sábado, 28 de noviembre de 2020

RACIONALIDAD POLÍTICA

 





La ventana indiscreta

En estos momentos existen en España muchos asuntos de suma importancia: la ya eterna pandemia y la aprobación del plan de vacunación general en España, la aprobación de los Presupuestos para 2021, el plan de recuperación europeo pos-covid y su consecuencia española, la aprobación de la LOMLOE, la próxima aprobación de la ley de la Eutanasia. Y todos ellos con un claro aspecto positivo. Y, sin embargo, la melodía ambiental que más suena es la crispación política, auspiciada fundamentalmente por el PP, partido que solo promueve el consenso cuando gobierna.

Claro que hay otros asuntos no tan positivos. Uno es ellos es la desnudez de nuestro sistema sanitario ante la prueba de esfuerzo a que lo ha sometido la pandemia, fundamentalmente de tipo organizativo y de falta de recursos materiales y humanos. El Roto, al que rindo frecuentemente mi admiración, lo mostraba en una viñeta espléndida. Decía el personaje de la viñeta “Teníamos el mejor sistema sanitario del mundo. Hasta que enfermamos”. La consulta médica telefónica puede ser el hallazgo del siglo.

Ante la orquestación de la bronca y la búsqueda del rédito por parte de casi todos, me pregunto si los medios de comunicación no podrían desarrollar más las cuestiones principales y menos las anecdóticas. Intentar poner racionalidad, sin jugar tanto a esto me gusta y esto me disgusta, sino a analizar todos los aspectos susceptibles de mejora desde una postura crítica (obligación ineludible en cualquier medio de comunicación) y no tanto a tomar partido por unos u otros. Todo proyecto y personaje público es susceptible de crítica, que por cierto significa valoración, ya sea ésta positiva o negativa. Y ése es el papel de los medios, depurar ante sus lectores-oyentes las casi siempre confusas manifestaciones del poder, cuya aparente claridad expositiva de sus discursos suele camuflar la confusión de sus objetivos.

En España, nos hemos instalado en el conflicto y la bronca, con la intolerancia como virtud máxima y la intransigencia frente a la necesaria flexibilidad política. Menos mal que la gente del común guarda mejor la estética que el Parlamento, con tanta retórica y sobreactuación. Estamos en un momento que, sin pretender historicismo alguno, se parece bastante al de la Transición. Propongo un juego de ficción pretérita. Imaginemos que, tras la muerte de Franco y para superar el centralismo decimonónico, los legisladores españoles hubiesen plasmado en la Constitución una profunda descentralización política y una radical modernización administrativa, en vez del Estado de las autonomías. O sea, más Francia y menos Alemania, cuya perfección de los landers es difícil de alcanzar. Si seguimos con el pretérito, estaba claro que, con las autonomías, solo se pensaba en contentar a vascos y catalanes, constituyendo el resto una escenografía de cartón-piedra y mero acompañamiento. Pero la historia no está escrita hasta que los hechos la escriben. Y las inéditas autonomías españolas comenzaron a exigir lo mismo que vascos y catalanes, y aparecieron las famosas competencias propias, que siempre eran pocas o transgredidas por el poder central. A su vez, vascos y catalanes se quejaron de que eso era “café para todos” y no lo prometido, con lo que su nacionalismo exclusivo y excluyente no se diferenciaba del resto de España.  De ahí a la concepción de la independencia como salto cualitativo específico y diferencial había poco trecho. A la vez que los nuevos virreyes instalados en sus taifatos autonómicos, le cogieron gusto a eso de las competencias propias, y el federalismo teórico acudía para dar una pátina de modernidad a lo ya inevitable.

En la primera fase u ola de la pandemia, todo resultó fácil con el mando único como instrumento político y como procedimiento idóneo de enfrentarse a la tragedia nacional. Vascos y catalanes sacaban a relucir sus competencias atacadas, pero con la boca pequeña, a los que se añadió el tercer nuevo nacionalismo, el madrileño. Luego vino la desescalada autonomizada y los brotes epidémicos a gogó. Lo que produjo un caos irracional por querer responder plural y diversificadamente a un grave y único problema. Con las navidades y el plan de vacunación a la vista, espero que volvamos al criterio de mando único. Eso de la cogobernanza no está nada claro, ni teórica ni prácticamente. Y lo de la lealtad institucional, salvo excepciones, que las hay, se practica poco. Y es difícil coordinar a quien no se deja. Por lo menos, para vencer al coronavirus, las autonomías no son muy eficaces.

Como los medios de comunicación son diversos (faltaría más), aunque muchos no son neutrales, el caldo mental de la gente es confuso, profuso y difuso. Es una auténtica futbolización de la política. Mi equipo-partido siempre tiene razón y el adversario es negativo por definición. Lo que me ratifica cuando leo mi periódico. Sin embargo, España tiene que intentar partir de un proyecto común y básico en esta situación que podría significar un cambio de época. ¿Existen elementos suficientes y suficientemente capacitados, intelectual y democráticamente, para elaborar y empezar este proyecto común? ¿O vamos a seguir jugando a nuestra supervivencia personal o partidista? No sé de dónde puede venir el principio de solución, pero todos debemos sentirnos interpelados por este proyecto. Ahora el juego es de futuro, porque el pretérito es irreversible y mi jacobinismo personal queda aparcado para mejor ocasión.

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

CIENCIA Y NATURALEZA







La ventana indiscreta

Hoy es martes 10 de noviembre de 2020 y seguimos en plena pandemia del coronavirus. Tanto la vida como este artículo parecen un diario de adolescente: monótono, reiterativo y con poco tono vital. Eso si lo ves desde dentro, porque si lo miras desde fuera es más de lo mismo, algo pesado que aburre a todo el mundo que pierda el tiempo leyéndolo.

 

Y, sin embargo, no puedes hablar de otra cosa. Sería como escaquearte de la lucha contra el virus, de traicionar el sufrimiento, el temor y la esperanza de tantos conciudadanos que viven a golpe de dato y de noticia. Algo así como esperando a Godot, que nunca llegó pero cuya espera dio sentido a toda su vida a los dos vagabundos de Samuel Beckett.  

 

Desde el 14 de marzo hasta la desescalada del 21 de junio casi llegamos a acostumbrarnos. Nos acostumbramos al encierro y hasta descubrimos una cierta interioridad que hacía tiempo no sabíamos de ella. Reconstruimos rutinas que nos hacían más llevadero el encierro, descubrimos nuevos autores y volvimos a encontrarnos con viejos ensayos, novelas, películas y poemas que, en otro momento, nos iluminaron y nos guiaron.

 

Y llegó el verano, momento de soltar amarras y embeberse en la nueva normalidad. Tanto nos lo creímos que lo practicamos con plena dedicación.

“Hemos derrotado al virus y controlado la pandemia”, proclamó un exultante Sánchez el 5 de julio. Pero duró poco. Julio y agosto fueron como el espejo que nos devolvió nuestro rostro, el rostro de la pandemia. Aún hubo algunos que estiraron el verano: San Fermín, innumerables fiestas de agosto, el Pilar, todas con el no delante, como si fuera un camuflaje de la realidad. ¿Habrá también no-navidades? Y aquí nos encontramos, en noviembre-marzo, como en la concepción griega del tiempo circular, siempre pasa lo mismo aunque con formas distintas. Y aún decíamos durante el confinamiento que estábamos aprendiendo, que saldríamos más fuertes y más sabios. Pero no, no solo no hemos aprendido nada sino que cada vez somos más estúpidos. Con la salvedad de que a los ciudadanos de a pie no se les da más que una responsabilidad individual, pero a las autoridades se les encomienda una responsabilidad y un hacer colectivos, en nombre de todos. Por eso y para eso son autoridades; desde su libre voluntad quisieron ocupar esos lugares, pero a muchos les fue grande. Y no hablo de gobiernos y oposición por separado, sino de todos en general. Y no se pueden escudar en que han trabajado y sufrido mucho, lo que es cierto, porque la autoridad está para solucionar los problemas de sus conciudadanos y no tanto para sufrir. El sufrimiento no se delega, sino que se practica personalmente. Y los ciudadanos así lo han practicado.

 

Pero, de pronto aparecen dos buenas noticias: Una, que Trump ha perdido las elecciones del imperio y otra, que la farmacéutica Pfizer ha testado una vacuna con el 90% de eficacia. Los ánimos empiezan otra vez a calentarse y dentro de pocos días (porque esto se cuenta por días) habrá presión hacia las autoridades para que suelten cuerda y nos dejen vivir un poco. Ya estamos salvados, pues Jehová, una vez más, ha acudido a salvar a su pueblo elegido. Pero no olvidemos que el virus, como el dinosaurio, sigue con nosotros.

 

¿Y ahora, qué? El primero, Trump, ya ha recordado que profetizó la vacuna pero que han esperado a hacerlo público después de su derrota en las elecciones. Vamos a estar muchos días contando con los dedos de las manos cuánto nos falta para la liberación total. Pero ¡cuidado!, nos dicen, no estiremos mucho de la cuerda no sea que nos lastimemos y seamos los últimos caídos en esta guerra vírica. Pero alguien osa adelantarse, ya ha salido el Ministro de Sanidad de España a decirnos que esto ya estaba previsto, que ya hemos comprado no sé cuántos millones de dosis y que en Mayo esto se acabó. El verano de 2021 va ser muy especial, tan especial que muchos (turismo, hostelería…) ya están planificando la fiesta planetaria que va a tener lugar, posiblemente en España.

 

Y otra vez volveremos a las andadas. La ciencia y la investigación recibirán alguna inversión (a modo de subvención graciable) para que no digan; la sanidad y la educación recibirán alguna limosna; la Administración seguirá ufana haciendo lo mismo y de la misma manera, porque habrán vencido al virus. La gente olvidará 2020, el año que no existió, y el muerto al hoyo y el vivo al bollo y a vivir que son dos días. Pero la naturaleza sigue ahí y no habremos aprendido que el único progreso posible y sostenible consiste en un diálogo constructivo y respetuoso entre hombre y naturaleza. La ciencia, como la medicina, es más barata y eficiente, como prevención que como curación. Naturaleza y ciencia: binomio a reivindicar. Vida inteligente: pauta a seguir.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía