El pasado domingo se
cumplían cinco años del movimiento 15-M (15 de mayo de 2011), fecha referente
de las concentraciones que tuvieron lugar en la madrileña Puerta del Sol y en
otros muchos sitios de España y, posteriormente, en otras partes del mundo. Actualmente
se está dando un movimiento semejante en París. El movimiento de los
“indignados” no representa el monopolio de todas la reivindicaciones posibles, pero
sí es una vacuna contra la indiferencia y un cuestionamiento de la democracia
representativa que opera en España. El empobrecimiento
creado por la crisis económica y la precariedad de las expectativas de la
juventud, más su divulgación en las redes sociales, fue el caldo de cultivo
idóneo para su explicitación.
Es evidente que el
partido político Podemos y otras coaliciones municipales son una consecuencia
del 15-M. Y que en estos momentos previos a las elecciones generales del 26-J
sería conveniente aproximarnos reflexivamente, sin ruidos ni maximalismos
retóricos, a una realidad incuestionable aunque no definitiva. Vamos a ello.
Parece fuera de toda
duda que el 15-M, y su producto Podemos, surgen en el desierto político de unos
partidos políticos que no son capaces de dar una respuesta válida a una crisis
que empieza siendo financiera, que se transforma en económica y deviene en
política, social y moral. Los dos grandes partidos, PP y PSOE que junto con IU
(PCE) son la herencia de la Transición, están marchitos y no están en
condiciones de dar una salida digna a la crisis de nuestras pesadillas. Personalmente,
ni puedo ni quiero plantearme el momento actual de una manera maniquea: un
enfrentamiento dialéctico entre los buenos (los míos) y los malos (los otros).
En política las organizaciones son meros aunque poderosos instrumentos para
buscar respuestas a los problemas de la sociedad, empezando por los más
vulnerables y finalizando en todos. Pues bien, frente a los dos viejos y
mayoritarios partidos surgen como adversarios dos partidos jóvenes y, en
principio, limpios de corrupción. Y según ha empezado la precampaña, hay un
partido, el PSOE, que parece que va a ser la víctima principal del nuevo
escenario. Por dos causas: una externa, la potencia electoral de la nueva
coalición Unidos Podemos, y otra interna, el aparato mayoritario del PSOE no
parece pretender la victoria de Sánchez
(caso típico de esquizofrenia política). Hay que reconocer que no lo tiene
fácil la socialdemocracia, deficitaria en teoría, en estrategia y en líderes.
Nadie duda de que el
espíritu del 15-M, del que se ha apoderado Podemos y del que los viejos
partidos no han tomado nota, tiene razón en el cuestionamiento de la democracia
española, ya que no resuelve ni encauza el conflicto económico-político-social
existente. Es más, el aparato conceptual del nuevo partido (extraído
fundamentalmente del filósofo y politólogo argentino Ernesto Laclau) aporta a la política española conceptos nuevos y
operativos, más para un proyecto destituyente que constituyente. Lo que no es
poco. Casta, populismo, arriba-abajo, la gente… son vulgarizaciones de los
“significantes vacíos” de Laclau, y han servido efectivamente de vehículo para
la llegada al poder de Correa en
Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Chávez en Venezuela y, en cierto modo también,
de los Kirchner en Argentina. Los
significantes (términos/conceptos/símbolos)
vacíos no están vacíos sino que son ambiguos y están abiertos a un desarrollo posterior sin determinar. Por
eso, no es incoherente que Podemos diga que lo importante es llegar al poder y luego
ya hablaremos. Indudablemente exigen un acto de fe, pero la gente se agarra a
un clavo ardiendo, por probar no se pierde nada. ¿O sí?
Por eso a Podemos le
estorba el término comunista, incluso socialista, incluso izquierda, porque
pretenden acoger a todos, vengan de donde vengan. Ése y no otro es el sentido
de su populismo, que surge cuando los cauces institucionales bloquean las
demandas colectivas. Si hubiese eficacia institucional no cabría el populismo.
Podemos elabora un relato populista que se mueve entre el rechazo de los
conservadores (es una afrenta vulgar a su refinado elitismo) y la incomprensión
de la izquierda (ve su espacio ocupado por unos intrusos). Pero no es un populismo
latinoamericano, sino que lo intenta reformular y traducirlo a la realidad
española.
Pero Podemos tiene un
gran problema, su adanismo: todo ha sido malo hasta su llegada al poder, y con él
(Adán) empieza todo. Para enmendar esta tesis ni siquiera hace falta pensar en
Venezuela ni en Grecia, solo hace falta pensar en Europa, de la que no
podemos-debemos salir sino trabajar para mejorarla, a pesar del reducido margen
de maniobra que tenemos en la actualidad.
Seguiremos reflexionando.
Mariano
Berges, profesor de filosofía