Me disculpo por el título, pero ése es el estado psicológico en que yo me encuentro en este momento.
De repente, una
vorágine de acontecimientos se precipitan sobre la política española sin saber
a ciencia cierta si sobreviviremos a los designios de los dioses de la fortuna.
En muy poco tiempo hemos aprobado una ley de amnistía (mejor dicho, estamos en
proceso, aunque parece inevitable), tendremos elecciones en Euskadi, después en
Cataluña, después en Europa. Todo ello de aquí a Junio. Acompaña un ruido de
fondo de recriminaciones mutuas (el ya famoso y barriobajero “y tú más”) por corruptelas
especialmente nauseabundas por tratarse de enriquecimientos ilícitos
aprovechándose de la pandemia del covid y la venta de mascarillas. Las sesiones
del Congreso y Senado son irrespirables, con miradas y palabras de auténtico
odio sin que la calidad de los argumentos acompañe a tal desgaste de fondo y
forma. Se tiene la percepción de que la política española se rompe y que la
antipolítica se ha instalado en nuestras mentes con una desconexión apática de
la ciudadanía hacia nuestros representantes, más propia de las dictaduras que
de una sociedad democrática. ¿Y aún nos extraña la desafección política del
ciudadano medio?
El ruido va por barrios,
siendo más sonoro el que proviene de Cataluña. Da la impresión de que la
energía que Cataluña ha consumido en la discusión pública española es
totalmente inoperante para el bienestar público de los españoles. La
desproporción entre el ruido catalán y el beneficio general es tan exagerada
que da ganas de abandonarlos a sus cuitas egoístas y estériles, con una melodía
supremacista y puramente retórica, que supeditan los intereses, ya no de los
españoles sino de los propios catalanes, a los caprichos interesados de los
políticos independentistas, que lo único que hacen es una huida hacia adelante
con la única intención de esconder sus corrupciones económicas en el populismo
patriotero de su pequeño país. Hay que reconocer que el ruido vasco es más
silencioso y más eficaz para ellos, pues, sin tanta algarabía, su concierto
económico cabalga a lomos del resto de los españoles, con un gobierno y otro,
sin miramiento de colores o signo político. Si alguna semejanza tienen los
nacionalismos vasco y catalán es la deslealtad hacia lo español. Y esto no es
de ahora sino de siempre. Lo predican constantemente, venga o no a cuenta. Mientras
tanto, los dos grandes partidos políticos, PSOE y PP, en vez de intentar
racionalizar la política, procurando que la rentabilidad política de los votos
nacionalistas no sea tan desproporcionada como para estar en disposición de
chantajear a unos y otros, y con ello a la totalidad de los españoles. ¿Qué es
eso de los pactos transversales? ¿Alguna vez existieron los Pactos de la
Moncloa y el consenso de la Transición?
El caos se ha apoderado
de la situación política española: sin presupuestos generales, sin aprobación
de leyes que hagan avanzar socialmente el país, con una hemorragia de ayudas y
subvenciones públicas que suscitan más que dudas sobre su rentabilidad social.
Y, sobre todo, con una polarización política y emocional a lo largo de todo el
país, que una vez más me trae a la convicción de la futbolización de la
política: lo importante es que gane mi equipo-partido político, aunque ello
tenga una consecuencia nula en el interés público y en el bienestar social. La
bronca se ha instalado en la realidad española y la racionalidad ha desparecido
de las mentes y de las conversaciones. Todo es ruido y exabruptos. Da auténtico
asco ver las sesiones parlamentarias, que en nada se diferencian de cualquier
discusión de bar en las que lo importante es ganar la pelea, sin importar sus
consecuencias.
Y la irracionalidad
mundial poco ayuda a cualquier solución, bien sea general o particular. La
guerra de Ucrania tiene toda la pinta de prolongarse en el tiempo sin ningún
atisbo de solución. ¿Es que alguien duda que la única solución es un alto el
fuego con las fronteras tal como estaban al principio de la guerra y con una
Ucrania desmilitarizada, para seguir negociando sin muertos y sin el auténtico
y terrible negocio de la producción y venta de armamento? ¿Qué Rusia es
imperialista? Sí. ¿Y USA? ¿Y la Europa colonialista empezando por Reino Unido?
La conducta de explotación hacia nuestros semejantes es pareja en todos los
sitios. ¿Y el genocidio palestino, con la coartada del terrorismo sospechoso de
Hamás y la política sionista de Israel y la esterilidad de la ONU? ¿Hasta
cuándo?
El nihilismo político
está agazapado a las puertas de unas sociedades que hasta hoy considerábamos
ilustradas y progresistas y que basta escarbar un poco para ver con horror que
todo sigue basándose en la explotación de los pobres de siempre y en el
ombliguismo de los que nos llamamos salvadores de la civilización.
Mariano
Berges, profesor de filosofía