sábado, 22 de junio de 2013

Los partidos políticos, una tarea de todos

(Artículo aparecido en “El Periódico de Aragón” en fecha 22-6-13) Una situación de crisis como la actual radicaliza las percepciones y los juicios. Ahora todo vale contra los partidos políticos y contra los sindicatos. Ellos son los culpables de todo lo malo que nos sucede. Deriva muy peligrosa y fomentada por la rancia derecha española de toda la vida. Vamos a serenarnos que bastante grave es la situación. Los partidos políticos de izquierda y los sindicatos de clase han sido desde el siglo XIX los instrumentos que han hecho posible los mayores avances sociales en Europa. Estos tiempos de modernidad y contemporaneidad han coincidido con la revolución industrial y el mayor progreso científico, económico y social en la historia de la humanidad. Desde 1989 (desaparición del muro de Berlín) hasta hoy, con la revolución informática, con un sistema económico único y la globalización planetaria, funciona otro paradigma que exige cambios radicales en la estructuras, en las instituciones y en todas las organizaciones que han servido de plataforma para el cambio habido hasta hoy. La crisis actual (económica, política y social) la denominamos sistémica porque es el final del modelo anterior. Incluso hay que precipitar el final del viejo modelo para que emerja pronto el nuevo. Tras la crisis el mundo no volverá a ser el mismo. Pero la modificación del esquema social no debe poner en riesgo la propia existencia de la democracia, causa real del bienestar contemporáneo. Y ante tal situación no cabe rebelarnos infantilmente por la pérdida de un esquema ya periclitado al que nos habíamos acostumbrado, sino que tenemos que esforzarnos por empezar cuanto antes a mentalizarnos y actuar consecuentemente con el nuevo paradigma o modelo. Sucede que en toda crisis portadora de un cambio de época los desgarros y sufrimientos se dan siempre en los segmentos más vulnerables (los pobres) y en los sectores más sensibles (educación, sanidad, acción social). Y aquí es donde deben actuar las organizaciones e instituciones, intentando que la transición de un modelo a otro sea lo más inocua posible. La política es uno de los más nobles inventos de la creatividad humana que, desde el siglo XVII hasta hoy, ha trabajado denodadamente para equilibrar las sociedades intentando que las desigualdades entre los seres humanos, inevitables siempre, no afecten al núcleo duro de la dignidad humana. Y los partidos políticos y los sindicatos han sido los instrumentos que, con aciertos y errores, han hecho posible la época más justa y con mayor libertad que ha gozado el ser humano. Pero estamos en 2013 y tiene que ser la espontaneidad social y el movimiento ciudadano los que denuncien la contradicción existente entre una época nueva que ya está aquí y unas organizaciones cuyo funcionamiento obedece a la época anterior. Los partidos han ido abandonando paulatinamente la letra y el espíritu del artículo 6 de la CE, que dice: Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos. Una regeneración democrática como la que es imprescindible acometer en España no es viable con partidos sin democracia interna. Necesitamos a los partidos políticos pero tienen que cambiar. La famosa desafección ciudadana hacia la política no es otra cosa que la constatación de que los partidos no solucionan los desajustes que esta situación crítica conlleva hacia los segmentos más vulnerables. Y las cúpulas orgánicas de los partidos están sufriendo el síndrome del esquimal (los esquimales se extinguieron no por falta de recursos sino por aislamiento). Yo percibo en la generalidad de los políticos una cierta burbuja política, una casta aislada del resto de la sociedad. Y como de unas cúpulas así no puede esperarse un suicidio de sí mismos a favor de un cambio radical, debe ser la sociedad y también los militantes de base de esos mismos partidos quienes introduzcan las nuevas formas de mirar la nueva realidad. Porque lo que necesitamos para salir de la crisis no es menos política, sino mejor política, con mejores partidos y más sociedad civil. Para lograrlo debemos reformar por ley su funcionamiento, porque el funcionamiento interno de los partidos no es un asunto privado (los partidos están subvencionados por el Estado), sino de calidad democrática tal como exige la CE. Y garantizar una mayor y más cualificada participación popular y una separación real de los poderes del Estado. Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 8 de junio de 2013

Más Estado y más sociedad Para este rearme moral la sociedad es el objetivo principal y los partidos e instituciones, herramientas necesarias


 ¿de qué hablo hoy? La crisis, los partidos, Rajoy, Rubalcaba, PP, PSOE, el 15-M, el paro, Europa. Enfrentarte a un folio en blanco con la mente desnuda y aburrida de tanta reiteración inútil es peligroso para la salud. Pero venzamos la tentación silente, aunque a veces sospechemos que estamos en un viaje en torno a la Nada que nos rodea. Voy a intentar ser optimista, aunque no es fácil, porque el ser humano necesita un mínimo horizonte y alguna esperanza. Al menos para poder levantarse cada día y poder seguir deprimiéndose. Hay dos maneras de situarse frente a la actual crisis: un optimismo racional y un negativismo autoflagelador. La primera aspira a una autocrítica superadora de la situación, y la segunda se posiciona en un victimismo estéril y neurótico. Los elementos negativos están claros: gobierno duro de derecha, sin voluntad política constructiva ni sentido de Estado, en manos de la facticidad económica transnacional y con consecuencias muy negativas en la vida cotidiana de los españoles (pobreza, paro, vivienda). Pero esto no es nuevo. Ya lo hemos tenido y lo hemos superado. Pero es que también los elementos progresistas están con poco espíritu, al menos los progresistas tradicionales. Es cierto que está surgiendo otro tipo de progresismo de nuevo cuño, pero le falta estrategia y estructura. Y corre el peligro del cansancio y el aburrimiento. Con ello cuenta el poder establecido: que, pasada la novedad, todo vuelva a su ser "natural". Se suele hablar de la Transición española. Para bien y para mal. Para unos fue un tiempo pleno y feliz del que han derivado treinta años de progreso y bienestar. Para otros, fue un reformismo parcial que no supo aprovechar la fuerza del momento para rematar un cambio histórico y definitivo. Yo me apunto a la primera interpretación, aunque algo hubo de la segunda. Pero no olvidemos que de ahí surgió una derecha liberal (UCD) que remó a favor de la historia con fuerza y supo entender perfectamente que, junto con otras fuerzas, podía jugar un papel progresista que colocase a España en Europa. Y de ahí surgió también un PSOE contemporáneo, que supo aparcar elementos de otro tiempo e impulsar a España hacia la modernidad más fecunda que nunca ha tenido. Pienso que tiene que haber elementos liberales (del liberalismo originario del XVII --Locke-- que proclamó las libertades individuales con los límites del bien general) en la actual derecha española que se posicionen en la línea progresista de la antigua UCD. También el PSOE necesita volver a esa dinámica fuerte y segura de los ochenta, a ese afán renovador y constructivo y con un proyecto identificable. Y hay que integrar a todo lo nuevo y útil que ha ido apareciendo en los últimos años, que es mucho. Especialmente a los elementos jóvenes, que están llegando a la cuarentena y todavía no se han estrenado. Pienso que quizás el concepto-fuerza que haga de argamasa en todo esto sea el concepto de Estado. Recuperar el sentido de Estado que todo partido serio nunca debió perder. Un Estado plural, tolerante, poliédrico, pero fuerte y coordinador del centro y las periferias. Un Estado con políticos que duden, deliberen y decidan. Sin seguridades apriorísticas. Un Estado con leyes justas e impuestos proporcionales y progresivos. Un Estado con límites. Un Estado con un Parlamento que sea auténtico controlador del poder ejecutivo y no un mero apéndice que no aporta valor añadido. Un Estado con unos partidos políticos con democracia interna y con sentido de su papel cohesionador y transformador de la sociedad a la que se deben. Y, sobre todo, un Estado, cuya soberanía resida en el pueblo, verdadero detentador del poder. Para este rearme moral son necesarias unas reglas de juego objetivas y claras, en las que la sociedad aparezca como objetivo principal y los partidos e instituciones como herramienta necesaria. Aquellos que la sociedad elija para un cargo público deberán siempre mantener esa capacidad y obligación de rendir cuentas al pueblo soberano (Ley de Transparencia y Ley de Partidos, ya). Los que reciban recursos públicos, que de alguna manera somos todos, debemos usarlos con sentido de Estado. Renovación y regeneración de políticos, dando paso a los jóvenes en las responsabilidades públicas. Y la sociedad debe volver a retomar ese espíritu reivindicador y controlador que tuvo y hacer evaluación continua de sus representantes. A los que aprobará o suspenderá con firmeza en función de su trabajo y resultados. Hagamos frente a la situación, no tanto desde la heroicidad y el sacrificio, sino desde la inteligencia y la responsabilidad colectivas. Profesor de filosofía