Uno no sabe qué asunto
seleccionar porque hablar de todo es no hablar de nada. Y, al final, caes
siempre en el factor común de todo ello, que no es otro que la clase política,
responsable siempre, junto con otros, de lo bueno y lo malo que acontece en la
sociedad.
Para intentar
compendiar todas las cuestiones citadas y más, solo se me ocurre echar mano de
Edgar Morin y su pensamiento complejo, siguiendo la estela de hace unos días de
mi buen amigo Rafael Jiménez Asensio que celebraba los 100 años del pensador
francés y su capacidad para seguir desbrozando el presente.
Hablar del presente siempre es
complicado pues coinciden en el tiempo y en el espacio asuntos aparentemente
dispersos que solo pueden ser abordados desde una disposición mental
multidisciplinar y multirreferencial. Pues bien, Morin se sitúa en su epistemología
general que no es otra cosa que una disposición mental como forma de abordar la
realidad, siempre poliédrica. Y así va construyendo su “pensamiento complejo”
como vía de conocimiento de la realidad. Y si, además de pensar, actúas, el
binomio pensamiento-acción es capaz de desbrozar y explicar la siempre oscura
realidad. Filosofía y vida se entremezclan de tal manera que una no se entiende
sin la otra. Todo lo que palpita es vida, ya sean incertidumbres, fracasos o
éxitos. Y toda la vida puede y debe ser objeto de conocimiento para poder
encauzarla y vivirla en sus justos términos. Es lo que entendemos por dar
sentido a la vida, sin el cual una vida no merece ser vivida.
Si volvemos a nuestra realidad
(española, europea o mundial), observamos que todo está interrelacionado. Que
el pensamiento y la acción de unos no son posibles sin el pensamiento y acción
de otros. Que nos autoalimentamos los unos a los otros. Y que solo atisbarán
algo los que se atrevan a entrar en la complejidad desde la duda. Lo más
contrario a este posicionamiento intelectual es el dogmatismo y el sectarismo,
ya que desde ellos te cierras a todo cambio y transformación en el futuro. El
presente se entiende mejor desde el futuro, y no desde el pretérito, simple
condicionante, como piensan algunos pseudohistoriadores. Porque es el futuro
quien indica la dirección. Vivir el presente desde el futuro, ésa podría ser una
manera de enfocar correctamente la compleja realidad.
Todos los asuntos citados al principio
de este artículo solo pueden encauzarse desde un futuro al que queramos llegar.
Tomemos Cataluña como ejemplo. ¿Qué quieren los catalanes y los españoles para
Cataluña y para España? ¿Qué es posible querer? Porque a veces se pretende lo
que no se puede y eso sí que es empezar mal, porque entonces no hay ni presente
ni futuro, y el pretérito no hace más que confundir más las cosas. Pero la
cuestión catalana tampoco es posible que haya llegado hasta aquí, cual calle
cortada, sin la omisión y comisión de los distintos gobiernos españoles. Uno no
puede desentenderse de aquello en lo que está obligado a intervenir, pues
alteraría el resultado final. La realidad suele ser el resultado de decisiones
no tomadas o mal tomadas, por no tener claro el futuro al que queremos llegar.
Si partimos del hecho de que solo hay un Estado, España, y que el resto son (se
llamen como se llamen) partes que configuran ese Estado, todos empezaríamos a
hablar un mismo lenguaje. Y partiendo de un futuro de suma cero en lo político
y económico, todos tenemos la libertad de optar por unas cosas u otras, siempre
sin restar a los demás. Para eso sirve la política, para acordar los
desacuerdos y para distribuir con criterios de justicia y proporcionalidad. El
resto es bla, bla, bla, sin pretérito ni presente ni futuro.
Mariano Berges, profesor de filosofía