La ventana indiscreta
En estos momentos existen en España muchos asuntos de suma
importancia: la ya eterna pandemia y la aprobación del plan de vacunación
general en España, la aprobación de los Presupuestos para 2021, el plan de
recuperación europeo pos-covid y su consecuencia española, la aprobación de la
LOMLOE, la próxima aprobación de la ley de la Eutanasia. Y todos ellos con un
claro aspecto positivo. Y, sin embargo, la melodía ambiental que más suena es
la crispación política, auspiciada fundamentalmente por el PP, partido que solo
promueve el consenso cuando gobierna.
Claro que hay otros asuntos no tan positivos. Uno es ellos es
la desnudez de nuestro sistema sanitario ante la prueba de esfuerzo a que lo ha
sometido la pandemia, fundamentalmente de tipo organizativo y de falta de
recursos materiales y humanos. El Roto, al que rindo frecuentemente mi
admiración, lo mostraba en una viñeta espléndida. Decía el personaje de la
viñeta “Teníamos el mejor sistema sanitario del mundo. Hasta que enfermamos”.
La consulta médica telefónica puede ser el hallazgo del siglo.
Ante la orquestación de la bronca y la búsqueda del rédito
por parte de casi todos, me pregunto si los medios de comunicación no podrían
desarrollar más las cuestiones principales y menos las anecdóticas. Intentar poner
racionalidad, sin jugar tanto a esto me gusta y esto me disgusta, sino a
analizar todos los aspectos susceptibles de mejora desde una postura crítica
(obligación ineludible en cualquier medio de comunicación) y no tanto a tomar
partido por unos u otros. Todo proyecto y personaje público es susceptible de
crítica, que por cierto significa valoración, ya sea ésta positiva o negativa.
Y ése es el papel de los medios, depurar ante sus lectores-oyentes las casi
siempre confusas manifestaciones del poder, cuya aparente claridad expositiva
de sus discursos suele camuflar la confusión de sus objetivos.
En España, nos hemos instalado en el conflicto y la bronca,
con la intolerancia como virtud máxima y la intransigencia frente a la
necesaria flexibilidad política. Menos mal que la gente del común guarda mejor
la estética que el Parlamento, con tanta retórica y sobreactuación. Estamos en
un momento que, sin pretender historicismo alguno, se parece bastante al de la
Transición. Propongo un juego de ficción pretérita. Imaginemos que, tras la
muerte de Franco y para superar el centralismo decimonónico, los legisladores
españoles hubiesen plasmado en la Constitución una profunda descentralización política
y una radical modernización administrativa, en vez del Estado de las
autonomías. O sea, más Francia y menos Alemania, cuya perfección de los landers
es difícil de alcanzar. Si seguimos con el pretérito, estaba claro que, con las
autonomías, solo se pensaba en contentar a vascos y catalanes, constituyendo el
resto una escenografía de cartón-piedra y mero acompañamiento. Pero la historia
no está escrita hasta que los hechos la escriben. Y las inéditas autonomías
españolas comenzaron a exigir lo mismo que vascos y catalanes, y aparecieron
las famosas competencias propias, que siempre eran pocas o transgredidas por el
poder central. A su vez, vascos y catalanes se quejaron de que eso era “café
para todos” y no lo prometido, con lo que su nacionalismo exclusivo y
excluyente no se diferenciaba del resto de España. De ahí a la concepción de la independencia
como salto cualitativo específico y diferencial había poco trecho. A la vez que
los nuevos virreyes instalados en sus taifatos autonómicos, le cogieron gusto a
eso de las competencias propias, y el federalismo teórico acudía para dar una
pátina de modernidad a lo ya inevitable.
En la primera fase u ola de la pandemia, todo resultó fácil
con el mando único como instrumento político y como procedimiento idóneo de
enfrentarse a la tragedia nacional. Vascos y catalanes sacaban a relucir sus
competencias atacadas, pero con la boca pequeña, a los que se añadió el tercer
nuevo nacionalismo, el madrileño. Luego vino la desescalada autonomizada y los
brotes epidémicos a gogó. Lo que produjo un caos irracional por querer
responder plural y diversificadamente a un grave y único problema. Con las
navidades y el plan de vacunación a la vista, espero que volvamos al criterio
de mando único. Eso de la cogobernanza no está nada claro, ni teórica ni
prácticamente. Y lo de la lealtad institucional, salvo excepciones, que las
hay, se practica poco. Y es difícil coordinar a quien no se deja. Por lo menos,
para vencer al coronavirus, las autonomías no son muy eficaces.
Como los medios de comunicación son diversos (faltaría más),
aunque muchos no son neutrales, el caldo mental de la gente es confuso, profuso
y difuso. Es una auténtica futbolización de la política. Mi equipo-partido
siempre tiene razón y el adversario es negativo por definición. Lo que me
ratifica cuando leo mi periódico. Sin embargo, España tiene que intentar
partir de un proyecto común y básico en esta situación que podría significar un
cambio de época. ¿Existen elementos suficientes y suficientemente capacitados,
intelectual y democráticamente, para elaborar y empezar este proyecto común? ¿O
vamos a seguir jugando a nuestra supervivencia personal o partidista? No sé de
dónde puede venir el principio de solución, pero todos debemos sentirnos
interpelados por este proyecto. Ahora el juego es de futuro, porque el
pretérito es irreversible y mi jacobinismo personal queda aparcado para mejor
ocasión.
Mariano Berges, profesor de
filosofía