sábado, 25 de enero de 2020

ENCERRADOS EN EL PRESENTE



La ventana indiscreta

ENCERRADOS EN EL PRESENTE

Este último domingo (19-01-2020), Fernando Vallespín escribía un artículo en “El País” (Hay que combatir el miedo al futuro) que me pareció una reflexión muy acertada sobre la crisis de credibilidad (y de miedo) que nos asalta hoy en medio del barullo socio-político que nos rodea. Me refiero, especialmente, a la investidura de Sánchez tras el pacto con UP y con la abstención activa de ERC y Bildu.

Ante la multitud de interrogantes posibles, casi todos basados en el temor hacia el futuro, uno se cabrea consigo mismo, se agarra al optimismo de la voluntad y decide que la vida sigue, que el futuro no está escrito y que ya veremos qué sucede. Los profetas y los alarmistas siempre han tenido un gran poder de atracción, a la vez que también mala prensa y, además, cierto tufillo de superioridad, pues solo ellos son capaces de prever lo que va a pasar.

En el otro lado puede uno jugar educadamente y fingir que las palabras y discursos de unos y otros son lógicos y hasta verdaderos: los que tienen el poder (que entre todos les hemos dado) tienen la obligación (¿y la convicción?) de asegurar que un mejor futuro nos aguarda con ellos al frente. Los que están en la oposición nos hablan del engaño urdido por los vencedores y nos quieren iluminar con su verdad objetiva.

Y en medio nosotros, y yo, con este artículo a mitad y sin tener muy claro por dónde seguir. Juro por los dioses que, en este momento, no tengo ni idea cómo acabará. Hay un cierto placer nietzscheano ante este abismo hacia lo incierto, en el que no nos queda más remedio que inventar nuestro futuro. Quizás hemos llegado a ser ese niño inocente capaz de todo, incluso de inventar la vida.

Con la Ilustración aprendimos a pensar que el hombre, basado en la razón y la ciencia, podía soñar con un futuro mejor. Incluso pensábamos en un progreso infinito. Y nos ha ido bien desde el siglo XVII. Los avances de la humanidad han sido espectaculares. Entre otras cosas, hemos inventado y perfeccionado la democracia representativa. Algo así como una cosa humilde y razonable que imposibilitara todas las utopías totalitarias que han existido. Hemos relativizado el bien y el mal. Sabemos que el ser humano es muy poderoso, capaz de crear el cielo y el infierno. No hay más que recordar el trágico y recién acabado siglo XX. Los avances científicos, económicos y políticos son superiores a nuestros sueños, pero las guerras, el holocausto, las dictaduras, las hambrunas, todo tipo de exilios… son el contrapunto maldito del gran poder humano.

Parece como si todas las utopías habidas hasta ahora se hubiesen pinchado y solo se vislumbrasen distopías climáticas y tercermundistas. Ya no estamos tan seguros del eterno progreso. Hasta la democracia, nuestro gran descubrimiento ilustrado, parece languidecer. Vuelven a aparecer las grandes potencias que nunca se fueron. La globalización no se deja domesticar y, aunque el crecimiento económico sigue imparable, la desigualdad entre iguales desdibuja monstruosamente el paisaje. 

Si las utopías parecen sueños fuera de nuestro alcance, las distopías producen agotamiento existencial. A mí, personalmente, lo que más me desmoraliza es la falta de capacidad intelectual para evitar caer rendidos ante esta inmediatez sin horizontes. Si hemos sobrevivido a dos guerras mundiales (los españoles sumamos nuestra guerra particular), si hemos superado los totalitarismos fascistas y bolcheviques, estamos capacitados para superar también esta opacidad consumista y mediática que nos envuelve.

Necesitamos resetearnos, paralizar el ritmo frenético y hueco de nuestras vidas, buscar el silencio de la cotidianeidad, huir de los grandes eventos que nos ensordecen, leer, escuchar, estudiar, pensar. Quizás sea éste un momento social por excelencia, en el que la sociedad reflexione sobre sí misma. Vivimos en un entorno privilegiado (Europa, España), y con unos mecanismos suficientes de convivencia y de solucionar los desacuerdos (la política). Solo nos falta dialogar, pero de verdad. No monólogos meramente formales, sin dirección y sin contexto. Eso es teatro. Si por algo salió adelante la Transición española fue porque los agentes del momento dialogaron en torno a un bien superior y común a todos ellos. Aunque, como diría Cercas, algunos tuvieran que traicionar a los suyos: Suarez a la Falange, Carrillo a los comunistas y Mellado a los militares.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 11 de enero de 2020

GOBIERNO HABEMUS



La ventana indiscreta

¡Por fin, Gobierno habemus! Lo nuestro nos ha costado. No ha sido fácil, ni lo va  a ser. El espectáculo parlamentario dado por la derecha ultramontana ha sido deplorable. Ahora que nos había acostumbrado Rajoy a una templanza más propia de un país moderno y democrático, regresa el espíritu del Aznar más cavernícola. Aquél de la guerra de Irak, el que hablaba con acento mejicano y ponía los pies encima de la mesa. Los asesores de Casado se están luciendo. Si Rivera ha fenecido por intentar sorpasar al PP, Casado puede fenecer por intentar competir con Vox. Yo siempre he pensado que el salto cualitativo de la política en España se dará cuando los políticos hagan aquello que piensan que deben hacer, independientemente de sus réditos electorales. Ese día, con aciertos y errores, la política, ese gran invento humano para organizar la convivencia social, habrá vuelto. Y se cumplirá aquel principio aristotélico de que no hay política sin ética ni ética sin política.

Vamos a intentar olvidarnos del espectáculo parlamentario, aunque no deja de ser el síntoma del mal de fondo, que no es otro que la ausencia de política. La mayoría de las intervenciones de nuestros diputados habitaban en la dialéctica amigo-enemigo. Fundamentalmente, perseguían la defensa de los intereses individuales  y los de partido. La agresividad era la melodía que todo lo envolvía. Incluso los aliados no se fiaban entre ellos, pero… “no había otra alternativa”. Pero la razón no era el bien de España, sino el suyo propio. No se oyó discutir sobre las distintas visiones del mundo o de España, que no otra cosa debería ser la política parlamentaria.

Los acontecimientos transcurridos y los contradictorios discursos pronunciados desde las elecciones del 28 de abril hasta hoy, dan para varios libretos de un sainete burlesco popular. Pero, tranquilos, no me voy a refocilar en el recordatorio. Solo quiero dejar constancia de que la lógica y la racionalidad que deben imperar en la política, se han diluido en la concreción del regate corto y de hacer valer ese dicho “ya se sabe, la política es así”. 

Si tras el 28-A todos los acuerdos eran imposibles, y hubo que ir a las elecciones del 10-N, ¿por qué ahora, con una mayor fragmentación parlamentaria, han sido posibles? No quiero hurgar en ninguna herida, sino pensar en voz alta para intentar entender lo que se me escapa. ¿Habrá sido por miedo? Los 3,5 millones de votos de Vox y sus correspondientes 52 escaños en el Congreso de los Diputados, más la casi desaparición de Cs (de 57 a 10 diputados), nos están hablando del verdadero protagonista de España y de toda sociedad democrática: los ciudadanos. Son ellos los que deciden, con su mucha o escasa información. Sin embargo, los políticos con sus secretos y sus mentiras juegan con ellos. A mí siempre me ha impresionado la seriedad y la responsabilidad con que van a votar los españoles. Y lo bien que suelen votar. Cada resultado electoral constituye una lección magistral sobre la actualidad política del momento. Pero, luego, los políticos no son capaces de traducir en acción política interesante esos votos ciudadanos.

En artículos anteriores me he preguntado por qué PSOE y Cs no pactaron tras el 28-A (123 + 57 = 180). ¿Nos enteraremos alguna vez de la razón verdadera? ¿Porque el  objetivo de CS era sorpasar al PP? ¿Por qué se trataba de una pelea de gallos? Por favor, un poco de rigor. Y tras ese fiasco ¿por qué el PSOE no pactó con UP y, ahora, que suman menos, sí pactan? Y ¿cómo se puede estar dependiendo de ERC, si según declaran públicamente, la gobernabilidad de España les importa un comino? ¿Cómo se puede pactar con un sedicioso político, condenado en sentencia firme? Me resisto a pensar que no había alternativa. ¿Se ha intentado en serio por unos y por otros? 

Tras mi fracaso personal para explicarme  tanta sinrazón, no me queda otra que dar por bueno el resultado final: la investidura de Sánchez y el gobierno de coalición con UP, con el apoyo abstencionista de ERC y de Bildu (ah! y los unitarios de ¡viva mi pueblo!, que han resultado imprescindibles). Como la investidura no es lo mismo que la gobernabilidad, habrá que esperar para ver si estos mimbres son capaces de soportar los nuevos tiempos que se avecinan. Ojalá que sí, y la capacidad de aprendizaje de nuestros políticos y de nuestros partidos nos deparen grandes sorpresas positivas. Al menos, que les dé para distinguir entre economía política y política económica. Y que sepan aplicar en sus decisiones el análisis coste-beneficio. Esperemos que si ERC gobierna en Cataluña, madure. Que UP aterrice en la realidad. Y que el PSOE encuentre una perspectiva más allá de la inmediatez.

Mariano Berges, profesor de filosofía