sábado, 23 de marzo de 2019

La eterna campaña electoral


La ventana indiscreta

La eterna campaña electoral





Si contamos los nueve meses de Sánchez en la Moncloa (gobierno preelectoral), más la precampaña común a todas las elecciones de abril y mayo, más las dos campañas oficiales propiamente dichas, sumamos un año de electoralismo. O sea, de propaganda. En teoría, una campaña electoral sirve para que cada partido político comunique su programa y sus propuestas, pero por qué será que nadie lo percibe así sino como una letanía monótona y aburrida de vendedor publicitario y de insultos al adversario. Ciertamente tiene poca credibilidad porque, como decía Orwell, toda propaganda es mentira, incluso cuando es verdad.

Anteriormente a la campaña oficial ha tenido lugar la confección de listas para cada una de las elecciones a celebrar. No voy a entrar aquí en las batallas internas, algunas realmente sangrientas, de los partidos y militantes para conseguir que unos vayan y otros no en las listas. La relación dialéctica entre los aparatos de los partidos (en sus distintos niveles: local, provincial, regional y estatal), los militantes, los electores, las élites sociopolíticas, las modas de cada momento, la identificación de los partidos… es difícil de articular. Porque un partido político no es algo sencillo de gestionar, pues es una combinación de luchas internas y de competición externa, todo lo cual conforma la estructura de su organización, sus procesos de decisión y los mecanismos de control sobre los políticos.

Desde hace algún tiempo, y ahora más que nunca, la presencia de mujeres y de jóvenes en las listas es algo necesario y obligado. Otra cosa distinta es que ello haya movido el régimen de poder interno. Porque tanto las mujeres como los jóvenes, en general, hacen uso del ascensor social y político en tanto en cuanto tienen comportamientos al gusto del poder. Lo mismo que hacen los varones, por descontado. Sin embargo, yo al menos no lo he percibido, aún no se ha notado significativamente el diferencial femenino y juvenil en la gestión pública. Y cuanto antes se note, mejor, porque son necesarias nuevas perspectivas en la política, pues la entidad de los políticos actuales deja mucho que desear.

La ausencia de ideas es otra característica común en la campaña electoral. Unas veces por la propia incompetencia de los políticos, y otras por miedo a decir lo que piensan. Pero cuidado, que quien teme decir lo que piensa termina por dejar de pensar lo que no dice. Algunos se parapetan en su ideología como en una trinchera cómoda para esconder su vacío intelectual o su miedo a ser descabalgados por no estar en la línea oficial. Siempre ha habido miedo a las ideas, que son imprescindibles y que solo como efecto secundario configuran una ideología como corpus referencial, pero que nunca puede suplir a la producción de ideas. Marx llegó a pedir, en su desmenuzamiento de la superestructura ideológica, menos ideología y más ideas. Pues si en el XIX esto era así, qué decir en el XXI en el que todas las seguridades han desaparecido y todo está abierto. Las ideas son más necesarias que nunca. Estamos en una época donde el ser humano parece anonadado ante el inmenso poder tecnológico. Hay mucha tecnología pero poca sabiduría para controlarla y encauzarla.

Y como final de todo el proceso electoral aparece, por fin, la configuración de las diversas instituciones. Es la hora de la verdad. Es el momento de demostrar la inteligencia política y la capacidad gestora de los elegidos. Porque en España se ha hablado mucho, y necesariamente, de la corrupción, pero el mal que los políticos han causado a España ha sido más por ineficacia que por corrupción, más por omisión que por comisión, aunque la percepción social sea otra.  Hace más daño público un político ineficiente que un político corrupto. Es más, la ineficacia es la más básica de las corrupciones. Aunque el coste económico de la corrupción es alto (el 1% del PIB en España), el coste de la no-acción y la no-gestión en la Administración Pública es muy superior. Por eficacia y por eficiencia, los partidos deberán proveerse de candidatos honestos y capacitados para las instituciones, lo que casa mal con el clientelismo interno y orgánico de los mismos. Ésta es la única manera de volver a conectar con la sociedad civil, donde los individuos no saben ni quieren saber de las artimañas y picaresca partidistas.  Me gustó esa idea de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, de que las listas deberían adelantar qué gestión iban a desempeñar cada uno de sus componentes, como información a los potenciales electores y como garantía de la propia eficiencia.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 9 de marzo de 2019

Teología nacionalista




Teología nacionalista
El nacionalismo es una semilla que se planta en la infancia y condiciona el resto de la vida de la persona
Ya he manifestado anteriormente que en el juicio al separatismo catalán se está juzgando a unas personas que, presuntamente, han cometido una serie de delitos contra el orden constitucional. No se están juzgando ideas independentistas, que siempre las ha habido en Cataluña y en el País Vasco, pues si así fuera habría que procesar a muchos políticos que así claramente se expresan.
La primera parte del juicio a los independentistas catalanes está resultando un acontecimiento interesante, además de importante. Las declaraciones de los acusados han sido toda una constatación de la percepción psicológica que ellos tienen de sí mismos y del resto de la humanidad, especialmente del resto de los españoles, pues ellos, paciencia que todo llegará, todavía son españoles.
Ha habido algún caso realmente místico como Junqueras, con momentos casi teológicos (mala teología), elevándose (él a si mismo) por encima de los vulgares mortales, aunque tenía el detalle de amarnos, a nosotros, los impuros. Su discurso estaba en otra onda, ajena totalmente al juicio que se celebraba. Es más, el juicio lo convirtió en una magnífica plataforma para predicar su mística independentista. Otros han sido más prácticos y se han justificado de su nula intención de delinquir y si lo han hecho nunca ha sido con intencionalidad delictiva. En todo caso por error: «la democracia está por encima de la ley», repiten joviales.
Pero el que más me ha interesado ha sido el testimonio de Jordi Cuixart. Su testimonio ha sido todo un tratado en defensa de la desobediencia civil. Sonriente y coloquial, relajado y ajeno al mundanal ruido, y con un aura mística por el orgullo que supuso para él el 1-O, seguido de su metanoia o conversión interior durante el tiempo en prisión. Y no era para menos, pues no solo reivindicó el referéndum sino que lo elevó a acontecimiento mundial: «constituyó el ejercicio de desobediencia civil más grande que ha habido en Europa». Su prioridad no es quedar absuelto sino solucionar el conflicto Cataluña-España, al menos eso dijo. «Cuixart es un torrente luminoso en medio de una oscuridad aterradora», escribió en Twitter Carlos Puigdemont. Tanto iluminó al ex presidente que declaró arrepentirse de haber dejado «sin efecto» la declaración de independencia el 10 de octubre del 2017. Efecto contagioso típico del contacto con lo divino.
Pero para entender bien el nacionalismo hay que recurrir a la mística de la pureza, como si fuesen cátaros medievales (que, por cierto, se movieron mucho por Cataluña).
Agradezco esta idea de la pureza a un buen amigo vasco que me lo hizo ver claro y del que tomo alguna expresión suya (gracias, José Ignacio). El nacionalismo no es algo exterior u objetivo, sino algo mental, propio de una percepción psicológica y subjetiva. Se trata de definir «cómo somos los nuestros» y un sagrado título de propiedad de los nuestros sobre un territorio. Y eso siempre implica superioridad sobre los demás. La independencia no es el objetivo, es el camino. El objetivo último es ser puros (de ahí nuestra superioridad) y para ello hay que ser independientes. El problema grave se plantea posteriormente para los no independentistas que habitan el mismo territorio. Porque no se trata tanto de la independencia sino del modelo de convivencia que se implantaría en «nuestra patria». Si con los impuros los nacionalistas habían sido duros, con aquellos de los «nuestros» que se niegan a ser de los «nuestros» serían implacables, porque tendrían el poder, material y espiritual. No hay mayor totalitarismo que el teológico. Y los asuntos teológicos no se argumentan, solo se enuncian. Por lo tanto, no cabe la dialéctica.
El nacionalismo es una semilla que se planta desde la infancia y condiciona durante todo el resto de la vida lo que cree, piensa y hace la persona. De ahí la importancia de la inmersión educativa y cultural. Obviamente la persona tiene necesidades básicas de supervivencia y necesitará equilibrar ambas pulsiones. Pero en cuanto tenga la más mínima percepción de que sus necesidades básicas están garantizadas, el sentimiento nacionalista brotará con toda su fuerza y perseguirá siempre objetivos máximos, porque esa es su naturaleza.
En Cataluña esta semilla está muy extendida en la población. Y cuando se han dejado engañar al decirles que sus necesidades básicas están garantizadas, que la independencia era posible y les iba a salir gratis, muchísima gente, esos nacionalistas conservadores y moderados de Pujol, se han permitido dar rienda suelta a su sentimiento nacionalista, porque ya estaba la semilla.
Algunos de semilla tibia e incluso sin semilla, se han dejado engañar con eso de que España nos roba y cuando seamos independientes vamos a vivir mucho mejor. También acompaña un señuelo emocional: aunque ahora seas algo impuro, te dejamos entrar en la comunidad sagrada de la nación elegida como un igual a nosotros los puros. A mucha gente esta oferta le resulta irresistible, no están sobrados de autoestima. Obviamente, es mentira eso de que te tratarán como a un igual. Nunca serás como ellos. Pero cuando te enteres ya será tarde.
Conclusión: amamos tanto a los catalanes que impedimos que se independicen.
*Profesor de filosofía  Mariano Berges