sábado, 11 de mayo de 2013

Un cambio de perspectiva para la crisis La palabra crisis se ha convertido en una entelequia que justifica todo y su contrario, con discursos vacíos


Hay una máxima conocida y repetida en varias disciplinas del saber: cuando un problema no tiene solución tras múltiples intentos, solo queda una opción, cambiar la perspectiva desde la que se analiza el problema. Solo así hay posibilidades de resolverlo. Aplíquese a la situación actual. La multicrisis que nos envuelve no tiene solución con los remedios convencionales aplicados hasta ahora. Ni económicos, ni políticos, ni legales. Hoy hace justamente tres años del bandazo que Zapatero dio tras la amenaza que Bruselas le dictó. El doce de mayo de 2010 comunicó en el Congreso de los Diputados la nueva práctica político-económica que España iba a inaugurar. La cara de los propios diputados socialistas, incluso de sus ministros, era la propia de quien no sabía nada de lo que estaba hablando el presidente. Lo cuenta bien Ekaizer en su librito Indecentes. Comenzaba la época de austeridad en la que estamos instalados. Los retrocesos que desde entonces hemos sufrido no son los coyunturales típicos de una crisis cíclica, sino que, al ser sistémica, afectan a aspectos clave de nuestra vida: el empleo, la vivienda, el poder adquisitivo, la protección social y la propia democracia. Y hay un temor mayor: que el retroceso sea irreversible. Zapatero instauró una práctica de gobierno sin contar con la voluntad ciudadana. La nueva política no era ni la de su ideología ni la de su programa ni la voluntad de la sociedad española. Como consecuencia del bandazo, el PSOE perdió estrepitosamente las elecciones de 2011 y apareció un programa salvador, el del PP, que manifestaba que con su sola presencia en el gobierno daría la suficiente confianza a los mercados y a Europa como para remontar la situación. Resultado final: el PP ganó con mayoría absoluta y vamos cada día peor, mucho peor. Y lo que es más significativo: la nueva realidad ha transformado la percepción de los españoles. Ahora, la resignación y la depresión intelectual son moneda corriente en nuestra pasiva cotidianeidad. No hay esperanza. Llevamos ya tres años de crisis formal y aceptada, y varios más de crisis larvada no aceptada. La palabra crisis se ha convertido en una entelequia que justifica todo y su contrario, que configura discursos vacíos que no aguantan ni dos días. Es como una palabra totem que nos recuerda nuestra mala conducta y la justicia de los castigos que los dioses nos han infligido. Solo nos queda aguantar resignados hasta que la voluntad divina se apiade de nosotros y volvamos a ser gratos a sus ojos. Sabíamos que la organización social era algo complejo y complicado, pero volver al fatum religioso es ya demasiado. Recomendaría releer a Freud en Totem y tabú y observaríamos cómo los totem y los tabúes son inventados por los poderes fácticos del momento, con un relato metafísico envolvente. Sin embargo, hay un parámetro muy potente que debe primar en la solución de lo que (nos) sucede. Me refiero a la mente humana. No hay situación por negativa que sea que no tenga solución desde la creatividad humana. Pero para que la mente humana construya soluciones válidas universalmente hace falta que instancias ejecutivas de ámbito mundial tomen las decisiones pertinentes y obligatorias para todos los países. En los últimos tiempos, al menos desde la Ilustración de Kant hasta la prodigiosa década de 1960 (Marcuse: El final de la utopía, Eros y civilización), las grandes narrativas habían sustentado el edificio de la modernidad y sus ideologías emancipadoras. Actualmente, desde 1989, la desactivación del talante crítico, el relevo de la ética del ser por la del tener, el consumismo de la trivialidad o la sustitución de fuertes ideologías por islotes ideológicos (feministas, ecologistas, identitarios), han creado el mejor caldo de cultivo para que el mayor monopolio capitalista que ha existido campe por sus fueros. Tenemos que ser capaces de elaborar, desde una nueva perspectiva, una potente narrativa capaz de dar un sentido humano y solidario a una globalización económica que se nos escapa y fagocita cualquier resistencia sectorial. Tras el fracaso de la evanescente posmodernidad y su pensamiento débil y fragmentario, y la obsolescencia de muchas recetas caducadas, hay que construir un nuevo sistema de pensamiento que, partiendo de elementos salvables pretéritos, que los hay, marque la buena dirección en el caos organizado desde las potentes plataformas fácticas. La elaboración de un nuevo contrato social intergeneracional, con una manera más sostenible de vivir, de producir y de consumir, podría ser un marco idóneo de referencia para esta nueva síntesis de futuro. Profesor de Filosofía

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