viernes, 24 de diciembre de 2021

MENOS RETÓRICA Y MÁS DIGNIDAD

 


Ciertamente los acontecimientos sociales, económicos y políticos suceden con una velocidad trepidante. Uno tiene la percepción de que los diversos agentes implicados están ansiosos con finalizar el puzle que tienen entre manos. Pero un puzle tiene poco que ver con los objetivos y procesos de cualquier planificación pública. No se trata solo de finalizar sino de finalizar bien, y, sobre todo, de responder a las expectativas de los receptores. En un proceso es más importante el proceso que el final. Todo proceso bien gestado cuenta con la participación de los afectados, que son los que realmente elaboran el proceso. Es más lento pero más real.                                                     

Si analizamos someramente la secuenciación mediática seguida  en cualquiera de las leyes aprobadas o en fase de aprobación, vemos que es muy semejante: 1) declaraciones mayestáticas acerca del cambio radical que supone la ley y que va a suponer una mejoría nunca vista en la vida de los españoles; 2) discusión interna PSOE-UP-socios de investidura sobre el alcance de la nueva ley; 3) enfriamiento de las mayestáticas declaraciones de principio del proceso; 4) suspense hasta el último minuto previo a la aprobación; 5) episodio final: el parto de los montes es un ratón; 6) epílogo: explicación a posteriori de que hemos hecho lo máximo que podíamos hacer, seguida de una declaración solemne y autolaudatoria del presidente.

Se trata, pues, de una política de finales mágicos y no de procesos. Unos finales un tanto artificiales y rimbombantes, carentes de la reflexión que todo proceso conlleva. Mientras tanto, faltan referencias para saber si la acción política supone un progreso social o es un mero adorno estético. Fundamentalmente hay una referencia muy significativa, y es la percepción ciudadana de que el efecto buscado por los políticos es el mantenimiento del estatus personal más que la utilidad de los resultados finales. En el fondo, es tal como una viñeta de El Roto nos decía hace poco tiempo: Dos varones trajeados (políticos) se abrazan, mientras uno dice “yo te respaldo y tú me apoyas”. “Vale ¿y qué hacemos luego?”, contesta el otro. “Nos mantenemos” responde el primero.

Conclusión: “e la nave va”. Por inercia de los hechos, por explicación populista y demagógica, por correlación de debilidades y necesidades de los agentes pactantes.

Tanto cuenta la magia del discurso y la teatral puesta en escena que ya no hablamos de las cosas de siempre: trabajo, seguridad familiar, dignidad. Hablamos de unas cosas raras: tecnología, cambio climático, ecología, feminismo, trabajo online… No niego la importancia de estas cuestiones, fundamentales para el futuro próximo que nos espera, pero la pregunta es también cómo afecta esto en lo electoral. Pues penalizando más a la izquierda que a la derecha, ya que las clases populares se sienten abandonadas, incluso insultadas, mientras la derecha demagógica ha entrado en ese lenguaje antiguo pero básico. El discurso de Vox y la ultraderecha europea es el ejemplo más claro. Al contrario que la izquierda, que ha abandonado un terreno que le era propio, y eso escuece a los suyos (o que antes eran suyos). Porque si las cosas básicas materiales faltan, también falta algo tan espiritual y necesario como la dignidad. No nos pasemos de listos

Puede ser que, en este escenario, la izquierda tenga la tentación de olvidarse de plantear la batalla en términos económicos, e insistir en otras variables más modernas y paradigmáticas. Claro que hay que reformar el mercado laboral y que hay que insistir en la digitalización, ecología, feminismo…, pero me temo que, aparte de conceptos de los que no se priva ningún discurso político, no son realidades sino soluciones mágicas. Porque ¿qué pasa con los puestos de trabajo que la digitalización destruye? España necesita una opción económica sólida, precisa más trabajo y mejores salarios, y que empleados, autónomos y pymes tengan un futuro mucho más razonable. Con las soluciones actuales, seguiremos en la misma dinámica decadente. Necesitamos que la política encare el problema material de otra manera, que se vuelque en la economía productiva. Y esta época se presta a hacerlo.

Los fondos procedentes de la UE podrían y deberían ser una ocasión magnífica para poder compatibilizar el presente y el futuro. Pero me temo que la burocracia española no está preparada para gastarlos con una planificación secuenciada y dirigida a una transformación radical de nuestra estructura productiva. Gastar por gastar entra dentro de los discursos retóricos y de los finales mágicos, pero no de procesos racionales y dirigidos a la modificación de nuestra estructura productiva. El futuro se construye desde el presente, no ignorándolo. Y el presente se soluciona desde la política, no desde la retórica.

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

martes, 23 de noviembre de 2021

DE LA POLÍTICA Y LOS POLÍTICOS





En los últimos días ha habido mucho movimiento político-orgánico de los partidos políticos españoles: congresos del PSOE, PP, PAR, IU, asambleas varias y hasta algún “aquelarre”. En todos se da un mismo tipo de movimiento: desplazarse hacia donde los sondeos dicen que hay más voto: socialdemocracia, izquierda de la izquierda, centro derecha, transversalidad y varios ismos según la parte de territorio español en que nos situemos: aragonesismo, andalucismo, nacionalismo (a elegir entre español, catalán, vasco, gallego…). ¿Y las ideas dónde están? Ya Marx avisaba contra las ideologías y apostaba por las ideas. Pero ese señor ha sido uno de los filósofos peor leídos de la historia.

Y no digamos nada del uso (y abuso) de ciertos términos. Últimamente se ha abusado mucho del término derogación aplicado a la Reforma Laboral. Lo que en principio significa dejar una ley sin efecto, ahora parece que también se puede interpretar con dejar sin efecto una parte de la ley. Ya Locke decía en su tratado sobre la tolerancia que antes de discutir hay que ponerse de acuerdo en qué significan las palabras. De lo contrario acabaríamos en Alicia donde las palabras significan lo que quiere que signifiquen quien tiene el poder. Viene bien aquí uno de los últimos comics de El Roto: “Me acuerdo de cuando el ocio nocturno era dormir”, dice el marido. “Qué tiempos”, contesta la esposa.

Como siempre, hay dos grandes protagonistas en la política: gobierno y oposición. Los demás procuran aprovechar sus pequeños momentos de gloria para poder permanecer en la retina del espectador el mayor tiempo posible y de la mejor manera posible. Sánchez es el nombre del momento a nivel nacional, con otros nombres en el siguiente nivel: Casado, Yolanda Díaz. En las CCAA, cada una tiene su propia versión. En Aragón, estaría Lambán y… ¿nadie más?

¿Qué decir de Pedro Sánchez que no se haya dicho ya? Se ha hablado de él desde todos los ángulos posibles. Habría para una tesis doctoral. En mi opinión es un superviviente nato. Todo lo supedita a ello. ¿Maquiaveliano? No lo veo tan sutil. Cierto que casi todos los políticos tienen por objetivo máximo sobrevivir. Por eso no tratan con la realidad sino con su interpretación de la realidad. Y cuando tienen que rectificar con hechos distintos sus dichos anteriores, son maestros en dar coherencia a comportamientos incoherentes. Sánchez no duda. Habla como si siempre hubiera pensado así. Claro que con la tecnología actual de los medios, eso es imposible sostenerlo. Pero el votante medio no analiza ni compara, actúa por sus últimas impresiones. Siempre he pensado que un político debe poder explicar (y explicarlo) todo, sus aciertos y sus errores, sus coherencias y sus incoherencias. La gente lo agradecería y lo sentiría más próximo.

En el último congreso del PSOE, Sánchez se agarró a la socialdemocracia, abrazado al icono Felipe González ¿Es que no era socialdemócrata el PSOE? Parece ser que no. ¿Era izquierdista? ¿Era populista? ¿Era de centro izquierda? ¿Es ahora socialdemócrata? Menudo follón.

 

Tras dos años de gobierno en coalición con UP le quedan otros dos años (si acaba la legislatura) para zanjar muchos interrogantes y clarificar su política. Las decisiones económicas y sociales que tome, tras las promesas que ha hecho, definirán su perfil político y gestor. Hasta ahora, la crisis sanitaria ha dominado el panorama sin poder matizar políticas de unos u otros, porque todos han trabajado casi exclusivamente en controlar y superar la crisis sanitaria. De todos ellos, solo una ha destacado, Ayuso en Madrid, pero para mal. Independientemente de su clamoroso triunfo. Pero ésa es otra historia.

La UE y su banco central han resuelto las carestías del presente, sin pensar mucho en la deuda que nos envuelve. Pero, a partir de ahora, tendrá que ser la política económica la que decida. ¿Va ser socialdemócrata la política económica de Sánchez? Ésa es la cuestión. Para ello, primero hay que producir y luego repartir. No al revés. ¿Estarán UP y los socios de investidura por la labor? Lo dudo, pues la demagogia, el nacionalismo y el populismo son la antítesis de la racionalidad socialdemócrata. ¿Tendrá suficiente músculo el PSOE para imponer su política? Primero hay que querer, y luego poder. Para ello hay que abandonar las grandes frases publicitarias y robustecer las instituciones, cuya gestión servirá para bien o mal de los ciudadanos, pues los ciudadanos reciben la bondad o maldad de la política a través de las instituciones y no de los partidos políticos, meros instrumentos para hacer política institucional, que es la que realmente importa.

El cortoplacismo de los populistas es un grave peligro para la democracia. Sin horizonte no hay proyecto, y sin proyecto no hay política. Y, desde esta perspectiva, el gobierno de coalición es un gobierno inédito. Todo está por ver. Los fondos UE pueden ser una rampa de lanzamiento o una fosa. Todo dependerá de si hay política económica o todo se reparte a voleo, según la capacidad de presión de cada cual. Al tiempo.

Mariano Berges, profesor de filosofía


martes, 19 de octubre de 2021

CATALUÑA, ENTRE LA NADA Y LA ESPERANZA

 

Hace mucho tiempo que no escribo sobre Cataluña y, sin embargo, es una cuestión siempre importante, pues no deja de ser una caja de resonancia de muchas otras cuestiones que, supongo saldrán a lo largo de este artículo.

Las elecciones catalanas del 14 de febrero de 2021 supusieron un punto de inflexión en la reflexión sobre Cataluña, tanto interna como externamente. Con el cese de Torra, condenado por delito de desobediencia, finaliza el más triste y patético fracaso de Cataluña, caracterizado por la falta de gobernanza y la falta de horizonte. El fracaso económico catalán no ha sido solo por el cacareado dumping fiscal de Madrid, sino por la corrupción sistémica, acompañada por una penosa dejadez administrativa y una inseguridad jurídica artificial. Todo ello envuelto en una estelada gigante que dejó ciegos a casi todos los pensadores, catalanes y no catalanes. La ridiculez de las propuestas del Parlament, el posicionamiento inane del President y la gratuidad y frecuencia de la violencia callejera daban una versión bananera de Cataluña. A partir del resultado de las elecciones del 14 de febrero y la constitución del nuevo Govern, con Aragonés al frente, se observan ciertas expectativas de racionalidad, aunque sin exagerar. Al menos, el barniz bananero se ha modernizado un tanto y el futuro se muestra menos estridente.

Hay que tener en cuenta que el actual Estado autonómico español tuvo como una de sus causas principales a Cataluña. Y así funcionó durante algún tiempo. Pero el enquistamiento de la derecha catalana, y posteriormente de todo el nacionalismo catalán, supuso una regresión llena de ilegalidades que fue ampliándose gradualmente hasta llegar al encarcelamiento de sus principales dirigentes y la fuga al extranjero de otros, con el expresidente Puigdemont a la cabeza.

Hoy, Cataluña sigue en la encrucijada del qué hacer y por qué derroteros caminar, coqueteando con la ley y la Constitución. Un día da una de cal y al siguiente, otra de arena. Sigue empecinada en ser tratada como un Estado en igualdad de condiciones al Estado español. La paciencia española tiene unos límites que cada día son más estrechos. En estos momentos, están ambas partes en la archiconocida mesa de diálogo, más escenificación teatral que encuentro político. En noviembre, parece ser que el modelo de la financiación autonómica tiene que discutirse en el foro interterritorial   autonómico. Este año con unos fondos europeos que hacen una bolsa muy apetecible. Si Cataluña, una vez más, se ausenta y pretende una interlocución única con el Gobierno español, las CCAA restantes no creo que lo soporten. Y, menos aún, si recibe una financiación desproporcionadamente superior a las demás comunidades.

Cierto que posconvergentes y republicanos tienen una competencia interior muy fuerte electoralmente, en la que se enfrentan a un juego de poker muy peligroso. Pero pienso que ambas formaciones cada vez están más alejadas de la sociedad catalana, lo que puede acabar en un aislacionismo irrelevante de los partidos nacionalistas respecto a la propia Cataluña y a España, en la que hay otras 16 comunidades. Añádase a esto el compromiso autonomista clarísimo del Gobierno español.

En estos momentos, la famosa mesa de diálogo parece sostener todo el andamiaje. Pero, seamos serios, ¿por cuál de los dos objetivos políticos secesionistas empezamos, por la amnistía o por la autodeterminación? Todo el mundo, incluidos los indepes, saben que eso es un imposible. ¿O estamos haciendo tiempo hasta la aprobación de los presupuestos? ¿Con los presupuestos aprobados hablaremos en un lenguaje inteligible y mensurable para todos? ¿O estamos en un momento de precalentamiento y vuelve a ser Pujol (91 años), el único político catalán que reconoce que el procés fracasó y que, tal y como lo plantearon, era “una quimera”? “Se ha comprobado”, dice Pujol, “que ahora el independentismo no es lo bastante fuerte para conseguir la independencia, pero sí para crearle un problema muy serio a España”. ¿Cómo arreglar ese problema? Respuesta de Pujol: un apaño. Los nacionalistas, dice, “debemos estar abiertos a fórmulas no independentistas que (…) aseguren la identidad, la capacidad de construir una sociedad justa y de facilitar la convivencia”. Éste sí que es un camino transitable, aunque tengamos siempre la sospecha en lontananza. Si los vascos han aprendido lo que no hay que hacer, visto el fracaso de ETA, los catalanes pueden sacar las mismas consecuencias, visto el fracaso del proces.

Unos de estos últimos días, el Círculo de Economía catalán ha dicho nada menos que lo siguiente: “el futuro de Cataluña pide una política de Estado, y, por lo tanto, volver a tener presencia e influencia catalana en España, el único Estado realmente existente que tenemos los catalanes”. Toda una declaración de principios por parte de quien juega con las cosas de comer y no con sueños inoperantes y harto peligrosos. Hay esperanza. Igual hay que hacer tiempo.

Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 19 de septiembre de 2021

SABER MIRAR PARA PODER VER

Reconozco que soy más lector del periodismo de opinión que del meramente informativo. Y, además, de medios distintos y hasta contrarios. Ello hace que lea posiciones muy divergentes, y no solo por causas derivadas del enfoque político o partidista, sino del propio enfoque filosófico.

Por ejemplo, últimamente he visto dos artículos con dos enfoques distintos y que me han hecho pensar. Uno se refería al triste papel que personalidades importantes de la Transición, tanto de derechas como de izquierdas, jugaban en la actualidad, especialmente en la cuestión territorial y en el revisionismo histórico de los últimos cuarenta años (“Las élites enfurruñadas de la Transición” de Ignacio Sánchez-Cuenca). Entre ciertos protagonistas de la Transición ha habido una cierta derechización, que por cuestiones de edad no sería raro, sino también de una cierta intolerancia hacia la política y políticos actuales. Por ejemplo, la cuestión catalana, en la que el maximalismo de unos y la ausencia del Estado por parte de otros ha exacerbado la discusión hasta hacer imposible el diálogo. La intolerancia de los viejos políticos hacia los actuales no siempre es justa, y yo pienso que es más difícil hacer política hoy que ayer. Era más fácil y satisfactorio el salto de una dictadura a una democracia que batallar cotidianamente en la situación actual, donde el vértigo de los cambios y la incertidumbre del futuro hace difícil cualquier proyecto a medio plazo.

El otro enfoque es el triste papel que los partidos políticos actuales juegan en la actualidad con su desarraigo de la sociedad y su colonización del Estado y sus instituciones (“La deslegitimación de los partidos políticos”, de Rafael         Jiménez Asensio), a propósito de la glosa de un libro de Piero Ignazi. El magnífico artículo de mi amigo Rafael expone el bajo nivel de confianza por parte de la sociedad en los políticos y en los partidos políticos, especialmente en España. Desconfianza que se ha trasladado a las instituciones y a la propia democracia. Suscribe una frase muy dura de Ignazi: “Los partidos han firmado una suerte de pacto fáustico; han entregado su alma a cambio de una vida más larga”, a través de un parasitismo institucional de donde extraen recursos ingentes y variados a repartir entre sus clientelas y adláteres.

He reflexionado sobre ambos problemas, poniéndome en el lugar de todos ellos e intentando comprender el porqué de sus planteamientos. La dialéctica subjetivo-objetivo late en ellos. La perspectiva del pasado es distinta que la del presente, y siempre es más complejo el presente, aunque solo sea porque no puedes salir de él. Cualquier análisis que hagamos debe tener en cuenta la complejidad de la realidad, aunque ello suponga dudas y expresiones no taxativas. Para ello, me vienen bien algunos criterios que el filósofo Edgar Morin maneja para su formulación del pensamiento complejo, especialmente en su obra principal, El Método. Una idea básica de Morin es lo que él considera el fin del método, que no es otro que ayudar a pensar por uno mismo para responder a la complejidad de los problemas. No debemos dejarnos someter por las ideas, pero no podemos resistir a las ideas más que con ideas. Hay que abandonar las trincheras y salir a campo abierto, que nos dé el aire, que las ideas bien argumentadas sean la munición en el combate y no los prejuicios. Ser de izquierdas no es ser totalitario ni ser de derechas es ser fascista. Todo los totalitarismos y sectarismos acusan el mismo defecto: la pereza intelectual y la incapacidad argumentativa. Cambiar los insultos por argumentos sería un buen principio para acabar con la crispación política. La demonización del adversario, tanto interno como externo, casi siempre favorece al que está en el poder.

 

El papel de los medios de comunicación es fundamental en la depuración y configuración de la realidad. Diferenciar información y opinión es básico, siendo ambas necesarias. Sin esta función de intermediación que tienen los medios entre el poder y la ciudadanía, entre los políticos y la sociedad, es muy difícil avanzar. Nunca con tantos canales de comunicación ha habido tanta desinformación. ¿Son las redes sociales canales de comunicación?

 

Tenemos, pues, unos partidos políticos endogámicos y colonizadores de las instituciones, una sociedad polarizada llegando al sectarismo no pocas veces y unos medios poco propicios al análisis y más propensos al chascarrillo. Aunque unos más que otros, todos tenemos responsabilidad en esta falta de horizonte. Porque la tarea es clara aunque difícil: se trata de comprender la realidad para poder transformarla. Y la primera característica de la realidad es su complejidad, o lo que es lo mismo, saber ver las distintas dimensiones de ella. Y para ello tenemos que empezar por modificar nuestra disposición mental como nueva forma de abordar la realidad. Hay que saber mirar para poder ver.

Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 22 de agosto de 2021

EN AGOSTO NO PASA NADA

 



Agosto es un buen mes para colarse en sus casas y sus mentes, sin ruido ni aspavientos. Se trata de una entrada suave para hablar de nuestras cosas y, sobre todo, de nuestro estado de ánimo. ¿Cómo va la vida? Intuyo que mediocremente, pues los acontecimientos y, sobre todo, la falta de ellos han vuelto plana nuestra existencia. La epidemia, pandemia, postpandemia, vacunas, inmunidad, contagios, vacaciones sí/no, bares sí/no, viajes sí/no… hacen que nuestra vida sea un sinvivir, una duda universal, no cartesiana sino emocional. Nuestras mentes esperan no sé qué para no sé cuándo y nuestras expectativas se han diluido en un magma desconocido y abstracto. Si el futuro siempre ha sido incierto, ahora lo es mucho más.

Nuestras autoridades han desaparecido de nuestras preocupaciones y, por mucho que lo intenten, no ocupan ni preocupan nuestra atención. Tiene que ser duro para ellos no incidir en la realidad ni en las mentes de la gente. Aunque lo intentan no lo consiguen.

A los medios de comunicación les sucede algo parecido. Si ya es normal que en el mes de agosto los medios de comunicación adelgacen sus páginas y contenidos, este año se ha notado mucho más. Es como si los receptores no esperasen nada, o no supiesen qué se puede esperar. Vuelvo a citar el título de Beckett “Esperando a Godot”. Toda la obra esperando a Godot, que resolvería sus incertidumbres existenciales, pero Godot no llegó. ¿Qué fue de esas dos personas expectantes de no sabían qué o quién? No lo sabemos. Como no ponemos rostro a los contagiados, muertos y enfermos de esta época de nuestra existencia.

Me pregunto qué época es más auténtica, ésta nihilista o ésa otra desbordada de acontecimientos. Si lo pensamos serenamente, ambas son fases o épocas distintas de la misma vida. La mente humana debe conducir la existencia, y no al revés. Las contrariedades, desgracias, alegrías, van en el mismo paquete en esa existencia que, sartrianamente, solo podemos definir al final de nuestras vidas. Lo importante de la vida es darle sentido como tal vida humana. De lo contrario, es una mera vegetatividad.

Pues bien, podemos aprovechar este largo agosto de nuestra vida para reflexionar sobre el sentido de ella. Así como las leyes son imprescindibles, aunque solo sea para poder transgredirlas, las directrices y coordenadas existenciales son también imprescindibles para poder seguir caminando con un cierto orden. Orden que ponemos nosotros y no nos lo ponen desde fuera, pues nuestra vida es nuestra y no nos la debe vivir nadie.

Y vivir es siempre filosofar, despojando a este término de toda solemnidad. Y todo el mundo es filósofo, menos los estúpidos, que renuncian a filosofar. Y si la filosofía (reflexionar, vivir con sentido) sirve para algo es para perjudicar la estupidez, que no es una falta de inteligencia ni conocimiento, sino una manera de conformar el pensamiento en lo obvio, aceptar las respuestas sin haberse planteado las preguntas. Las respuestas nos esclavizan y las preguntas nos liberan. La filosofía es todo lo contrario a un libro de autoayuda que nos precariza inhabilitando nuestra capacidad de pensamiento crítico y nos esclaviza con el ruido atronador de lo banal. La filosofía, en fin, no es un saber ni una utilidad, sino una actitud que salvaguarda nuestra dignidad, que es la que da sentido a la condición humana. La filosofía es, básicamente, dar sentido a nuestra vida. De manera que si nosotros desaparecemos desaparece la filosofía, y si la filosofía desaparece es porque nosotros hemos desaparecido.

Agosto da para esto y para más. Pensar es gratis y no pensar sale caro, al menos colectivamente. Decía Francis Bacon que “quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde”. Por eso lo mejor de Occidente viene de los griegos. Ellos descubrieron el pensamiento, en el que, si nos fijamos bien, no solo no coinciden entre ellos sino que se contrarían dialécticamente, de manera que todos ellos configuran un mosaico capaz de abarcar todas las preguntas e incertidumbres del ser humano. Y cuantas más incertidumbres es capaz de soportar el hombre, más inteligente y más filósofo es.

Frente a la obviedad y la retórica hueca peleemos con la reflexión y el sentido crítico en nuestras vidas. La pandemia que nos asola podría ser así positiva.

Mariano Berges, profesor de filosofía


viernes, 25 de junio de 2021

HOY ENTRA EN VIGOR LA LEY DE LA EUTANASIA


Tras medio año sabático sin escribir artículos, me reincorporo, por la amabilidad receptora del director de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, a este medio informativo, e intentaré reflexionar sobre algunas cuestiones de actualidad. Lo haré, como siempre, con humildad, reivindicando el derecho a equivocarme, pero con honestidad y con pasión. Y siempre con respeto y educación hacia los que no piensan como yo. Mi objetivo no es dictar doctrina sino enriquecer el debate público. Empezaré por la eutanasia, el último derecho que los españoles estrenamos hoy, 25 de junio de 2021.


El Congreso de los Diputados aprobó en marzo, con los únicos votos en contra de PP y Vox, la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia (LORE), una iniciativa del PSOE cuya aplicación real se producirá a partir del 25 de junio, según recoge el BOE publicado el pasado 25 de abril. En este artículo solo pretendo hacer alguna reflexión en voz alta sobre el fondo de la Ley, obviando las características técnicas, que son propias de otro tipo de escrito.


Por su novedad y sus características específicas, la LORE es una ley que tardará en implantarse con plena eficacia y generará una casuística diversa y esperemos que constructiva. Se trata de una ley que hará camino al andar De todo el contenido de la LORE hay dos aspectos que quisiera resaltar: 1) El sujeto pasivo de la Ley: cualquier persona mayor de edad y con un año de empadronamiento en España que sufra «un padecimiento crónico e imposibilitante» o «una enfermedad grave e incurable causante de un sufrimiento físico o psíquico intolerables», podrá pedir la eutanasia o el suicidio asistido. 2) La Comisión de Evaluación y Garantía es el filtro final que decidirá sobre la aplicación o no de la eutanasia a un paciente terminal. Gran importancia la de este órgano.


Tras tres años de guerra (in)civil y cuarenta de dictadura, el año 1978, con la aprobación de la Constitución Española, supone el principio de la contemporaneidad para España (exceptuando el breve paréntesis de la II República). Y tras una serie de derechos importantísimos como la educación y sanidad universales y gratuitas, han sido aprobados por el Parlamento español otros derechos civiles individuales que han colocado a España en un lugar privilegiado de Europa y del mundo. Estos derechos de última generación son el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual y, ahora, la eutanasia. Todos ellos tienen una característica común: para todos son derechos y para nadie son obligatorios. Por eso, desde una perspectiva sensata, racional y democrática, no se entiende tanta oposición a ellos, a no ser que se posicionen tras unos principios ideológicos, disfrazados de principios religioso-fundamentalistas. Hay otro tipo de cristianismo, como el de Hans Küng, que se pregunta “Todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida. ¿Por qué vamos a renunciar a ella en la etapa final?”. Eso es teología seria y rigurosa.

La eutanasia es el último logro de la contemporaneidad en la victoria humana sobre la muerte. El hombre (genérico inclusivo) controla ya todo el proceso de la existencia humana, desde el nacimiento a la muerte. En definitiva, es el triunfo de la ciencia, la libertad y la autonomía humanas. 

Sin embargo, la muerte sigue siendo un tabú. Por eso hablamos poco de ella. Pero cuando a alguien se le pregunta si la teme, suele contestar que a lo que en realidad teme es al sufrimiento. El griego Epicuro (s. IV) lo expresó y argumentó magistralmente en su Carta a Meneceo. “Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros, porque todo bien y todo mal residen en la sensación y la muerte es privación de los sentidos. Nada temible hay en el vivir para quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no vivir. De suerte que es necio quien dice temer la muerte, no porque cuando se presente haga sufrir, sino porque hace sufrir en su demora. En efecto, aquello que con su presencia no perturba, en vano aflige con su espera. Así pues, el más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente y, cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros”.


El temor es al dolor físico, por supuesto, pero también al dolor psicológico de tener que seguir viviendo en condiciones insoportables. Morir bien es seguramente el deseo más universal, pero el concepto de buena muerte no es igual para todos. Con los avances actuales de la medicina se puede alargar la vida muchísimo, pero, con frecuencia, a costa de un gran sufrimiento o la pérdida irreparable de la mínima calidad de vida, bien sea por pérdida de facultades físicas o mentales. La perspectiva de un largo y penoso deterioro hace que muchos ciudadanos quieran decidir por sí mismos cuándo y cómo morir. Dejémosles ejercer ese derecho que, desde hoy en España, para todos es posible y a nadie obliga.



Hay quien sostiene que si se pudiera garantizar a todos los enfermos unos buenos cuidados paliativos, la eutanasia no sería necesaria. Pero la medicina paliativa no cubre ni todos los casos ni todos los tipos de sufrimiento. Eutanasia y cuidados paliativos no son opciones excluyentes, sino complementarias. Seguramente, la legalización de la eutanasia extenderá la cobertura de los cuidados paliativos. Ojalá.


Mariano Berges, socio de DMD (Derecho a Morir Dignamente)