domingo, 5 de junio de 2022

PENSAMIENTO COMPLEJO

En estos momentos (junio, 2022) existen en España una serie de factores de dudoso resultado final: proceso electoral múltiple que finalizará con el año 2023 con las generales, y en medio elecciones locales y autonómicas; factor Feijóo en la batalla PSOE-PP con Sánchez siempre en el más difícil todavía; Yolanda Díaz y su ya sempiterna plataforma; el uso y gestión de los fondos europeos, que va con retraso y dudas; la guerra de Ucrania, que ha entrado en lo anodino y ya no es noticia de primera página, con sus secuelas políticas y económicas; y Cataluña, siempre Cataluña, con su eterno proceso independentista y su constante violación de las leyes y principios constitucionales ante la tolerancia de los gobiernos centrales de turno. Ah! Y la pandemia, que ya no hablamos de ella.

Uno no sabe qué asunto seleccionar porque hablar de todo es no hablar de nada. Y, al final, caes siempre en el factor común de todo ello, que no es otro que la clase política, responsable siempre, junto con otros, de lo bueno y lo malo que acontece en la sociedad.

Para intentar compendiar todas las cuestiones citadas y más, solo se me ocurre echar mano de Edgar Morin y su pensamiento complejo, siguiendo la estela de hace unos días de mi buen amigo Rafael Jiménez Asensio que celebraba los 100 años del pensador francés y su capacidad para seguir desbrozando el presente.

Hablar del presente siempre es complicado pues coinciden en el tiempo y en el espacio asuntos aparentemente dispersos que solo pueden ser abordados desde una disposición mental multidisciplinar y multirreferencial. Pues bien, Morin se sitúa en su epistemología general que no es otra cosa que una disposición mental como forma de abordar la realidad, siempre poliédrica. Y así va construyendo su “pensamiento complejo” como vía de conocimiento de la realidad. Y si, además de pensar, actúas, el binomio pensamiento-acción es capaz de desbrozar y explicar la siempre oscura realidad. Filosofía y vida se entremezclan de tal manera que una no se entiende sin la otra. Todo lo que palpita es vida, ya sean incertidumbres, fracasos o éxitos. Y toda la vida puede y debe ser objeto de conocimiento para poder encauzarla y vivirla en sus justos términos. Es lo que entendemos por dar sentido a la vida, sin el cual una vida no merece ser vivida.

Si volvemos a nuestra realidad (española, europea o mundial), observamos que todo está interrelacionado. Que el pensamiento y la acción de unos no son posibles sin el pensamiento y acción de otros. Que nos autoalimentamos los unos a los otros. Y que solo atisbarán algo los que se atrevan a entrar en la complejidad desde la duda. Lo más contrario a este posicionamiento intelectual es el dogmatismo y el sectarismo, ya que desde ellos te cierras a todo cambio y transformación en el futuro. El presente se entiende mejor desde el futuro, y no desde el pretérito, simple condicionante, como piensan algunos pseudohistoriadores. Porque es el futuro quien indica la dirección. Vivir el presente desde el futuro, ésa podría ser una manera de enfocar correctamente la compleja realidad.

Todos los asuntos citados al principio de este artículo solo pueden encauzarse desde un futuro al que queramos llegar. Tomemos Cataluña como ejemplo. ¿Qué quieren los catalanes y los españoles para Cataluña y para España? ¿Qué es posible querer? Porque a veces se pretende lo que no se puede y eso sí que es empezar mal, porque entonces no hay ni presente ni futuro, y el pretérito no hace más que confundir más las cosas. Pero la cuestión catalana tampoco es posible que haya llegado hasta aquí, cual calle cortada, sin la omisión y comisión de los distintos gobiernos españoles. Uno no puede desentenderse de aquello en lo que está obligado a intervenir, pues alteraría el resultado final. La realidad suele ser el resultado de decisiones no tomadas o mal tomadas, por no tener claro el futuro al que queremos llegar. Si partimos del hecho de que solo hay un Estado, España, y que el resto son (se llamen como se llamen) partes que configuran ese Estado, todos empezaríamos a hablar un mismo lenguaje. Y partiendo de un futuro de suma cero en lo político y económico, todos tenemos la libertad de optar por unas cosas u otras, siempre sin restar a los demás. Para eso sirve la política, para acordar los desacuerdos y para distribuir con criterios de justicia y proporcionalidad. El resto es bla, bla, bla, sin pretérito ni presente ni futuro.

Mariano Berges, profesor de filosofía