SÁNCHEZ ES LA CUESTIÓN
El 19-J, fecha de las últimas elecciones andaluzas, sí que puede ser la
auténtica prueba de fuego para el PSOE. No se trata de una elección más, sino
que estamos hablando de Andalucía, el mayor granero de votos socialistas, la
comunidad autónoma donde el PSOE ha gobernado durante casi cuarenta años. Pero
es que tampoco se trata de una derrota fortuita o casual, sino que llega detrás
de otras derrotas sucesivas: Galicia y País Vasco en 2020, Cataluña (el
PSOE ganó pero no gobernó) y Madrid en 2021, Castilla-León en 2022.
Las próximas elecciones son ya las de mayo de 2023, el paquete mayoritario de
las CCAA más las municipales. Las siguientes serán ya las generales. No sé por qué,
pero el presente me recuerda mucho la atmósfera tan cargada antisocialista que
había en las elecciones de 2011, también autonómicas y municipales, tras el
batacazo de Rodríguez Zapatero y su mutismo sobre la crisis económica de 2008,
con el ridículo “Plan E” de 8000 millones de euros, que recuerda mucho también al
Plan anticrisis de los 9000 millones de euros de hoy, por la gran cantidad de
dinero que supone, su poca eficacia fiscal y la poca credibilidad que aporta.
A poco que establezcamos la relación causa-efecto, veremos que el factor
“Pedro Sánchez” tiene una clara influencia en los resultados. Desde el
principio de su mandato como Presidente del Gobierno, Sánchez ha gozado de poca
credibilidad. Su gobierno Frankestein no ha sido querido por la sociedad
española desde el principio. Y siempre que ha tenido ocasión de demostrarlo lo
ha hecho. Eso de gobernar con grupos y grupúsculos que no creen en el Estado
español (independentistas y el Podemos de Iglesias) no es fácil de digerir, a
pesar de la coartada de que el PP, de Casado antes y de Feijóo ahora, no quiere
saber nada de pactos en los grandes asuntos de Estado. El no entendimiento de
PP y PSOE es responsabilidad de los dos. Ni uno ni otro han hecho lo suficiente
para conseguirlo. Y la sociedad, cuando habla, dicta sentencia inapelable,
otorgando siempre mayor responsabilidad a quien tiene más obligaciones, que es
el que manda.
Sánchez ha hecho cosas, es innegable, pero ha carecido siempre de un
proyecto de Estado y de un concepto de sociedad, a pesar de su cháchara
populista y activista. Y ha resistido muchos embates. No olvidemos su auténtica
tesis doctoral, que no es la académica sino su autobiografía “Manual de
resistencia”. Siempre ha creído que su sentido épico y su puesta en escena
actoral son más que suficientes para aguantar en el cargo. Y puede que así sea,
para aguantar sí, pero para renovar, no.
Pero el problema no es solo que Sánchez pierda sino lo que deja atrás, un
partido sin ideología y sin proyecto. El PSOE actual es un partido con pocos líderes
y muchos acólitos, que andan renqueantes en su vegetatividad superviviente. No
es que no haya ideología (conjunto de ideas que
caracterizan a una persona o colectividad,), es que no hay ideas. Solo hay
ocurrencias, aplaudidas intramuros y jaleadas por los profesionales del momento
y el lugar. Menos mal que los optimistas suelen decir que el futuro no está
escrito, porque como el futuro socialista fuese una consecuencia mecánica del
presente, el tiempo de regeneración va a ser largo, muy largo. En 2023 van a
verse muchas jubilaciones políticas. Pero, bueno, es ley de vida.
Pero el gran problema es, como titulaba Sánchez Cuenca su artículo del
martes 28 en “El País”, es que “El Gobierno no tiene quien le quiera”. Las
razones de ello no son fáciles de explicar pero el hecho es ése. Es justo lo
contrario que Feijóo, que no ha hecho ni dicho nada importante, pero está en ascenso
¿imparable?
Porque la gestión del Gobierno de coalición presenta una hoja de servicios
bastante importante en una época nada fácil (pandemia más guerra). El problema
es la forma. Un ejemplo nos sirve: el cambio en la postura de Sánchez sobre el
Sahara. No es el hecho en sí sino el cómo, lo que hace inaceptable dicho
cambio. Si el Presidente del Gobierno hubiera explicado que era necesario un
cambio de perspectiva sobre una situación enquistada desde hace mucho tiempo y
dicha explicación la hubiese acompañado con unos buenos compañeros de viaje, el
hecho hubiese sido discutible pero respetable. Hacerlo en solitario y sin
explicación ninguna no es de recibo en una sociedad como la española, que se
siente en deuda con los saharauis.
Si analizamos la conducta de Podemos es mucho más fácil explicar su
estancamiento, pues su querer y no poder supone impotencia, y la impotencia no
está en el poder. Lo de Yolanda Díaz es una entelequia.
De todas las causas posibles sobre el cuestionamiento de Sánchez, la más
importante pienso que es la cuestión territorial y sus afectos políticos hacia
los independentistas. Las incoherencias de Sánchez sobre su concepción del
Estado, sus arranques y sus paradas, su aislamiento y sus soluciones de última
hora, convierten la política en un sinvivir. Si a esto unimos la inflación
galopante y su consecuente e imparable alza de precios, se configura un
escenario en que la ciudadanía escatima su afecto por quien no le garantiza
estabilidad, ni económica ni emocional.
Mariano Berges, profesor de filosofía