¡Vaya mes! Ante tantos,
variados y graves acontecimientos, uno no sabe a cuál atender. Tampoco es
cuestión de jerarquizarlos por su gravedad, proximidad o conocimiento. Son
tantos y tan graves que uno se anonada y opta por el silencio. Un silencio,
aparte de lógico por el desconocimiento propio de los factores y causas de su
desarrollo, que no interfiera en la liturgia del sufrimiento y no nos distraiga
de lo que realmente hay que hacer, que no es otra cosa que acabar con ellos.
La guerra de Ucrania es
impensable en la Europa del siglo XXI. Y si lo impensable ocurre, es que
alguien lo ha pensado y lo ha llevado a cabo. No voy a ser tan impúdico y
temerario como para opinar de geoestrategia mundial. Ya sabemos que España es
un país de genios y que de la nada ha surgido una pléyade de epidemiólogos como
ahora surge de “putinólogos”. Bastante tiene uno con intentar entender algunos
artículos de expertos y guardar silencio ante el sufrimiento, muerte y
migraciones de los ciudadanos de un país libre y soberano llamado Ucrania. Para
no pecar de impúdico, solo me queda pedir el final de esta agresión por parte
de la comunidad internacional. Si es por la vía diplomática, mejor, pero si es
necesaria la guerra profesional contra el agresor… hágase, y cuanto más rápidamente,
mejor. Una vez más, los pacifistas de pacotilla saben más que nadie y nos dan
lecciones de moral a los demás. ¿O no aprendimos en Yugoeslavia? Hay un sector
de la izquierda española que todavía no ha entendido que estar en la OTAN es la
única manera de que España esté alineada con la UE en materia de defensa. Y
esos titubeos de hoy no envío armas y mañana sí.
La guerra del PP es,
aunque grave políticamente, más leve en sufrimiento y consecuencias. Sin
embargo, políticamente es muy grave que uno de los dos grandes partidos
estatales españoles se descomponga porque dos niñatos (Ayuso y Casado) se
pongan a reñir sobre quién la tiene más larga. Al menos, alguien ha abierto una
solución sensata y con perspectiva de futuro. Feijóo es la solución propuesta y
parece que, visto lo visto, es la menos mala. Veremos. Los dos dirigentes
peperos han dado una muestra de inmadurez que aterra ver la clase política que
tenemos. Porque de eso ha ido la cosa, de una riña en el patio del colegio que
a punto ha estado de hundir el colegio. Pobre PP, no sale de una y se mete en
otra.
Casado, que surgió de
la nada y a todos se les coló, ha demostrado ser políticamente un desastre.
Para empezar, no ha sabido definir su espacio político. Vox lo ha asfixiado y
no lo ha dejado respirar desde el primer momento. Y el PSOE lo ha encogido de
tal manera que solo ha sabido insultar a su líder, sin ningún contenido
político ni de Estado ni nada que se le parezca. Una de las primeras frases de
Feijóo retrata bien la impericia de Casado, “no vengo a insultar a Sánchez sino
a ganarlo”. Al menos, la cuestión principal está centrada. Pienso que no merece
la pena seguir hablando de quien ha sido una mera anécdota en el PP.
La niñata Ayuso se ha
quedado sin juguete si no insulta a Sánchez, pues la gestión ya sabemos que no
va con ella. Su intervención en el último acto del PP, pidiendo la hoguera para
los demás, siendo ella la investigada por la fiscalía, es un auténtico sainete madrileño.
Pero, claro, no nos vamos a reír. El nuevo líder del PP va a tener un grave
problema con ella. Y con su asesor áulico (MAR). Vamos a respetar el mes de
marzo que le queda al PP antes de su congreso extraordinario y manifiesto mis
mejores deseos de que acierte en la solución, para su propio bien y el de
España, que necesita partidos fuertes, rigurosos y democráticos.
¿Será ésta la ocasión
en que la radicalización y el deterioro del debate público español incluya
también reflexión y negociación, y no solo insultos y/o mercantilismo? Desde el
fallido pacto entre PSOE y Cs, que llegaban a los 180 escaños parlamentarios, España
ha ido de mal en peor. PSOE y PP han sido incapaces de negociar la más mínima
propuesta o ley en el Parlamento. El bipartidismo imperfecto no ha podido ser
ocupado por los nuevos partidos, Podemos y Cs, y tampoco aún por Vox. Cierto
que las denominaciones partidistas son todas provisionales y la ciudadanía
sigue situada oscilando entre el centro izquierda y el centro derecha. El poder
lo
da el centro. Las oscilaciones forman parte del paisaje político y se nutren de
los premios y castigos que el cuerpo electoral otorga a su hacer en el
gobierno.
Ojalá que ambas guerras,
una internacional y otra nacional, entren en fase de solución a la mayor
brevedad. Desde mi humilde atalaya de voyeur brindo porque así sea.
Mariano
Berges, profesor de filosofía