sábado, 9 de marzo de 2024

POLÍTICA LÍQUIDA



En un artículo anterior reciente hablaba yo de Pedro Sánchez a la luz de la modernidad líquida de Bauman y me preguntaba si sería Sánchez la representación de un objeto político cuya única dimensión es ser consumido, pues el presentismo nos rodea y es prácticamente imposible escapar a él.

 

Sigamos con la idea de la modernidad líquida. Bauman distingue entre dos fases de la modernidad: la sólida y la líquida. La modernidad sólida se basa en estructuras estables, duraderas y jerárquicas, como el Estado-nación, la clase social, la familia o la religión. La modernidad líquida se caracteriza por la disolución de esas estructuras y la emergencia de una sociedad fluida, flexible y dinámica, donde todo es temporal, efímero y contingente. Parece que ya no sirven los conceptos más rígidos de un pensamiento fuerte que procede del XIX y orienta la conducta y el discurso del XX hasta 1989, con la caída del muro de Berlín, fecha en que finaliza el siglo XX y comienza la posmodernidad y el pensamiento débil.

 

¿Quiere esto decir que lo de ahora es mejor o peor que lo anterior? No, en absoluto. Ni es mejor ni peor, sino distinto. No son dicotomías sino perspectivas lo que diferencian un tiempo de otro. Es nuestra manera de estar y percibir lo que nos hace distintos. Hace cuarenta años los jóvenes tenían un esquema mental que los guiaba a lo largo de su vida: casarse, tener un trabajo para toda la vida, constituir una familia para toda la vida, tener un mínimo confort más o menos sostenible. Ahora, el trabajo y el matrimonio para toda la vida se han desvanecido, y todo pasa a ser precario y provisional, con el agotamiento existencial que ello provoca.  Somos más libres que nunca y, a la vez, más impotentes que nunca. El sistema nos fagocita y ni en él ni fuera de él nos podemos realizar. Ya no hay sueños sino solo emociones efímeras.

 

El concepto de modernidad o sociedad líquida solo describe la mayoritaria conducta social en la actualidad. Y, coherentemente, también esa cosmovisión se diluirá tarde o temprano. De una sociedad sólida hemos pasado en la actualidad a una sociedad líquida, maleable, escurridiza, que fluye, en un capitalismo y consumismo livianos. Pero a lo que el ser humano nunca puede renunciar es a la reflexión, partiendo de lo que observa y tras un análisis pormenorizado. Nada es definitivo, y el concepto de liquidez tampoco. Cosa distinta es que en cada momento primen unas ideas u otras, unas modas u otras. En definitiva, nuestra reflexión sobre lo que (nos) pasa y nuestra libertad para actuar sobre la realidad que nos envuelve es algo que constituye nuestra obligación moral y política.

 

Si escuchamos a la oposición política, parece que en España todo se desmorona. La esfera pública está cada vez más polarizada. Se insultan y ningunean quienes deberían ponerse de acuerdo para construir la política de este país. Los problemas de los ciudadanos deben ser el objetivo político de todos los partidos. La buena política ya no tiene por qué enfrentarse a los problemas del pasado, sino a los del futuro, a los del siglo XXI, que son los que exigen capacidad de gestionar la complejidad social.

Ya hace bastantes años, el filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky en su obra “El imperio de lo efímero” entra en los dominios de la sociedad contemporánea infectados por la moda y contemporiza con ella. Para él, la idea de la contemporaneidad es un fluido caprichoso que hace tiempo ha prendido en las conciencias; es una invitación a reconciliarse con la nueva realidad en la que vivimos, caracterizada por el declive ideológico y el ascenso del mercado y el consumo.

 

Mucho más críticamente, Antonio Muñoz Molina, en su obra “Todo lo que era sólido”, nos alerta al ver cómo sus ideales han encallado en una política estéril y populista. Y así lo describe: tenemos una banca especuladora, nos invade el fetichismo paleto de los nacionalismos y la irresponsable gestión de los recursos de todos en beneficio de unos cuantos plutócratas; la carrera política funciona como una agencia de colocaciones donde lo de menos son los méritos y la capacidad; se devalúa el esfuerzo; se mantiene la intromisión de la religión en los ámbitos públicos; se promociona la desaforada cultura del pelotazo… Nos hemos dejado anestesiar por políticos frívolos, cargados de cautivadoras promesas incumplidas y por ciertos chamanes y tertulianos de la tele y medios de comunicación, cargados de ideas líquidas. Nos consideramos modernos, pero no lo somos. Análisis demoledor. Y no se detectan muchos remedios.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

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