sábado, 21 de junio de 2014

MONARQUÍA O REPÚBLICA

Comienzo con dos autores de mi devoción. Sócrates: “La ley está para cumplirla, sea oportuna o inoportuna”. El segundo es una viñeta de El Roto: un mendigo responde a una pregunta sobre Monarquía o República, “un trabajo”. Tanto si nos situamos en el cumplimiento de la ley como en la cotidiana realidad, no toca ahora discutir sobre monarquía o república. Es más, pienso que ni siquiera toca en este artículo ni en este momento, hacer gala ni de republicanismo ni de monarquismo. A mí no me interesa, en estos momentos, el debate sobre la Jefatura del Estado, sino el debate sobre el Estado. ¿Qué queda del Estado de la Constitución de 1978 y de sus grandes principios políticos? Parece, como decía Azaña, que en España cada generación tiene que descubrir el fuego. Pero escribo sobre el tema de moda para que no se me interprete evasivamente.
Puede haber dos baterías de argumentos para defender una postura y la otra. Y posiblemente ambas sean igual de brillantes pero no igual de eficaces. Y una política democrática, si algo debe ser, es legal y eficaz. Conscientes de que la legalidad puede ser meramente formal y la eficacia ineficiente, hay que intentar realizar el concepto material (no solo el formal) de la ley y la dimensión eficiente de la eficacia. De lo contrario, no habría una buena política democrática

¿Cuál es la esencia de un Estado social de derecho? El cumplimiento exquisito de las leyes, especialmente de la Constitución, y una línea progresiva y continua en el cumplimiento de los derechos humanos por parte del Estado para con sus ciudadanos. Y ello no se puede lograr sin un funcionamiento legal y eficaz de nuestras instituciones. Si nos fijamos bien, en lo dicho no aparece ni la forma de ejercer la Jefatura del Estado ni los partidos políticos. Ambas son dos entidades instrumentales aunque muy importantes, que se ejercen convencionalmente, o sea, como la mayoría social a través de sus representantes haya establecido. El establecimiento legal de ese convencionalismo son las leyes, especialmente la ley de leyes. Y hasta que esas leyes no sean modificadas legalmente no cabe otro planteamiento.

¿Caben los debates? Absolutamente todos. Imprescindibles la argumentación, el respeto y la pluralidad. ¿Para qué sirven los debates? Para crear opinión y procurar una mayoría social a favor de mi posicionamiento, suponiendo que lo que yo creo es lo más correcto socialmente. ¿Cabe un debate sobre monarquía y república? Cabe y procede. También sobre otros temas, p.e. el modelo autonómico y su relación con el Estado y la igualdad de todos los españoles. Comience, pues, la sesión. Con serenidad, sin urgencias y con la vista siempre puesta en la dignidad y, a poder ser, en la felicidad de nuestros conciudadanos. Aporto el primer envite: la república es pura racionalidad frente a la teocracia monárquica. Sin embargo, caben circunstancias históricas que hagan aconsejable esta última, aunque siempre entre paréntesis. Mi posicionamiento personal es que hoy procede la sucesión y procede también el debate. No son contradictorios ambos hechos. La realidad no está configurada por el blanco y el negro, sino por grises de la más diversa tonalidad. Y hoy, entre monarquía y república, hay que optar por una democracia de alta calidad que garantice los derechos de todos los españoles.

Un concepto que aparece frecuentemente en esta discusión es el de la Transición y el pacto o consenso que hizo posible la Constitución de 1978. En la Constitución del 78 se prevé como forma de Estado la monarquía parlamentaria y los correspondientes mecanismos de sucesión. El pacto constitucional lo rubricaron, entre otros, UCD, PSOE y PCE. Ciertamente que han transcurrido ya treinta y cinco años y que sería conveniente una actualización de la CE por los procedimientos que ella misma establece, aunque yo siempre he mantenido que es más urgente el cumplimiento de la Constitución vigente que su modificación. Algunos afirman que el pacto constitucional ya está roto de facto en su dimensión social. Aunque trágico, discutible, ya que el momento crítico actual es reversible con la ley en la mano. Solo hace falta una mayoría social plasmada en una mayoría parlamentaria progresista y su correspondiente cumplimiento político.

Otra cuestión es la evaluación que pueda hacerse del reinado de Juan Carlos I. Aunque no es éste el lugar, puede hablarse de luces y sombras: grandes luces públicas y no pocas sombras privadas. Esperemos (más le vale) que el sucesor se tiente más la ropa, pues en ello le va su supervivencia política. No cabe duda que el reinado de Juan Carlos I ha coincidido con la mejor época de la historia española (a pesar de la crisis actual). La causalidad del éxito hay que compartirlo entre muchos agentes, el rey entre ellos.


Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 7 de junio de 2014

TRAS EL 25-M: PERCEPCIONES Y REALIDADES


Esto ya no es rapidez, esto es puro vértigo. Desde la noche del domingo 25 hasta el momento en que usted lea este artículo, han sucedido infinidad de cosas, o dicho más propiamente, los españoles hemos tenido tal número de sensaciones que esto parece un vendaval. Si de las sensaciones pasamos a las percepciones (lo que implica una mayor racionalidad) podemos llegar a pensar que estamos en un final de ciclo. Yo, al menos, tengo esa percepción.

Sobre las elecciones europeas del 25M es prácticamente imposible decir algo original, pero vamos a arriesgarnos. Hay dos preguntas que me hago constantemente. La primera es ¿por qué el PP sigue ganado elecciones tras dos años de duros recortes al Estado de bienestar y a los derechos básicos de los españoles? Lógicamente, hay que pensar que sigue teniendo una cierta credibilidad, pues la gente vota interesadamente al partido con el que piensa que le irá mejor en el futuro. Y si los dirigentes del PP tienen credibilidad es porque su discurso es mínimamente creído. ¿Qué dice básicamente el PP? Que lo que está haciendo es, aunque duro, necesario para volver a crecer después y poder crear empleo; que el PSOE ha malgastado a manos llenas y eso de la herencia recibida. Y este discurso hay gente que lo cree, al menos los que votan al PP. Cuesta creerlo pero así es.

La segunda pregunta es ¿por qué el PSOE, estando en la oposición, no solo no se beneficia de los votos que pierde el PP, sino que sigue perdiendo votos? Lógicamente, porque tiene poca credibilidad. Y ¿cómo tiene poca credibilidad un partido que ha liderado la mayor y mejor transformación histórica de España? Porque el Estado de bienestar que ahora se reivindica en las manifestaciones de la calle y de los centros de trabajo es algo que se consiguió en España fundamentalmente con el PSOE de los gobiernos de Felipe González (educación, sanidad y pensiones) y de Zapatero (libertades individuales y civiles). Insisto ¿por qué el PSOE no tiene credibilidad? Porque Zapatero abrió el melón de la austeridad impuesto por la Troika. Melón que Rajoy ha desarrollado con una saña infinita. ¡Y qué mal explicó Zapatero lo que hizo! Ni en la calle ni en el Parlamento ni en su partido.

Y llegamos al concepto que explica casi todo: la crisis. La gente, que no acostumbra a pensar a medio y largo plazo, sino que todo lo procesa según le vaya a él, piensa que todos los políticos son unos corruptos porque él está muy mal. Si profundizamos un poco, veremos que el español se había acostumbrado a estar muy bien durante los treinta años que van desde 1986 (año de entrada de España en la UE) y 2008 (comienzo de la crisis). Y ese bienestar proveniente de los fondos europeos y de la gestión socialista constituye, por comparación, el punto de referencia de su actual malestar.

Deductivamente, si todos los políticos son unos corruptos y causantes de lo mal que yo estoy, hay que probar con políticos nuevos a ver qué tal nos va. Ésa, y no otra, es la cuestión clave, desde la perspectiva de los partidos y su traducción electoral. De ahí el éxito de Podemos, UPyD, Ciudadanos y no tanto de IU porque, según la nueva terminología, también IU son casta aunque casi no hayan gobernado.

Otra cuestión muy distinta es que nos pongamos a pensar en la realidad objetiva y en los indicios del futuro próximo que nos acecha. Aquí se impone pensar la complejidad: economía, política, globalización, energía, demografía, educación, sociología, poderes emergentes y hasta filosofía. Y en esta inflexión es donde procede hablar de final de ciclo. Las mentes que hasta ahora han servido, mejor o peor, quizás no sirvan para gestionar el nuevo ciclo. Pero los cambios hay que hacerlos con sabiduría: ni lo nuevo es bueno por nuevo ni lo viejo es malo por viejo. Está demostrado que todo cambio de paradigma viene de una nueva forma de mirar, y por tanto de gestionar, la realidad. Eso solo lo pueden hacer mentes nuevas o mentes que hayan integrado en su estrategia el concepto de cambio permanente. El cambio es la mejor forma de permanecer (no pensar en Lampedusa).

Como final, insistiré en que los partidos políticos son meros instrumentos para la organización de la sociedad, y que la ideología es un esquema de una serie de ideas, mucho más importantes que el propio esquema (la ideología) en que están encerradas. Desde la perspectiva de la sociedad, lo que de verdad importa son las instituciones, tanto públicas como privadas, que son desde donde emanan las decisiones que benefician o no al común de la sociedad. Son las instituciones el ámbito donde se muestra la verdad o falsedad de los partidos y los políticos. Y una institución bien gestionada no suele tener frutos a corto plazo. De ahí la paciencia, la serenidad y la prudencia (pro-videre: ver antes o más allá que los demás) de todo buen político.

Mariano Berges, profesor de filosofía