sábado, 20 de octubre de 2018

IZQUIERDAS Y DERECHAS


La tesis que defiendo en este artículo es que la vieja dicotomía ideológica de izquierdas y derechas es insuficiente para explicar la complejidad del mundo actual. Tesis que no es de izquierdas ni de derechas sino un análisis que intenta entender qué pasa y qué nos pasa en la sociedad actual. Ya sé que esta tesis se ha defendido siempre desde la derecha para camuflar sus valores y preservarlos de cualquier derrota dialéctica. Pero ahora, al menos desde mi ventana, se observa una evolución social y humana que la vieja dialéctica es incapaz de explicar y aún menos de solventar. Los cambios en la forma de pensar y de vivir de los ciudadanos de hoy se modifican de una manera acelerada en progresión geométrica.
Fue Norberto Bobbio quién en su librito “Derecha e izquierda” (1994) clarificó la diferencia entre ambos términos. Decía que, aceptando ambas tendencias tradicionales los grandes valores ilustrados de libertad e igualdad, las derechas ponen un mayor acento en la libertad y las izquierdas en la igualdad. En teoría podría ser válida tal diferencia. Sin embargo, en la actualidad, la evolución un tanto caótica de ambos conceptos hace insuficiente esta diferencia. Por ejemplo, hay una izquierda que se declara antiglobalizadora, proteccionista, antieuropea y partidaria de la democracia directa. Valores que coinciden con cierta extrema derecha. Véase una cierta coincidencia entre el actual gobierno italiano y las últimas declaraciones de Anguita respecto a estos términos. Quizás debamos abandonar los antiguos prejuicios y esforzarnos en pensar. Con frecuencia recuerdo aquellos tiempos de mi juventud que, en plena orgía metafísico-política, zanjábamos la discusión con aquello de “lo importante no es creer o no creer sino pensar o no pensar”. La dicotomía derecha-izquierda todavía sirve, pero es  insuficiente para entender la complejidad del mundo actual. Despojémonos de muchos clichés izquierdistas sin que ello suponga renegar de ciertos principios
Habría que hablar menos de izquierdas y derechas y más sobre democracia. La democracia es la el auténtico fundamento de una sociedad justa y moderna, y supone implícitamente la prevalencia del gobierno de las leyes frente al gobierno de los hombres. Teniendo muy claro que las leyes, en una democracia de calidad, las hacen los hombres por consensos de mayorías y minorías.
En un universo como el político, constituido sobre todo por relaciones de antagonismo entre partes contrapuestas (partidos, grupos de intereses, facciones, pueblos, relaciones internacionales, naciones, ciudadanos…), la manera más propia de representarlas no es solo mediante la dicotomía izquierda-derecha.  Por ejemplo, hay, ha habido y habrá un fuerte debate sobre la gestión pública o privada (más propiamente “gestión por concesión administrativa”) de ciertos servicios públicos. Una izquierda tradicional apoya la gestión pública universal y una derecha también tradicional apuesta por una gestión privada también universal. Realmente se trata de una cuestión altamente controvertida que depende de muchos aspectos y perspectivas. No es éste el momento-espacio de su discusión, aunque yo defiendo alguna gestión privada para algunos servicios públicos siempre que la vigilancia pública sobre la eficacia y la eficiencia sean operativas.
Otro ejemplo es el concepto y la realidad sobre Europa: más o menos nación, más o menos austeridad, más o menos política, más o menos control europeo, más o menos parlamento europeo, etc. Otro ejemplo sería nuestra posición sobre la Renta Básica Universal y su relación con la desaparición de muchísimos puestos de trabajo que, por su obsolescencia, han desaparecido y/o desaparecerán para siempre: cuánto, a quién, derechos y obligaciones de los perceptores, control e inspección, etc. Otro ejemplo son las pensiones, que no es algo tan sencillo como algunos dicen verlo. Y qué decir sobre las migraciones.
En definitiva, la izquierda ha puesto mucho más el acento en los derechos que en los deberes o la responsabilidad que todos tenemos para con la comunidad en que vivimos. Ahora que hay un momento intenso sobre los presupuestos para 2019 y ha tenido lugar el pacto PSOE-Unidos Podemos, para que el resultado sea viable y sostenible habrá que guardar un equilibrio entre ingresos y gastos; habrá que pactar con los adversarios, lo que implica ceder, siempre que no sea humillante la cesión y cuando es el único medio de obtener algún resultado.  En una sociedad democrática, donde la dimensión electoral es de suma importancia, los moderados tienen mayores posibilidades de éxito y los ciudadanos castigan a los extremistas, por mucho ruido que metan.
En fin, anochece y ya casi no se ve desde mi ventana.          
Mariano Berges, profesor de filosofía

lunes, 8 de octubre de 2018

PEDRO SÁNCHEZ, UN PRESIDENTE PECULIAR



La ventana indiscreta


PEDRO SÁNCHEZ, UN PRESIDENTE PECULIAR
(Artículo publicado en “El Periódico de Aragón” en fecha 6-09-2018)
Pedro Sánchez es un peculiar presidente de gobierno. Sus 100 días de gobierno han dado ya para mucho, bueno y malo. Su audacia un tanto aventurera conlleva necesariamente aciertos, rectificaciones y poses políticas. El asunto de su tesis es una cuestión aparte, pues la cuestión de si hay o no plagio no parece existir ya que, al margen de la apropiación de una importante cantidad de datos públicos (eso, públicos), los test antiplagio de los programas internacionalmente reconocidos no aportan suficiente porcentaje de plagio. Por tanto, dejémosle en eso, en la medianía de una tesis doctoral más. El Dr. Sánchez no pasara a la historia académica  de la economía. Pasemos, pues, a analizar al presidente Sánchez.
Desde mi ventana indiscreta creo percibir que la clave de la peculiaridad de Sánchez radica tanto en su propia personalidad como en la de su jefe de gabinete. Generalmente se suele nombrar jefe de gabinete a una persona de confianza y que tenga visión política global, pues su función más importante es coordinar las políticas del presidente. Sin embargo, Iván Redondo, su jefe de gabinete, no es un político sino un consultor de comunicación política que ya ha trabajado con otros líderes del PP (Monago –de quien también fue jefe de gabinete en Extremadura-, García Albiol –al que llevó a la alcaldía de Badalona con la consigna de barrer a los inmigrantes-) y que también llevó a Sánchez a su triunfo en las primarias socialistas. Parece, pues, un cerebro brillante del márquetin político y quien le dicta al presidente todo tipo de ocurrencias políticas, muchas veces lejos de cualquier coordinación interministerial. De ahí las declaraciones por libre de algunos ministros y sus correspondientes rectificaciones. Por lo general, este tipo de globos acaban pinchando.
Alguno ha llegado a decir que Sánchez es un actor que hace de presidente, por lo que su puesta en escena está muy trabajada y suele generar aplausos fáciles. Pero ¿tiene credibilidad política? Veremos si, además de feminismo (importante moda sin la que no hay nada que hacer) y diálogo con los independentistas catalanes, avanzamos en crecimiento económico, lucha contra la desigualdad y regeneración democrática. Es cierto que la nómina de ministras y ministros es sonora y prometedora, aunque ya han caído dos en pocos días y otros dos andan algo tocados. El ritmo escenográfico es trepidante y casi da vértigo. Es lo que tiene el márquetin.
¿Cuándo convocará elecciones? Indudablemente cuando crea que le favorezcan los sondeos, independientemente de que acierte o no. Iván dirá. Y los presupuestos mandan, que se aprobarán o no en función de las expectativas de los partidos políticos. Y la retórica nacionalista (catalana y vasca) se estirará y encogerá en función del análisis coste-beneficio del momento político.
Tenemos, pues, un gobierno “prometedor” pero muy débil en musculatura parlamentaria. Cuando Pablo Iglesias recuerda que mejor gobernar con 156 diputados que con 84, no se trata de una frase retórica sino de una advertencia. Y cuando el independentismo catalán dice que el diálogo real será para determinar el carácter pactado o unilateral de la desconexión con España, inevitablemente hay que volver a pensar en el artículo 155 de la CE.
Entonces ¿qué margen de gobierno tiene Sánchez? La estrategia de Iván Redondo puede haber agotado las ocurrencias y, por lo tanto, su eficacia de corto vuelo. Y aún más con la entrevista incendiaria de la Sexta a Sánchez y con la  reforma constitucional exprés para un mínimo de aforamientos. Eso es matar moscas a cañonazos. Y, al igual que en Extremadura y Badalona, fue y no hubo nada. Si este gobierno jugaba a campaña electoral, el subidón demoscópico de agosto pasado difícilmente se repetirá. Más bien, los últimos acontecimientos bajan las expectativas socialistas, a pesar del nuevo CIS. Por lo que las próximas elecciones pueden estar cerca, y las elecciones municipales y autonómicas de 2019 podrían convertirse en la referencia fundamental. Sin entrar ahora en las elecciones andaluzas, que también incidirán en las generales.
Ahora bien, si por gobernar entendemos hacer una gestión estratégica del presente y del futuro, identificando las tendencias y anticipando las soluciones a la problemática social, todo lo dicho en este artículo sobra, porque lo que se está haciendo no es gobernar sino estar en el gobierno. Si lo que se intenta solucionar son los síntomas y no las causas, eso no es sino el populismo que tan en boga está: decir lo que la gente quiere oír, simplificar los mensajes y amagar las soluciones. Pero gobernar es otra cosa más rigurosa y más seria.
Como final hay una pregunta que me asalta: ¿algunos ministros solventes que hay en el gobierno conocían realmente a Sánchez? Mi ventana está un poco empañada.   
Mariano Berges, profesor de filosofía