que haya luz al final de este negrísimo túnel.



El problema de las organizaciones políticas es muy difícil de solventar (tesis reiterada hasta la náusea), pues muchas de las personas que están al frente de ellas están impidiendo la solución con su mera presencia, ya que se trata de una renovación total de personas, ideas, discurso, métodos y praxis. Un partido político es una organización de la máxima importancia para la sociedad. Y, sin embargo, a ninguno se le ha ocurrido hacer lo que hacen la mayoría de las empresas, un Plan Estratégico de su actividad. O dicho de otra manera, incorporar el concepto de gestión en su desarrollo. Un Plan Estratégico puede ser la mejor herramienta para un nuevo modelo político, ya que la planificación estratégica es un método eficaz que permite desarrollar un proceso a través del cual los miembros de una organización visionan y crean su futuro, diseñando y poniendo en marcha los procedimientos necesarios para alcanzarlo. La planificación es un concepto profundamente operativo que se opone a la improvisación y que opera con ideas, que es lo más opuesto a las ocurrencias. La planificación se escribe, y la escritura ata el pensamiento, que de lo contrario se diluye y se esteriliza.



Para los directivos de cualquier organización, económica o política, mirar al futuro es una obligación. Si no se hace es porque no se sabe hacer. Peter Drucker dice que no se trata de adivinar el futuro sino de entender las conexiones entre el presente y el futuro que se quiere construir. Ése es el germen del pensamiento estratégico.





Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 26 de octubre de 2013

Reivindicación de la subjetividad Hay que evitar esa nostalgia estéril que solo produce melancolía; dejar de pensar en los buenos tiempos


Algunos amigos tienen la buena costumbre de comentar-valorar-criticar mis artículos. A todos escucho, lo agradezco y tengo en cuenta lo que dicen. Muchos suelen coincidir en que especulo bastante y concreto poco. También hablan de mi sesgo socialista o que mi temática toca poco la vida cotidiana. Voy a usar esta entrega para explicar mi perspectiva.



En primer lugar, mi deformación profesional me lleva siempre a pensar en lo variopinto de los posibles lectores. Y aunque procuro trabajar la síntesis, los 4.500 caracteres del artículo dan para pocos matices. De ahí las frecuentes preguntas retóricas, cuya respuesta ya sé pero que sustituyen a largos análisis y contraanálisis. Porque un artículo da poco de sí. Los míos intentan ser un mínimo espacio-tiempo de reflexión en un fin de semana. No aspiro a más. Ni a menos.



Respecto a mi perspectiva, uno es lo que es: la síntesis de mis condicionamientos circunstanciales y mi personal esfuerzo de búsqueda. Mi pesimismo intelectual y mi optimismo de la voluntad no suponen una contradicción sino una combinación de objetividad y subjetividad, según mi leal saber y entender. Pienso que no existe la objetividad total, que lo ético es operar cada uno desde su subjetividad y abierto siempre a las subjetividades de los demás. Solo desde mi subjetividad puedo hacerme entender y solo abriéndome a otras subjetividades puedo enriquecerme personalmente y evolucionar en mi conocimiento.



Cuando analizo la situación actual, lo hago, lógicamente, desde mi perspectiva. Ya he dicho otras veces que se trata de una crisis sistémica y como tal no es coyuntural sino que exige un cambio de paradigma para su comprensión y para posicionarse en el nuevo modelo. El monopolio capitalista presente como único poder fáctico frente a la dialéctica capitalista-comunista anterior hace que los viejos instrumentos (partidos, sindicatos y todo tipo de organizaciones) y sus viejas soluciones ya no sirvan. El gran problema es que solo los centros neurálgicos del capital tienen claro qué hacer. No porque sean los más inteligentes sino casi por lo contrario, porque unen en su decisión una enorme simplicidad filosófica (acumular poder y riqueza) con una enorme capacidad de intervención, debido a la globalización y a la nula incidencia de las políticas potencialmente alternativas.



¿Qué hacer? (pregunta aparentemente sencilla pero que contiene toda una estrategia). Estamos ya cansados de leer y oír todos los días distintas formulaciones de lo mismo, o sea, nada. Quizás sea éste un momento claramente kantiano, reconociendo el valor de la razón pero poniendo límites a sus exageradas pretensiones. Sus tres preguntas radicales: ¿Qué podemos conocer? ¿Qué debemos hacer? y ¿Qué nos cabe esperar? son perfectamente aplicables al momento presente. En primer lugar, hay que analizar, sin demagogia, qué esta sucediendo. Análisis nada fácil por los distintos intereses y prejuicios que todos tenemos. No obstante, es imprescindible tener un diagnóstico correcto y lo más objetivo posible de lo que (nos) pasa. En segundo lugar, hay que analizar también nuestra capacidad de incidir en mejorar la situación. Lejos de activismos estériles que solo sirven para tranquilizar falsas conciencias, la manera más efectiva de intervenir en la transformación social es tratar de modificar el sentido de la dirección desde nuestros conocimientos y desde nuestra profesionalidad. Hacer converger todas las energías positivas en la misma dirección. Con método y con estrategia. Y, en tercer lugar, solo podemos esperar lo que es viable, nunca aquello que esté fuera de nuestras posibilidades. Si la enfermedad actual es tan grave que no hay terapia posible (o en estos momentos no somos capaces), al menos procuremos unos cuidados paliativos que dignifiquen la vida.



Hay que evitar esa nostalgia estéril que solo produce melancolía. Hay que dejar de pensar en los buenos tiempos que ya pasaron y prepararnos mentalmente para el doloroso ajuste. Porque “aunque nada pueda hacer volver los días de esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos porque fuerza hallaremos en lo que aún permanece” (Hojas de hierba, W. Whitman). En definitiva, todos debemos adaptar las expectativas y las decisiones a los nuevos tiempos. Pero todos, ciudadanos a los que no les queda más remedio, pero también élites dirigentes y políticos en ejercicio, que tienen la obligación de marcar la dirección correcta a la sociedad. Porque la crisis tiene algo positivo: haber mostrado la verdadera naturaleza de un sistema cerrado y corrupto que sin cambios profundos se descompone.



Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 13 de octubre de 2013

Los PGE, paradigma y símbolo Montoro considera, frente a la realidad, que los Presupuestos Generales del Estado tienen carácter social


 El presupuesto anual es la expresión más significativa de la voluntad política de un gobierno. Es la más fiel traducción de la teoría política a la práctica cotidiana. "Presupuestos de la recuperación y con marcado carácter social", dice Montoro de los Presupuestos del Estado para 2014. No dirán lo mismo 29 millones de personas, entre empleados públicos, pensionistas y parados y el 80% de asalariados que seguirán perdiendo poder de compra (seguramente irrecuperable) en 2014. Y lo que es más grave, no serán los padres los más perjudicados, aún habiendo devaluado un 20% su salario unos y habiendo perdido el trabajo otros. Por primera vez los hijos van a vivir peor que sus padres. Eso los afortunados. Otros hijos no van a encontrar un trabajo mínimamente digno. Estos presupuestos prosiguen la castración del desarrollo material y mental de las próximas generaciones. Y, sin embargo, las calles no explosionan. Hay muchas manifestaciones, pero perfectamente asimiladas por el poder. Es el milagro de la "sagrada familia" como colchón protector de pobres desamparados. Cuando el manto protector de la sagrada familia desaparezca, los pobres desamparados permanecerán y posiblemente explotarán. ¿Será ya tarde?


LA DEUDA PÚBLICA española es del 92,2% del PIB (943.000 millones de euros), cuando hace 5 años era menos de la mitad. Y ya no se puede recortar más sin peligro de asfixiar a la enferma sociedad. Parece evidente que el problema fundamental no está en los gastos sino en la injusta política fiscal y en la megalománica estructura del Estado español. En cualquier caso, estamos ante una deuda imposible de pagar, que acabará siendo parcialmente condonada con contrapartidas políticas en la línea neoliberal de los últimos años. Como ha sucedido con la financiación de las cajas y bancos.

Por otro lado, según las encuestas, el PP baja en los sondeos electorales, el PSOE no sube, IU y UPD suben poco. ¿Quién gana? La depresión colectiva y el fracaso como sociedad. Pero al final, las frías matemáticas podrían dar la victoria otra vez al PP, con lo que se verían respaldados en su nefasta política llevada a cabo en los cuatro años anteriores. Que, aún en la situación en que estamos, el PP vuelva a ganar en las urnas, nos hace volver la mirada hacia el PSOE como principal partido de la oposición, incapaz de remontar y recoger votos de los que el PP va perdiendo. Siempre el partido de la oposición lo ha tenido más fácil en coyunturas difíciles por el simple hecho de no gobernar. Pero en nuestro caso no es así. La sociedad española todavía no ha perdonado al PSOE la política errónea del segundo mandato de Zapatero. Y no solo eso, sino que la corrupción tampoco le es ajena, aunque no con la intensidad del PP.

PERO LO QUE HAY que analizar es el modelo social que, con todos sus errores, la socialdemocracia ha configurado y que el PP en dos años va destruyendo a un ritmo trepidante y posiblemente irreversible. El paro, la desigualdad, la pobreza, la crisis institucional y, sobre todo, la percepción ciudadana de que todo es empeorable, no es algo achacable al gobierno anterior, sino cosecha propia conservadora. Sin embargo, nada de esto está siendo capitalizado por los socialistas en expectativas de voto. Es más, Rubalcaba es peor calificado que Rajoy en las encuestas. Quizás sea este el efecto más tangible de la atmósfera 15-M y otras colateralidades. Sin duda fue un aldabonazo en la conciencia colectiva y movilizó a una juventud conformista. Pero sus consecuencias han ido más allá de la voluntad de sus protagonistas, incluso contra ella. El resultado fue un aumento notable de la abstención, un duro castigo al PSOE, y la instalación en el poder de gobiernos profundamente regresivos. No puedo menos que recordar la abstención de los anarquistas españoles que dieron lugar al bienio negro en 1934.

La pregunta básica es ¿Por qué Rubalcaba, político inteligente y persona íntegra, no supera en las encuestas el mínimo histórico electoral y, por lo tanto, no es un buen candidato? ¿De qué estamos hablando, de nombres o de proyecto? Los próximos días 8, 9 y 10 de noviembre celebra el PSOE su esperada conferencia política, la que tendría que elaborar el discurso socialista del siglo XXI e iniciar la regeneración ética y política de la socialdemocracia española. El peligro está en que el ruido mediático de los sondeos se oiga más que las ideas. El cambio social que este país va a necesitar, tras el gobierno de la derecha, requiere de una amplia mayoría social, política y electoral. Y esto pasa por la socialdemocracia como eje fundamental. Solo con una política común de mínimos progresistas, y con unos candidatos creíbles y capaces, el ciudadano español podría volver a confiar en la política.



Profesor de Filosofía

sábado, 28 de septiembre de 2013

El proyecto de reforma local del PP Está en juego el nivel de la calidad de los servicios públicos más cotidianos




El proyecto se ha presentado como un intento de racionalizar el sector local, eliminando duplicidades e ineficiencias entre distintas administraciones, limitando el número de cargos y asesores y persiguiendo un mayor control de su gestión. Esta es la literatura del texto oficial. Sin embargo, en mi opinión, lo que persigue realmente son dos objetivos claramente políticos: 1) El desmantelamiento de lo público. Tras la sanidad-educación-servicios públicos, le toca el turno a la subsidiareidad municipal. Los ayuntamientos han llegado siempre a las situaciones más apremiantes de sus ciudadanos, aun sin competencias ni obligaciones. Simplemente porque eran sus ciudadanos. Ahora eso estará prohibido. 2) Introducir la gestión privada en los servicios públicos. Y aún habría un tercer objetivo, la justificación ante las instituciones de la Unión Europea que España camina efectivamente hacia la puesta en marcha de reformas institucionales de carácter estructural y que, además, estas comportarán un considerable ahorro del gasto público: 7.129 millones de euros en el trienio 2013-15. Ahorro más que dudoso en su ejecución, y que, si se cumpliese, el 97% (6.911 millones) se usarían para supresión de servicios mediante "clarificación de competencias, eliminación de duplicidades y reducción del sector público local". Lo de la reducción en alcaldes y asesores es calderilla.

La reforma plantea limitar las competencias y servicios que pueden prestar los municipios, la prohibición de ejercer actividades distintas de las que expresamente se les atribuyan y la supresión de municipios que no alcancen un determinado umbral de población, convirtiendo a las diputaciones provinciales en el eje de la prestación de los servicios locales. Es decir, se pretende suprimir los pequeños municipios, que constituyen la administración más cercana y sensible a las necesidades de sus habitantes, para entregar sus competencias a las diputaciones provinciales. A los ayuntamientos que queden se les recortan competencias y, en último término, se les impide suplir con su actividad las carencias de los servicios prestados por otras administraciones. Este es el primer objetivo estratégico de la reforma: impedir que los municipios, diversos y menos manejables que otras instituciones, puedan seguir jugando uno de los papeles que históricamente han venido desempeñando, el de suplir las carencias de los servicios prestados por otras administraciones. O sea, el brillante papel de subsidiareidad que han jugado históricamente.

El procedimiento previsto para la aplicación de la ley es radical: los sectores de sanidad, educación y servicios sociales quedan vedados a los ayuntamientos. ¿Y qué ocurrirá con las actividades y servicios que dejarán de prestar los ayuntamientos? La respuesta a esta pregunta nos conduce al segundo gran objetivo de la reforma: pasarán a manos de la iniciativa privada. La exposición de motivos del anteproyecto de Ley enuncia este objetivo sin el menor pudor: "-las entidades locales no deben volver a asumir competencias que no les atribuye la Ley...", "-se suprimen monopolios municipales heredados del pasado y que recaen sobre sectores pujantes en la actualidad".

No menos importancia tiene la desaparición política de miles de pequeños núcleos rurales y Entidades Locales Menores que pone en peligro el futuro de los bienes públicos comunales que actualmente administran. Se estima que la enajenación de los mismos podría afectar a 3,5 millones de hectáreas, con un valor que podría rondar los 21.000 millones de euros.

El proyecto de ley culmina un proceso de marginación política del gobierno local. Se convierte a la institución política más próxima al ciudadano en una pura referencia administrativa con unas competencias muy reducidas y con una dependencia casi total de las instituciones superiores. Y, como consecuencia, está en juego el nivel de la calidad de los servicios públicos más cotidianos, nuestra capacidad de decidir sobre los mismos y, sobre todo, el precio que tendremos que pagar por ellos.

Curiosamente, con esta ley las diputaciones provinciales pasarían de ser consideradas casi obsoletas a constituir el eje de las competencias municipales. Su papel anterior de asistencia a los municipios era cuestionado por muchos y ahora pasa a ser el suplantador de las competencias municipales. Según M. Zafra, "el proyecto deshace la configuración constitucional de la provincia como agrupación de municipios y la realza como división territorial para el cumplimiento de los fines del Estado". Cuando lo necesario era un pacto de Estado que dignifique el gobierno local y le permita la autofinanciación.



Profesor de Filosofía



sábado, 14 de septiembre de 2013

Defensa de la política (y III) Lo que se está cuestionando no es solo el sistema de partidos sino la propia representación democrática

Tras el planteamiento y desarrollo de la cuestión, en esta tercera entrega intentamos elevarnos a los conceptos, clarificando la esencia de la democracia, en cuya defensa trabajamos y razonamos. Sin embargo, es difícil decir ideas nuevas sobre casi todo. Los prejuicios que cada uno tenemos antes de leer o escuchar, hacen que solo veamos correcto aquello que ratifica nuestros propios criterios y tildemos de erróneos los que discrepan de nuestras opiniones previas. Sócrates pensaba que cuando el otro nos vence en una discusión, lejos de sentirnos derrotados, deberíamos estar agradecidos porque nos ha introducido en una nueva perspectiva que enriquece nuestro proyecto personal: hemos transitado del error a la verdad. Si algo ha demostrado la crisis es la supeditación de lo político a lo económico, cuando lo correcto y lo conveniente para la sociedad es justamente lo contrario, puesto que a los cargos políticos los elegimos libremente y no así a los económicos. Si a ello añadimos que la economía actualmente es global y lo político, local, la contradicción y los perjuicios son aún más graves, pues una parte importantísima (la economía) cae fuera de nuestro control y la otra (la política) se convierte en irrelevante. Si esta inversión de roles sigue funcionando durante mucho tiempo, la democracia está en peligro y las fantasmales fuerzas del mercado se apoderan de todos los resortes que inciden en las sociedades desarrolladas, a las que intentan asemejar a las sociedades de los países emergentes, de menor desarrollo social. La competitividad económica se fortalece a costa de la vulneración de los derechos humanos. Todo ello, bien relatado en la línea de que "es algo inevitable", configurará una sociedad más pobre, más injusta, menos desarrollada y menos democrática. Pero más rentable para esos nuevos explotadores sin rostro que llamamos mercados. Todo esto sucederá a no ser que seamos capaces de invertir el pervertido orden de poderes, y sea la representación política la que controle y disponga sobre los mercados. Para ello, la política, sin dejar de ser local o nacional, debe crecer en la dimensión global. Hablamos de Europa, de occidente, del mundo. Y en esta misma línea, los representantes políticos deben interiorizar y convencerse de que ostentan la representación de ciudadanos-personas y no de esas entelequias denominadas fuerzas de mercado. Y un representante político debe tomar decisiones, porque la política es creativa y se basa en unos valores que configuran unos objetivos, que no son más que la satisfacción de las necesidades sociales, en un orden preferencial en función de las disponibilidades económicas. No nos debe extrañar, pues, la desafección política ciudadana hacia unos representantes que "no pueden cambiar el orden de las acontecimientos". Si esto realmente fuese así, habría desaparecido la política, el más hermoso y digno de los saberes humanos. Y si nos instalamos en este nihilismo político, estamos abocados a una situación de suma gravedad, porque no existe alternativa al sistema de representación política. La alternativa sigue siendo política, pero una nueva política donde la conexión de la representación política con la sociedad se refuerce en grado sumo, de manera que la soberanía popular nunca pierda la consciencia de que es ella el origen del poder, y siempre la detentadora de ese poder. El partido político cuyo armazón programático fuese éste, y estuviese encarnado en personas con credibilidad para ejercerlo, se convertiría en el eje articulador del sistema. Porque la gravedad es tal que no se trata de ganar elecciones o poder, sino de dar credibilidad a un sistema de representación política y de regenerar las instituciones. El cortoplacismo endémico de todos los partidos los condena a la ruina, a ellos y a todos nosotros. Pero ¿serán los partidos políticos capaces de transformarse para evitar su propia desaparición? ¿Pueden ser los mismos que controlan los instrumentos de decisión los que generen el cambio de modelo? Porque lo que se está cuestionando no es solo el sistema de partidos sino la propia representación democrática. Es lo que llamamos crisis institucional. Porque si hoy día los parlamentos no son ni cámaras de representación ni de debate ni de control, ¿qué son? El problema grave es que estamos ante un modelo que se agota pero cuyos elementos claves no precipitan la crisis final y, por lo tanto, imposibilitan la aparición del nuevo modelo. Indudablemente, la crisis económica cataliza y radicaliza todo. Pero el problema de la crisis, puede transformarse en una oportunidad para la calidad democrática y la regeneración institucional. Profesor de filosofía

sábado, 31 de agosto de 2013

Defensa de la política (II) El mal que los políticos han causado a España ha sido más por ineficacia que por corrupción

En el artículo anterior exponía mi tesis de que la percepción de la corrupción política estaba exacerbada por la crisis actual, y que esta estaba siendo aprovechada por la nueva ideología de la globalización tecnoeconomicista para acabar con la política democrática y progresista, bajo la idea subrepticia de que "los políticos son todos unos corruptos" y "cuanta menos política, mejor". Los nuevos caudillos populistas están esperando a la puerta. Ante esta situación, hoy más que nunca hay que distinguir entre partidos de izquierda y de derecha. Los partidos de derecha consolidan la idea de que la política sobra, pues no son más que la representación formal de los poderes fácticos tecnoeconómicos. Pero el problema se agudiza si los partidos de izquierda hacen una política de derecha. Entonces el caos es total y la idea de que la política sobra adquiere fundamento. Paradójicamente, la izquierda puede y debe salir fortalecida de esta crisis. No solo porque terminen radicalmente con la corrupción en sus filas (condición "sine qua non") sino porque asuman de verdad una gestión pública eficaz, eficiente y transparente. Pero, para ello, los partidos de izquierda tienen que volver a contar con la sociedad civil si quieren superar la situación actual de deterioro económico, social y moral que sufre España. El mal que los políticos han causado a España ha sido más por ineficacia que por corrupción, más por omisión que por comisión, aunque la percepción general sea otra. Hace más daño público un político ineficiente que un político corrupto. Es más, la ineficiencia es la más básica de las corrupciones. Aunque el coste económico de la corrupción es alto (el 1% del PIB en España), el coste de la no-acción y la no-gestión en la Administración Pública es muy superior. La lucha contra la corrupción política tiene que partir de una voluntad real de los propios partidos: desde el finiquito total a las financiaciones ilegales o irregulares a la expulsión de cualquier miembro con indicios serios de corrupción. Si es necesario, háganse leyes que garanticen una financiación justa y suficiente para los partidos, pero que sea algo público y transparente y acaben con la hipocresía de que los partidos no consumen recursos. La democracia, aunque cara, es mucho más barata que la dictadura y, desde luego, mucho más productiva para el bien común. Los partidos deben luchar realmente contra la corrupción y generar los resortes pertinentes para preverla y evitarla. En esta línea de eficiencia, los partidos deberán proveerse de candidatos honestos y capacitados para las instituciones, lo que casa mal con el clientelismo interno y orgánico de los mismos. Esta es la única manera de volver a conectar con la sociedad civil, donde los individuos no saben ni quieren saber de las artimañas y picaresca orgánicas partidistas, y que traducen el hacer político por los servicios que reciben de la Asdministración. La clásica disputa entre democracia representativa y democracia directa adquiere en nuestros días un nuevo sentido. Cada vez existe más demanda de creación de espacios de participación política que, sin llegar a cuestionar el modelo de la democracia representativa, buscan un mayor protagonismo de los ciudadanos a través de la puesta en práctica de mecanismos de democracia participativa y deliberativa. Crece el rechazo social contra la política tradicional a través de nuevos movimientos que reclaman una democracia real frente a la democracia que poseemos y que denominamos representativa. Se trata de un ataque directo a la línea de flotación del modelo. Como síntesis de todas las posturas, pienso que, hoy más que nunca, se hace necesario llevar a cabo una defensa de las capacidades democráticas que posee la representación política, pero reforzando el modelo con más participación y deliberación social, pues si la endogamia es siempre perniciosa, la endogamia política es letal. En definitiva, la crisis de los partidos solo se superará cuando haya mejores partidos. Hay que trabajar por mejorarlos pero nunca por destruirlos. El objetivo de los partidos políticos en una democracia constitucional es representar y configurar la voluntad política de un país. Y su característica fundamental es la organización, que no es otra cosa que el arma de los débiles contra el poder de los fuertes. Pero la democracia no solo se alimenta de partidos y sindicatos, imprescindibles, sino también de unas instituciones fuertes y de una burocracia profesional, competente e independiente. Si la derecha intenta desmantelar lo público es porque ese es el espacio de la izquierda, mientras que el suyo es el ámbito de lo privado. Profesor de filosofía

sábado, 17 de agosto de 2013

Defensa de la política (I) Hoy hace falta más política que nunca, con individuos éticos y capaces y con partidos renovados

Actualmente, en España, los políticos son el pim-pam-pum de los medios de comunicación y, consecuentemente, lo son también de la ciudadanía en general. Ignoro si tal intensidad de rechazo a los políticos se da en otros países de nuestro entorno europeo. Pienso que no. Y ello se deriva de que los españoles tenemos todavía un sustrato antipolítico derivado de los 40 años de dictadura y, sociológicamente, la sociedad española aún no ha interiorizado la democracia de una manera irreversible. En España, el fascismo no fue vencido, finalizó por extinción. Nuestros vecinos europeos, sin embargo, han construido su sistema político fundado en la victoria sobre el fascismo y por nada del mundo dudarán del sistema democrático, por imperfecto que sea. Este antipoliticismo español aparentemente se basa en los casos de corrupción política. Pero ¿solo hay corrupción en la política? Evidentemente, no. Prácticamente en todos los organismos y grandes empresas de España hay casos de corrupción y abusos. No creo que haga falta recordar las multimillonarias pensiones, sueldos y todo tipo de impunidades de los directivos de cajas, bancos y grandes empresas, a pesar de su gestión catastrófica. Los dineros que se mencionan en la política son calderilla en comparación con los citados. Y los citados organismos, aunque privados, son prácticamente todos alimentados por dinero público, de una manera u otra. Ya sé que no es lo mismo una corrupción que otra, pero sí que una es más jaleada que la otra. Cuidado, no estoy indultando a los políticos corruptos. Todo lo contrario. LA SEGUNDA pregunta es: ¿por qué, si el párrafo anterior es verdad, los casos de corrupción política permanecen muchísimo tiempo en las cabeceras de los medios, y las corrupciones financieras y empresariales --si es que aparecen en los medios-- duran tan poco tiempo en la actualidad? Premio para el que lo adivine. Los medios de comunicación son, en su mayoría, instrumentos del poder económico nacional e internacional para crear opinión en general y opinión política en especial. Inclúyase aquí a internet y las redes sociales, que, a pesar de su aparente libertad, están perfectamente controladas. Volvemos una y otra vez a la tesis marxista de las ideas como superestructura ideológica de la estructura económica vigente, a la que sirven y consolidan. La política ya no es aquella herramienta de las clases trabajadoras del XIX que, bien aplicada, servía para aliviar la terrible explotación por parte de la incipiente burguesía industrial. La burguesía ha desaparecido como clase social y es más bien una cosmovisión de cierta clase media acomodada. La estructura opresora hoy es la invisible oligarquía financiera mundial, sin rostros ni apellidos, cuyos agentes visibles son los sonoros nombres que conocemos y que reciben sus espectaculares prebendas por desarrollar su labor representativa y ejecutiva. Pues bien, la sociedad actual, en una situación de crisis y empobrecimiento progresivos, está siendo bombardeada constantemente por la misma idea general: los políticos son todos unos corruptos, por lo que cuanta menos política haya mejor para todos. Y los políticos corruptos, que los hay, aunque son minoría, coadyuvan a la divulgación de esa idea. Pero los que multiplican el efecto divulgador de esta idea son fundamentalmente los medios de comunicación no analíticos, casi todos conservadores, y que se dedican a ser la voz de su amo como mero altavoz reiterativo y propagandístico. SI A TODO ELLO añadimos un modelo educativo donde prima lo memorístico y lo productivista, sin educar críticamente a los nuevos ciudadanos, estamos configurando una sociedad propicia para recibir pasiva y asépticamente la nueva doctrina de la globalización neoliberal cuyas referencias son los nuevos países emergentes, China especialmente, donde los derechos humanos son casi inexistentes y la competitividad de sus productos imbatible. En definitiva, estamos hablando de calidad democrática, ya que la democracia como mera regla de juego electoral es algo ya superado y domesticado. Las fuerzas globales financieras, desde la caída del muro de Berlín, saben perfectamente cómo instrumentalizar a favor de sus intereses la democracia formal de los países llamados civilizados. Lo que hoy hace falta es más política que nunca, con políticos éticos y capaces, con partidos políticos renovados. Hay que llenar el aparente vacío antes de que lleguen los nuevos caudillos, que son la esperanza blanca de la nueva ideología tecnocrática y economicista. Profesor de Filosofía

sábado, 3 de agosto de 2013

Alfredo Pérez Rubalcaba, político Hacía tiempo que no leía un discurso tan ordenado y serio en las filas socialistas

Hoy toca hablar bien de un político:Alfredo Pérez Rubalcaba. El punto de partida de este artículo es la entrevista a Rubalcaba aparecida en el diario El País de fecha 21-7-2013. Se trata de una entrevista muy extensa. El contenido es muy bueno, tanto las preguntas (incisivas) como las respuestas (directas y concretas). El entrevistado sale con nota alta y en cuestiones importantes marca la dirección del PSOE con claridad y tempo. Como en cualquier entrevista o texto la interpretación depende en gran manera de la mente del comentarista, elemento subjetivo que pone orden (su orden) en el caos objetivo. Y los aspectos a tener en cuenta son varios. El periodista (que a su vez es el director) hace una entrevista oportuna y bien realizada técnicamente. El diario se impone como el más importante de España, aún con un tinte de sesgo tutelador del momento actual. Y el entrevistado tiene una actuación sincera, inteligente, humilde y con sentido de futuro. Rubalcaba aparece como el valor más importante del PSOE, tanto en el presente como en el futuro más inmediato. En definitiva, se trata de una entrevista importante, en un diario importante y, sobre todo, muy esclarecedora sobre asuntos que, hasta el momento, solo había habido manifestaciones muy obvias y genéricas. Como valores transversales en la entrevista me interesa resaltar los siguientes: 1) El entrevistado aparece como un político fuerte y contrastado, con ideas y con flexibilidad, con un talante claro de izquierda socialdemócrata. 2) Se trata de un discurso fuerte y muy pegado a la realidad del momento. Las dudas y condicionantes que plantea, lejos de indicar tibieza indican fortaleza y humildad científica. Y, sobre todo, cuenta con la participación de los demás elementos del problema. 3) La empatía y la apertura a otras izquierdas queda abierta, aunque el PSOE siempre es y debe ser un partido de gobierno, independientemente de que gobierne o no. 4) Define la crisis como muy profunda y duradera, lo que nos deparará un futuro con nuevos valores que hay que reivindicar ya. 5) Huye de la autocomplacencia y habla de haber escarmentado de errores anteriores. 6) Por último, abandona el electoralismo estrecho y juega a hacer país, en línea con la idea del patriotismo constitucional de Habermas. En la entrevista hay afirmaciones claras y rotundas sobre muchos asuntos. Y no elude casi ningún tema. Como aspectos concretos de la entrevista subrayo los siguientes: 1) Trata la posible moción de censura como un asunto de dignidad parlamentaria y eficacia política en la resolución de un problema grave. Hay que reconocer que la comparecencia parlamentaria de Rajoy es un éxito personal de Rubalcaba. 2) La alusión directa a la financiación ilegal del PP y la afirmación rotunda de que el PSOE no se financia ilegalmente. 3) Su defensa de la lealtad institucional del PSOE, esté o no en el gobierno. 4) Plantea prudentemente el problema del juez Pérez de los Cobos. 5) Explica claramente su propuesta de reforma constitucional sin esconder el fuerte condicionante del problema catalán y del PSC. 6) No se excluye como candidato a la jefatura de gobierno. ¿Por qué lo iba a hacer? A los 61 años no se es viejo en política y su capacidad intelectual sigue siendo potente. 7) La defensa que hace de la renovación para su partido es digna del mayor elogio teórico-práctico: oposición-proyecto-partido. 8) Establece claramente la división competencial entre Estado y comunidades autónomas. 9) Defiende la igualdad de todos los españoles, vivan donde vivan, a la vez que las singularidades territoriales, siempre que no supongan privilegios jurídicos ni económicos. 10) Reivindica la reforma y transparencia fiscal, optando por aumentar los ingresos frente al recorte en los gastos. 11) Ataca frontalmente la reforma Wert sin paños calientes y amaga con revisar los acuerdos con la Iglesia. 12) En política sanitaria y ley del aborto, reivindica la postura tradicional socialista. 13) Solo he detectado un renuncio: se escaquea de valorar los ERE de Andalucía. Todo lo expuesto, y algo más que he dejado, es un auténtico proyecto de gobierno. Hacía tiempo que no leía un discurso tan ordenado y serio en las filas socialistas. Me extraña el poco eco que ha tenido en los medios. Por mi parte, soy consciente de que éste es un artículo interpretable como interesado, pero igual que muchas otras veces he criticado lo que me parecía criticable, esta vez me parece justo hacer este elogio de Rubalcaba. En política no se debe criticar todo ni aplaudir todo, sino que se debe matizar y, sobre todo, argumentar. Profesor de Filosofía

sábado, 6 de julio de 2013

La reforma administrativa pendiente La única melodía que suena en los dos proyectos anunciados es la economicista

En cualquier reforma de gestión empresarial hay que tener en cuenta dos objetivos: eficacia y eficiencia, por este orden. Lo primero es cumplir con los objetivos obligatorios y los deseados; lo segundo, que sean al menor coste posible. En una reforma de la Administración Pública se deben enfatizar más aún esos dos objetivos y el orden de los mismos, ya que jugamos con dinero público y con las expectativas ciudadanas. Actualmente están en marcha dos proyectos de reforma administrativa, la local (Anteproyecto de Ley de racionalización y sostenibilidad local) y la estatal-autonómica (el Informe CORA --Comisión para la Reforma de las Administraciones Públicas--). La única melodía que suena en ellos es la economicista, y lo que es peor, tanto los favorables como los contrarios a las reformas usan una dialéctica de generalidades y obviedades poco significativas, con pocos argumentos fundados y desde apriorismos de dialéctica partidista que no conducen a ningún sitio. Según los primeros, los proyectos son maravillosos y pioneros; según los segundos, los proyectos son ideológicos y nada operativos. Los ciudadanos españoles asisten a este partido de ping-pong sin saber de qué va este asunto. Y, curiosamente, los partidos políticos (todos) defienden un statu quo que garantice sus intereses cuando debería ser el ciudadano el parámetro que da sentido al modelo de reforma. Es evidente que todos los gobiernos autonómicos han desarrollado sus posibilidades estatutarias hasta la enésima potencia, sobre todo los de los estatutos de segunda generación, enfatizando los orígenes históricos de sus instituciones, tradiciones y costumbres hasta hacer de cada región la piedra angular de España en un momento u otro de su historia. Cada región se convierte en el ombligo de España o de sí misma (qué más da) y no admite un gramo menos de entidad que cualquier otra región. España como Estado queda como algo residual, lo que resta tras la suma infinita de las ambiciones, a veces alicortas y paletas, de cada uno de los diecisiete "estados". Defender un Estado fuerte y justamente redistribuidor de su riqueza ha sido seña de identidad de la socialdemocracia. El estatalismo ha sido característica exacerbada del comunismo. Y ahora los dos partidos de izquierda, internacionalistas de toda la vida, parecen independentistas vergonzantes, escondiendo siempre el término "independencia" y usando eufemismos como "autodeterminación" o "derecho a decidir". ¿Por convicción o por electoralismo? El Gobierno tilda a su reforma de histórica cuando no es más un listado inconexo y desigual de propuestas y medidas, algunas interesantes aunque sin desarrollar, y otras leves e irrelevantes. Y se usa la economía como coartada para implantar el "programa oculto" del PP, pura ideología radical neocom, para desmantelar lo público bajo la idea latente de que la democracia es muy cara. En una reforma administrativa hay tres cuestiones de capital importancia. La primera es indicar la dirección hacia donde queremos ir, o lo que es lo mismo, formular el sentido de la reforma. Para esto se requiere un pacto de Estado lo más amplio posible. Ya desde el abandono por parte del PSOE, en 1982, de la reforma administrativa (solo quedaron de testigos los "moscosos", ahora laminados), no ha formado parte de las prioridades de ningún partido político la reforma de las administraciones, a pesar de que la Administración constituye el eje vertebrador de la acción del Estado y la traducción de la acción política en la vida del ciudadano. En estos momentos, no parece viable el pacto en esta cuestión. Sería imprescindible. La segunda cuestión es el método. Sin embargo, en los proyectos mencionados de reforma administrativa que ha presentado el Gobierno hay poca literatura que hable de racionalidad y planificación estratégica, que son los parámetros fundamentales de cualquier reforma a fin de conseguir esa eficacia y eficiencia, objetivos inexcusables de la misma. Y en tercer lugar, el elemento humano. Los funcionarios deben ser el instrumento principal para que la reforma llegue a buen puerto. Para ello se requiere unos empleados públicos bien formados y motivados. El Estatuto Básico del Empleado Público de 2007, aunque claramente imperfecto e insuficiente, ponía algunos fundamentos en el concepto y desarrollo del empleado público (expresión genérica que incluía funcionarios y laborales) así como en las tareas de la función pública y aportaba la novedad del directivo profesional, figura poco desarrollada. En estos momentos, el EBEP no se ha desarrollado en casi ninguna CA y los empleados públicos están constantemente "criminalizados", apareciendo como responsables de la situación crítica envolvente. Profesor de filosofía

sábado, 22 de junio de 2013

Los partidos políticos, una tarea de todos

(Artículo aparecido en “El Periódico de Aragón” en fecha 22-6-13) Una situación de crisis como la actual radicaliza las percepciones y los juicios. Ahora todo vale contra los partidos políticos y contra los sindicatos. Ellos son los culpables de todo lo malo que nos sucede. Deriva muy peligrosa y fomentada por la rancia derecha española de toda la vida. Vamos a serenarnos que bastante grave es la situación. Los partidos políticos de izquierda y los sindicatos de clase han sido desde el siglo XIX los instrumentos que han hecho posible los mayores avances sociales en Europa. Estos tiempos de modernidad y contemporaneidad han coincidido con la revolución industrial y el mayor progreso científico, económico y social en la historia de la humanidad. Desde 1989 (desaparición del muro de Berlín) hasta hoy, con la revolución informática, con un sistema económico único y la globalización planetaria, funciona otro paradigma que exige cambios radicales en la estructuras, en las instituciones y en todas las organizaciones que han servido de plataforma para el cambio habido hasta hoy. La crisis actual (económica, política y social) la denominamos sistémica porque es el final del modelo anterior. Incluso hay que precipitar el final del viejo modelo para que emerja pronto el nuevo. Tras la crisis el mundo no volverá a ser el mismo. Pero la modificación del esquema social no debe poner en riesgo la propia existencia de la democracia, causa real del bienestar contemporáneo. Y ante tal situación no cabe rebelarnos infantilmente por la pérdida de un esquema ya periclitado al que nos habíamos acostumbrado, sino que tenemos que esforzarnos por empezar cuanto antes a mentalizarnos y actuar consecuentemente con el nuevo paradigma o modelo. Sucede que en toda crisis portadora de un cambio de época los desgarros y sufrimientos se dan siempre en los segmentos más vulnerables (los pobres) y en los sectores más sensibles (educación, sanidad, acción social). Y aquí es donde deben actuar las organizaciones e instituciones, intentando que la transición de un modelo a otro sea lo más inocua posible. La política es uno de los más nobles inventos de la creatividad humana que, desde el siglo XVII hasta hoy, ha trabajado denodadamente para equilibrar las sociedades intentando que las desigualdades entre los seres humanos, inevitables siempre, no afecten al núcleo duro de la dignidad humana. Y los partidos políticos y los sindicatos han sido los instrumentos que, con aciertos y errores, han hecho posible la época más justa y con mayor libertad que ha gozado el ser humano. Pero estamos en 2013 y tiene que ser la espontaneidad social y el movimiento ciudadano los que denuncien la contradicción existente entre una época nueva que ya está aquí y unas organizaciones cuyo funcionamiento obedece a la época anterior. Los partidos han ido abandonando paulatinamente la letra y el espíritu del artículo 6 de la CE, que dice: Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos. Una regeneración democrática como la que es imprescindible acometer en España no es viable con partidos sin democracia interna. Necesitamos a los partidos políticos pero tienen que cambiar. La famosa desafección ciudadana hacia la política no es otra cosa que la constatación de que los partidos no solucionan los desajustes que esta situación crítica conlleva hacia los segmentos más vulnerables. Y las cúpulas orgánicas de los partidos están sufriendo el síndrome del esquimal (los esquimales se extinguieron no por falta de recursos sino por aislamiento). Yo percibo en la generalidad de los políticos una cierta burbuja política, una casta aislada del resto de la sociedad. Y como de unas cúpulas así no puede esperarse un suicidio de sí mismos a favor de un cambio radical, debe ser la sociedad y también los militantes de base de esos mismos partidos quienes introduzcan las nuevas formas de mirar la nueva realidad. Porque lo que necesitamos para salir de la crisis no es menos política, sino mejor política, con mejores partidos y más sociedad civil. Para lograrlo debemos reformar por ley su funcionamiento, porque el funcionamiento interno de los partidos no es un asunto privado (los partidos están subvencionados por el Estado), sino de calidad democrática tal como exige la CE. Y garantizar una mayor y más cualificada participación popular y una separación real de los poderes del Estado. Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 8 de junio de 2013

Más Estado y más sociedad Para este rearme moral la sociedad es el objetivo principal y los partidos e instituciones, herramientas necesarias


 ¿de qué hablo hoy? La crisis, los partidos, Rajoy, Rubalcaba, PP, PSOE, el 15-M, el paro, Europa. Enfrentarte a un folio en blanco con la mente desnuda y aburrida de tanta reiteración inútil es peligroso para la salud. Pero venzamos la tentación silente, aunque a veces sospechemos que estamos en un viaje en torno a la Nada que nos rodea. Voy a intentar ser optimista, aunque no es fácil, porque el ser humano necesita un mínimo horizonte y alguna esperanza. Al menos para poder levantarse cada día y poder seguir deprimiéndose. Hay dos maneras de situarse frente a la actual crisis: un optimismo racional y un negativismo autoflagelador. La primera aspira a una autocrítica superadora de la situación, y la segunda se posiciona en un victimismo estéril y neurótico. Los elementos negativos están claros: gobierno duro de derecha, sin voluntad política constructiva ni sentido de Estado, en manos de la facticidad económica transnacional y con consecuencias muy negativas en la vida cotidiana de los españoles (pobreza, paro, vivienda). Pero esto no es nuevo. Ya lo hemos tenido y lo hemos superado. Pero es que también los elementos progresistas están con poco espíritu, al menos los progresistas tradicionales. Es cierto que está surgiendo otro tipo de progresismo de nuevo cuño, pero le falta estrategia y estructura. Y corre el peligro del cansancio y el aburrimiento. Con ello cuenta el poder establecido: que, pasada la novedad, todo vuelva a su ser "natural". Se suele hablar de la Transición española. Para bien y para mal. Para unos fue un tiempo pleno y feliz del que han derivado treinta años de progreso y bienestar. Para otros, fue un reformismo parcial que no supo aprovechar la fuerza del momento para rematar un cambio histórico y definitivo. Yo me apunto a la primera interpretación, aunque algo hubo de la segunda. Pero no olvidemos que de ahí surgió una derecha liberal (UCD) que remó a favor de la historia con fuerza y supo entender perfectamente que, junto con otras fuerzas, podía jugar un papel progresista que colocase a España en Europa. Y de ahí surgió también un PSOE contemporáneo, que supo aparcar elementos de otro tiempo e impulsar a España hacia la modernidad más fecunda que nunca ha tenido. Pienso que tiene que haber elementos liberales (del liberalismo originario del XVII --Locke-- que proclamó las libertades individuales con los límites del bien general) en la actual derecha española que se posicionen en la línea progresista de la antigua UCD. También el PSOE necesita volver a esa dinámica fuerte y segura de los ochenta, a ese afán renovador y constructivo y con un proyecto identificable. Y hay que integrar a todo lo nuevo y útil que ha ido apareciendo en los últimos años, que es mucho. Especialmente a los elementos jóvenes, que están llegando a la cuarentena y todavía no se han estrenado. Pienso que quizás el concepto-fuerza que haga de argamasa en todo esto sea el concepto de Estado. Recuperar el sentido de Estado que todo partido serio nunca debió perder. Un Estado plural, tolerante, poliédrico, pero fuerte y coordinador del centro y las periferias. Un Estado con políticos que duden, deliberen y decidan. Sin seguridades apriorísticas. Un Estado con leyes justas e impuestos proporcionales y progresivos. Un Estado con límites. Un Estado con un Parlamento que sea auténtico controlador del poder ejecutivo y no un mero apéndice que no aporta valor añadido. Un Estado con unos partidos políticos con democracia interna y con sentido de su papel cohesionador y transformador de la sociedad a la que se deben. Y, sobre todo, un Estado, cuya soberanía resida en el pueblo, verdadero detentador del poder. Para este rearme moral son necesarias unas reglas de juego objetivas y claras, en las que la sociedad aparezca como objetivo principal y los partidos e instituciones como herramienta necesaria. Aquellos que la sociedad elija para un cargo público deberán siempre mantener esa capacidad y obligación de rendir cuentas al pueblo soberano (Ley de Transparencia y Ley de Partidos, ya). Los que reciban recursos públicos, que de alguna manera somos todos, debemos usarlos con sentido de Estado. Renovación y regeneración de políticos, dando paso a los jóvenes en las responsabilidades públicas. Y la sociedad debe volver a retomar ese espíritu reivindicador y controlador que tuvo y hacer evaluación continua de sus representantes. A los que aprobará o suspenderá con firmeza en función de su trabajo y resultados. Hagamos frente a la situación, no tanto desde la heroicidad y el sacrificio, sino desde la inteligencia y la responsabilidad colectivas. Profesor de filosofía

sábado, 25 de mayo de 2013

El 15-M y los partidos políticos Es evidente que significó un revulsivo capaz de movilizar políticamente a la juventud, hasta entonces desafecta



15-M ha sido intermitente durante estos dos años, pero ello se debe a que el movimiento se ha desplegado en diversas acepciones y reivindicaciones: DRY, PAH, preferentistas, mareas de distintos colores, especialmente las mareas blanca y verde en defensa de la sanidad y educación públicas, las plataformas sociales contra la crisis, la lucha contra la corrupción y los recortes, etc. Pero, sin duda ninguna, el origen y el tronco común de todas esas reivindicaciones es el mismo. Es evidente que el 15-M significó un revulsivo capaz de movilizar políticamente a la juventud, hasta entonces desafectos. Es el desplazamiento de las reivindicaciones políticas a la calle desde los escenarios tradicionales de los partidos y el Parlamento. Es un grito contra le democracia secuestrada y elitista. Es una apuesta por la participación política real. Y en cuanto a consecuencias o logros, ha habido más de lo que a simple vista parece. En estos momentos, la agenda política española está marcada por Europa y la crisis por un lado, y por el 15-M y sus epifenómenos, por el otro. Además, han dejado sin espacio público cualquier tentación fascista, que sí han surgido en otros países de nuestro entorno. Aunque también es cierto que esa deriva está bien cubierta por la parte más derechista del PP. El 15-M no obedece al esquema izquierda-derecha, sino que es el cuestionamiento de la propia democracia, de su calidad democrática. Por eso no es un partido ni debe caer en la provocación de la derecha de convertirse en un partido. Su balance es más espiritual que material. Su diagnóstico es básicamente correcto. Quizás el grito más radical y representativo del 15-M sea el de "no nos representan". Ello da lugar a interpretaciones interesadas por parte del sistema consolidado, tildándolos de antisistema y nihilistas. Lo que no es cierto. La derecha española teme al 15-M (de ahí su nerviosismo y agresividad) y la izquierda también le teme como competidor de un espacio que creía monopolísticamente suyo. El temor de la derecha es lógico, pues el 15-M constituye su frente político más radical. Sin embargo, el temor de la izquierda no parece tan lógico pues ambos están en la misma dirección teórica aunque con estrategias y prácticas distintas. Mientras el 15-M permite visualizar la crítica política de una manera nueva, los partidos de izquierda dudan sobre dónde situarse y lo ven como un intruso competidor. Conviene recordar que cuando muchos de los dirigentes políticos actuales eran jóvenes, la calle era su escenario favorito y el lugar donde se fraguó el dinamismo imparable de la transición política española que dio origen a la estructura institucional actual. Han pasado más de treinta años y el anquilosamiento de tal estructura es evidente. El 15-M no es ni más ni menos que la renovación de esa energía de los años setenta. Para poder observar el panorama completo, hay que distanciarse de lo sensorial inmediato y elevarse a los conceptos. Por esquematizarlo de alguna manera, el 15-M es la razón y los partidos políticos son la organización y la estructura. Al primero no se le puede discutir su razón en mucho de lo que dice y reivindica. Se pueden matizar algunos aspectos y formalidades, pero su diagnóstico es básicamente correcto: su lucha contra la corrupción, su denuncia de la deficiente representatividad institucional y política, en definitiva, su llamada a la regeneración democrática. Lo que tienen que hacer los partidos de izquierda, especialmente PSOE e IU, es recoger, humilde y agradecidamente, las propuestas, y sobre todo el espíritu, del 15-M y traducirlo políticamente, sin trampas ni enmascaramientos. Lo que implicaría un cambio radical en el funcionamiento interno de los partidos y un replanteamiento de su función pública. Este sería el gran éxito del 15-M: haber servido para la dinamización y puesta al día de los anquilosados partidos políticos de izquierda. Podrían empezar los propios partidos por retirar oropeles trasnochados, coches superfluos, dietas inmorales, escoltas innecesarios, y convertirse en ciudadanos que ostentan el impagable honor de trabajar por la sociedad. Nada más y nada menos. Este "aprovechamiento" del espíritu del 15-M por parte de los partidos es la única manera de aprovechar tanta energía y generosidad de los movimientos sociales. De lo contrario, todo se diluirá y quedará en una bonita historia. Pero ni los partidos se habrán renovado ni los movimientos sociales habrán perdurado. Profesor de filosofía

sábado, 11 de mayo de 2013

Un cambio de perspectiva para la crisis La palabra crisis se ha convertido en una entelequia que justifica todo y su contrario, con discursos vacíos


Hay una máxima conocida y repetida en varias disciplinas del saber: cuando un problema no tiene solución tras múltiples intentos, solo queda una opción, cambiar la perspectiva desde la que se analiza el problema. Solo así hay posibilidades de resolverlo. Aplíquese a la situación actual. La multicrisis que nos envuelve no tiene solución con los remedios convencionales aplicados hasta ahora. Ni económicos, ni políticos, ni legales. Hoy hace justamente tres años del bandazo que Zapatero dio tras la amenaza que Bruselas le dictó. El doce de mayo de 2010 comunicó en el Congreso de los Diputados la nueva práctica político-económica que España iba a inaugurar. La cara de los propios diputados socialistas, incluso de sus ministros, era la propia de quien no sabía nada de lo que estaba hablando el presidente. Lo cuenta bien Ekaizer en su librito Indecentes. Comenzaba la época de austeridad en la que estamos instalados. Los retrocesos que desde entonces hemos sufrido no son los coyunturales típicos de una crisis cíclica, sino que, al ser sistémica, afectan a aspectos clave de nuestra vida: el empleo, la vivienda, el poder adquisitivo, la protección social y la propia democracia. Y hay un temor mayor: que el retroceso sea irreversible. Zapatero instauró una práctica de gobierno sin contar con la voluntad ciudadana. La nueva política no era ni la de su ideología ni la de su programa ni la voluntad de la sociedad española. Como consecuencia del bandazo, el PSOE perdió estrepitosamente las elecciones de 2011 y apareció un programa salvador, el del PP, que manifestaba que con su sola presencia en el gobierno daría la suficiente confianza a los mercados y a Europa como para remontar la situación. Resultado final: el PP ganó con mayoría absoluta y vamos cada día peor, mucho peor. Y lo que es más significativo: la nueva realidad ha transformado la percepción de los españoles. Ahora, la resignación y la depresión intelectual son moneda corriente en nuestra pasiva cotidianeidad. No hay esperanza. Llevamos ya tres años de crisis formal y aceptada, y varios más de crisis larvada no aceptada. La palabra crisis se ha convertido en una entelequia que justifica todo y su contrario, que configura discursos vacíos que no aguantan ni dos días. Es como una palabra totem que nos recuerda nuestra mala conducta y la justicia de los castigos que los dioses nos han infligido. Solo nos queda aguantar resignados hasta que la voluntad divina se apiade de nosotros y volvamos a ser gratos a sus ojos. Sabíamos que la organización social era algo complejo y complicado, pero volver al fatum religioso es ya demasiado. Recomendaría releer a Freud en Totem y tabú y observaríamos cómo los totem y los tabúes son inventados por los poderes fácticos del momento, con un relato metafísico envolvente. Sin embargo, hay un parámetro muy potente que debe primar en la solución de lo que (nos) sucede. Me refiero a la mente humana. No hay situación por negativa que sea que no tenga solución desde la creatividad humana. Pero para que la mente humana construya soluciones válidas universalmente hace falta que instancias ejecutivas de ámbito mundial tomen las decisiones pertinentes y obligatorias para todos los países. En los últimos tiempos, al menos desde la Ilustración de Kant hasta la prodigiosa década de 1960 (Marcuse: El final de la utopía, Eros y civilización), las grandes narrativas habían sustentado el edificio de la modernidad y sus ideologías emancipadoras. Actualmente, desde 1989, la desactivación del talante crítico, el relevo de la ética del ser por la del tener, el consumismo de la trivialidad o la sustitución de fuertes ideologías por islotes ideológicos (feministas, ecologistas, identitarios), han creado el mejor caldo de cultivo para que el mayor monopolio capitalista que ha existido campe por sus fueros. Tenemos que ser capaces de elaborar, desde una nueva perspectiva, una potente narrativa capaz de dar un sentido humano y solidario a una globalización económica que se nos escapa y fagocita cualquier resistencia sectorial. Tras el fracaso de la evanescente posmodernidad y su pensamiento débil y fragmentario, y la obsolescencia de muchas recetas caducadas, hay que construir un nuevo sistema de pensamiento que, partiendo de elementos salvables pretéritos, que los hay, marque la buena dirección en el caos organizado desde las potentes plataformas fácticas. La elaboración de un nuevo contrato social intergeneracional, con una manera más sostenible de vivir, de producir y de consumir, podría ser un marco idóneo de referencia para esta nueva síntesis de futuro. Profesor de Filosofía

sábado, 27 de abril de 2013

Defensa de la política ¿Pueden ser los mismos que controlan los instrumentos de decisión los que generen el cambio de modelo?


Si algo ha demostrado la crisis es la supeditación de lo político a lo económico, cuando lo correcto es lo contrario, puesto que a los elementos políticos los elegimos libremente y no así a los económicos. Si a ello añadimos que la economía actualmente es global y lo político sigue siendo local, la contradicción y los perjuicios son aún más graves, pues una parte importantísima (la economía) cae fuera de nuestro control y la otra (la política) se convierte en irrelevante. Si esta inversión de roles sigue funcionando durante mucho tiempo, la democracia está en peligro y las fantasmales fuerzas del mercado se apoderan de todos los resortes que inciden en la cantidad y calidad de vida de las sociedades desarrolladas, a las que intentan asemejar a las sociedades de los países emergentes, de menor desarrollo social. Todo ello, bien narrado en la línea de que "es algo inevitable", a lo largo de una década (2007-2017), configurará una sociedad más pobre, más injusta, menos desarrollada y menos democrática. Pero más rentable para esos nuevos explotadores sin rostro que llamamos mercados. Todo esto sucederá a no ser que seamos capaces de invertir el pervertido orden de poderes, y sea la representación política la que controle y disponga sobre los mercados. Para ello, la política, sin dejar de ser local o nacional, debe crecer en la dimensión global. Y en esta misma línea, los representantes políticos deben interiorizar y convencerse de que ostentan la representación de ciudadanos personas y no de esas entelequias denominadas fuerzas de mercado. Actualmente, hay pocos elementos tan criticados e insultados como los políticos. Y más en España, con todos nuestros antecedentes históricos y literarios, tan cerrados y tan intolerantes: desde nuestros fundamentos cristianos, mejor católicos, cuyos elementos más dogmáticos inventaron nuestra santa inquisición, pasando por nuestra magnífica literatura picaresca, símbolo de la España profunda, nuestra mala fortuna histórica (España ha sido un país sin feudalismo, sin burguesía y sin Ilustración), nuestra guerra (in)civil y nuestros cuarenta años de cruel dictadura. Llevamos poco más de treinta años en democracia, con algún susto intermedio. Es lógico que tras delegar en los partidos políticos el regreso a la democracia, haya habido por parte de ellos una excesiva autocomplacencia y desconexión con el cuerpo electoral, y las estructuras representativas de la sociedad (sus ocupantes), se hayan apoderado del espacio en lugar de representarlo. Los partidos políticos han olvidado que la sociedad es la depositaria de la soberanía popular y los políticos son unos liberados que, mediante un sueldo digno, representan a la sociedad y se deben a la resolución de los problemas de supervivencia, convivencia y organización de la propia sociedad. No nos debe extrañar, pues, la desafección política ciudadana hacia unos representantes que "no pueden cambiar el orden de las acontecimientos". Los movimientos extrapolíticos (15-M, 5-S, mareas de todos los colores, etc.) no vienen de la nada sino que son manifestaciones lógicas de una sociedad frustrada y desencantada de sus representantes políticos. Si esta escisión aumentara y se consolidara habría desaparecido la política, el más hermoso y digno de los saberes humanos. Y si nos instalamos en este nihilismo político, estamos abocados a una situación de suma gravedad, porque no existe alternativa al sistema de representación política. La alternativa, como siempre ha sucedido en los avances históricos, consiste en síntesis audaces e inteligentes entre la frescura de los movimientos sociales y la estructura de las organizaciones políticas. Por lo tanto, la alternativa sigue siendo política, pero una nueva política donde la conexión de la representación política con la sociedad se refuerce en grado sumo, de manera que la soberanía popular nunca pierda la consciencia de que es ella el origen del poder, y siempre la detentadora de ese poder. El partido político cuyo armazón programático fuese este y estuviese encarnado en personas con credibilidad para ejercerlo, se convertiría en el eje articulador del sistema. Independientemente de que gane las próximas elecciones o no. Porque la gravedad es tal que no se trata de ganar elecciones, sino de dar credibilidad a un sistema de representación política y de regenerar las instituciones en España. Pero ¿serán los partidos políticos capaces de transformarse para evitar su propia desaparición? ¿Pueden ser los mismos que controlan los instrumentos de decisión los que generen el cambio de modelo? El modelo se agota, pero sin crisis final no puede aparecer el nuevo modelo. Porque esta no es una crisis cíclica sino sistémica. Hagamos de la necesidad virtud en esta crisis inacabable. Profesor de Filosofía