Reconozco que soy más lector del periodismo de opinión que del meramente informativo. Y, además, de medios distintos y hasta contrarios. Ello hace que lea posiciones muy divergentes, y no solo por causas derivadas del enfoque político o partidista, sino del propio enfoque filosófico.
Por ejemplo, últimamente he visto dos
artículos con dos enfoques distintos y que me han hecho pensar. Uno se refería
al triste papel que personalidades importantes de la Transición, tanto de
derechas como de izquierdas, jugaban en la actualidad, especialmente en la
cuestión territorial y en el revisionismo histórico de los últimos cuarenta
años (“Las élites enfurruñadas de la Transición” de Ignacio Sánchez-Cuenca).
Entre ciertos protagonistas de la Transición ha habido una cierta
derechización, que por cuestiones de edad no sería raro, sino también de una
cierta intolerancia hacia la política y políticos actuales. Por ejemplo, la
cuestión catalana, en la que el maximalismo de unos y la ausencia del Estado
por parte de otros ha exacerbado la discusión hasta hacer imposible el diálogo.
La intolerancia de los viejos políticos hacia los actuales no siempre es justa,
y yo pienso que es más difícil hacer política hoy que ayer. Era más fácil y
satisfactorio el salto de una dictadura a una democracia que batallar
cotidianamente en la situación actual, donde el vértigo de los cambios y la
incertidumbre del futuro hace difícil cualquier proyecto a medio plazo.
El otro enfoque es el
triste papel que los partidos políticos actuales juegan en la actualidad con su
desarraigo de la sociedad y su colonización del Estado y sus instituciones (“La
deslegitimación de los partidos políticos”, de Rafael Jiménez Asensio), a propósito
de la glosa de un libro de Piero Ignazi. El magnífico artículo de
mi amigo Rafael expone el bajo nivel de confianza por parte de la
sociedad en los políticos y en los partidos políticos, especialmente en España.
Desconfianza que se ha trasladado a las instituciones y a la propia democracia.
Suscribe una frase muy dura de Ignazi: “Los partidos han firmado una suerte de
pacto fáustico; han entregado su alma a cambio de una vida más larga”, a través
de un parasitismo institucional de donde extraen recursos ingentes y variados a
repartir entre sus clientelas y adláteres.
He
reflexionado sobre ambos problemas, poniéndome en el lugar de todos ellos e
intentando comprender el porqué de sus planteamientos. La dialéctica
subjetivo-objetivo late en ellos. La perspectiva del pasado es distinta que la
del presente, y siempre es más complejo el presente, aunque solo sea porque no
puedes salir de él. Cualquier análisis que hagamos debe tener en cuenta la
complejidad de la realidad, aunque ello suponga dudas y expresiones no
taxativas. Para ello, me vienen bien algunos criterios que el filósofo Edgar
Morin maneja para su formulación del pensamiento complejo, especialmente en
su obra principal, El Método. Una idea básica de Morin es lo que él
considera el fin del método, que no es otro que ayudar a pensar por uno mismo
para responder a la complejidad de los problemas. No debemos dejarnos someter
por las ideas, pero no podemos resistir a las ideas más que con ideas. Hay que
abandonar las trincheras y salir a campo abierto, que nos dé el aire, que las
ideas bien argumentadas sean la munición en el combate y no los prejuicios. Ser
de izquierdas no es ser totalitario ni ser de derechas es ser fascista. Todo
los totalitarismos y sectarismos acusan el mismo defecto: la pereza intelectual
y la incapacidad argumentativa. Cambiar los insultos por argumentos sería un
buen principio para acabar con la crispación política. La demonización del
adversario, tanto interno como externo, casi siempre favorece al que está en el
poder.
El
papel de los medios de comunicación es fundamental en la depuración y configuración
de la realidad. Diferenciar información y opinión es básico, siendo ambas
necesarias. Sin esta función de intermediación que tienen los medios entre el
poder y la ciudadanía, entre los políticos y la sociedad, es muy difícil avanzar.
Nunca con tantos canales de comunicación ha habido tanta desinformación. ¿Son
las redes sociales canales de comunicación?
Tenemos,
pues, unos partidos políticos endogámicos y colonizadores de las instituciones,
una sociedad polarizada llegando al sectarismo no pocas veces y unos medios
poco propicios al análisis y más propensos al chascarrillo. Aunque unos más que
otros, todos tenemos responsabilidad en esta falta de horizonte. Porque la
tarea es clara aunque difícil: se trata de comprender la realidad para poder
transformarla. Y la primera característica de la realidad es su complejidad, o
lo que es lo mismo, saber ver las distintas dimensiones de ella. Y para ello
tenemos que empezar por modificar nuestra disposición mental como nueva forma
de abordar la realidad. Hay que saber mirar para poder ver.
Mariano Berges, profesor de filosofía