La tesis que
defiendo en este artículo es que la vieja dicotomía ideológica de izquierdas y
derechas es insuficiente para explicar la complejidad del mundo actual. Tesis
que no es de izquierdas ni de derechas sino un análisis que intenta entender
qué pasa y qué nos pasa en la sociedad actual. Ya sé que esta tesis se ha
defendido siempre desde la derecha para camuflar sus valores y preservarlos de
cualquier derrota dialéctica. Pero ahora, al menos desde mi ventana, se observa
una evolución social y humana que la vieja dialéctica es incapaz de explicar y
aún menos de solventar. Los cambios en la forma de pensar y de vivir de los
ciudadanos de hoy se modifican de una manera acelerada en progresión
geométrica.
Fue Norberto
Bobbio quién en su librito “Derecha e izquierda” (1994) clarificó la
diferencia entre ambos términos. Decía que, aceptando ambas tendencias
tradicionales los grandes valores ilustrados de libertad e igualdad, las
derechas ponen un mayor acento en la libertad y las izquierdas en la igualdad.
En teoría podría ser válida tal diferencia. Sin embargo, en la actualidad, la
evolución un tanto caótica de ambos conceptos hace insuficiente esta
diferencia. Por ejemplo, hay una izquierda que se declara antiglobalizadora,
proteccionista, antieuropea y partidaria de la democracia directa. Valores que
coinciden con cierta extrema derecha. Véase una cierta coincidencia entre el
actual gobierno italiano y las últimas declaraciones de Anguita respecto
a estos términos. Quizás debamos abandonar los antiguos prejuicios y
esforzarnos en pensar. Con frecuencia recuerdo aquellos tiempos de mi juventud
que, en plena orgía metafísico-política, zanjábamos la discusión con aquello de
“lo importante no es creer o no creer sino pensar o no pensar”. La dicotomía
derecha-izquierda todavía sirve, pero es insuficiente para entender la
complejidad del mundo actual. Despojémonos de muchos clichés izquierdistas sin
que ello suponga renegar de ciertos principios
Habría que
hablar menos de izquierdas y derechas y más sobre democracia. La democracia es
la el auténtico fundamento de una sociedad justa y moderna, y supone
implícitamente la prevalencia del gobierno de las leyes frente al gobierno de
los hombres. Teniendo muy claro que las leyes, en una democracia de calidad,
las hacen los hombres por consensos de mayorías y minorías.
En un
universo como el político, constituido sobre todo por relaciones de antagonismo
entre partes contrapuestas (partidos, grupos de intereses, facciones, pueblos,
relaciones internacionales, naciones, ciudadanos…), la manera más propia de
representarlas no es solo mediante la dicotomía izquierda-derecha. Por
ejemplo, hay, ha habido y habrá un fuerte debate sobre la gestión pública o
privada (más propiamente “gestión por concesión administrativa”) de ciertos
servicios públicos. Una izquierda tradicional apoya la gestión pública
universal y una derecha también tradicional apuesta por una gestión privada
también universal. Realmente se trata de una cuestión altamente controvertida
que depende de muchos aspectos y perspectivas. No es éste el momento-espacio de
su discusión, aunque yo defiendo alguna gestión privada para algunos servicios
públicos siempre que la vigilancia pública sobre la eficacia y la eficiencia
sean operativas.
Otro ejemplo
es el concepto y la realidad sobre Europa: más o menos nación, más o menos
austeridad, más o menos política, más o menos control europeo, más o menos
parlamento europeo, etc. Otro ejemplo sería nuestra posición sobre la Renta
Básica Universal y su relación con la desaparición de muchísimos puestos de
trabajo que, por su obsolescencia, han desaparecido y/o desaparecerán para
siempre: cuánto, a quién, derechos y obligaciones de los perceptores, control e
inspección, etc. Otro ejemplo son las pensiones, que no es algo tan sencillo
como algunos dicen verlo. Y qué decir sobre las migraciones.
En
definitiva, la izquierda ha puesto mucho más el acento en los derechos que en
los deberes o la responsabilidad que todos tenemos para con la comunidad en que
vivimos. Ahora que hay un momento intenso sobre los presupuestos para 2019 y ha
tenido lugar el pacto PSOE-Unidos Podemos, para que el resultado sea viable y
sostenible habrá que guardar un equilibrio entre ingresos y gastos; habrá que
pactar con los adversarios, lo que implica ceder, siempre que no sea humillante
la cesión y cuando es el único medio de obtener algún resultado. En una
sociedad democrática, donde la dimensión electoral es de suma importancia, los
moderados tienen mayores posibilidades de éxito y los ciudadanos castigan a los
extremistas, por mucho ruido que metan.
En fin,
anochece y ya casi no se ve desde mi ventana.
Mariano Berges,
profesor de filosofía