Hoy es martes 10 de noviembre de 2020 y seguimos en plena pandemia del coronavirus. Tanto la vida como este artículo parecen un diario de adolescente: monótono, reiterativo y con poco tono vital. Eso si lo ves desde dentro, porque si lo miras desde fuera es más de lo mismo, algo pesado que aburre a todo el mundo que pierda el tiempo leyéndolo.
Y, sin embargo, no puedes hablar
de otra cosa. Sería como escaquearte de la lucha contra el virus, de traicionar
el sufrimiento, el temor y la esperanza de tantos conciudadanos que viven a
golpe de dato y de noticia. Algo así como esperando a Godot, que nunca llegó
pero cuya espera dio sentido a toda su vida a los dos vagabundos de Samuel Beckett.
Desde el 14 de marzo hasta la
desescalada del 21 de junio casi llegamos a acostumbrarnos. Nos acostumbramos
al encierro y hasta descubrimos una cierta interioridad que hacía tiempo no
sabíamos de ella. Reconstruimos rutinas que nos hacían más llevadero el
encierro, descubrimos nuevos autores y volvimos a encontrarnos con viejos
ensayos, novelas, películas y poemas que, en otro momento, nos iluminaron y nos
guiaron.
Y llegó el verano, momento de
soltar amarras y embeberse en la nueva
normalidad. Tanto nos lo creímos que lo practicamos con plena dedicación.
“Hemos derrotado al virus y
controlado la pandemia”, proclamó un exultante Sánchez el 5 de julio. Pero duró
poco. Julio y agosto fueron como el espejo que nos devolvió nuestro rostro, el
rostro de la pandemia. Aún hubo algunos que estiraron el verano: San Fermín,
innumerables fiestas de agosto, el Pilar, todas con el no delante, como si fuera un camuflaje de la realidad. ¿Habrá
también no-navidades? Y aquí nos encontramos, en noviembre-marzo, como en la
concepción griega del tiempo circular, siempre pasa lo mismo aunque con formas
distintas. Y aún decíamos durante el confinamiento que estábamos aprendiendo,
que saldríamos más fuertes y más sabios. Pero no, no solo no hemos aprendido
nada sino que cada vez somos más estúpidos. Con la salvedad de que a los
ciudadanos de a pie no se les da más que una responsabilidad individual, pero a
las autoridades se les encomienda una responsabilidad y un hacer colectivos, en
nombre de todos. Por eso y para eso son autoridades; desde su libre voluntad
quisieron ocupar esos lugares, pero a muchos les fue grande. Y no hablo de
gobiernos y oposición por separado, sino de todos en general. Y no se pueden
escudar en que han trabajado y sufrido mucho, lo que es cierto, porque la
autoridad está para solucionar los problemas de sus conciudadanos y no tanto para
sufrir. El sufrimiento no se delega, sino que se practica personalmente. Y los
ciudadanos así lo han practicado.
Pero, de pronto aparecen dos buenas
noticias: Una, que Trump ha perdido las elecciones del imperio y otra, que la
farmacéutica Pfizer ha testado una vacuna con el 90% de eficacia. Los ánimos
empiezan otra vez a calentarse y dentro de pocos días (porque esto se cuenta
por días) habrá presión hacia las autoridades para que suelten cuerda y nos
dejen vivir un poco. Ya estamos salvados, pues Jehová, una vez más, ha acudido
a salvar a su pueblo elegido. Pero no olvidemos que el virus, como el
dinosaurio, sigue con nosotros.
¿Y ahora, qué? El primero, Trump,
ya ha recordado que profetizó la vacuna pero que han esperado a hacerlo público
después de su derrota en las elecciones. Vamos a estar muchos días contando con
los dedos de las manos cuánto nos falta para la liberación total. Pero ¡cuidado!,
nos dicen, no estiremos mucho de la cuerda no sea que nos lastimemos y seamos
los últimos caídos en esta guerra vírica. Pero alguien osa adelantarse, ya ha
salido el Ministro de Sanidad de España a decirnos que esto ya estaba previsto,
que ya hemos comprado no sé cuántos millones de dosis y que en Mayo esto se
acabó. El verano de 2021 va ser muy especial, tan especial que muchos (turismo,
hostelería…) ya están planificando la fiesta planetaria que va a tener lugar,
posiblemente en España.
Y otra vez volveremos a las
andadas. La ciencia y la investigación recibirán alguna inversión (a modo de subvención
graciable) para que no digan; la sanidad y la educación recibirán alguna
limosna; la Administración seguirá ufana haciendo lo mismo y de la misma
manera, porque habrán vencido al virus. La gente olvidará 2020, el año que no
existió, y el muerto al hoyo y el vivo al
bollo y a vivir que son dos días.
Pero la naturaleza sigue ahí y no habremos aprendido que el único progreso
posible y sostenible consiste en un diálogo constructivo y respetuoso entre
hombre y naturaleza. La ciencia, como la medicina, es más barata y eficiente,
como prevención que como curación. Naturaleza y ciencia: binomio a reivindicar.
Vida inteligente: pauta a seguir.
Mariano Berges, profesor de filosofía
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