Hoy
es 23 de abril y esto es España. Si observamos la sociedad, a la gente real, en
sus muchos contextos y circunstancias, vemos que no hay excesivo desgarro por
la ausencia de gobierno tras cuatro meses de incapacidad pactista entre
nuestros dirigentes. La gente ha sobrellevado su vida, buena o mala,
exactamente igual que cuando había gobierno. Es como si la inercia de la
estructura Estado funcionase más allá de las características de sus ocupantes.
Ésta es la ventaja fundamental de una sociedad bien configurada
sociopolíticamente, como es la española. Esto es Europa y los españoles tenemos
la inmensa fortuna de ser europeos, esencia de la españolidad contemporánea. Efectivamente,
la globalidad existe. Y tiene muchas ramificaciones y consecuencias,
generalmente buenas y, a veces, malas, por un deficiente equilibrio y armonía
entre las partes. Pero nuestra energía la debemos usar en nuestro entorno: España-Europa.
Es ahí donde debemos seguir transformando y desarrollando nuestras vidas y el
sentido que demos a ellas. Con la seguridad de que mantener el statu quo de nuestro entorno es bueno
para nosotros y para el planeta. Que tenemos que mejorar, cierto. Pero siempre
sin abandonar nuestra propia entidad y nuestro entorno más inmediato. La
solidaridad internacional debe ser fundamentalmente política, y no paternalismo
caritativo de dudosa eficacia.
No
obstante lo dicho, no hay que abusar de la inercia y hay que seguir alimentando
el sistema. Por lo tanto, hay que elegir gobierno. A poder ser sin nuevas
elecciones. Pero si los tacticismos partidarios y personales lo impiden,
celebraremos el 26-J como otra fiesta democrática, hablando los ciudadanos otra
vez a ver si hay mejor sintonía. Porque está claro que los partidos políticos
españoles no estaban preparados para el aumento de la pluralidad política que
emanó del 20-D y sus consecuentes e inexcusables pactos. Todos los partidos, y
digo todos, se han preocupado más de cubrirse las espaldas ante las próximas
elecciones del 26-J que de buscar un pacto en serio. ¿Quién tiene una
responsabilidad más negativa? Como lo que se dice públicamente en política es
solo lo que interesa decir, no sabemos ni las posibilidades reales que ha
habido ni los objetivos reales que cada partido y sus dirigentes han buscado.
La sociedad asiste impasible al espectáculo y se refugia en su realidad
cotidiana que bastante tiene. Y éste es el gran problema del momento actual:
que los partidos abusan de su imprescindibilidad (de momento) en medio de la
atonía popular y así aparece el enorme coste de la no gestión institucional.
Uno se harta de oír las quejas e improperios de unos contra otros sin que nadie
se ponga en serio a hacer funcionar las instituciones. Porque bien está que se
explicite el déficit económico y competencial de la institución que uno dirige,
pero una vez dicho eso, hay que ponerse a trabajar por la mejora constante de
las instituciones, lo que constituye la auténtica revolución política. Hay muchas cosas,
muchísimas, que se pueden hacer a coste cero. Todas las de carácter
ejemplificador y todas las de gestión interna. Posiblemente sean las que la sociedad
más demanda. No es momento de grandes aspavientos ideológicos ni retóricos. En
momentos críticos, y éste lo es, hay que usar las energías en poner orden y
marcar la dirección, a fin de estar preparados para el momento del crecimiento.
La inspiración nos tiene que sorprender trabajando, no lamiendo nuestras
supuestas heridas.
Todo
lo que está sucediendo actualmente es consecuencia del cambio tan rápido y
profundo que está teniendo lugar en nuestra sociedad. Y el cambio tiene siempre
la característica de la incertidumbre sobre un futuro que no está escrito. Los
hechos de hoy son meros condicionantes del futuro que no anulan ni la libertad
ni la creatividad humanas. Para eso nos regaló Zeus la política a los humanos,
para acabar con las guerras y las disputas y ser capaces de organizar una feliz
y justa convivencia, que no otra cosa es la política. Lo de menos es quien
ocupa el poder, sino que lo importante es el control social de ese poder. Y ahí
está nuestro actual Parlamento, el más plural y rejuvenecido de la historia
democrática española. ¿Por qué tanto miedo sobre quién gobierna? Lo importante
es un acuerdo sobre media docena de cuestiones fundamentales y urgentes y el
impulso y control del Parlamento. Posiblemente estamos ante una ocasión de oro
para la separación del poder ejecutivo respecto del poder legislativo. Y si una
de esas seis cuestiones fundamentales es la independencia real del poder
judicial, estaríamos ante el mayor avance democrático tras la superación de la
dictadura y la aprobación de la Constitución de 1978.
Mariano Berges, profesor de filosofía